miércoles, 25 de enero de 2017

NEW YORK: JARDINES Y PLAZAS, PLAZAS Y JARDINES.
 
El gran jardín de New York es Central Park, pero hay muchos pequeños jardines en pequeñas placitas. Yo diría que cada pequeña placita se ha convertido en un pequeño jardín. Nunca había estado en jardines como éstos. Los jardines que más se parecen a estos son esos pequeños y escasos jardines naturales de los Pirineos, de los Picos de Europa o de los Alpes en los que hay un pequeño lago o una pequeña pradera en un claro del bosque, y todo está rodeado de altivas y poderosas montañas. Casi todos los jardines de New York tienen un aspecto salvaje, como descuidado, y todos están rodeados de esos altivos torreones que son sus rascacielos.
 
 
Ahora en invierno los árboles están desnudos y entre las ramas se entrevén muy bien las siluetas altas, enormes y poderosas de los edificios. En muchas ocasiones los árboles se quedan abajo y por encima de ellos sobresale un buen trozo de rascacielos. Quizá aquí, en los jardines, los rascacielos me dan aún más sensación de  fuerza y de poderío al alzarse sobre los árboles.
 


 
 En Central Park es donde los rascacielos me dan más sensación  de torreones y agujas como las de las montañas. Todo el parque está rodeado de torres y más torres que se vislumbran a través de las ramas o que aparecen de repente al llegar a un claro o a un altozano del parque.
 
Y cuando hace bueno y uno se puede sentar en un banco de una pequeña plaza,  se disfruta mucho de la caricia del sol y de las vistas. De las vistas de los rascacielos, de las vistas de los humanos y de las visitas de las ardillas. En cuanto hay unos pocos árboles y un poco de césped ya hay ardillas.
 
 
         Me da la sensación que a los neoyorquinos les gusta mucho estar en la calle. Siempre hay gente sentada en los bancos de las placitas aunque no haga muy buen tiempo, y en algunas siempre hay gente jugando a juegos de mesa, como en Chinatown. Hay pequeñas plazas casi sin árboles pero en casi todas hay mesas y sillas para que la gente se siente y charle. La placita se convierte así en un lugar de encuentro.
   
      Hay otras plazas un poco más amplias en las que hay un mercado semanal. En Union Square se celebra los fines de semana un mercado de arte y de alimentos cultivados por  campesinos. los cuadros son de esos que se hacen para vender a los turistas, y los puestos son para la gente de aquí. Me acuerdo de Alfredo cuando veo un puesto en el que venden hasta 8 clases de patatas, yo creo que ni él conoce tantas clases. Allí compro unos bizcochos tipo casero que están deliciosos. Cada uno cuesta 2,50 ó 3$ pero son grandes y están buenísimos. A las ardillas les gustaba mucho el de zanahorias. En las fotos de las plazas se ven perfectamente alguno de los edificios que las rodean. Paso mucho tiempo mirando y mirando esos edificios que casi siempre me parecen muy bonitos.
 
 
 Árboles y árboles en el borde de las calles, en pequeños ensanchamientos que no pueden ni llamarse plazas. Y siempre la sorpresa en forma de gran edificio, bien sea un moderno rascacielos, una preciosa casa de ladrillos o la silueta de uno de los puentes que unen Manhattan con las otras partes. Los puentes parecen todavía más aéreos, más ligeros, como más sutiles.
 
 
Desde los jardines que hay a la orilla del río Hudson se disfruta de unos preciosos atardeceres. Son unos atardeceres monocromos, que se llenan como de nostalgia y melancolía con esas luces que se reflejan en el agua. Parece que en cualquier momento aparecerán unos hombres que se bajarán de unos coches  vestidos con largos gabanes, hablarán unos momentos sobre  turbios negocios y enseguida se volverán por donde han venido. Son imágenes de películas. Quizás he visto demasiadas películas.
 
 


viernes, 13 de enero de 2017

ESPAÑA: Extremadura - Plasencia
marzo - 2016


PLASENCIA es un pequeño y hermoso lujo. Todo el casco antiguo está lleno de palacios, iglesias grandes y poderosas que a veces parecen fortalezas, plazas y la silueta de la catedral, una catedral vieja románica a medio tirar y otra nueva gótico renacentista a medio hacer. Y las dos están encastradas la una en la otra y forman una extraña simbiosis, un extraño cuerpo.

 


           Afortunadamente las calles y plazas no están muy vacías. Los turistas las ocupamos y les damos vida y ambiente. Por aquí también está el conservatorio y escuelas de arte con lo que se ve a niños y jóvenes pasar hacia un sitio y otro.  




         Pero los edificios se imponen. Todo lo ocupan aunque estén bien separados unos de otros. Tienen como entidad propia, aunque es una entidad cargada de humanidad.


 Están hechos a escala humana, están como demasiado llenos de recuerdos, de recuerdos de cosas iguales a las que nos ocurren a los hombres de hoy, y esos recuerdos se escapan, nos envuelven y hacen que nos sintamos como en nuestra casa, como en nuestro ambiente. Aquí las piedras hablan.




lunes, 9 de enero de 2017

ESPAÑA - JAEN- Sierra de Segura
 abril 2008.

Estoy sentado en Orcera (un pueblito de Jaén), detrás de la iglesia, escuchando el rumor de una fuente y escribiendo estas líneas. Es la hora en que muchas mujeres del pueblo, tan peinadas, tan peripuestas con sus chándales y con su andar ágil se dan su paseo. Pasan junto a mí y nos miramos.
Pero bueno, vamos por orden.
       Esta mañana en Siles con el pretexto de comprar pan paseo por sus callejitas tan tranquilas, tan blancas, tan vacías. La panadera me aconseja que pan comprar, le doy las gracias por el consejo y además le compro unas rosquillas.



 Luego la Sierra de Segura. Precioso bosque con enormes barrancos y cortados de rocas por aquí y por allá. Subo a un pico siguiendo una pista forestal. Desde la cumbre hay enormes vistas en todas direcciones.



 Y de la Sierra de Segura a Segura de la Sierra, la patria de Jorge Manrique. Pueblo en lo alto de una montaña y ocupando la ladera.


 Segura de la Sierra con su castillo en lo más alto, con los restos de las murallas abrazando al pueblo, con sus portalones de antiguos palacios, con plantas rupícolas llenas de flores que adornan las paredes de tapias y viviendas... 





...con las callecitas estrechas y empinadas, con esa fuente  que mandó construir el emperador Carlos V y que es un auténtico lujo, con sus baños árabes permanentemente abiertos y que se iluminan cuando entras,



 con jovencitos que no saben explicar ni decir que hay que ver en su pueblo, con gatos que sestean indolentes en las puertas de las casas, con jóvenes amables que te saludan con una sonrisa cuando te cruzas con ellos en la calle, tiene un aire especial que parece circular por todas partes, por todos los rincones y que es como una ráfaga que viene del más allá, que viene de la eternidad. Posiblemente fue ese aire el que hizo que Jorge Manrique escribiera esos versos únicos y maravillosos.
       Paseo indolentemente por estas callecitas. Miro las ventanas cerradas, los rincones  vacíos, las placitas sin gente, y me parece sentir como que este pueblecito se está muriendo, dulce, tranquilamente, con la misma calma, con la misma tranquilidad con la que los ríos van a la mar.

Y aquí, en Orcera ya han pasado todas las mujeres. No hay nadie por la calle. Sigo escuchando el agua. Suenan unas campanadas dulces, lentas. Con pereza me levanto para continuar mi camino.



Hornos es una fortaleza de rocas sobre la que hay una pequeña fortaleza humana, de dimensiones pequeñas pero suficientes dada la magnitud de las naturales.


       Calles estrechas, sin coches, donde dormitan los gatos a sus anchas (¡cuántos gatos hay por estos pequeños pueblitos!), con pequeñas placitas adornadas con flores ¡Qué bonitas son las flores! Son tan bonitas que hacen bonito lo que les rodea.



         Busco una tienda donde comprar un cuaderno. Una mujer me dice que sólo hay dos tiendas. Entro en una, allí no hay y me mandan a la otra.  La señora que atiende está sentada junto a una estufa de butano. Le pido el cuaderno, me lo da, se lo pago y en lugar de marcharme inmediatamente empiezo a hablar con ella.  Y hablamos sobre el frío que hace, sobre lo bueno que hizo días atrás, de lo bonito que es su pueblo y de otras cosas igual de intrascendentes. Pero para mi la conversación tiene mucha trascendencia. Y la trascendencia reside en las ganas de charlar de la mujer, en lo alegre de su mirada, en la sonrisa que permanentemente insinúa y en esas ganas de agradar que se nota en no sé qué cosas imperceptibles. Terminamos de charlar. Salgo a la calle. El viento me da en la cara. Es un viento fresco pero agradable. 

jueves, 5 de enero de 2017

INDIA: GAWALIOR
octubre 2011

Desayuné temprano, y como aún quedaban unas horas para que nos marchásemos me fui a ver despertarse la ciudad. Al amanecer es muy agradable andar, la temperatura es ideal para hacerlo.
¡Qué pronto entran en actividad las calles de esta ciudad de un millón de habitantes! Los puestos de flores para ofrecérselos a los dioses y dar la bienvenida a los forasteros es de lo primero que ponen. ¡Es tan bonito ofrecer flores de bienvenida!


Y los puestecitos donde venden comida o bebida para desayunar también están puestos y enseguida se llenarán de clientes ¿Y por qué no lo tomarán en su casa? ¿No les sería más barato?


 Los amigos y conocidos enseguida se acoplan en “su asiento” y se cuentan las últimas novedades. Es una buena manera de empezar el día.


Y por la mañana hay que coger agua en la fuente que está en la calle y hay que ir a los servicios que también están en la calle y que los utiliza todo el barrio y que no sé quien limpiará pues los hindúes casi no limpian los servicios de su casa porque eso es algo impuro. Imagino que les tocará hacerlo a los intocables.



Ahora por la mañana hay una luz preciosa, totalmente diferente a la europea. Todo se suaviza y todo se  llena de una atmosfera cálida y dulce a la vez.  Hay momentos en que todo se vuelve rosa, es como si los vestidos de las mujeres contagiaran a todo de su color.


Las mujeres friegan los cacharros en la calle, algunos hombres se lavan en un barreño o con una manguera que han conseguido acoplar a un grifo. Otros hombres esperan a que les toque su turno.




En un minúsculo templo con columnas naranjas una mujer hace sus ofrendas y oraciones. ¡Esto es la India profunda y real!


La pequeña canalización al aire libre de aguas residuales se ha atascado en una pequeña pasarela y el agua rebosa y se extiende, pero nadie parece preocuparse, ¡esto no es de nadie!


Las calles más amplias se van llenando de ritsos, estas moto taxis que tan buen servicio hacen y que cuestan tan barato.


Algún anciano se “sienta” a su manera en la silla y ve como pasa la gente. ¿Quién se podría sentar así en Europa?


         La luz hace maravillas en ese grupo de personas y en ese suelo embarrado. ¡Qué bonita es la luz subtropical!


         Me voy hacia el hotel que está rodeado de jardines y zonas con mucha vegetación. Una mujer está segando a la manera tradicional hindú,


 y cuando creía que mi recorrido había terminado me encuentro de repente con un espectáculo maravilloso en esta zona de verdor y de flores. A esta hora temprana todo está lleno de pajaritos pequeños y de mariposas. Y claro, me entretengo en mirarlos.