ITALIA - La Toscana: Florencia
Llego a Florencia por la tarde. Es domingo y afortunadamente no hay mucho tráfico por las calles. Hay gente muy amable que me indica perfectamente el camino a seguir yendo delante de mí con su coche.
El camping está muy cerca de la plaza Michelangelo, un lugar que es un mirador privilegiado sobre Florencia y al que acuden muchos turistas. Desde allí puedo observar una bonita puesta de sol. La silueta de algunas torres y la cúpula de la catedral se destacan sobre un cielo de color gris azulado con tientes rosas cambiantes. Es como si Florencia me diese la bienvenida.
A la mañana siguiente muy temprano me voy a la galería de los Uffizi y aunque estoy allí a las 9 tengo que esperar cola hasta las 10 de la mañana. Coincido con dos matrimonios argentinos y esa hora de espera se nos hace más corta hablando de cosas de España. Son personas muy curiosas y constantemente me preguntan cosas, pero cada respuesta conduce a una nueva pregunta y así hasta que nos toca entrar.
Los Uffizi es una de las mejores pinacotecas del mundo y posiblemente la mejor en arte del renacimiento.
Hay cuadros en los que las figuras están llenas de vida, pero para llena de vida me quedo con la virgen de la Anunciación de Simone Martini que tiene un gesto como de asombro y está como traspasada por un algo especial, quizá por el espíritu de Dios. Es uno de los gestos más asombrosos de todo el arte europeo.
La obra de Gentile da Fabriano está llena de color, pero en ella predomina más el lujo y la pompa. Es como una gran corte renacentista que va al pesebre de Belén. La composición está cuidadísima y las líneas convergen magistralmente en el niño Jesús; pero no es que la vista vaya sólo allí y se olvide el resto del cuadro. No. Está tan bien construido que la vista recorre el cuadro y todo te lleva al centro, pero desde él, la vista vuelve a otros lugares del cuadro para volverse a iniciar el proceso y al final se ha recorrido toda la obra.
Y luego un cuadro asombroso, pues ante él no cabe más que el asombro: La Batalla de San Román de Paolo Uccello. Es un cuadro enorme de grande y parece que en cualquier momento las figuras van a empezar a moverse y a salirse del lienzo. Caballos en unas posturas inverosímiles, lanzas verticales, horizontales, hacia abajo, soldados en una multiplicidad de puntos de vista, fondos con escenas de caza como si en la guerra alguien se olvidara de esa tragedia y se entretuviera en cazar conejos, y así se puede uno estar mirando y mirando este maravilloso cuadro y siempre descubriendo algo nuevo.
Perugino, el maestro de Rafael, pinta unos rostros asombrosos. El retrato del joven está lleno de tristeza, de melancolía; tiene una mirada como ausente.
Con esta obra pongo punto final a este recorrido por las obras que más me han llamado la atención de la galería de los Uffizi. Ha habido más obras que me han gustado muchísimo, pero no quiero escribir una reseña de todo el museo.
Desde allí me dirijo al Palazzo Vecchio o della Signoria. Me toca esperar otra hora para entrar. Todo el palacio es una gran manifestación de todo el lujo y esplendor del último renacimiento: techos suntuosos, paredes llenas de frescos, estatuas, pilas, chimeneas, puertas,…el lujo, la suntuosidad y el refinamiento están presentes por doquier.
Hay un gran gusto por lo pomposo; no me extraña el gran triunfo del barroco en Italia. El primer renacimiento es más fino, más delicado, como con más equilibrio, va como más dirigido al espíritu y a medida que avanza en el tiempo poco a poco empieza a dirigirse más hacia los sentidos.
¡Qué bonita es la plaza de la Signoria! Me gustan las torres, las estatuas que hay por aquí y por allá (y vaya estatuas) las casas de diferentes alturas, la gente que viene y va y se detiene, y y comenta, y se sienta en la Loggia al abrigo o amparo de alguna de sus estatuas.
Son estatuas que acompañan, que protegen, que dan compañía. Estas estatuas son otra manifestación más del gusto por la belleza, por lo bonito, por lo bien hecho, propio del renacimiento italiano. Es una manifestación más de la pretensión de que las obras de arte estuviesen a la vista de todos, que sirvieran para el disfrute de todos.
Desde la plaza me voy hacia el Duomo. Por el camino, adornándole a la vez que se adornan las paredes de algunos edificios, más estatuas de artistas famosos como esta de Donatello.
El Duomo por fuera es sorprendente por su belleza y elegancia. Por dentro es austero, gris, tristón, pesadote. Hay mucha gente ¿Cómo estará en agosto?
Se ven de vez en cuando unas chicas despampanantes, de entre 20 y 30 años, que van con hombres maduros, de entre 50 y 60, y me acuerdo de los comentarios que al respecto hizo mi hijo Moncho cuando estuvimos aquí hace 15 años: “¡Estos tíos deben tener más pasta! ¿Por que si no de qué iban a ir con estos viejos unas chicas jóvenes que están buenísimas?”
El puente Vecchio está lleno de gente que sobre todo mira, y se mira lo que se vende, y el río, y la ciudad y a la gente que pasa. Y todas estas cosas forman un espectáculo humano, con un decorado maravilloso, que discurre ante los ojos de los que se detienen a observar.
Y lleno de imágenes maravillosas recogidas durante todo el día, y también bastante cansado físicamente de tanto andar despacio y tanto estar de pie, me voy a descansar al camping.
Por la mañana me despido de Ana y Timoti, el matrimonio inglés que vive en España y con el que he charlado las dos tardes que hasta ahora he pasado en Florencia. Ellos se van a los lagos del norte de Italia, yo subo a San Miniato al Monte.
La vista desde allá arriba es magnífica. El día es limpio, luminoso y se perciben los más mínimos detalles. La iglesia es románica, pero de un estilo diferente a las de Francia y España, se parece a las de Pisa, pero ésta de aquí tiene mucha decoración geométrica en el exterior.
Y en el interior la decoración continúa, pero la acompañan mosaicos, frescos y obras posteriores, como la capilla del cardenal de Portugal. Viendo la iglesia hay un grupo de adolescentes españoles que han ido en viaje fin de curso y que escuchan las explicaciones de sus profesores. Yo también me pongo a escuchar y me sorprende el tipo de comentarios que hacen algunos profesores: ¡Esta no es una visita típica, aquí no viene la masa, sólo gente entendida en arte! ¡No hagáis las fotos típicas desde la puerta, hay que ser más originales! Aparte de estos comentarios que para mí denotan un tipo de persona que va buscando la notoriedad y el distinguirse de los demás, sintiéndose en cierto modo como pertenecientes a una elite cultural, sin hacer nada para que eso sea así, los comentarios artísticos eran de corte muy histórico y por tanto muy aburridos; no aportaban nada del valor plástico de la construcción, de la decoración, de los frescos, de por qué se hacían las cosas así, etc. es decir, faltaba la esencia del arte, lo cual es muy grave en un profesor que se las quiere dar de original y exquisito en sus gustos.
Y dejando a los profes y a los alumnos con sus cosas me marcho buscando la sombra hacia Santa María del Carmine. Por el camino el olor que sale de una panadería me detiene, es un olor delicioso. Seducido por él entro y compro pan y una porción de pizza que están deliciosos. ¡Ha sido una buena seducción!
Y de un lugar maravilloso a otro. Ahora a Sta. Mª Novella. La iglesia es muy bonita. La vista enseguida se va a laluz, al altar, y allí se encuentra con unas paredes llenas de color, de magia, de luz y de belleza. Allí están los frescos de Ghirlandaio. Los miro y los miro y no me canso de mirarlos. Son como un maravilloso comic en el que aparece la vida y personajes de la alta sociedad florentina de la época. La vida de la virgen es un pretexto para que ante mis asombrados ojos desfilen personajes y más personajes en ambientes variados y cambiantes. ¡Y los colores siempre son tan bonitos!
Luego paso al claustro y a la capilla de los españoles, también llena de frescos. Me estoy mucho rato sentado, mirando. La sensación es distinta a la que he sentido en otros lugares, tanto dibujo como me rodea me abruma y no me deja pensar, sólo me deja sentir. Y con tanto color, tan bonito, tan suave, tan dulce, tan alegre, la sensación es muy agradable y muy placentera.
Aquí sentado, frente a estos magníficos frescos, pienso en qué es el arte, en cual es su función y en cosas así. Estos hombres buscaban con sus edificios, con sus cuadros, con sus frescos, cosas diferentes a lo que buscaban los franceses o españoles de su tiempo. La función, la concepción, la intencionalidad de este arte, era distinta a la del resto de Europa.
Y después de este descanso me voy a andar por las calles, a mirar los palacios, a mirar las casas, a la gente, a las tiendas que son casi repetidas de las de España, a comer un helado (hoy sólo de café), a sentarme en la plaza de
la Anunziatta, una de las más bellas plazas de Florencia, y a mirarla hacia un lado y hacia otro, a levantarme y recorrerla lentamente para verla desde diferentes puntos de vista y apreciar mejor su belleza y la perfección de sus proporciones, y a continuar hasta la iglesia de la Santa Croce.
Hace 13 años esta iglesia se visitaba libremente y sólo había que pagar para visitar los claustros, sacristía, museo, etc. hoy hay que pagar 5€ y se ve todo y todo está iluminado y explicado en varios idiomas.
Luego los maravillosos frescos del altar mayor, de la capilla Baroncelli y de la sacristía. Otra vez la magia del color.
Interior de la capilla Pazzi y una bóveda de la misma.
Salgo de allí y en la plaza una mujer me pide una limosna pero no la doy nada. Luego lo pienso y creo que he obrado egoístamente, me gasto mucho dinero en ver museos, iglesias y cosas por el estilo y escatimo unos céntimos a una pobre mujer que no le tiene que sobrar nada. Miro a ver si la veo pero ya no está. Continúo paseando.
La plaza de la República está muy animada, muy pomposa con todos sus grandes palacios y edificaciones. Un poco más allá está el Mercado Nuovo, tan bonito, tan antiguo pero a la vez tan vivo. Y continúo mi paseo hacia la plaza de la Signoria, y allí me vuelvo a.encontrar a la mujer que estaba pidiendo y que otra vez me vuelve a pedir; esta vez si que la di una pequeña limosna.
Y vuelvo a sentarme en la Logia de la Signoria, rodeado de estatuas y viendo como gente variopinta pasa hacia un lado y hacia otro; y me doy cuenta de cómo muchas personas compran souvenir y cosas sin necesidad, se preocupan de cosas banales o hablan por hablar por teléfono durante tiempo y tiempo.
Después de un rato me voy hacia la plaza Michelangelo para ver la puesta de sol. Allí una inglesa de mi edad quiere ligar conmigo, y aunque la mujer nos está nada mal, yo no estoy por la labor, así que no hay nada que hacer. Empieza a anochecer. Una española tira del marido mientras le dice: ¡Vámonos de aquí porque este es el sitio de las putas! ¡Mira como van esas! Y esas eran unas jóvenes turistas con minifalda, pantaloncitos cortos y generosos escotes que se marcharon en cuanto hicieron las fotos de rigor. Yo, que tampoco era puto, también me marché porque tenía que hacerme la cena y alguna que otra tarea, además de descansar.
Un nuevo día y otra vez más de lo mismo, más arte. Hoy toca el museo Pitti. Este museo está basado en la colección de una realeza menor pero aficionada al arte. Los cuadros ocupan casi completamente todas las paredes de las habitaciones. Las estatuas también están por doquier. Todo está decorado con lujo y esplendor, pero no resulta un lugar acogedor para vivir. Está bien como museo, no como vivienda.
La colección de estatuas romanas es estupenda y sorprende.
Hay una buena colección de cuadros de Rafael, Ticiano, Rubens y de otros artistas italianos. Lo que ocurre es que hay muchísimos cuadros y la mayoría son de pintores de segunda fila.
Las estancias que se conservan como vivienda son lujosas; el baño que se ve es enorme y muy bonito; el vestidor de la reina grandísimo. Luego hay un montón de cuadros del siglo XIX, algunos muy buenos, aunque es una pintura minusvalorada.
Desde aquí me voy a la iglesia de San Marco, donde están los dibujos que hizo Fra Angélico en las celdas de los monjes. Me parecen dibujos con una gran perfección técnica, muy lindos, y sobre todo con un bello colorido.
Había un grupo de estudiantes ingleses, ya mayores (20 años y más) que se debían creer los únicos con derecho a verlo; los demás a ellos les traían sin cuidado.
Salgo de la iglesia de San Marco y en la plaza entro en una especie de panadería donde había bastante gente comiendo y allí tomo cuatro clases de pizza que estaban riquísimas y a un precio muy asequible (6€ con bebida).
Muy cerca de allí está el palacio Medicci Ricardi. Entro a visitarlo. Los patios y los jardines pertenecen a un mundo de lujo y esplendor, un mundo propio y exclusivo del Renacimiento. Se busca la belleza por doquier, en muros, columnas, fuentes, jardines; las estatuas están por aquí y por allá ocupando huecos, creando espacios, aportando nueva belleza.
Este renacimiento florentino es sorprendente, ¡qué lejos queda lo que conozco del renacimiento español, tan sobrio, tan austero!
Y luego entro en la capilla. Estoy yo solo y estoy mucho más de los preceptivos 7 minutos que hay que estar cuando se va en grupo de 7 personas (grupos de 7 personas durante 7 minutos). Me quedo extasiado viendo los frescos de Benozzo Gozzoli. Me parecen bellísimos, indescriptibles. Son algo que sólo se puede expresar de la forma que se ha hecho, es decir, pintando. Las fotos no hacen justicia, les falta la brillantez del color.
En la sala de Luca Giordano me acuerdo de mis princesas ¡hay tantos temas mitológicos para contarles!: el Rubicón, el perro de las tres cabezas, la gran serpiente, y muchos más. Me siento a descansar y como estoy muy cansado casi me duermo. Me levanto y salgo a pasearme por las calles de Florencia.
Y sin querer, sin hacer intención, paso por delante de la iglesia de San Lorenzo. Una maravilla más del renacimiento italiano.
Luego continúo por el Duomo, Piazza de la Signoría, Piazza de la Santa Croce, jardines de la Piazza Michelangelo y el camping. Es como mi paseo de despedida. Mañana por la mañana me marcho de Florencia. Estoy cansado, bueno, mejor sería decir saturado de ver tanto arte y tan concentrado. No sé cuando volveré, pero a Florencia merece la pena volver.