ESPAÑA: POR EL NORTE Y A
ORILLAS DEL MAR (10)
Por la
mañana paseo siguiendo la costa desde el cabo de Peñas hacia Avilés.
Todo el
tiempo me acompañan el viento, las gaviotas, el sonido del mar y visiones de
inmensas playas solitarias, de imponentes acantilados, de olas que se estrellan
contra las rocas, de espuma blanca que ocupa enormes extensiones, del mar lejano, tremendamente azul y de un cielo
que titubea entre ser gris o azul, pero que sea como sea siempre me parece
bellísimo.
Y con estas visiones
llego a otra visión, la de Avilés; bueno, mejor dicho a lo que queda de
ENSIDESA. Y aquí me encuentro con un joven al que le pregunto como llegar a
Llaranes, y con ese pretexto empezamos a hablar y le cuento como de joven
trabajé en ENSIDESA en el taller de mecanización y en el de fundición. Pero de
eso hace 44 años y ya no queda nada. ENSIDESA se desmanteló y estas chimeneas
es lo único que queda de aquello.
En Llaranes
visito la calle monte Rebollín y veo la casa donde viví. Y recuerdo
aquellos tiempos, recuerdo el autobús que me llevaba al trabajo, recuerdo las
romerías en los prados, recuerdo los paseos con Lidia, recuerdo las charlas con
José Luis y con Manolo y recuerdo a la chica de la tasca, a la que le faltaba
un diente y que se arreglaba a la hora de comer y cenar, que era cuando íbamos
nosotros. Pero aquella vieja tasca ya no está, ha desaparecido como han
desaparecido otras muchas cosas. Lo que sí está aún es la estación, o apeadero, donde cogíamos el tren hacia Avilés y Salinas
o hacia Oviedo.
Doy un paseo por Avilés y desde allí me voy a la playa de Salinas.
Paseo por la playa y me voy a la Peñona.
Las rocas, las
mismas rocas donde nos sentábamos José Luis, Radis, Lidia y yo. El mismo mar,
la misma playa. Pero ahora estoy solo. Esperaba… ¿un fantasma?... ¿un sueño?...
¿una ilusión?... ¿un recuerdo? Los sueños, los recuerdos, las ilusiones de hace
44 años se las llevó el viento, el mismo viento que los vio nacer, el mismo
viento que ahora mueve las olas al igual que las movía entonces. Todo aquello
pasó y en el alma sólo queda como el sueño de un recuerdo, el recuerdo de una
ilusión y la ilusión de un recuerdo. Y todo ello acompañado de una dulce
melancolía.
Un poquito más allá de la playa
de Salinas hay un merendero. Allí, frente a un bellísimo mar azul paro a comer.
Cudillero es uno de los pueblos más
bonitos de España. Es chiquito, en cuesta, frente al mar. Está todo recogidito,
como en un puño. Es un modelo de cómo aprovechar el terreno. Pasear por
Cudillero es meterte en un dédalo de callejitas, y desde casi todas ellas
hay unas vistas preciosas del mar y de todo el pueblito.
La tarde está
radiante. El mar está azul, el cielo también está azul. Y el alma se alegra con
tanta luminosidad. En la puerta de algunas casas hay unos pescados colocados en
unos palos puestos a secar al sol.
Unas señoras me recomiendan amablemente un restaurante para cenar un buen pescado. Sigo sus indicaciones y no me arrepiento de haberlas seguido pues el pescado que ceno es realmente bueno.
¡Y la cena paseada! Y paseo por las
calles desiertas y silenciosas de Luarca. Y me asombro ante alguna de esas
tiendas en las que venden de todo, tiendas que son como grandes almacenes, en
las que lo que falta es espacio para presentar tantas mercancías como tienen.
¡Qué amables me resultan estas tiendas!
Me gustaría entrar y mirar, y mirar cosas; y tocarlas y hablar con el dueño y
comprar y comprar por el placer de hacerlo, por el placer de adquirir objetos de
uso corriente, de uso casi diario, porque los objetos cotidianos de estas
tiendecitas son como muy entrañables, como expuestos con mucho cariño, como
traídos hasta aquí por que son necesarios, como traídos hasta aquí para que la
gente disfrute de ellos. Son objetos que tienen como ilusión.
Son como retazos de mar puestos delante de
una puerta. Es como si no tuviesen bastante mar y se quisieran llevar un
cachito a su casa.
Los
acantilados de Cabo Vidio son de una
altura y de una verticalidad como no he visto nunca. Son un lugar ideal para
escalar si la roca fuese más compacta. Las vistas son amplias, dilatadas,
enormes. Todo es enorme, todo está como en consonancia: la altura, la verticalidad,
el oleaje, la grandiosidad del paisaje.
Me estoy mucho rato mirando y mirando al tiempo que siento el viento en mi cara y como mi alma se satisface ante tal espectáculo.
Llego a Luarca al atardecer. Una suave luz,
entre rosa y malva, lo envuelve todo. Se encienden las farolas y su reflejo en
el agua pone una nota brillante, distintiva y hace que todo parezca más
armónico, más bonito. Con esta luz, con esta calma del agua, parece que los
barquitos están como descansando, como reponiéndose de las fatigas de estar en
alta mar. ¡Qué bien se pasea por la orilla del puerto!Me estoy mucho rato mirando y mirando al tiempo que siento el viento en mi cara y como mi alma se satisface ante tal espectáculo.
Unas señoras me recomiendan amablemente un restaurante para cenar un buen pescado. Sigo sus indicaciones y no me arrepiento de haberlas seguido pues el pescado que ceno es realmente bueno.
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