Vuelvo
hacia la Estaca de
Vares y sigo la costa camino del cabo
Ortegal. Hay bellísimos paisajes de mar que se ven muy mal; y se ven mal
por dos motivos: uno, por que todo está lleno de eucaliptos y casi no hay
ningún claro; otro, porque no hay lugares para parar, la carretera es estrecha
y no hay arcén y parar es un peligro.
Todo es inmenso y hay como una cierta
sensación de soledad. No se ven barcos faenando ni a lo lejos ni cerca. No hay
caminos ni pescadores de caña. No hay mariscadores. No hay ganado. Sólo el
viento y las gaviotas. Las gaviotas son las que dan compañía. Pero el sitio es
grandioso, majestuoso. Los acantilados no caen verticalmente al mar, es como si
a las cimas les diese miedo arrimarse más al mar.
San Andrés de Teixido es una
ermita sorprendente. Yo creí que era fiesta, pero no. Es que siempre viene
mucha gente.
Y antes de la ermita hay muchos puestos en los que venden lo que yo creía inimaginables de vender enla España actual: amuletos para evitar el mal de
ojo, para dar buena suerte, colgantes para tener salud y amor, y cosas por el
estilo. Es este un mundo rural profundo, profundo, que creí que ya no
existiría, un mundo donde las creencias ancestrales se adaptan a las nuevas
religiones y a las nuevas formas de vida.
En el interior de la ermita hay una
parte llena de figuras de cera, figuras que representan seres humanos o partes
del cuerpo humano, figuras que se ponen o como agradecimiento o como petición
de que el santo proteja o cure a una persona o a la parte del cuerpo
representada. Esto y las figuras del vudú son casi la misma cosa. Es una
sensación de sorpresa, como de estar en otro mundo o en otra época, la que
siento al ver todo esto.
Y antes de la ermita hay muchos puestos en los que venden lo que yo creía inimaginables de vender en
En Ortigueira
sale el sol. El mar adquiere un color precioso. Hace muchísimo viento. Es un
viento que limpia la atmósfera y hace que todo parezca más cercano, más
próximo. Las casitas parece que resaltan más, las montañas parece que están más
cerca y todo se llena como de encanto, como de alegría.
El mar
está de un azul bellísimo. Es un azul cambiante según la dirección en que se
mire y según la profundidad del mar.
Cabo
Prior. ¡Qué bonito es el mar! Siempre es igual y siempre es
diferente. Siempre es grandioso. Aquí, en cabo Prior, la tierra cae sobre el mar
bruscamente. Se ven las rocas de granito como no se ven en otros sitios.
Las
indicaciones para ir de un lugar a otro son inexistentes. En los cruces no sé
hacia donde ir. Me pierdo varias veces y tengo que recurrir a preguntar cuando
llego a alguna aldea. Por la radio oigo las quejas de un señor del bloque
nacionalista gallego que se queja ante el presidente del gobierno que las
multas de tráfico no están en gallego ni que los guardias no se dirigen a los
conductores en gallego. Yo le pediría que primero se preocupe de que haya
buenas indicaciones en gallego o en castellano y que luego se preocupe de otras
minucias.
Y para acabar la tarde paseo por El Ferrol. No me gusta Ferrol, lo veo
demasiado gris, demasiado uniforme, demasiado sin personalidad. Sus viviendas
son actuales, de los años 80 para acá. Son ese tipo de viviendas muy uniformes,
muy sin personalidad, muy iguales a las de cualquier otro sitio. Alguna casa
antigua conserva las balconadas. Lo único que veo característico es el color
blanco de muchas fachadas.
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