SUIZA – Lausanne, Friburgo, Berna
junio - 2012.
No
conozco casi las ciudades del norte de Suiza,
así que aprovecho el viaje al sur de Alemania para
asomarme a ellas.
El día está gris, llueve de vez en cuando y como es domingo
la ciudad de Lausanne está medio
vacía.
Así puedo ver mejor esos castillos-palacios de los condes, duques y
burgomaestres, y esas plazas con esa especie de columna llena de figuras
coloreadas y que son tan abundantes en la Europa germánica.
La parte antigua de
la ciudad, que es la que visito, es bonita pero fría; quizá en un día de diario
está más animada. Ya tengo un pretexto para volver.
Y
desde aquí me voy a Friburgo. Paro
para ver el campo, las casas, los cultivos, los árboles. No sé por qué pero es
algo que me interesa.
Friburgo
está en las laderas escarpadas que forman un meandro no sé cuales ríos. La vista desde los altos es
espectacular: murallas, torreones, puentes y hermosos edificios.
Es una ciudad
medieval típica, con unas murallas totalmente diferentes a las de Ávila, pues
estas tienen unos muros relativamente bajos y unos torreones altísimos,
inexpugnables.
Me
hacen mucha gracia estos pináculos que veo en torretas de palacios y castillos,
me parecen pirulís. Me sorprendo ante el gusto por lo dorado: relojes, farolas
y también por esos anuncios clásicos de un café, restaurante, comercio
tradicional, etc. con figuras humanas.
Paseo por toda la ciudad vieja y llego a
uno de esos puentes con techo que tanto me gustan y tanto me sorprenden, porque
¿para qué ponerle techo a un puente? Lo entendí en los Alpes, donde hiela mucho
y el invierno es muy largo, pero aquí no ocurre eso. Bueno, es algo bonito y
que sirve de pretexto para dar un paseo.
Ya había estado en Berna hace años. Me volvió a gustar
mucho el aire festivo que le dan tantas banderas colocadas en los edificios, el
color de los tranvías, y esas estatuas coloreadas que hay en las fuentes y en
las fachadas de muchas casas. Son como escudos nobiliarios; es otra manera de
decir: “esto pertenece a la familia de…” o “esto lo hizo…”
Pero lo que más me
gusta y más me sorprende en Berna es ver en los parques de los niños cubos y
palas que se quedan siempre allí para que los utilicen los niños y que nadie se
lleva. ¡A esto le llamo yo compartir y sentido cívico! ¡Ojala ocurriera esto en España!
Y más
adelante, en una placita veo un tablero de ajedrez pintado en el suelo y
grandes piezas de un material que no pesa nada, para que las personas que
quieran puedan echar una partida. Lógicamente esas piezas siempre están allí y
nadie las guarda porque nadie se las lleva: son de todos. ¡Qué envidia me da!
Ya no me dedico a la educación pero me hubiera gustado hablar con diversos
maestros y educadores sobre cómo se ha conseguido en este país llegar a este
grado de civismo.
Hay
un paseo junto al río con preciosas vistas. Hay muchos huertos que se ven
atendidos con mimo y con primor. Esta es una de las aficiones de los ciudadanos
de Berna, porque de las huertas seguro que no viven.
Y en una plaza hay fuentes de esas que salen
del suelo, y en las que la altura del chorro aumenta y disminuye. Y veo a
varios padres que pasean entre los chorros con sus hijos, provistos de un buen
chubasquero o traje de agua. Y los niños se lo pasan estupendamente. Ya he
visto en Alemania a niños pequeños, desnudos o en bañador, jugar libremente en
este tipo de plazas. Todo es cuestión de llevar ropa adecuada o una toalla para
secarles cuando terminen. ¿Por qué solo jugar con el agua en la playa o en una
piscina?
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