LA INDIA (8) - Varanasi, Benarés
El
avión nos dejó en VARANASI, BENARÉS, antes
de la hora de comer. El hotel no es el que estaba previsto en un principio, es
menos lujoso pero está en el centro de la ciudad. Las exigentes refunfuñan por
la mala suerte de tener un hotel corriente, con un baño y una habitación
pequeña. Yo prefiero estar aquí.
La
calle es una locura de actividad: motos, ritsos, carros de animales, carros de
carga, autobuses, camionetas y personas, muchas personas. Cuando vi el Cairo me pareció el sumun del
ajetreo y actividad callejera, pero aún no conocía la India. La India es única.
En Varanasi solo
hay que ver dos cosas: las incineraciones y los baños del amanecer. Cuando
llegamos a los ghats de las incineraciones casi es de noche. El espectáculo es
dantesco.
Si los infiernos son de alguna manera tienen que ser así. Humo, luz
rojiza, mil olores (supongo que a madera, a carne humana y a suciedad). Los
hindúes encargados de estas tareas son los intocables y están como si cualquier cosa, los turistas
estamos en silencio.
Miro las hogueras, siento el silencio, un calor abrasador
si me acerco demasiado y una luz y un ambiente que se hace cada vez más especial
a medida que aumenta la oscuridad. No hay más que ver.
No me resulta
interesante continuar aquí. Aquí ya no hay vida, aquí solo está el rito de la
muerte y la morbosidad que sentimos los vivos por conservar aún la vida.
Todas las tardes hay una ceremonia en un ghat cercano. Acuden muchísimos
hindúes. Muchos de ellos echan al río unas hojas de nenúfares con una vela
encendida que arrastra la corriente. Cuando han echado muchas hace muy bonito
verlas, son como lágrimas o suspiros que se han hecho realidad.
Y la actividad religiosa me parece puro teatro. Los sacerdotes están muy
limpios, bien alimentados y son jóvenes y guapos. Sus vestimentas aún tienen
las rayas de la plancha o del armario. La verdad es que no entiendo lo que significa
y digo lo que digo porque la ignorancia es atrevida.
Un poco más allá unos hombres lavan ropa, no la suya sino la
de la lavandería. Aguas arriba de la zona de lavandería y de los baños una gran
tubería echa las aguas residuales de Varanasi al Ganges. No digo más.
Llega la hora mágica de la salida del
sol. En este momento los fieles dirigen sus ofrendas y plegarias hacia él, como
si fuese un dios, y todo se llena de luz, de una luz mágica que todo lo
trasforma.
Todos los edificios, todo se vuelve rojizo. Es algo que dura unos
instantes pero esos instantes son mágicos. Había visto algo parecido en el
desierto y en los Alpes, cuando las grandes paredes y glaciares se encienden de
colores rosas y malvas, nunca en una ciudad.
Seguimos lentamente por el río y en la
zona de incineraciones no hay actividad. Solo hay dos cuerpos que se lavan en
el río y que en cuanto se hagan las piras se quemarán. Pero no lo veré. No
tiene interés para mí. El sol ya se ha levantado y el fuego de los edificios se
va consumiendo.
Por
la orilla veo a un joven que lleva un montón de maletas de unos turistas que
han llegado en barca. Viendo cómo va pienso que eso es aprovechar un viaje y
las pocas ganas que debe tener de echar más.
El
viaje en barca por el Ganges va tocando a su fin. Pasamos junto a una zona de
muchos templos, alguno de los cuales parece que quiere sumergirse en el Ganges
para alcanzar el Nirvana y no tener que estar penando con sus cimientos en la
inestable orilla del río. Nos
vamos a desayunar y a asimilar la visión única del amanecer en el Ganges a su
paso por Varanasi, la ciudad sagrada por excelencia de la India.
Vamos
al lugar donde Buda pronunció su primer sermón, el lugar donde nació el
budismo. Todo está limpio, todo es lujoso y dorado, todo está lleno de
mármoles, los jardines están cuidados y todo contrasta con los lugares relacionados
con la religión hindú.
Durante la noche
me levanto 5 veces al baño. Las medicinas que tengo no me hacen nada. Nico me
da unos antibióticos y me quedo en el hotel. Salgo a la puerta y me entretengo
en mirar y mirar.
De vez en cuando pasan triciclos cargados hasta los topes.
Los ciclistas no pueden con ellos, tienen que ir empujando. En ocasiones van
dos chicos o jovencitos que empujan como burros. Nunca he visto tanto esfuerzo.
Alguna que otra persona que me parece mayor empuja hasta que ya no puede más.
Me dan ganas de ayudarles pero no estoy en condiciones de hacerlo.
De cuando en cuando pasan algunos carritos más livianos.
Hasta a mí me consuela verlos.
No se ven muchas mujeres en moto y
estas musulmanas, tapadas hasta las orejas me sorprenden, pues las mujeres
musulmanas que he visto en las mezquitas no van tan tapadas ni llevan pañuelo
a la cabeza.
Como poco a poco me voy encontrando
mejor y no tengo necesidad de ir corriendo al servicio empiezo a hacer pequeños
recorridos por los alrededores. Veo una tienda de ruedas que tiene las nuevas
en la puerta y todas las viejas, que son las que más vende, dentro de la
tienda.
Y aquí también es facil poner un negocio, el local no es
imprescindible, sino que se lo digan a estos zapateros que abren su tienda en la
calle, sentados sobre unas piedras en la acera. Su sitio debe ser fijo porque
los clientes van allí de cosa echa. Estoy un rato mirando, ellos se dan cuenta
de que lo hago pero no me dicen nada, ellos siguen a lo suyo.
Los conductores de ritsos descansan
de vez en cuando y para no dejar solo su vehículo lo hacen sobre él. Cuando un
turista se dirige a ellos es como si les tocase la lotería, pues nosotros les
pagamos entre 30 y 50 rupias por viaje y los hindúes les pagan 10 o menos. Hay
que recordar que 1€ son 60 rupias. En ocasiones les hemos pagado 150 rupias por
llevarnos a 3 sitios. Ese día su enorme esfuerzo ha tenido una compensación:
pueden comer bien ellos y su familia durante unos días.
Hay
pequeños jardines que nadie cuida y que se llenan de vegetación como si fuese
la selva. Estos pequeños oasis se llenan de pájaros y animalitos que es una
gozada ver.
De repente aparecen pequeños altares en
cualquier sitio como éste junto a un árbol. Las flores y las pequeñas ofrendas
delatan estos lugares que podrían pasar desapercibidos para mí. Es la presencia
de lo divino en lo minúsculo y cotidiano.
Varanasi
es la ciudad donde se viene a morir. Este perro no creo que haya venido de
ningún sitio. Ya está lleno de moscas y todavía está aquí. Nadie lo retira
porque no es su tarea. ¿De quién será la tarea?
Alrededor ya huele muy mal.
Unos
albañiles arreglan una cocina de esas en las que hacen fritos para diversas
horas del día y a las que tan aficionados son los hindúes. Son como sus pinchos
solo que sin alcohol y siempre picantes. Los he probado algunas veces con Nico
y la verdad es que están bastante buenos.
Los entendidos dicen que el picante
sirve para dar sensación de hartazgo, de plenitud estomacal y si es así es un
buen invento para los lugares en los que no es muy abundante la comida, así no
se tiene sensación de hambre.
Por
la calle siguen pasando ritsos y triciclos que atraen mi atención, bien por la
carga bien por el porte y dignidad del hombre que lo lleva, como es el caso de
este hombre que va descalzo. Y con tanta bici no es extraño que uno de los
mejores negocios callejeros sea el de arreglar ruedas, pinchazos y cadenas. En
el rato que estuve junto a este puesto no les faltó el trabajo.
Por la tarde me encontraba mucho mejor
y fui con Nico a dar un paseo a la orilla del Ganges. Parecía un sitio
diferente, todo tenía un color gris malva. Un color bonito pero diferente al
rojizo del amanecer. ¡Colores de la India!
Es
la última mañana. Me levanto temprano. Veo como unos obreros quitan una enorme
estructura de bambú que ha servido de escenario para una fiesta la pasada noche.
Todo está atado con cuerdas y todo se desmonta con gran rapidez. En Europa
sería impensable hacer hoy algo así, pero con andamios semejantes a estos se
hicieron nuestras catedrales y los hindúes hicieron el Taj Majal.
Unos
muchachos empiezan a freír el desayuno para los más madrugadores. Una mujer ya
ha abierto su puesto de chuches y de té. Sus hijos están sentados al lado y no
tienen pinta de ir a la escuela. ¿Qué harán todo el día en la calle?
Los
niños y niñas que van al colegio van limpios, bien peinados y muy arreglados.
Frente al hotel pasa una niña que mira con mucha atención el pelo teñido de
rubia de una turista. Intento hacerla una foto pero se da cuenta y se va. Al
final la convenzo para que se la deje hacer y lo malo es que posa.