INDIA (3)
Agra – Fathepur – Abhaneri
Nos levantamos temprano, hay que ver el
Taj Mahal al amanecer desde el otro lado del río.
Está amaneciendo y la
ciudad empieza a tener actividad, ya empiezan a colocar los puestos de comida,
de chuches y de otras cosas, la gente ya va a trabajar.
Montamos en unos ritsos
que nos llevan a nuestro destino.
Por el campo vemos algunas viviendas de
campesinos; más pobres y más humildes no pueden ser.
Al llegar a los jardines
vemos el conjunto de edificios del Taj Mahal así de bonitos. Ya hay mucha gente
visitándolo. La luz parece que se puede tocar.
Desde
Agra nos vamos a Fatehpur Sikri, la ciudad que mandó construir un
emperador y que al cabo de 50 ó 60 años fue abandonada por la falta de agua.
Los palacios afortunadamente aún continúan.
De camino pasamos por una charca
donde los búfalos toman un baño matutino.
Yo imaginaba que los palacios
estarían en ruinas o casi en ruinas, sorprendentemente están en un estado de
conservación magnífico. Estos edificios son de un estilo hindú muy puro,
desconocido hasta ahora para mí y que me gusta mucho.
Es la misma sensación que experimenté en
el fuerte de Agra de robustez y estabilidad, aquí me doy cuenta que no hay
puertas ni ventanas por ninguna parte, todo está abierto, por todos sitios se
puede circular libremente.
No sé si esta época y este estilo arquitectónico
coincidió con un movimiento de gran libertad y movilidad de ideas, pero no me
extrañaría nada que así hubiese sido.
Casi todas las personas que hay aquí son
hindúes, y eso es algo a lo que me voy acostumbrando. No sé porqué tenía la
idea que este era un pueblo pobre e inculto y que sus templos y palacios se
conservaban gracias a los ingleses y que solo los visitaban turistas
extranjeros. Estaba muy equivocado.
Al
lado está la mezquita de Salim Christi,
un santo musulmán que vivió aquí hace muchos años y que goza de una gran
devoción. La puerta principal de este complejo es la más grande de toda Asia y
por eso, y porque está en un alto no la he podido fotografiar de frente.
En el edificio blanco está enterrado el
santo, a la derecha la mezquita y a la izquierda las tumbas de varios reyes y
nobles.
Aquí hay menos mujeres que en otros sitios y las que se ven no llevan
vestidos tan vistosos.
A
la salida hay un amplio parque y hoy hace mucho calor, y en este parque veo por
primera vez a la gente refrescándose. Que lo hiciesen los niños no me resultaba
extraño, pero ver a las mujeres echándose jarros de agua por encima de la ropa
sí. Esta escena la he vuelto a ver repetida en otros muchos lugares y siempre
me ha parecido percibir un cierto aire festivo y alegre en esos momentos.
Aunque el suelo siempre está lleno de basura, Nico, el guía, nos dijo que los
hindúes son muy limpios, aunque sean humildes, y mirando y observando he
comprobado que esto es cierto en la mayoría de los casos. La gente va sucia
cuando no tiene ocasión de lavarse, y eso ocurre sobre todo en las grandes
ciudades.
Desde
aquí nos vamos hacia Jaipur pasando por Abhaneri.
La carretera es infame y al mal estado del firme se unen los tractores, las
motos, las vacas y hasta algún que otro rebaño de camellos.
Abhaneri es una pequeña aldea de
solo 15.000 personas. Vamos, una minucia para la India. Es una localidad
agrícola, que cuenta con un sorprendente pozo del siglo VI o VIId.C.
Nunca
había visto nada semejante: la profundidad del pozo,
las escaleras de los
laterales, el templo o monumento que hay en un lateral,
las estatuas que hay
por algunos sitios, y que proceden de un templo hindú que se desmanteló ante
las invasiones musulmanas para que no fuera destruido,
es un conjunto que
sorprende y ante el que se siente una profunda admiración. Los colores de las
ropas de las mujeres animan el sitio y hacen que las fotos sean más bonitas.
Estamos en el corazón del Rajastán y los colores son mucho más vistosos.
En una habitación un poco oscura se
escuchan unos chillidos de animales y se nota un olor a excrementos un tanto
especial. Los animales son murciélagos, que están colgando del techo de las
bóvedas y el olor es el de sus
excrementos. Hay muchísimos murciélagos, y al hacer las fotos, con el flash se
asustan y muchos salen volando y causan el pánico de las mujeres porque son
como ratones voladores, según dicen ellas con lo que demuestran que no tienen
ni idea de zoología.
Después
de visitar el pozo doy un paseo por la aldea. Enseguida me encuentro con esta
niña, su cara y sus ojos me parecen preciosos. Le hago unas fotos y al ir a
darle 10 rupias para chuches aparece un montón de niños que también quieren
dinero para chuches. No se lo doy a ninguno y la niña se queda con una cara de
enorme desilusión. Cuando iba a montar en el autobús para marcharnos, la niña
estaba allí, creo que esperándome y me miró con esa cara que solo tienen los
niños. Cogí 10 rupias y sin que los otros niños me viesen se las di. La
expresión de su cara cambió de repente. Siempre me pasa igual, los niños me
pueden.
El paseo por el pueblito me encantó.
Aquí vi la India rural y profunda, tal como siempre la había imaginado. Los
hombres con esas ropas blancas,
las mujeres con sus vestidos de mil colores
trabajando en el campo, llevando leña,
haciendo cosas en su casa mientras su bebé está en el suelo sobre
una tela,
los ancianos sentados al sol de la tarde hablando de sus cosas, las calles con búfalos,
con mangostas que
van rápidas pero sin miedo, pues nadie las hace nada ya que comen ratas y
serpientes,
la luz maravillosa del atardecer, una luz cálida que todo lo
envuelve, forman un conjunto que cubre ampliamente todas mis expectativas de lo
que podía ser la India profunda, la de verdad, la que yo había imaginado viendo
de niño las películas de Kim de la India, El libro de la selva y alguna que
otra más. Ilusiones e imágenes que se han hecho realidad.
Y como una despedida de este deliciosa
Abhaneri pasa esta mujer con su haz de leña a la cabeza, atado con esa tela
amarilla igual que el vestido que lleva, ¿no será un trozo de su vestido o
pañuelo?, y con su pequeño de la mano.
Su porte erguido es de una gran elegancia natural.
Ya
de noche llegamos a Jaipur. Nacho,
el guía, nos sugiere dar un paseo. A las 8,30 hay muy poca gente por la calle.
A las 9,15 ya no hay casi nadie. Y lo que veo en una plaza cerca de City
Palace, donde está el palacio del actual maharajá me llena de tristeza: gente
durmiendo en el suelo, gente que todo lo que tiene está allí: la ropa puesta,
un pequeño atillo y la vida. No tienen más. Y no hay solo hombres solitarios al
estilo de los vagabundos europeos, no. Hay familias enteras, hombres, mujeres y
niños durmiendo allí. Cuando llueve
extienden unos plásticos y así se cubren. No solo vemos los de esta plaza, por
otros muchos sitios hay personas que viven así: debajo de un puente, en la
amplia entrada a un templo que ya no se utiliza, bajo un alero, y siempre bajo
las estrellas. Menos mal que aquí hace poco frío. Y lo que más me indigna es
que al lado está uno de los palacios más lujosos de la India donde vive una
persona con multitud de criados. ¡Qué mal repartida está la riqueza! ¡Qué
egoístas somos los humanos!
Aquí en la
India, a la gente a la que ya oficialmente se la considera pobre, vive con
menos de 2 € al día ¡por familia!, no por persona. Los pobres entre los pobres,
entre los que me imagino que se encontrarán éstos, viven con menos de 1€ al
día. Y todos los pobres entre los pobres viven en las grandes ciudades, no en
los suburbios, sino por todos los sitios. Para verlos sólo hay darse un paseo
cuando ya es de noche o cuando está amaneciendo. Por el día se las apañan para
sobrevivir. Por lo visto el estado les da comida: harina de maíz o arroz. Aquí,
afortunadamente no se mueren de hambre, se mueren de enfermedades, de suciedad,
de ignorancia, pero de hambre no, aunque si se piensa, rápido se cae en la
cuenta que hay muchas clases de hambre.
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