SUDAN DEL NORTE (5)
EL SAHEL
Casi todo el recorrido que hemos hecho
por Sudán ha sido por el Sahel, esa zona que va desde el Océano Atlántico hasta
el Índico y que abarca desde el sur del Sahara hasta el comienzo de la zona más
rica en vegetación de África. Es una zona subdesértica en la que abundan las
acacias y arbustos espinosos y poca hierba.
Las zonas desérticas también abundan, aunque
hacia el sur van disminuyendo. La lluvia es escasa y los cultivos también, la
agricultura que hay es una agricultura de subsistencia. La gente suele vivir
sobre todo de la ganadería: ovejas, cabras, dromedarios, vacas pequeñas y
burros.
Muchísimos habitantes de esta zona son
nómadas, que van con sus ganados de unas zonas a otras, buscando los pastos.
Hay pequeñas aldeas de viviendas también
muy pequeñas, que ocupan o permanentemente o solo en la época de sembrar o
recoger las plantas cultivadas. Son viviendas de seminómadas.
El Sahel me fascina. Tiene un atractivo
especial para mí y no sé el porqué. Quizá sea la dureza de las condiciones de
vida; el aspecto espartano y duro de sus habitantes; el esfuerzo que tienen que
hacer, y que he visto muchas veces, para vivir; su hospitalidad y su curiosidad
por ver a esos extraños que nos acercamos a saludarles y a verles un poquito
más de cerca, aunque a mi pesar nos acercamos muy pocas veces ya que a los
guías no les gusta hacerlo, quizá por no molestar o porque los turistas no nos
llevemos una impresión de pobreza del país.
En este viaje he tenido la enorme suerte
de estar en un pozo del Sahel, un pozo que lleva allí miles de años, pues junto
a él hay ruinas egipcias. En lugar de ver las ruinas me quedé junto al pozo
viendo como trabajaban los hombres.
La boca del pozo está en un pequeño
alto. Una larga cuerda se ata a dos burritos que andan y tiran de la cuerda que
sube el recipiente lleno de agua.
Los hombres cogen el recipiente y lo
echan en alguna de las pilas que hay cerca.
Desde
esas pilas van llenando bidones o garrafas de plástico, pues el agua se la
tienen que llevar al lugar donde tienen su campamento o sus pequeñas viviendas.
Cuando
una familia o una persona ha sacado el agua que necesita, retira sus burros,
que son sustituidos por los de la nueva persona o familia que va sacar agua.
Los
animales se cansan, y tienen que beber. En un recipiente se echa agua y los
animales beben. Pero los hombres también se cansan y también beben agua. En
ocasiones las personas beben de bidones o garrafas llenas con agua del
recipiente donde han bebido los animales, en otras beben directamente del agua
en que han bebido los burros.
Lógicamente
su aparato digestivo tiene que estar acostumbrado a compartir bacterias, o lo que
sea, con el de los animales. Los europeos, probablemente, no podríamos hacer
eso.
Y
cuando han llenado sus recipientes y los bidones, se los llevan al
emplazamiento donde están. Y se los llevan con sus burros. Desde luego que son
burritos fuertes y resistentes; a veces su cuerpo está recubierto por
recipientes de agua, y encima llevan montada a una persona. Para mí es todo un
espectáculo ver a estos hombres con sus burros cargados, andar por el Sahel.
Para mí es la imagen de la supervivencia, del esfuerzo por vivir. No tienen
nada superfluo, nada innecesario, si no hacen lo que hacen, se mueren.
Estos
hombres del Sahel viven fundamentalmente de la ganadería. En muy pocos sitios
se puede cultivar lo suficiente como para vivir de ello. El ganado unas veces
parece que está solo, en otras lo están cuidando o pastoreando. Y quienes lo
cuidan muchas veces son los niños.
Niños
que se acercan tímidamente, con cierto recelo, niños que no dicen nada. Que
cogen un paquete de galletas pero que no saben abrirlo. Niños que no tienen
juguetes, bueno, las niñas de 8 ó 10 años tienen muñecos especiales, muñecos de
verdad: sus hermanos pequeñitos.
Niños
del Sahel. Niños que no se quitan las moscas cuando se les ponen en la cara,
por los ojos, por las comisuras de los labios. Quizá a lo mejor hasta es bueno,
a lo mejor las moscas evitan algún tipo de infecciones, pero quien dice eso,
casi seguro que no deja que las moscas se pongan en la cara de sus hijos
pequeñitos. Niños del Sahel que creo que no irán a la escuela, niños a los que
la educación probablemente no hará personas libres; pero libres ¿de qué? ¿para
qué? No tengo respuesta. Quizá esta
gente sea más libre que los occidentales. Lo único que no tienen es la comida
garantizada, ni agua potable disponible, ni verse libres de enfermedades que
para nosotros ya son desconocidas. Pero no les ata comprarse un piso, ni un
coche, ni el último modelo de teléfono móvil, ni una tablet, ni la ropa de
última moda. No sé qué es mejor.
Tengo un mar de dudas y ninguna respuesta
clara y contundente. Pero desde luego lo que no es mejor es tener que lavarse
en charcos como éste, y si solo se lava, bien va; lo malo es que a lo mejor
también bebe de ese charco.
Y
estos son los campamentos de estos pastores nómadas. Hay algunos que son más
numerosos, son los que están en lugares donde hay pozos permanentes y pasto más
abundante para el ganado. Otros tienen muy pocas tiendas o cabañas, y deben de
ser de familias o clanes familiares poco numerosos.
Me
gustaría mucho vivir durante unos días con ellos, en sus mismas condiciones,
pero sobre todo me gustaría hablar y entender lo que hablan entre ellos. Me
gustaría conocer cuál es su sentido de la vida, de la felicidad, de… esas cosas
esenciales que yo no tengo nada claras y que quizá me ayudasen a conocer o a
saber cuál es el sentido de mi vida o del que yo pueda dar a la vida que me
queda.
Sospecho
que en esta vida tan sencilla puede que esté el secreto de la felicidad. Quizá
esta gente solo tenga lo esencial de lo esencial: el cariño de las personas que
te rodean, comida, agua y poco más. A lo mejor también tienen su buena dosis de
sufrimiento al ver morir a sus seres queridos sin poder hacer nada. Pero no lo
sé. A lo mejor ese sufrimiento forma parte de lo esencial de la vida. Desde
luego que vaya cosas que se me ocurren viendo el Sahel y a sus gentes. Estos no
son viajes para ver, son viajes para sentir y para pensar.
Y
tanto las personas que viven en las pequeñas aldeas, como las que viven en las
tiendas o chozas, hacen pequeños corrales para meter el ganado. Los corrales
están hechos de ramas, de palos, de cañas. Pero estos materiales hay que
recogerlos, y con mucha frecuencia se ve a hombres y mujeres con cargas de
palos para estas pequeñas obras y para cocinar, pero no para calentarse.
Con
relativa frecuencia se ven dromedarios. Ellos los crían para utilizarlos como
medio de transporte y para venderlos como carne. De vez en cuando se ven
grandes rebaños de dromedarios que van camino de Egipto para vender-los allí. La ruta sigue cerca del
Nilo para que los animales puedan beber y comer.
Cuando
la comida de los animales o el agua escasean estos hombres recogen sus tiendas
y todas sus pertenencias, las colocan en un dromedario o dos y en sus borricos
y con todos sus ganados se van a otra parte. Para mí es un espectáculo único e
impresionante, de una gran belleza plástica y de una gran fuerza humana.
(Esta foto no es
mía, pues aunque nos cruzamos con ellos, los guías no quisieron pararse)
Y
estas son mis impresiones y sensaciones del Sahel, una tierra inhóspita y dura
como pocas y demasiado habitada para los recursos que tiene.
¿Por qué viven aquí tantos hombres? ¿Por qué
no se han ido a otra parte? Quizá esta gente ame la libertad sobre todas las
demás cosas. Nada les ata a un sitio concreto, son libres de ir a donde quieran
y como quieran. Nadie reclama esta tierra como propia, es una tierra demasiado
pobre y la vida aquí es demasiado dura.
Esta
tierra es el Sahel, una tierra cuyos habitantes me impresionan por su sencillez
y su fuerza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario