CHINA SHANGÁI
Después de un largo viaje llego a Shanghái. Mi habitación del hotel está en el piso 23 y lo que se ve es asombroso. Los edificios no están tan apretados como en New York, pero el poderío de los altos edificios te llega enseguida. Hay edificios muy altos que conviven todavía con edificaciones bajas, de 6 u 8 pisos, edificaciones que cada vez son más escasas pues las van tirando para hacer estos enormes rascacielos.
Enseguida bajo a la calle, es la hora de comer. Entro en un restaurante, y sé que es un restaurante porque desde la calle veo a gente comiendo, ya que el cartel que indica que es un restaurante está en chino. Como en un pescado que está bueno pero no sé que es ni nadie sabe decírmelo, porque aquí, salvo en el hotel, nadie sabe inglés. Es muy raro encontrarse a alguien que entienda o hable un poquito de inglés. En realidad no les hace falta, ellos se bastan y se sobran para todo lo que necesitan.
Me llevo una pequeña decepción ¡No me imaginaba así esta ciudad! Estos chinos no visten como me los imaginaba, todos visten igual que los occidentales, por lo menos es lo que a mí me parece. Las casas son iguales que las de Europa, pero como las que hay en Europa de estilo impersonal, que no son características de ninguna región o país; por todas partes surgen enormes y modernos edificios, similares a los que se pueden ver en cualquier gran ciudad del mundo moderno, y casi todos son edificios muy bonitos, que además de la funcionalidad van buscando la belleza. Me da la impresión que estos arquitectos chinos intentan que la arquitectura vuelva a ser una de las bellas artes.
De repente aparece una construcción china de verdad, de las de siempre. Es un templo moderno, de hace 20 ó 30 años, rodeado de altos y modernos edificios, pero al estilo chino tradicional, el que se ve en las películas. La curiosidad me obliga a entrar. Y este solar, esta parcela de terreno parece ajena a todo el bullicio y ajetreo que le rodea.
En este patio hay bonsais y cintas rojas de oración, que no sé si los fieles escriben su oración o compran la cinta con ella ya escrita. La verdad es que hacen muy bonito. En las fotos de abajo se ven unas imágenes de Amitābha, un buda celestial que posee infinitos méritos por sus buenas acciones en incontables vidas pasadas, y unos guardianes del budismo.
Pudong es la zona más espectacular del nuevo Shanghái. Está a la orilla del río. Se ve de repente y es una sorpresa, una gran sorpresa. Es como Manhattan pero en muy moderno. Todo es nuevo, aún hay muchas grúas que continúan levantando rascacielos más altos. Y aquí, frente a la torre de la televisión, me acuerdo de Armando, de cuando le decía que por qué no hacía un edificio redondo. Aquí hay varios edificios redondos, redondos como balones; por dentro no sé cómo serán pero por fuera son muy bonitos. Me meto en esa zona; creí que podía recorrerla sin problemas pero se me había olvidado que las distancias aquí son enormes. Cuanto más cerca estoy, más grandes me parecen los edificios.
Me gusta mucho pasear y mirar por aquí. Los edificios son todos muy bonitos, unos más que otros. Todos son muy originales y a medida que se va andando la vista va cambiando, los edificios son muy cambiantes. Sin duda que los arquitectos que están haciendo esto se están luciendo; la guía me dice que son chinos, aunque imagino que los habrá de todos los países, aunque tampoco me extrañaría que la guía dijese la verdad ¿para qué traer gente de fuera con todos los que son en este país?. En Francia puede tener sentido, aquí, en China, no.
Las personas vamos por un sitio, los coches por otro. Y en medio de tanta modernidad veo un pequeño altar tradicional dedicado a no sé qué divinidad. Y la gente se para y enciende incienso y hace ofrendas. No me imaginaba que hubiese tanta religiosidad en la China comunista.
Quedan pocas cosas antiguas en Shanghai. Una de ellas es El Jardín del Mandarín Yuyan. Tengo ganas de verlo, pero más que por él en sí, sobre todo por ver la parte antigua de la ciudad. Tengo ganas de ver las viejas casas chinas, esas que salen en las películas, con los tejados curvos y con estatuas en los techos. Quiero ver la China que he imaginado a través de las películas, y no me doy cuenta, hasta bastante más tarde, que lo que tengo que ver es la China tal como es ahora. Y cuando llegamos a la parte antigua sí que veo casas tradicionales, con los tejados curvos y todo eso, pero son casas nuevas.
Es una zona comercial que se ha hecho imitando las construcciones del siglo XVI y XVII. Es una zona peatonal llena de tiendas similares a las que se puede uno encontrar en cualquier ciudad del mundo occidental. En estos momentos me siento como estafado y pienso: “Para ver esto no hacía falta venir a China” Lo único que es diferente es el decorado, pero es un decorado como de cine. Hasta las personas visten igual que en cualquier ciudad occidental, lo único que me dice que estoy en China son las caras de las personas y los carteles que veo.
Entramos en el jardín. Mi desconocimiento de los jardines chinos es total. Yo me preguntaba qué tendrían los jardines chinos para que se incluyese la visita de tantos en este viaje. Pensaba en Versalles y algún que otro jardín europeo. Al entrar miro hacia todas partes y no veo flores por ningún lado. Veo edificaciones y bonsais gigantes pues están en macetas más grandes de las que he visto habitualmente para esta clase de plantas.
Los edificios son de madera oscura, espartanos en su interior y sin mucho que ver. Hay muchos patios y muchas paredes que separan una parte de otra; partes que se comunican por puertas de formas un tanto caprichosas.
Hay rocas, muchas rocas decorando el jardín. Son de todos los tamaños: pequeñas, grandes y con agrupaciones de ellas en forma de acantilados e incluso de pequeños cerros. Y cuando se pasa una puerta y se entra en otra zona del jardín parece que se entra en un mundo nuevo. Todo está colocado de una forma especial, exquisita. Todo es armonía, equilibrio. Creo que en todo se busca la belleza.
En los edificios las ventanas tienen formas de aves, de plantas, son ventanas que añaden más naturaleza a la que hay en el jardín.
Y la valla que cierra el jardín semeja la silueta de dragones. Sus cabezas aparecen sobre todo en las esquinas y encima de las puertas, no sé si para dar la bienvenida o para proteger la entrada del mal.
Continúo por la parte antigua de la ciudad. Por aquí hay varios templos y entro a verlos. Pertenecen a diferentes divinidades pero me parecen muy similares. Encuentro muy pocas diferencias entre ellos.
Todos tienen varios edificios separados por patios más o menos ajardinados. En todos queman incienso y en todos hay unas estatuas de dudosa calidad artística, por lo menos para mí. Y en todos ellos hay gente que actúa con una aparente gran devoción, curioso en un país que es comunista y en el que la religión es el opio del pueblo.
En muchos hay mezcla de elementos orientales con otros típicamente occidentales. No hay que olvidar que el proceso de occidentalización en Shanghái ha sido y es muy intenso. En los tejados de estos viejos templos hay estatuas de guerreros o de dioses junto a las de dragones y otros animales fantásticos. Pero no solo las hay en los templos, también en las casas, y la importancia de una casa se veía por la cantidad y calidad de las estatuas que la decoraban.
Estas estatuas estarán muy restauradas, no importa, aún así siguen siendo muy bonitas y decoran mucho los lugares donde están. Y yo me pregunto ¿por qué no seguirán decorando las viviendas con estatuas o alguna otra cosa relacionada con el arte?
Y sigo andando por esta parte más antigua, y me encuentro con los grillos. Sí, con los grillos, con unos insectos parecidos a los grillos españoles aunque no iguales. Aquí me entero que los chinos son muy aficionados a las peleas de grillos. Estas cestitas son jaulitas de grillos y en cada una de ellas hay uno. Cuando compran uno miran y remiran no sé qué, pues quieren comprar uno que sea un buen luchador. Las peleas de grillos son muy incruentas, ya que el que pierde lo hace huyendo del “ring”. También he visto luego jaulitas con grillos en muchas casas; debe ser que los tienen como en España: “pa que canten”.
Y los pajaritos tampoco faltan y estos no son como los de España. Los tienen y los tratan con mucho mimo, con delicadeza diría yo.
Andando , andando me meto en un barrio de casas populares. Estos barrios están desapareciendo porque los tiran y en su lugar construyen altas torres de viviendas mejores que éstas. Si es así no me parece mal. Me agradan estas casitas con estos callejones y con la ropa tendida en medio de la calle. Me gusta la ropa así, en medio de la calle, me parece que la alegra.
Y la gente de aquí compra y vende comida como en todas partes. Y es muy frecuente que los animales los vendan vivos y que cada uno los mate cuando se los va a comer. Es una buena manera de comer algo fresco sin tener nevera. Y por lo mismo los peces están vivos o casi vivos. Tienen muy poquitos en un recipiente al que ponen un tubo con aire como el de los acuarios, para que los peces vivan un poco más y lleguen frescos a la cocina. Los niños trabajan y colaboran en todo, pero a mí no me parece que esto sea explotación de la infancia, más bien me parece que es colaboración de los niños con los quehaceres de su familia.
Y viendo todas estas cosas tan sencillas, llego al Templo de Confucio. El único dedicado a él que hay en la ciudad.
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