ESPAÑA: POR EL NORTE Y A ORILLAS DEL MAR (11)
Voy de Luarca a Tineo. Voy atravesando un bosque cerrado, oscuro, un
bosque por donde hay una luz especialísima que se filtra a través de las hojas
y da una sensación de calma, de paz, de misterio y de magia, sí, de magia
porque este bosque es mágico.
De vez en cuando hay un claro y se ven pequeñas aldeas de casitas blancas, de casitas como perdidas entre tanto verdor. Y para que aumente la magia y el encanto el valle aparece con nieblas.
De vez en cuando hay un claro y se ven pequeñas aldeas de casitas blancas, de casitas como perdidas entre tanto verdor. Y para que aumente la magia y el encanto el valle aparece con nieblas.
Paso por el bosque de Muniellos pero no me detengo, ya he
paseado esta mañana por bosques llenos de luz y de magia.
Sigo por el Puerto del Connio donde los bosques continúan. El cielo está azul,
la visibilidad perfecta, las vistas inmensas. Hay muchas, muchas montañas pero
a medida que se avanza hacia el norte, hacia San Antolín de Ibias, se van
haciendo más suaves.
Junto a la carretera, de vez en cuando, hay viejas
viviendas con las paredes llenas de musgos y de plantas.
Desde el Alto
del Acebo las vistas vuelven a ser inmensas. ¡Cómo se recrea la vista en
estas inmensidades! ¡Hasta el alma parece que se expande!
San
Esteban de los Buitres es una pequeña aldea perdida entre las montañas.
Me produce una gran sensación de soledad, de abandono, de decadencia, como de
muerte. Muchas casas están medio derruidas, sólo veo un hombre trabajando en un
pequeño huerto. La mayoría de las casas no tienen ni antena de televisión. Aquí
ya no vive casi nadie. Los buitres poco deben tener que comer, si acaso de las
posibles cacerías que se puedan celebrar por aquí, porque de cadáveres de
ganado me parece que poco iban a comer.
Y entre montañas que cada vez son más
bajas, que parece que van muriendo llego a Puerto de Vega, antiguo puerto
ballenero y allí paso las últimas horas de la tarde.
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