GALICIA - La Ribera Sacra
Y hoy lo voy a dedicar a visitar la Ribera Sacra. Pongo la dirección que tengo en el GPS e inicio la marcha. Cada vez me meto más en la Galicia rural, la de estrechas carreteras, viejos muros de piedra delimitando los prados, el cielo azul, alguna que otra casa y nada más. Creo que me he perdido. Y sí, me he perdido, el GPS no encuentra las localidades que le indico, cambio de aparato (utilizo el móvil) y sigo sus indicaciones. He empleado dos horas en este matutino paseo, pero no me importa. Me gusta vagabundear y lo que he visto me ha gustado: aldeas tranquilas, un campo bucólico, paz y… ¡que más podía pedir!
Y el nuevo aparato me lleva en otra dirección, y ahora sí que ya voy hacia la Ribera Sacra. El paisaje se va haciendo más ondulado, más montañoso, pero sigue igual de rural e igual de bonito. Paso por aldeas que ni siquiera figuran en los mapas, pues aquí el territorio está ordenado por Concejos o Parroquias y solo figura la principal, la que da nombre al territorio. Empiezo a ver los pequeños hórreos gallegos; casas solas, al lado de la carretera, alguna chimenea echando humo, pequeños prados de un verde intenso y los viñedos. Viñedos con palos y alambres para que suban las viñas y las uvas no estén cerca del suelo, pues la humedad no las dejaría madurar o incluso las estropearía.
La carretera va bajando y los montes se van llenando de robles, robles que aún están desnudos y muestran su esqueleto gris. Pero por todos los lados lo que más abunda es la soledad y el silencio. Salpican las montañas pequeñas aldeas con las casas pintadas de blanco; y también casas solas, aisladas. Por eso se ven, si no se confundirían con el color de la tierra.
Estas pequeñas aldeas de unas poquitas casas, diseminadas por las montañas y por el campo son el alma de Galicia. Mi idea de Galicia es esta, más que las ciudades y grandes pueblos. No conozco bien el alma gallega, pero imagino que la esencia de la misma está en este mundo rural más que en las zonas urbanas. Y lo bonito es que se vean estas casas y que se vean desde lejos. Uno puede estar solo, pero te sientes acompañado de las personas que viven allá lejos, en aquellas lejanas aldeas. Uno nunca se siente perdido ni en soledad; es como si el alma, el espíritu de todos los campesinos que han vivido y viven aún aquí rondase a nuestro alrededor, que también recorriesen las carreteras y vinieran por los caminos que vemos cuando hacemos un alto. Estas cosas las imagino así, pero reconozco que algo más se me escapa, es algo que no sé decir, que no sé contar, pero que sé que siento.
Y poco a poco, casi sin darme cuenta, me voy metiendo en el corazón de la Ribera Sacra, en las tierras donde el Miño y el Sil confluyen. Y en su confluencia, a lo largo de los últimos miles de años, han excavado profundos cañones en los que parece que sus laderas son empinadas montañas.
Y en esas laderas, donde también hay aldeas en lugares
increíbles, hay bastantes iglesias y monasterios, de ahí el nombre de Sacra.
Hoy son monasterios abandonados e iglesias cerradas, solo el gran monasterio de
Santo Estevo, hoy convertido en Parador de Turismo, sigue en pie. No sé el
porqué hubo esta concentración de edificios religiosos en esta zona: ¿Fue para
estar aislados y poder dedicarse mejor a la meditación y a la vida
contemplativa? ¿Fue porque era una zona rica y había abundantes recursos para vivir?
¿Era una zona muy poblada y había que ofrecerles asistencia espiritual y
religiosa? ¿Hubo nobles que cedieron sus tierras a la iglesia? Posiblemente
serían varias las razones de esta concentración, posiblemente se haya estudiado
y dado respuesta, quizá mis interrogantes sean fruto de mi ignorancia y de la
pereza por salir de ella.
El día está precioso. Hay unas mesas en un robledal junto a la carretera. Paro para comer allí algo de lo que llevo mientras tomo el sol, escucho el canto de los pájaros que ya están empezando a entrar en celo, y veo el paisaje. Frente a mí está esta casa abandonada. Aún se mantiene en pie. Las piedras, aunque no tienen cemento entre ellas, se sujetan muy bien. Las zarzas hacen imposible acercarse a la entrada. Es grande la sensación de abandono, pero a la vez también es grande la sensación de fortaleza y resistencia. ¿Y no será la fortaleza y la resistencia una de las características del alma de los campesinos gallegos? Con un cierto pesar, con una cierta pena, dejo atrás la casa abandonada y marcho a seguir mi ruta, mi camino.
Desde estos miradores no solo se ven los cañones que ha hecho la
erosión del rio, también se ven las onduladas llanuras que hay alrededor, con aldeas,
muchas aldeas, prados verdes, bosque y como un alma, como un espíritu que flota
sobre todo ello y lo cuida, protege y preserva.
Paro
en Castro Caldelas, a tomar un café
y a ver lo que queda de su castillo. Estamos unos pocos turistas recorriendo
las cuatro callecitas de la parte más antigua. El castillo está como a trozos,
como a retazos, por unas partes muy arregladito y muy bien conservado, y por
otras como cayéndose, como descuidado y dejado.
Después del paseín y de tomar el café marcho hacia Monforte,
pero como las indicaciones son tan buenas e inexistentes, pregunto a algún
anciano o anciana que veo en las aldeas y a pesar de ello, como sus
indicaciones no son muy precisas, doy vueltas y vueltas hasta que encuentro la
carretera que me lleva a Monforte, donde llego ya anochecido, pero aún a tiempo
de cenar. Y colorín colorado, mi paseo por la Ribera Sacra se ha terminado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario