viernes, 23 de diciembre de 2016

ITALIA - ALPES – Val Veny
Me doy un paseo por el  Val Veny, la vertiente italiana del Monte Bianco (los italianos llaman así al Mont Blanc). Es toda una línea de cumbres que superan los 4000 metros. Esta vertiente del Monte Bianco es la más abrupta de todas, es de unas dimensiones similares a algunas del Himalaya. El desnivel es de casi 4.000 metros. Lo que ocurre es que al estar orientada al sur los glaciares han sufrido una gran regresión y son mucho más pequeños.


El Glaciar de Miage, de lejos parece un gran torrente de piedras y tierra. El hielo está debajo. Este glaciar es una gran entrada al macizo del Mont Blanc.


La Arista de Petery conduce a la cumbre del Monte Bianco, y en medio está la aguja Negra, una de las escaladas más hermosas de esta zona. Recorrer esta arista y llegar a la cumbre más alta de los Alpes solo está reservado a los grandes alpinistas, es uno de los recorridos más elegantes y más comprometidos del macizo del Mont Blanc.


         Me meto un poquito por el camino alto de la vuelta al Mont Blanc, que recorrí hace años y vuelvo a contemplar el soberbio espectáculo de montañas, nubes, valles, cielo, glaciares y aristas.
         Cuando llego a un mirador magnífico me siento y me estoy mucho rato contemplando.


         Allí están el Diente del Gigante y las Grandes Jorasses, una montaña mítica para mí, que me hizo soñar caminos increíbles hacia mundos de ilusión y de ensueño.


Vuelvo cuando me queda la luz justa para hacerlo. Aquí apuro al máximo el tiempo ya que  este es uno de esos lugares en los que me siento totalmente feliz. No sé por qué, pero aquí toco el cielo. 
         Hoy he andado mucho. Estoy muy cansado, tanto que ni me detengo en Aosta a comer uno de esos riquísimos helados que hacen allí. Ceno una buena ración de pasta con atún y tomate y como todos los días me acuesto a las 10.






miércoles, 21 de diciembre de 2016

SUIZA – Lausanne, Friburgo, Berna
            junio - 2012.

           No conozco casi las ciudades del norte de Suiza, así que aprovecho el viaje  al sur de Alemania para asomarme a ellas.




 


 El día está gris, llueve de vez en cuando y como es domingo la ciudad de Lausanne está medio vacía. 


      Así puedo ver mejor esos castillos-palacios de los condes, duques y burgomaestres, y esas plazas con esa especie de columna llena de figuras coloreadas y que son tan abundantes en la Europa germánica.


           La parte antigua de la ciudad, que es la que visito, es bonita pero fría; quizá en un día de diario está más animada. Ya tengo un pretexto para volver.


            Y desde aquí me voy a Friburgo. Paro para ver el campo, las casas, los cultivos, los árboles. No sé por qué pero es algo que me interesa. 
Friburgo está en las laderas escarpadas que forman un meandro  no sé cuales ríos. La vista desde los altos es espectacular: murallas, torreones, puentes y hermosos edificios.


 Es una ciudad medieval típica, con unas murallas totalmente diferentes a las de Ávila, pues estas tienen unos muros relativamente bajos y unos torreones altísimos, inexpugnables.


Me hacen mucha gracia estos pináculos que veo en torretas de palacios y castillos, me parecen pirulís. Me sorprendo ante el gusto por lo dorado: relojes, farolas y también por esos anuncios clásicos de un café, restaurante, comercio tradicional, etc. con figuras humanas.




 Paseo por toda la ciudad vieja y llego a uno de esos puentes con techo que tanto me gustan y tanto me sorprenden, porque ¿para qué ponerle techo a un puente? Lo entendí en los Alpes, donde hiela mucho y el invierno es muy largo, pero aquí no ocurre eso. Bueno, es algo bonito y que sirve de pretexto para dar un paseo.



            Ya había estado en Berna hace años. Me volvió a gustar mucho el aire festivo que le dan tantas banderas colocadas en los edificios, el color de los tranvías, y esas estatuas coloreadas que hay en las fuentes y en las fachadas de muchas casas. Son como escudos nobiliarios; es otra manera de decir: “esto pertenece a la familia de…” o “esto lo hizo…” 


           Pero lo que más me gusta y más me sorprende en Berna es ver en los parques de los niños cubos y palas que se quedan siempre allí para que los utilicen los niños y que nadie se lleva. ¡A esto le llamo yo compartir y sentido cívico!   ¡Ojala ocurriera esto en España!



     Y más adelante, en una placita veo un tablero de ajedrez pintado en el suelo y grandes piezas de un material que no pesa nada, para que las personas que quieran puedan echar una partida. Lógicamente esas piezas siempre están allí y nadie las guarda porque nadie se las lleva: son de todos. ¡Qué envidia me da! Ya no me dedico a la educación pero me hubiera gustado hablar con diversos maestros y educadores sobre cómo se ha conseguido en este país llegar a este grado de civismo. 


Hay un paseo junto al río con preciosas vistas. Hay muchos huertos que se ven atendidos con mimo y con primor. Esta es una de las aficiones de los ciudadanos de Berna, porque de las huertas seguro que no viven.


 Y en una plaza hay fuentes de esas que salen del suelo, y en las que la altura del chorro aumenta y disminuye. Y veo a varios padres que pasean entre los chorros con sus hijos, provistos de un buen chubasquero o traje de agua. Y los niños se lo pasan estupendamente. Ya he visto en Alemania a niños pequeños, desnudos o en bañador, jugar libremente en este tipo de plazas. Todo es cuestión de llevar ropa adecuada o una toalla para secarles cuando terminen. ¿Por qué solo jugar con el agua en la playa o en una piscina?

domingo, 18 de diciembre de 2016

España - Castilla y León - Calatañazor

ESPAÑA - SORIA – Calatañazor
    junio 2016

             Hace muchos años (40) que pasé por primera vez por CALATAÑAZOR.  De este pueblito me atraía sobre todo  su batalla en el 1002 en la que Almanzor resulta herido y luego muere. La batalla fue en la explanada que se divisa desde el castillo.


Parece que la batalla fue en el año 1000 y que Almanzor muere en el 1002 en Medinaceli y que lo del 1002 y Calatañazor es una leyenda.  ¡Averígüelo usted!



Y a este atractivo, al que no están ajenas las lecturas que leí en la escuela cuando era niño, rápido se unió el atractivo del pueblo en sí. Inmediatamente Calatañazor tuvo y tiene para mí un sabor especial, un saber añejo, intemporal, como con un cierto aire de eternidad. 


Me remonta a unas formas de vida que conocí de niño, calles de tierra, calles empedradas, paredes de barro o de piedra, chimeneas donde se posan los pájaros,


 ancianos que se sientan en un banco a ver pasar la vida, niños que corretean o que juegan en cualquier rincón, en cualquier sitio. En el fondo es como la vida ha sido siempre y como continua siendo.


          Desde aquella primera fecha he vuelto dos o tres veces y siempre está igual. Es como un viejecito que se ha acartonado y no acaba de morir. Es el pueblo eternamente viejo. Ahora hay más turistas, pero habitantes igual de pocos que hace muchos años. 


Poco ha cambiado en esta zona de la vieja Castilla, bueno,  ha cambiado que ahora está abierta la iglesia y se puede visitar, será por el turismo y una mejor disposición de los dueños de la iglesia. Mientras las cosas vayan a mejor bien están.


El castillo de CALATAÑAZOR se muestra altivo y orgulloso sobre las rocas. Pero no fue un castillo en el que luchasen cristianos contra musulmanes, sino los nobles y reyes de Castilla contra los de Aragón ¿Qué cual empezó primero? ¡Vaya usted a saber!

viernes, 16 de diciembre de 2016

SIRIA: Alepo
     diciembre 2008

    Cuando llego a Alepo lo primero que visito es la mezquita de los Omeya. Me defrauda. La esperaba más grande, más lujosa, con más decoración. La veo demasiado simple, demasiado sencilla. El patio sí que me gusta pero el interior me parece sobre todo estrecho.



         Y enseguida a recorrer el gran zoco de Alepo. Entramos directamente a la calle principal.


 Hay tiendas de todo: de frutos secos, de dulces, de especias, de joyas, de pañuelos, de tejidos, de ropa, de zapatos, de lana, de carne, de pescado, ferreterías, etc. Y en este mercado de Alepo, el mayor mercado cubierto del mundo árabe, de vez en cuando hay bellas cúpulas en las intersecciones de dos calles. 


 Cúpulas que son como un descanso, como un respiro después de tanto tramo abovedado. Y también de vez en cuando unas enormes puertas a un lado de la calle nos señalan la entrada a un caravanseray, lugar de alojamiento de las antiguas caravanas, almacén de mercancías y lugar de intercambios.


¡Cuántas historias se habrán contado aquí! ¡Cuántos proyectos se habrán hecho aquí! ¡Cuántas ideas habrán circulado por aquí! Las ideas y los sueños iban con los viajeros y al contarlas muchas de ellas se pegaron a estas paredes y posiblemente aún están ahí. Posiblemente son historias venidas desde Persia, desde Bagdad, desde Damasco, desde Estambul, desde Arabia. Posiblemente son historias que hablen del desierto, de noches infinitamente estrelladas, de fuentes maravillosas, de ojos que se vieron en tal  o cual ciudad y con los que luego se soñó durante el resto del viaje.


 Y esto lo estoy escribiendo aquí en Alepo, sentado en un maravilloso patio árabe, junto a una fuente. Y de repente entiendo el rumor del agua y oigo como me dice que las historias que hay en las paredes no hablan posiblemente, sino que hablan realmente de grandes aventuras, de grandes amores, de grandes alegrías, de enormes tristezas y de cosas y cosas que hacen que la vida sea vida y que merezca la pena vivirla. 


 Y en el gran zoco de Alepo también hay de vez en cuando mezquitas. Casi todas son mezquitas muy antiguas, de los siglos XV y XVI. Unas son grandes, otras pequeñas. Unas con grandes patios porticados donde el alma se expande y se recrea con tanta amplitud.


 Otras con patios más pequeños, más recogiditos, donde todo es como una preparación al recogimiento de la oración. Unas son sencillas, tremendamente simples; son como un rectángulo, donde nada invita a quedarse. Otras son un lujo de espacio, con cúpulas, con rincones acogedores, donde el espíritu se expande y se alegra el alma. Y todas las mezquitas, las grandes y las pequeñas, las sencillas y las lujosas, tienen hermosos minaretes. Minaretes que se recortan en el cielo y que son como carteles anunciadores de estos lugares de paz y sosiego.


Hay un punto negro en Alepo. Bueno, no es punto negro, son muchos puntos negros pues son muchas las mujeres que van totalmente vestidas de negro y con la cara tapada con un velo negro. ¡Qué triste debe ser el mundo visto a través de un tupido velo negro! No se siente el viento, no se ven bien los colores, el sol no puede acariciar la piel. Y no sólo pierden ellas; también perdemos los demás. Perdemos porque no vemos el brillo de su mirada; perdemos porque no podemos disfrutar con su sonrisa ni con el maravilloso lenguaje gestual de todo el rostro; perdemos porque no podemos establecer contacto visual con esa persona y porque ese velo es como una barrera que no sólo tapa la cara, también tapa un poco o un mucho del alma. Y todo esto ¿para qué? ¿Para que ningún otro hombre la vea ni la desee? ¿Para que así sea totalmente de un solo hombre? Y digo yo ¿es que las mujeres son de alguien? ¿Es que las personas son de alguien?


         La ciudadela de Alepo es enorme. Parece una fortaleza inexpugnable pero no lo ha sido a lo largo de la historia. Aquí se libraron enormes batallas con los cruzados, con Saladino y con los mongoles de Kublai Kan, el nieto de Gengis Kan. Los mongoles asolaron la ciudad durante 10 días y provocaron un importante mestizaje en la población, pues durante esos 10 días las mujeres fueron sistemática y continuamente violadas. 

Una mañana nos acercamos a ver la iglesia de San Simeón Estilita, iglesia que me imaginaba como un montón de ruinas del siglo V. Y cuando llego y  veo lo que veo me lleno de asombro. Y me asombro porque de repente, aquí, en un lugar alejado del centro del mundo de entonces, se inventa de golpe todo lo que servirá para que se desarrolle el arte medieval europeo.


 Aquí se orienta el altar hacia la luz naciente, pues Cristo es la luz que ilumina el mundo;


 aquí se construye por primera vez un ábside tal como luego se seguirá haciendo en el románico;
 

aquí se hacen 3 naves, se hace la planta de cruz griega y de cruz latina; aquí se emplean los arcos, las bóvedas y las cúpulas. Aquí se inventa todo de golpe. ¡Vaya genio al que se le ocurrió hacer esto!

domingo, 11 de diciembre de 2016

NORUEGA: De Oslo al fiord de Lysebotn
          junio 2013

              Entro en Noruega y nada más hacerlo un aduanero me detiene y comienza a hacer su trabajo. Preguntas y más preguntas: ¿A dónde voy? ¿De dónde vengo? ¿En qué trabajo? ¿Cuánto tiempo voy a estar? ¿Cuánto dinero llevo? ¿Qué llevo en el coche?... Me saca y me revuelve todo buscando alcohol o drogas. No encuentra nada pero me deja todo revuelto y como su trabajo no consiste en ayudar a colocar, me toca volver a colocar todas las cosas del coche. La verdad es que no me hace ninguna gracia pero ¡qué le voy hacer! Lo malo de esto es que me pone de mala leche lo que me impulsa a no pararme en Oslo. No sé qué tendrá que ver una cosa con otra, pero eso es lo que ocurre.
          Paso por la circunvalación de Oslo y no entro porque no se me ha pasado el cabreo. Hago propósito de pararme a la vuelta. Todo es un caos enorme de coches que van y vienen y todo lleno de carteles que no entiendo. Paro en una gasolinera, pongo el GPS y continúo hacia el campo, hacia el itinerario que atravesando zonas del interior me llevará al fiord de Lysebotn.
    No se puede pasar de 80 km/h. continuamente están anunciando radares. Nadie pasa de esa velocidad. La aglomeración de Oslo y sus ciudades dormitorio se acaba pronto y enseguida llego al campo y a pequeños pueblitos.  Y aquí tampoco se puede pasar de 80 km/h. está prohibido por señales pero en estas carreteras que son una curva constante no se puede ir a más velocidad. El firme es bueno, la carretera ancha pero el trazado es muy sinuoso. Además, yendo despacito se puede contemplar mejor el paisaje y puedo pararme sin brusquedades en cualquier lugar adecuado de la carretera.
            Lo que veo del campo noruego me asombra. Todo me parece una naturaleza virgen, salvaje,  en la que el hombre apenas ha puesto la mano. Lagos de agua limpísima, arroyos y ríos cuya agua compite con la de los lagos en limpieza. Bosques y bosques que no se acaban nunca. Y de vez en cuando unas casitas de un color rojo inglés, o azules, o blancas que están como perdidas en medio de tanta naturaleza.
           Y con tanto árbol y tanto bosque es obligado que las cosas que han hecho los hombres lo hayan sido con árboles: todas las casas son de madera, los graneros son de madera, las iglesias son de madera, los puentes son de madera. ¡Hasta los bosques son de madera! ¡No como algunos de Uzbekistán y Egipto que son de plástico!
            La naturaleza es grandiosa. Zonas abiertas, con montañas nevadas por todos lados, con enormes bosques y lagos por aquí y por allá. No conozco Canadá, pero estos paisajes me parecen del Canadá. Luego pienso que Canadá y Noruega están a latitudes parecidas y que su vegetación y fauna son muy similares. Me olvido de Canadá y me concentro en ver como es  Noruega, que es donde estoy ahora.
             Las casas están muy separadas y son de colores muy llamativos: blancas, azules, rojizas, amarillas, etc. No sé por qué las pintarán ahora así, quizá sea para que pongan una nota de color en los largos meses de oscuridad en los que todo debe ser gris u oscuro.
Las casas antiguas no se pintaban, eran del color de la madera; posiblemente no se pintaban porque no había pintura de colores o si la había costaba mucho. Al ser las casas de madera y con el techo de hierba debían pasar casi totalmente desapercibidas y así no las saqueaban los unos y los otros.
            Y pronto me encuentro con los antiguos valles glaciares pero aquí no forman fiordos porque aquí no llega el mar. El agua que se ve es de lagos que se formaron en el fondo. Las paredes son muy verticales y muy altas. Cuando se ven desde abajo da la impresión de estar rodeado por enormes montañas. Cuando se ven desde lejos esa impresión desaparece.
            Las iglesias solo son llamativas por fuera. Y no todas. Algunas me parecen muy simples, muy sosas. Otras tienen una estructura como más compleja que origina muchos lugares de luces y sombras y le da más variedad al edificio. Por dentro me decepcionaron. Son demasiado pequeñas, demasiado oscuras, muy pobres en decoración.
No me extraña que sean pequeñas porque la población debía ser muy escasa, lo oscuro sea debido a la dificultad de hacer ventanas y a la lluvia y al frío que podía entrara. Me extraña más lo de la decoración puesto que la madera es muy fácil de trabajar y no creo que suponga ni mucho gasto, ni mucho esfuerzo el hacerlo.
            Mi recorrido me lleva hacia unas montañas nevadas. La carretera va subiendo poco a poco. Lagos, montañas, bosques de abedules, grandes paredes de roca.
           Y los árboles poco a poco van desapareciendo. El suelo está cubierto de vegetación pero no es hierba. Son pequeños matorrales y musgo, sobre todo musgo y líquenes, y cuanto más arriba más musgo hay. Esto es la tundra.
          El paisaje empieza a ser desolador. La sensación de soledad es enorme. Por la carretera no pasa nadie. La nieve es cada vez más abundante. Yo solo conozco en verano como lugares con nieve las altas montañas, pero estas son montañas bajas, las cumbres apenas pasan de los 2000 metros, y aquí hay tanta nieve como en las montañas. Me paro, me bajo del coche y doy pequeños paseos. Hace bastante frío.
          Y desde estas altas tierras empieza una bajada vertiginosa que me lleva al fiord de Lysebotn. Fiord que solo veo cuando estoy en su orilla, junto al embarcadero, donde cogeré el ferry que me llevará hasta Stavanger