CHINA (12) – BEIJING (3)
Es mi último día en China y hoy es
día libre para hacer las últimas compras. Yo no compro nada y me marcho a
visitar algunas cositas que me quedan por ver y que las vi recomendadas en la
guía Michelín.
Por la mañana temprano cojo el metro para ir
al PARQUE DE LOS BAMBÚES DORADOS. Y
en el metro compruebo lo que es una ciudad de 22 millones y lo que son 7
millones de chinos viajando en el metro. Es una hora punta cuando entro y la
verdad es que entras y sales de los vagones del metro aunque no quieres; es una
inmensa corriente humana que te lleva y te transporta sin que puedas impedirlo.
Siempre estás pegado a otra persona por cualquier sitio, por delante, por
detrás, por un costado, por el otro,… Es algo curioso y sorprendente que no me
sienta incómodo, será porque me recuerde a cuando yo era joven y viajaba en el
metro de Madrid, pero aquello solo guarda un vago parecido con esto.
Al fin llego al parque de los
Bambúes Dorados, ¿no es un nombre maravilloso? Los chinos tienen un gusto
especial para poner nombres a los sitios, son nombres que no he escuchado nunca
ni de forma parecida; a lo mejor los japoneses o los coreanos ponen nombres
similares. El jardín me parece como una mezcla del jardín chino y del jardín
occidental, en una proporción de 75% del primero y un 25% del segundo.
Aquí hay
un amplísimo estanque, estanques más pequeños, canales, puentes, árboles de
todos los tipos y tamaños, barcas, piedras, colinas artificiales, kioscos,
puentes en zigzag y flores; sí, aquí veo por primera vez macizos de flores.
Bueno, otra de las cosas que hay aquí son bambúes, magníficos y maravillosos
macizos de bambúes
que no sé si serán de alguna clase que se llamen dorados o
serán normales, lo único que sé es que hacen muy bonito y crean unos entornos
muy acogedores en los que hay personas leyendo, bebés dormitando, gente
moviendo esas enormes cintas rojas y pajaritos que van y vienen de un sitio a
otro.
Paseando y disfrutando de este
magnífico jardín oigo una canción preciosa. Pienso en qué buen gusto tiene la
persona que está escuchando esa música y sin pensarlo me voy en esa dirección.
Mi sorpresa es mayúscula cuando veo que son cuatro personas mayores las que
hacen esa música: tres tocan instrumentos y la cuarta canta la canción. Solo
están ellos cuatro, me siento y sigo escuchando hasta que la canción termina, y
entonces no me puedo contener y aplaudo, ellos me sonríen gentilmente y me
saludan con una inclinación de cabeza. Después de esa canción viene otra y
luego otra a cuál más hermosa. Me estoy media hora escuchando música
tradicional china y si me marcho es por ver otras cosas, no porque me aburra.
Disfruto mucho en este jardín, y disfruto de
las vistas, del frescor de las plantas y estanques, del canto de los pájaros,
de los bebés que van con sus abuelos y abuelas, y… de todo lo que me rodea.
¿Qué más puedo pedir? China me está gustando muchísimo, y los chinos también.
El
día anterior pasamos rápidamente delante del PALACIO DEL PRINCIPE GONG, uno de los lugares recomendados para
visitar. Hoy aprovecho para visitarlo después de comer. Como todos los sitios,
está superlleno de turistas chinos, pero bueno, eso no impide que pueda
apreciar y disfrutar de la belleza de este sitio.
La Mansión del
Príncipe Gong fue construido en 1777 por un importante funcionario de la corte. El siguiente emperador acusó de corrupción a ese funcionario, le hizo ejecutar y confiscó sus bienes. El emperador cedió el palacio a su hermano, el príncipe Gong y ese es el nombre que lleva hoy.
En años posteriores el edificio fue universidad
católica, luego en universidad estatal, después pasó a ser la Academia de
Música de China y posteriormente fábrica de Beijing Air
Conditioning.
En la década de 1980 tuvo
un nuevo renacimiento.
En el año 1982 ha sido declarado como uno de los patrimonios nacionales
culturales chinos en Beijing. Desde noviembre de 1996, los edificios y los
jardines se han convertido en una atracción turística.
La Mansión del
Príncipe Gong es una de las mansiones imperiales más exquisitas y mejor
conservadas de Beijing y se utilizó para albergar a varias familias. Los edificios que sirvieron como
mansión se encuentran en el sur, los jardines están en el norte. Los edificios incluyen varios
edificios de dos plantas, e incluso una gran ópera de Pekín dentro del
complejo.
Además
de la mansión, hay un jardín de 28.000 metros cuadrados, con pabellones, colinas artificiales, incluyendo
rocas y
estanques.
Aquí
vuelvo a disfrutar del encanto de los jardines chinos, de esos cambios de los
puntos de vista en cuanto has dado unos pasos, de ver a través de ventanas de
variadas formas y de puertas redondas o rectangulares como si fuese un cuadro
en el que todo está cuidadosamente colocado.
Y los colores, esos maravillosos
colores de los techos y aleros de los tejados, colores que están brillantes a causa
de las recientes restauraciones, y que puedo ver como si el palacio estuviese
recién terminado. Hay muchos edificios alrededor de patios que se suceden casi
interminablemente. Son edificios austeros, serios, y contrastan poderosamente
con los colores del exterior.
Los libros de la biblioteca están tapados con
unas cortinas azules, que imagino que serán para protegerlos del polvo.
Y desde la biblioteca también se ven los jardines, lo que le da más calma y más intimidad. Es como una cortina de silencio y de luz.
Y en este palacio se conserva un teatro chino,
en el que la ópera de Pekín ha actuado alguna vez. No se pueden hacer fotografías
dentro y la que muestro es de Internet. En este teatro actuaban saltimbanquis,
malabaristas, etc. era algo similar a los bufones de las cortes europeas en la
edad media.
La calle siempre es un espectáculo. Me quedo
mirando en esa peluquería el peinado que le acaban de hacer a ese hombre que
está sentado en primer plano, con toda la cabeza afeitada menos esa raya
central y luego esa especie de moño en la parte trasera. La occidentalización
de las jovencitas es sorprendente, nunca he visto tantas minifaldas tan
cortitas por la calle a cualquier hora.
Desde
la Ciudad Prohibida se ve una gran Pagoda Blanca. Me propuse verla y ahora
estoy muy cerca de donde se encuentra, está en EL PARQUE BEHAI.
El Parque Beihai, es un jardín imperial al noroeste de la Ciudad Prohibida en Beijing . Inicialmente construido en el siglo X , es uno de los jardines más grandes de China, y contiene numerosas estructuras de importancia histórica, palacios y templos. Antes del final de la dinastía Qing esta zona se conectó a la Ciudad Prohibida . Desde 1925 está abierto al público
El Parque Beihai, al igual que muchos de los jardines imperiales de China, fue construido para imitar la estructura y arquitecturas de diferentes regiones de China, aquí están imitados: el lago Taihu , los Canales de Hangzhou y Yangzhou , las delicadas estructuras del jardín de Suzhou y otros varios edificios sirvieron de inspiración para el diseño de numerosos lugares en este jardín imperial magnífico.
Las Estructuras y paisajes en el Parque Beihai son descritos como obras maestras de la técnica de jardinería que reflejan el estilo y la artesanía magnífica y la riqueza arquitectónica de Arte Tradicional del Jardín Chino.
La hermosa Pagoda Blanca se alza en la Isla de Jade, la isla que está en el medio del lago. Es alta, esbelta y fue construida por primera vez en el año 1651 para conmemorar la visita de un Dalai Lama a Beijing. Fue destruida varias veces por los terremotos y la que vemos hoy data de 1976. Dentro hay reliquias y cenizas de muchos monjes budistas.
Además de la Pagoda Blanca, el lago y el recorrido lleno de otros templos y pabellones, hay que visitar la Pared de los Nueve Dragones, un mural que data del siglo XVIII, donde vemos varios dragones en distintas posturas, jugando con las perlas del mar.
Y hasta aquí lo que
dicen las guías sobre este jardín. La verdad es que para mí ha sido una grata
sorpresa. Yo me imaginaba un enorme jardín al estilo occidental, como el Retiro
de Madrid o algo así, pero no, esto es China y los jardines son diferentes.
Hay muchos pabellones y templos, estupendamente restaurados y arreglados, hay numerosas puertas que dan entrada a los mismos, esas puertas o arcos de colores tan bonitos y tan bien armonizados, que todas parecen iguales y que todas son diferentes. Templos donde la gente deja sus oraciones en esos papelitos rojos que cuelgan de los árboles. Tejados con dragones que lucen preciosos con esta luz del atardecer y que son dragones que proporcionan salud y buena suerte y que traen la lluvia y que son el símbolo del emperador.
Esta hora es mágica gracias a la luz del
atardecer. La saboreo andando muy despacio, mirando hacia un lado y otro,
sentándome en lugares especialmente hermosos y contemplando los sutiles cambios
de color y de luz. El atardecer en cualquier lugar del mundo es uno de los
mayores espectáculos que se pueden contemplar. China no iba a ser menos. Mi recorrido termina a las espaldas de la gran
pagoda blanca, la que me incitó a venir
.
Me siento
en el borde del agua, descanso un buen rato y cuando el sol ya se ha metido
totalmente reinicio mi camino hacia el metro para ir a cenar en el lugar que
será mi última visita en Pekín: una de las calles comerciales más conocidas.
Y
sobre todo voy allí atraído por la curiosidad de ver las comidas más exóticas
de China: escorpiones, escolopendras, estrellas de mar, caballitos de mar, unas
larvas de coleóptero gigantes y chicharras o saltamontes fritos.
La mayoría
están ensartados en palos y están vivos: mueven sus patitas. Cuando alguien los
pide los ponen sobre una plancha y esperan a que se hagan. La gente los come
como la cosa más normal. Yo me quedo con ganas de comerlos, pero al final no me
atrevo. Además de estos animales también hay calamares y pescado.
Para
los niños hay una especie de frutas confitadas, aunque a lo mejor son dulces;
desde luego a los niños les encantan, así como una bebida que parece coca cola
y que echa como humo, es una bebida de lo más exótico que he visto nunca.
Hay toda una calle dedicada exclusivamente a
la comida y como es mi última noche en China voy a cenar uno de mis platos
favoritos: pato al estilo de Pekín. Me tengo que comer un pato entero, pero no
importa porque son patos pequeñitos, imagino que son patos mandarines o una
especie similar. El pato está exquisito, me quedo con un buen sabor de boca,
¡ah! Y de tanto comer en China, he aprendido a utilizar los palillos, no con la
rapidez y precisión con la que lo hacen ellos, pero sí con la suficiente para
comer con calma; y lo he tenido que hacer porque en los restaurantes no hay
tenedores, y está muy mal visto que se coja la comida con los dedos.
Mientras
estoy cenando hay una pareja de niños que juegan a mi alrededor, el niño lleva
un peinado similar al que me llamo tanto la atención cuando se lo vi a un
adulto en una peluquería, debe ser que es la moda.
Y tranquilamente me marcho para el hotel,
donde la señora del ascensor me insiste en que me dé un masaje, ofrecimiento
que declino pues son masajes especiales, que posiblemente empiecen de una
manera y acaben de otra. La guía ya nos había comentado que la prostitución
está muy extendida en los hoteles chinos y que en casi todos hay una planta que
es un club para disfrute y entretenimiento de los clientes, al que también
acuden chicas jovencitas. ¡El oficio más viejo del mundo no podía faltar aquí!
Este es el último
amanecer que veo en China, es lo que veo desde la ventana del hotel. ¡Una buena
despedida!
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