SUDÁN DEL NORTE (2)
Los pueblitos y las paradas en la carretera
Y después de un
primer día en Jartum, partimos hacia el norte, hacia nuestro periplo. Pero esto
es África y el ritmo del tiempo es diferente; aquí no hay prisas. Ellos, si
algo tienen es tiempo de sobra y emplean mucho en hacer cosas, en pensarlas, en
hablarlas antes de hacerlas, en mirar. Tienen que invertir el tiempo al igual
que los que tienen mucho dinero también lo invierten. En principio íbamos a salir a las 9 de la
mañana. Salimos a las 10,30. Pero enseguida paramos en un pequeño pueblito para
comprar provisiones ¡Cómo si en Jartum no hubiese donde comprar comida! Yo creo
que es que en este pueblito tienen amigos y así charlan con ellos.
El lugar está a
ambos lados de la carretera. Todo son tiendas. Detrás de ellas hay una o dos
filas de casas, luego ya está el campo, el desierto.
Todo esto es como el Corte Inglés solo que en
horizontal. Hay carnicerías, panaderías, fruterías, teterías (ellos casi solo
toman té), vasijas de barro, carbón vegetal, cereales, etc. Y en muchos
pueblitos es igual. Puestos en los bordes de la carretera y luego pequeñas
casas de forma cúbica hechas de barro. Constructivamente no pueden ser más
naturales ni más ecológicas. No hay cascotes, ni materiales de derribo, ni nada
parecido.
Y en las proximidades
hay ovejas y cabras. Las ovejas son grandonas, las cabras pequeñas, y ambas
tienen unas orejas muy grandes y caídas, que en las cabras son de un color
mucho más claro que el resto del cuerpo.
Y estas ovejas y cabras deben ser
animales muy resistentes a la sequedad y poco exigentes con la comida ya que
plantas hay pocas y no se puede andar escogiendo mucho ni diciendo: “esta me
gusta, esta no me gusta”.
De vez en cuando
se ve un pequeño grupo de mujeres por la carretera. Aquí en Sudán no visten con
colores tan llamativos como en Senegal, pero de vez en cuando se ven “algunas
atrevidas” que se ponen ropas que son un
derroche de color.
A todos nos
sorprende la gran cantidad de camiones que circulan por la carretera que va de
Jartum a Port Sudan. Son camiones muy largos que encima llevan remolques
también muy largos. El tráfico de camiones es comparable al de muchas
carreteras europeas.
Pero Sudán es un
país del tercer mundo y aunque tiene buenas y recientes carreteras, no se puede
decir lo mismo de la gasolina. Muchas gasolineras están cerradas porque no
tienen combustible para vender, y en las pocas que lo tienen hay largas colas
de vehículos. Nuestro guía opta por ir a una especie de taller en el que venden
gasolina un poco más cara, pero no hay que esperar.
En el taller, que está en
una explanada y que cuenta con las más modernas herramientas, echan la
gasolina con una goma sacándola de un bidón a una regadera y luego a los
coches. Pero para hacer esto hay que saludarse, hablar, tomar un té, charlar, pagar
y despedirse; en definitiva hay que gastar “tiempo”.
Y continuamos y
lo único que se ve es desierto y más desierto. De vez en cuando hay algún
dromedario pero no muchos. Y el desierto varía de unos sitios a otros. Aquí, en
Sudán, el desierto es predominantemente llano, aunque de vez en cuando aparecen
cerros que rompen la monotonía de la llanura. El desierto unas veces es de
arena, aunque no hay zonas de dunas; otras de guijarros y otras de piedras de color
oscuro.
Y de vez en cuando vemos un atardecer, bueno, yo los veo todos los
días, de esos que solo se pueden ver aquí, en los que parece que el cielo se
incendia y luego se pone malva antes de que aparezcan las estrellas. Son
atardeceres, que al igual que los amaneceres duran muy poco tiempo.
Y la carretera,
si se sabe mirar, es todo un mundo. En las gasolineras, en las que en la
mayoría no hay gasolina, y en los tenderetes junto a la carretera, hay “áreas
de descanso” pero de descanso de verdad. Hay camastros en los que los viajeros
duermen o sestean. Y hay camastros hasta con mosquitera, aunque aquí, más que
mosquitos, habrá moscas, aunque imagino que no muchas porque hay poco que
comer.
Y
de vez en cuando nos encontramos con autocares muy nuevos y muy coloridos. Los
africanos parece que llevan el color en la sangre, y en cuanto la religión se
lo permite lo sacan y lo aplican a todo.
El viaje no se hace pesado. Los
trayectos por carretera son relativamente cortos y paramos con frecuencia
cuando el guía considera que hay algo interesante que ver como ese cañón
excavado por el agua, que conduce las aguas de la lluvia al Nilo, pero que
debió llevar agua hace unos miles de años, porque por lo que parece ahora no
debe llevar mucha.
Uno de los
conductores también descansa en las paradas, pero a su manera. Recuerdo que en
esa posición vi a un niño en Senegal que estaba en el borde de una barcaza
haciendo caca. Este no la está haciendo, pero la posición es similar.
En este lugar
hay troncos de árboles petrificados. No sé cuantos miles de años llevarán aquí,
pero supongo que unos pocos.
Esta gasolinera
sí que tiene gasolina y paramos a echarla y a charlar y a tomar un té. Estos
sudaneses no son nada tacaños en gastar su tiempo. Y mientras ellos charlan me
voy a ver que hay en los alrededores,
y veo esa construcción de barro que
resulta ser un antiguo granero que hoy ya no se utiliza para guardar el grano;
hoy es el servicio de la gente que trabaja en el campo cerca de allí.
Y la carretera
sigue por el desierto, por un desierto enorme, grandísimo, que al atardecer y
al amanecer, durante muy poco tiempo, toma un aspecto sorprendente. Las
rugosidades del terreno se hacen visibles y el suelo y las montañas del fondo
adquieren un color entre violáceo y malva.
De vez en cuando
atravesamos zonas en las que todo son piedras de granito, solo hay piedras y
más piedras redondeadas por el viento y por la arena. Pero cosa curiosa, las
casas de los pueblitos que hay cerca de estos lugares no están construidas de
piedra, sino de barro. Todo lo hacen de barro. Sus antecesores, hace dos mil
años, construían los templos con rocas y las estatuas con granito. Los medios
eran los mismos o peores que ahora. Entonces, ¿por qué no hacen nada de piedra?
Las aldeas son
pequeñas, con las casas con un buen patio, el techo plano y sin chimeneas. Le
pregunto al guía porqué no hay chimeneas, pero no me entiende, no conoce la
palabra chimenea. Guisar, no
guisan en la calle y en las casas que he entrado no he visto ningún lugar para
la lumbre, aunque lumbre tienen que hacer, porque la comida la guisan. En
algunos pueblitos dormimos en casas suyas, son casas que ya no se utilizan como
vivienda porque la población rural está disminuyendo y que los propietarios
alquilan como casa rural, pero casa rural del Sudán.
Yo dormía en el
porche siempre que podía y así veía las estrellas y la luna por la noche, y me despertaba
con el amanecer. Por eso hablo de esa luz del amanecer. Todos hablaban de la
luz del amanecer en el desierto pero yo soy el único de todo el grupo que ha visto los amaneceres. ¿No es una
paradoja?
Los pueblitos
son pequeños, con las casas bajitas, de una sola planta, casi todas con el
color del barro y con pocas ventanas al exterior. Hay un patio central y de él
salen puertas que van a las distintas habitaciones o viviendas.
En los pueblitos
tradicionales, en los que son muy antiguos, nada sobresale. La mezquita es como
una casa más, solo que suele estar pintada de blanco o de algún otro color (ese
edificio que es como un granero, también pintado de blanco y azul, es la tumba
de un hombre santo). Sin embargo, en pueblos más recientes, situados en el
borde de las carreteras o en cruces de las mismas, las mezquitas son nuevas y
las torres son muy altas. Todas estas nuevas mezquitas las hace el ministerio
de asuntos religiosos con la ayuda de Arabia. A mí me da un poco de rabia que
se gasten el dinero en esto en lugar de hacer buenas escuelas o ambulatorios
médicos. Pero bueno, la religión es la religión y con los imanes hemos topado.
En una de las mezquitas es la hora de la
oración y los hombres acuden allí. Solo van hombres, las mujeres rezan en casa
porque si se agachan se las nota el culo y los hombres se fijan en ellas y no
rezan; es más, lo que hacen es tener pensamientos y deseos lujuriosos y pecan
en la mezquita. Desde luego que los hombres musulmanes tienen un autentico
problema con las mujeres. El problema es suyo, pero se lo pasan a las mujeres y
las hacen las culpables de “sus pecados”.
Y en estos
pueblitos suele haber muy poca gente aunque alguna de la gente ya no puede ser
más bonita ni más preciosa, a pesar de que tengan algunos mocos en las narices.
Me hacen mucha gracia estas niñas con sus
abriguitos. Para mí y para el resto de europeos hace muy bueno, nosotros vamos
en mangas de camisa, pero para ellos es invierno. No sé si la niña del pañuelo
lo lleva para no pasar frio o para irse acostumbrando para cuando sea mayor ya
que todas las jovencitas y mujeres lo
llevan. Yo creo que no he visto a ninguna mujer sin él.
Y en estos
pueblitos no hay nada. En muchos no hay ni luz eléctrica a pesar de que pasa el
tendido eléctrico muy cerca. No ha habido dinero para hacer las acometidas. En donde
nos alojamos tenemos luz eléctrica desde
el anochecer hasta las 10 de la noche gracias a un generador que ponen porque
estamos los turistas europeos. Lógicamente las calles no están iluminadas ni se
ven antenas de televisión en los tejados. El agua corriente es un chorrito de
agua que no da ni para ducharse; la ducha se realiza cogiendo el agua de un
bidón con una lata y echándosela por encima. Menos mal que el agua no está muy
fría, pero algunas chicas protestan porque no se pueden lavar la cabeza con
agua caliente. Yo creo que no sabían dónde venían.
Un día nos
cruzamos con una gran caravana de dromedarios. No sé cuantos irían, pero eran
muchos. Su ruta va cerca del Nilo pues los animales tienen que beber y que
comer, y si fuesen muy alejados difícilmente lo podrían hacer. Son animales que
llevan a Egipto, por la ruta llamada de los 40 días, pues esos son los días que
tardan en llegar. Varios hombres cuidan y guían el gran rebaño; algunos van
montados en camellos, pero otros muchos van a pie.
Esto sí que es
una gran travesía por el desierto y me gustaría mucho poder hacerla. El camino
está relativamente bien señalizado, pero lo que lo señala no son medios
tradicionales, son los cadáveres de los dromedarios que se van quedando por el
camino.
Aquí, en este
país no tratan mal a los muertos. Los cementerios están en medio del pueblo;
debe ser para que no se sientan solos y para no dejar de recordarlos. Las
tumbas de los hombres santos pueden estar más alejadas, pero no sé cuál es la
razón de ese alejamiento.
El animal más
utilizado no es el dromedario, es el burro. Son burros de pequeño tamaño, pero
deben ser fuertes y resistentes y los utilizan para todo: montar, tirar de carros,
llevar carga, sacar agua, etc…
Un par de veces
se han atascado nuestros coches. Menos mal que íbamos en tres coches porque si
hubiese ido uno solo difícilmente habría salido ya que no llevaban planchas, ni
escalas, ni nada para sacarlo.
El espectáculo
del atardecer en el desierto es siempre parecido: todo se tiñe de malva, las
sombras se alargan y el suelo adquiere un mayor relieve.
El desierto lo invade todo. La mayoría de las
aldeas suelen estar a la orilla del Nilo, donde se pueden regar los cultivos,
pero en cuanto se acaba el agua se acaba la vegetación. Las personas que se ven
andando por el desierto, los carros que parece que le atraviesan, normalmente
están al lado de un pueblo. En el desierto desierto no he visto ninguna aldea.
Y como las
aldeas están al lado del Nilo, algunos han utilizado los cráneos de los
cocodrilos para decorar su casa. Lo que más me choca es la manera de fijar los
cráneos: atarlos con unas cuerdas.
Las casas de la
Alta Nubia tienen las puertas decoradas con sencillos motivos geométricos y con
algo de pintura. No es que sean grandes obras de arte como las fachadas
barrocas o modernistas europeas, pero ponen una nota de color y alegría en un
mundo muy austero, demasiado espartano.
Hay algunos
pueblitos que no están cerca del Nilo, están normalmente en un cruce de
carreteras. Imagino que allí hay pozos
de agua y que la carretera, desde muy antiguo
pasa por allí, precisamente por eso, porque hay agua. Los hombres y los
camellos que viajaban antiguamente necesitaban agua, si no la tenían se morían.
Esta adolescente
vive en uno de estos pueblitos. Más bonita no puede ser.
El pueblito es
así de simple, así de sencillo. Casitas de barro, muy pequeñas, que servirán
para dormir y poco más. Casitas que parecen dados, y alguna un poquito más
grande.
En una de ellas
un hombre está poniendo el techo, es un techo de cañas largas, imagino que traídas
de la zona húmeda del oasis. En otra casa hay varios neumáticos colgando de
palos; no sé por qué los han puesto así.
Y otra casita debe ser la tetería, de ella salen y entran hombres; a un
lado hay dos camellos arrodillados.
Salen los propietarios,
se montan en ellos, salen otros hombres, se echan una última charla, y los
hombres se adentran en el desierto, sin seguir ninguna carretera. Esta imagen me
llena de envidia. ¡Cuánto daría yo por poder hacer eso, por poder montar en un
dromedario y adentrarme en el desierto durante días y días!
En todos los
pueblitos, en las gasolineras y hasta en las carreteras, de vez en cuando hay
vasijas grandes llenas de agua para que beban los viajeros. Aquí en Sudán no
hay fuentes pero se procura que siempre haya agua. Es una costumbre tradicional,
es una señal de hospitalidad y afortunadamente la conservan. ¿Quién se encarga
de que haya agua? Cualquiera. Normalmente son las personas que viven más cerca
de las vasijas.
Una de estas dos mujeres está echando agua con una goma. Las
vasijas están a la sombra de un árbol o bajo un sombrajo hecho con palos y
ramas; ya que se ofrece algo hay que ofrecerlo bien. Casi todas las
vasijas tienen una tapa de madera para
que no caiga el polvo del desierto ni algún insecto un poco sediento.
Y en algunas
“áreas de descanso” hay como esas pequeñas regaderas para que los viajeros se
refresquen y se laven un poco. El agua de las tinajas solo es para beber, y
nunca se mete la mano. Se coge el agua con una taza metálica.
Y en un local
con aspecto más europeo veo estos odres de piel llenos de agua. Son los antiguos
recipientes que utilizaban los viajeros para llevar el agua. El problema que
tienen es que el agua rezuma y lógicamente se va perdiendo. Posiblemente
algunos viajeros tradicionales, de los que hacen recorridos por el desierto,
sigan utilizándolos.