LA INDIA (5) - Bundi
El camino hacia Bundi es
monótono, campos y campos relativamente llanos y de cultivo, con algunos campesinos,
con ovejas, con vacas.
Paramos en un lugar donde también lo hacen los camiones,
un pequeño bar o algo parecido. Ya me había fijado por el camino en los
camiones, en lo coloreados y pintados que van. Yo tenía la idea que eso se veía
sobre todo en Nepal, Pakistán y Afganistán y ahora compruebo que también se
hace aquí en la India.
Hay bastantes camiones
parados, los levantan el motor para que se refrigeren, y mientras mis compañeros de viaje toman un
refresco me entretengo en mirarlos con
cierto detenimiento. Los ponen banderolas, partes plateadas, espejitos, les pintan los paragolpes, las
puertas, por los lados, les cuelgan como cadenas, vamos, que los dejan hechos unos cromos.
En
Europa nunca he visto camiones pintados así. La verdad es que así me parecen
más bonitos. De vez en cuando pasa algún
que otro tractor y el guía me dice que la mayoría son de las multinacionales
que tienen tierras de cultivo; que en general los campesinos son bastante
pobres y no tienen dinero para comprarse un tractor.
Y mirando el paisaje y
echando alguna que otra cabezadita llegamos en un pis-pas a Bundi. Comemos y enseguida vamos al palacio. Los actuales
propietarios, el maharajá y su hermana, no se han puesto de acuerdo sobre lo
que hacer con él y así llevan 40 ó 50 años, con lo que todo ha comenzado a
deteriorarse.
Afortunadamente las autoridades locales o estatales lo han empezado
a cuidar para evitar que se estropee. Hay estancias que me gustan mucho como
esa llena de columnas que terminan en elefantes o esas otras llenas de pinturas
murales que relatan escenas de la corte, escenas de caza, batallas y cosas por
el estilo.
Todo está abierto, todo se puede visitar. Hay habitaciones llenas de
trastos, maderas, trozos de escayola, puertas rotas, etc. Hay otras
habitaciones más oscuras llenas de murciélagos colgando del techo, y quitando las
partes más nobles que están limpias y cuidadas y en las que hay vigilantes,
todo parece un palacio propio de una de las películas de Indiana Jones, que
viene aquí buscando algún tesoro.
Subiendo por unos jardines
se llega a unas estancias totalmente abiertas y que están llenas de pinturas
murales. Estas pinturas son diferentes de las de la parte inferior, sobre todo
por el colorido, las de la parte inferior tienen más colores y colores más
vivos, y estas tienen como un color azul verdoso predominante.
Todo el palacio está rodeado por una muralla que sube y baja
por las colinas circundantes y que de vez en cuando tiene pequeños fortines,
que son como torreones más grandes, donde estaba la guarnición. No sé de quien tendría miedo esta gente, de lo
que no cabe duda es que sí lo tenían.
Al finalizar
la visita mis compañeros de viaje se van a la piscina del hotel, yo me voy a
andar por las calles de Bundi. El atardecer tiene una luz especial, es una
luz como mágica, que dora los objetos, que los vuelve casi irreales. Los rayos del sol caen inclinados y
resaltan más los colores de solo una parte de los objetos, y cuando atraviesa el
polvo, da al ambiente un aire especial.
Bundi está en el Rajastán,
y las mujeres de esta parte de la India tienen
sus vestidos de colores muy vivos. Yo lo he notado perfectamente en este viaje.
Bundi es un “pueblo” de
90.000 habitantes que para la India no es nada. Sus grandes ciudades tienen 16 ó 18 millones. Una ciudad de 3 millones es una
ciudad pequeña. Este pueblo me parece una delicia. Estoy recorriéndolo hasta la
hora de cenar y mañana por la mañana lo recorreré hasta las 12, hora en que nos
vamos.
Por todos los lugares del pueblo hay pequeños templos dedicados a los
diversos dioses, hay pequeños altares u hornacinas con estatuas de las divinidades
y espacios como portales y cerrados con una verja y también con estatuas de
algún dios o diosa.
Y aquí enfrente una vaca
olisquea junto a la ropa tendida de una lavandería en la que la ropa se lava a
mano golpeándola contra el suelo; yo no veo que usen jabón, pero tampoco puedo
decir que no lo hayan usado. Y al doblar una esquina aparece un templo hindú
del siglo VIII, con una pátina de casi 13 siglos y unas estatuas por el
exterior que no están muy deterioradas. Y mientras miraba las estatuas unos
chillidos atraen mi atención: son unos monos que se pelean por algo desconocido
para mí. Y el aguador o lechero o lo que
sea, se dispone a recoger al finalizar la tarde. Yo sigo mirando.
A primera hora
de la mañana la luz del sol tiene la misma magia que al atardecer. Todo lo
llena de calidez. Esta familia, vestida con sus mejores galas, espera a la
puerta del hospital. El padre corta el pelo a la niña que llora y protesta
inútilmente.
Sigo viendo hornacinas con estatuas de dioses y diosas y
cerca de ellas algún vendedor de flores para adornarlos o como ofrenda. No sé
si habrá diferencia entre una cosa y otra. Casi todas, por no decir todas, las
estatuas de dioses y diosas tienen un aspecto ingenuo y también están ingenuamente
vestidos y adornados y algunos se parecen, en la cuestión de los adornos, a
ciertas imágenes de vírgenes que hay en Europa. ¿Por qué habrá estas
convergencias?
Los ojos de muchas de estas divinidades están pintados como lo
están los ojos de los niños pequeños, con un sombreado por la parte inferior
¿Por qué será? ¿Qué relación hay entre los dioses y los niños? Quizá alguna vez
me entere.
La gente con la que me
estoy relacionando aquí en la India es muy amable. Casi todo el mundo se deja
hacer una foto, los únicos que ponen pegas son los musulmanes, y como no sé
quienes son y quienes no, siempre pregunto antes de hacerlas. Bastantes
personas me han pedido que les haga una foto. Yo siempre he accedido, lo malo
es que casi siempre se ponen en actitud de posar y entonces la foto se
estropea. En los lugares en que hemos coincidido con bastantes turistas
hindúes, a veces ellos nos han hecho fotos o han pedido permiso para posar
junto a nosotros y hacerse una foto.
Hago
muchas fotos a las personas porque me atrae su cara, su vestimenta, lo que
están haciendo, lo que lleva, su elasticidad, etc. De la India me gustan los
templos y los palacios, pero lo que más me gusta son las personas y su forma de
vida. Ahí es donde veo mayores diferencias con Europa. El paisaje no me atrae
mucho pues no es espectacular ni grandioso; los animales me atraen por que son
diferentes.
Dicen que aquí en Bundi, estuvo Royal Kipling escribiendo el
Libro de la Selva. No me extraña. Este es un lugar encantador. Es la India
profunda tal como la había imaginado desde siempre. Casas de colores y con
dibujos exóticos. Hombres con turbantes. Palacios con aire grandioso, descuidado y
misterioso a la vez. Templos pequeños por todas partes, donde las personas van
a hacer sus ofrendas y donde cada vez que entra una persona hace sonar una campana, sonido
que se extiende alrededor y que es como una llamada para recordarme que estoy
en el país de los múltiples dioses.
Puertas de viviendas y pequeños templos
coloreados con colores y dibujos llamativos que tienen un aire ingenuo y
descuidado como el que tienen las estatuas de las divinidades. Vacas, muchas
vacas por la calle que vagan tranquilamente parándose donde quieren sin que
nadie las moleste ni las haga nada, vacas que no son como las vacas europeas,
sino que son animales que me recuerdan vagamente a los cebúes, de los que
posiblemente desciendan.
Hombres y mujeres sentados en la calle, charlando de
sus cosas y mirando a todos los que pasan, y que cuando me ven con intención de
hacerles una foto se arreglan la ropa y esbozan una sonrisa, sonrisa que se
amplía cuando les enseño como han salido.
Y las fotos de las mujeres salen tan
bonitas con esos vestidos que llevan de tan vivos colores. Bundi, el pueblo de
90.000 habitantes, de casas bajas, templos pequeños y con fuentes en las calles
porque imagino que en muchas viviendas no la hay. Bundi, con los restos de sus
murallas y todavía con algunas puertas que solo sirven para dar testimonio de
un pasado importante y quizá glorioso.
Bundi, que como toda la India está llena
de suciedad que amontonan a veces en medio de una plaza y donde acuden vacas y
cerdos a comer; costumbre que desde nuestro punto de vista es una guarrería
pero que desde el suyo tiene su lógica, pues como la calle no es de nadie allí
se echa la mierda, y que desde un punto de vista ecológico no hay mejor manera
de reciclar que comiéndosela los animales.
Bundi, la ciudad donde más cerdos
sueltos he visto y que no son de nadie ni nadie come, pues los musulmanes lo
tienen prohibido y los hindúes no lo hacen por respeto a los musulmanes y para
que éstos no se ofendan.
Bundi, la de las casas azules que son un descanso para
la vista y una forma de ahuyentar a los insectos pues la sustancia de la que se
obtiene este color es un repelente natural y que desmiente la leyenda urbana de
que éste es el color de los brahmanes y sabios que antiguamente abundaban aquí.
Bundi, con su centro antiguo lleno de estrechas callejas con arcos en las
puertas de las casas, donde hay bancos o escalones que la gente utiliza para
sentarse en ellas, ver quien pasa y saludarle o charlar un rato;
estas chicas y
esta mujer hablaron un poquito conmigo en inglés y me pidieron que las
fotografiase; las chicas se echaron a reír cuando se vieron, la mujer esbozó una
sonrisa; magnífico pago por una foto.
Y aunque en Bundi no he
visto la miseria y la pobreza que vi en las grandes ciudades, si que he visto
viviendas de aspecto más humilde, viviendas con la fachada más abandonada y a
niñas y mujeres lavando en la calle. Niños no vi muchos, debían estar en el
colegio o en alguna otra parte.
Bundi es eminentemente
agrícola y aquí acuden los campesinos de los alrededores para vender sus
productos y comprar lo que necesitan, y que ¿en qué vienen? Pues en un carro
tirado por bueyes ¿o quizá vacas? en el
que solo van las mujeres y los niños, mientras los hombres marchan detrás a
buen paso.