INDIA (2) – Agra.
Por la mañana temprano partimos hacia Agra. Después de un rato paramos en uno
de esos sitios que se sabe el conductor y mira por donde aparece un niño con su
flauta y su serpiente.
Se pone a tocar y la serpiente levanta la parte
delantera de su cuerpo, le hago unas fotos y me pide una propina. Le doy 10
rupias (unos 15 ctms de €), me mira y por señas me dice que le de otra propina
para la serpiente, que también tiene que comer. Me hizo mucha gracia su
razonamiento y también su cara y sus ojos. Le di otras 10 rupias y el se fue
tan contento con su dinero y yo con mis fotos.
Lo primero que visitamos en Agra
fue El fuerte rojo. En cuanto se ve se comprende por qué le pusieron ese
nombre. En la puerta de entrada hay muchos mendigos, con pinta de verdaderos
mendigos, pidiendo. Lo malo es que hay demasiados y cuando das a uno una
limosna los demás, si lo ven, te acosan para que les des a ellos otra.
No es por
no dárselo, es porque se acaban los billetes pequeños y los que no han recibido
nada lo necesitan tanto como los que sí han recibido algo. Lo anterior era mi
razonamiento para no dar nada, luego pensé que si solucionaba la cena de unos
pocos eso era mejor que nada, por lo menos para ellos.
Las dependencias y palacios del
interior del fuerte son lujosas y espectaculares. Es un tipo de arquitectura
con muchísimos espacios abiertos, sin puertas. Es un espacio para que corra el
aire, para que, entre la luz y la vida, los pájaros andan por aquí como por su
casa. Las partes de estilo mogol me son más familiares, sin embargo, las
estancias con columnas y como vigas horizontales, que son de un estilo más
hindú, me son desconocidas, pero me gustan por la sensación de estabilidad,
fuerza y robustez que dan.
Son como las vigas de madera que he visto en algunos
edificios de España, pero con la diferencia que aquí son de piedra y están
adornadas con esas filigranas que me recuerdan a las de los árabes.
Son estancias
bonitas, agradables y con un cierto toque de misterio. En algunas de ellas hay
galerías o amplias balconadas y desde esas galerías se ve, allá a lo lejos, el
Taj Mahal, resplandeciente y a la vez envuelto en una tenue neblina.
Y como es una visión tan hermosa decidimos
ir a verla de cerca. Rápido llegamos al Taj Mahal. La entrada me
recuerda a la tumba de Humayum, quizá por el tono rojizo que tiene.
Enseguida
entramos y veo lo que esperaba ver: el Taj Mahal en carne y hueso (como diría
mi nieta Alicia). Y el edificio y la luz del atardecer me gusta, pero no me
sorprende, lo que sí me sorprende es la enorme cantidad de hindúes que están
visitándolo.
Los turistas extranjeros somos una minoría que pasa casi
desapercibida. Al atardecer el Taj Mahal adquiere un tono entre rosa y malva
precioso, y este color adquiere aún más brillo y resalta más con los
maravillosos colores de los vestidos de las mujeres.
Estoy mucho rato mirando
el Tah Mahal desde un lado, desde otro, viendo el efecto del sol sobre sus
paredes y mirando a muchas mujeres. Sus ropas me chiflan.
A las 7 de la tarde,
cuando ya empieza a ser de noche y dentro del Tah Mahal ya no se ve nada, echan
a todo el mundo. Mañana a las 6,30 de la mañana volverán a abrir, pero ya no
vendré aquí, veré el Taj Mahal desde la otra orilla del río, desde un lugar
recomendado por las guías.
No hay comentarios:
Publicar un comentario