SUDÁN DEL NORTE
(6)
PUEBLOS GRANDES
Amanece en KARIMA Los niños ya van
hacia la escuela. Las casas de tierra y la montaña sagrada toman un color
rosado que enseguida desaparecerá. A los niños les gusta mucho que les haga
fotos y que luego se las enseñe. Como no están muy acostumbrados a que se las
hagan no ponen caras raras.
Ya avanzada la mañana el mercado
tiene bastante actividad. Aquí se vende de todo, es como unos grandes almacenes
en horizontal.
Las tiendas de hilos, de cintas y de sedas tienen un brillante
colorido.
La mujer con los ojos cerrados
estropeó la foto después de convencerla durante un tiempo, pues una
integrista musulmana que estaba a su lado la decía que no se dejase hacerla. Me
llamó la atención su cara tan maquillada, algo que no es corriente en Sudán.
El
zapatero descalzo me hizo mucha gracia pues solo vendía chanclas y zapatillas
de aspecto cómodo que no hacen pensar que te vas a quedar descalzo para estar
mejor.
Me resultó muy curioso ver a los
fruteros en la vía del tren. Es el ferrocarril que construyeron los ingleses en
el siglo XIX y que ahora no se debe utilizar. Estos hombres solo tienen cuatro
cositas para vender, y una de dos, o aquí la vida es muy barata y con poco
dinero ya se puede vivir, o estos hombres pasan estrecheces. Quizá sean las dos
cosas.
Un poco más allá las ovejas y las
cabras hacen como que comen junto a la vía del tren. No sé qué comerán, porque
lo que se dice hierba parece que no hay mucha.
Aquí hay muchos niños y estos
pequeños no van a la escuela. Las mamás no utilizan cochecitos ni nada por el
estilo. Los niños van en brazos o andando, todo depende de la edad.
Y las
madres del Sudán son iguales que las de todo el mundo, tratan a sus niños con
ternura y cariño y se ponen tan orgullosas cuando otras personas les decimos
algo aunque no entiendan lo que hemos dicho; por el tono en que lo hacemos se
lo deben imaginar.
Estos dos capitanes generales están
pasándonos revista mientras vamos por delante de la tienda. El más pequeño
tiene el bastón de mando, el uniforme un poco grande y los zapatos se le han
olvidado en casa. El otro está con el cubo y no sé a dónde irá. Estar, no están
muy bien vestidos, pero parece que hambre no tienen, lo cual ya es bastante.
Mientras la abuela llena los
cántaros de agua para que la gente que pasa pueda beber, la pequeña nos mira
con cara de pocos amigos. Debe pensar que esta gente con ese color tan raro no
debe ser de mucho fiar y en consecuencia no se separa de la abuela.
En estos pueblos grandes el cementerio
está cerca de la mezquita. En eso se parecen a los cristianos que también
entierran a sus muertos en las ciudades, al lado de las iglesias. Los
sentimientos y las razones para hacerlo deben ser similares.
Y en todos estos pueblos grandes hay
“cafeterías” en los lugares más transitados. Esta es la plaza por la mañana
temprano, y en esta “cafetería” ya quedan pocos sitios libres. Los hombres se
sientan, charlan un rato y luego se van. Esto de tomar café es solo de hombres;
las mujeres sudanesas no van nunca, las únicas que lo hacen son las turistas.
Pero si las mujeres no van nunca, las propietarias de las “cafeterías” son
siempre mujeres de edad variable, pues las hay jovencitas y otras ya entradas
en años. ¿Por qué esta distribución de roles según el sexo?
En DONGOLA LA NUEVA hay tiendas limpias, similares a las del mundo
occidental. En esta tienda venden pollos asados, y los deben hacer bastante
bien porque mucha gente viene a comprarlos. Al ver esto decidimos comer aquí, y
la verdad es que los pollos estaban buenos y limpios.
Cerca de esta tienda está la calle
de los bares y cafeterías, la calle del alterne. Los locales tienen toldos para
protegerse del sol y del polvo que levantan los coches que pasan, pero por lo
demás son lugares muy confortables donde hay un gran ambiente hasta que se pone
el sol.
Cuando se pone el sol todo se cierra. La luz eléctrica es muy cara. Los
chicos van por allí luciendo sus mejores galas, las chicas también van, pero en
menos cantidad.
Estos bares tienen más categoría que las “cafeterías” de la
calle; en la mayoría, además de la propietaria, hay camareras que llevan el
café hasta las “mesas”. Los hombres no las dicen nada. Ellas no les miran pero
a nosotros sí. Aquí no vienen muchos turistas y les gustará ver como son los
hombres blancos. La mayoría de las camareras y propietarias son mujeres
jóvenes, casi todas muy guapas, y de facciones africanas.
Y a estas chicas les encanta que les
hagamos fotos, y cuando se las enseñamos lo agradecen con una sonrisa. Una de
ellas nos enseña sus manos todas pintadas. Las manos pintadas me parece que
indicaban que la chica estaba soltera, con lo que los hombres se podían dirigir
a ella.
Aquí en el centro del pueblo (o de
la ciudad, pues no sé como lo consideran ellos) hay una gran actividad. Además
de las “cafeterías” hay muchas otras cosas. Los chicos limpiabotas limpian los
zapatos y sandalias de los clientes de las cafeterías por muy poco dinero.
Luego están los chicos recaderos, que con su bici hacen los recados que les
mandan los hombres que están sentados en las cafeterías, los dueños de las
tiendas, gente que vive por allí. Son chicos muy jovencitos, de 15 ó 16 años
que están muy acostumbrados a trabajar y que cuando es la hora en que termina su
trabajo se reúnen entre ellos para echarse unas risas
.
Y aquí nunca faltan esos hombres
mayores, que todavía no son ancianos pero que llevan camino de serlo, sentados
en cualquier parte menos en una silla, que miran hacia delante aunque el sol les
dé de frente.
Los viejecitos de verdad sí que se sientan en una silla.
En la plaza principal del pueblo
paran los autobuses y microbuses que van a los lugares cercanos y lejanos.
También hay numerosos tricimotos que llevan a la gente a su casa o a lugares
bastante cercanos. Los coches y
autobuses son muy nuevos y muy coloreados. Sus colores no desentonan con los
colores africanos.
Pero
hay colores que sí desentonan con los africanos, y son los de esas mujeres
vestidas de negro. Hay un sector de la población que no está nada de acuerdo
con el integrismo musulmán y hasta piensan en echarlos del país por la
radicalidad de sus costumbres. En este país son musulmanes dese hace muchos
siglos, pero este fanatismo no les gusta.
Y aquí, en el centro, es donde más
actividad laboral hay. Los hombres llevan mercancías de los coches a los
almacenes, de un almacén a otro, comprueban y ponen a punto sus coches, coches
que en su mayoría son coches europeos de segunda mano y que aquí en Europa ya
no sirven, pero sí que sirven para que circulen por África.
Y este hombre con su cazadora de
cuero y su cara tapada con un pañuelo de forma que solo se le ven los ojos, me
recuerda mucho a los tuareg. Es un hombre que tiene un aire algo misterioso,
que a la vez se le puede considerar como un bandido o como un hombre con un
cierto halo de romanticismo, que secuestra a las mujeres para enamorarlas y
hacer el amor con ellas, nunca para violarlas.
Y
si bonitas eran las luces del atardecer, las del amanecer no se quedan atrás. Los
árboles se encienden, brillan más y el verde es más luminoso, más bonito.
Las sombras se alargan, los blancos
son aún más luminosos. Todos los colores brillan más. Los hombres, únicamente
los hombres, se sientan al sol como si tuvieran frío y quisieran calentarse y
empiezan a tomar té y café (onkawua).Algunos parece que se acaban de levantar
de la cama, parece que alguno ha dormido en el hotel de la Bella Estrella
(Belle etoile).
Y este hombre que parece que mira desde el misterio hace algo
que no sé: o vende esos recipientes, o cuida que no falte el agua para lavarse
o simplemente está sentado en esa silla mirando cómo pasa la gente o pensando en sus cosas.
Y una pareja está al sol en actitud
de espera; y como si el sol quisiera hacerme un regalo los vestidos se llenan
de luces y sombras, de trasparencias, como de magia. La mujer lleva un vestido muy bonito, de colores muy suaves, de
unos colores que son como románticos.
Y poco a poco todo se va llenando de
actividad. El sastre acaba de abrir su taller y empieza a coser a la máquina,
una máquina que es similar a la que se usaba mi padre. Mi mirada se llena de
recuerdos y de cariño. Nuestras miradas se cruzan y aparentemente no pasa nada
más, pero quizás las miradas tengan un lenguaje especial, que los humanos no entendemos,
y puedan hablar entre sí.
Y la actividad aumenta poco a poco.
Unos hombres descargan sacos de un camión, unos sacos enormes que meten en un
almacén.
Un poco más allá otro hombre está haciendo como una especie de
ladrillos con barro: le da forma con un molde, y lo prensa con una máquina muy
simple.
Un chico jovencito, un adolescente, pica lechugas y cebollas para
venderlas ya picadas.
Y un pequeño burrito ha tirado de un carro lleno de
cebollas. Ahora descansa mientras el dueño y otro hombre hablan de sus cosas.
Y en este PUEBLO CUYO NOMBRE PERDI vuelve a haber más de lo mismo. Hombres
sentados al sol con aspecto indolente, como si estuviesen descansando después
de un duro trabajo. Sol que a ellos parece que les acaricia, que parece que lo
necesitan y que a mí ya casi me abrasa.
Y en este pueblo la plaza tiene una
particularidad, y es que tiene soportales donde los comercian-tes tienen sus
almacenes y ponen sus tenderetes.
Estos soportales sobre todo deben proteger
del sol, del terrible sol que cae aquí durante casi todo el año.
Este chiquito
vende cebollas, pero qué pocas cebollas tiene para vender.
Y este viejito se
sigue sentando como se ha sentado durante toda su vida mientras cuenta sus
monedas, sus muchas monedas de poco valor que envuelve en pequeños trozos de
plástico de color verde.
Y con la cara de esta preciosa
jovencita, jovencita que vi en el mercado de ESTE PUEBLO CUYO NOMBRE HE PERDIDO me despido de este Sudán rural,
profundo, auténtico. Bueno, todo es auténtico, la gente y los pueblos no están
falsificados. La próxima parada será Jartum y el gran mercado de Omdurmán.