RUTA DE LA SEDA (4)
BUKHARA
Llego
a Bukhara a la 1 del mediodía. Hace mucho calor. Las mezquitas y madrasas
conservan azulejos, aunque no tantos como las de Samarkanda. Bukhara tiene sus
edificios de ladrillo, de un ladrillo color tierra. Hay antiguos bazares y
antiguos caravanserais convertidos en tiendas. Aquí se venden alfombras,
pañuelos de seda, trajes, cerámicas, gorros, discos, marionetas. Marionetas que
se me antojan personajes de las mil y una noches.
Marionetas que tienen una
mirada como de nostalgia, de nostalgia de calles llenas de gente, de bullicio,
del bullicio de las antiguas caravanas. Hoy las calles están un poco
solitarias, un poco tristes. La ciudad antigua es la de los turistas, pero hoy
hay pocos. Las risas y los chillidos de dos niños que hay en una tienda alegran
la calle. Quizá las marionetas echen de menos el bullicio de las calles llenas
de niños.
Como
al lado de un estanque, a la sombra de moreras centenarias y de unos toldos
coloreados. Unos pájaros enjaulados, tapados con unas telas, cantan y silban.
Es una melodía monótona y estridente. La luz se cuela y todo el conjunto es
como esos cuadros llenos de luz y color de Renoir o de Monet.
Luego paseo por madrasas y
mezquitas que ya no cumplen su función. Ya no se utilizan para aquellos para lo
que fueron construidas. Hoy están convertidas en bazares donde los artesanos
ofrecen sus mercancías sobre todo a los turistas. De esta manera se les da
utilidad a la vez que se saca un dinero para conservarlas. La idea no me parece
mala.
Madrasas
del siglo XVI, viejas, decadentes, pero que aún tienen como un algo de
prestancia, de orgullo diría yo. Tanto saber como se impartió aquí aún perdura,
de manera imperceptible en el ambiente, como un alo, como una neblina que se
extiende por doquier.
La
tarde pasa tranquila, con calma. La luz del sol del atardecer va dorando las
paredes. Y en este paseo tranquilo voy disfrutando de esa luz del atardecer, de
esos reflejos dorados en una ciudad de las mil y una noches.
Me siento en la plaza, junto a la gran
mezquita, junto a su minarete que parece una chimenea de una fábrica y junto a
la gran madrasa que aún cumple su función. El sol se va moviendo, la luz va
cambiando, los tonos y los colores también y yo sólo miro y no pienso en nada.
Hoy
es 13 de agosto. Heme aquí, en el patio de una antigua madrasa, escuchando
música uzbeca. Es una música dulce, suave, yo diría que melancólica. Es una
música tenue. Es como un perfume que te envuelve, como un chal de seda que te
arropa. La brisa del aire mueve las moreras. Las moreras, la seda, las
madrasas, las mezquitas, la música que envuelve, que me despierta y que me hace
añorar. Añorar no sé qué. Quizá añorar una época y unos lugares que no conocí.
Quizá añorar la época en que se recorría la ruta de la seda en caravanas de
camellos. Quizá añorar los lugares que estoy conociendo ahora pero que desde
hace mucho tiempo conocí en mi imaginación.
Sí,
porque hoy aquí en Bukhara he vuelto a ver a los peregrinos ir a visitar el
mausoleo de Ismael Samani, del siglo X, recorrer los jardines llenos de frescor
y verdura y asombrarse ante la bella sencillez de sus paredes sólo decoradas
por la colocación de los ladrillos.
He
pasado junto a la fuente de Jacob y me he preguntado cómo este hombre iba a
venir aquí desde Israel en aquella época. ¿A quien y por qué se le ocurriría
poner este nombre a esta fuente?
He
contemplado sentados a la puerta de su casa con un ademán
impasible. Charlando tranquila y pausadamente y contemplando las cosas que
pasan con una calma y una sabiduría que da la edad.
He
pasado junto a una carnicería que tiene como reclamo publicitario una cabeza de
ternera disecada. Algo similar también lo he visto en los países árabes.
He
contemplado la mezquita reflejada en el lago, sus columnas de madera y sus
juegos de luces y he imaginado los carros trayendo los olmos desde lugares
lejanos, a los hombres trabajando, y a los ancianos mirando y charlando de cómo
se hacían las cosas en su juventud. ¡En qué buen lugar hicieron este estanque
en el siglo XVI! Sus aguas parece que atrapan a la mezquita y la ayudan a
recorrer los siglos.
He
recorrido la gran fortaleza, el baluarte del último reyezuelo, el que hizo
decapitar a dos ingleses por entrar a caballo en los patios y por no retirarse
en su presencia andando para atrás y lo hicieron dándole la espalda. Fortaleza
que tiene los muros inclinados, pues son de tierra, y desde la que se tiene una
magnífica vista de la gran mezquita, sobre todo al atardecer cuando el sol dora
los muros de ladrillo y hace brillar más los azulejos de las cúpulas.
He
mirado y mirado desde mil ángulos diferentes la madrasa, en la que aún dan clases,
y la Gran Mezquita,
la más grande de todo el Asia Central. Y me lleno de admiración cuando veo esas
cúpulas, esos cielos del revés, y esas fachadas, y esos arcos llenos de
mosaicos. Y el árbol que hay en el centro del patio de la Gran Mezquita tiene un no sé
qué especial. A la vez parece que está fuera de lugar y a la vez parece como
que ese es su sitio desde toda la eternidad.
Los
jóvenes se sientan a la puerta de la madrasa y hablan de sus cosas, posiblemente
de las mismas cosas de las que hablaron sus padres y sus abuelos. El tiempo se
ha detenido frente a estas paredes tan hermosas para contemplarlas, y está tan
a gusto que creo que lleva varios siglos aquí parado.
Me
he paseado por el Mercado de las Joyas, el que está al lado de la Gran Mezquita. Una gran
cantidad de mujeres sentadas unas al lado de otras ofrecen sus mercancías:
sortijas, anillos, pendientes, pulseras, colgantes,… No sé si las joyas son
nuevas o usadas, de diseño clásico o moderno, lo que si sé es que los rubíes,
los lapislázuli y otras piedras semipreciosas lucen todo su esplendor amontonadas
a la espera de ser pesadas.
A
la salida veo enfrente al vendedor de gorros uzbecos, esos gorros de piel de
oveja que recuerdo haber visto en las películas de niño y que por eso tengo tan
grabados y me son tan agradables.
Con
mucho, mucho calor pasamos por una madrasa camino de la de los 4 minaretes, de
las 4 torres diría yo. Son cuatro torres elegantes, cuatro trocitos de azul
turquesa, cuatro trocitos del azul de los sueños. Y varios del grupo hablamos y soñamos,
soñamos y hablamos. Y hablamos de Aladino y Jazmín, de Sherezade, de las
lámparas maravillosas, de las alfombras mágicas ¿De qué cosas mejores podríamos
hablar aquí?
Es
por la tarde. Estoy en el parque. Los niños y mayores montan en atracciones de
feria que mueven motores con hélices como ventiladores, y en balancines de
barcas iguales a las que yo me montaba de niño. Me reencuentro con mi niñez en
Bukhara ¡paradójico! ¿Verdad?
Una
joven pasa vestida con un traje y un gorro muy bonito. Su chico y ella van
agarrados por la cintura. (luego me entero que ese vestido y ese gorro son los
que llevan las chicas jóvenes antes de casarse, es como su vestido de
prometidas).
Los niños hacen lo mismo que todos: juegan
con cualquier cosa.
Las mamás hacen lo mismo que cualquier
grupo de mamás: hablan unas con otras.
Las jovencitas miran a los jovencitos de reojo y… y todo es igual que en todas partes,
pero esto está pasando ahora y aquí, en Bukhara, en una de las ciudades de las
Mil y una Noches, en Uzbekistán, en el Asia Central. Y yo no estoy soñando.
Camino
del hotel paso por dos madrasas del siglo XVI, tan bonitas como todas. La luz
del atardecer les da un toque de color como más dulce, como más suave. Unos niños juegan al balón y
utilizan las puertas como portería. Una novia preciosa pasa orgullosa del brazo
de su marido.
Una
jovencita sucia, pobre, lisiada, torpe de movimientos, que no sabe hablar, está
cerca de mí. Me mira. La sonrío. Su mirada sigue siendo inexpresiva. Es la otra
cara de los cuentos, pero estos son los cuentos de las mil y una desgracias.
Está
anocheciendo. Una ráfaga de tristeza pasa junto a mí.
Es
la hora de cenar. Escucho el rumor del agua que cae en el estanque. Me gustaría
escuchar la música de Sherezade y que al acostarme alguien me contase un
cuento. Sería el perfecto final de mi última noche en Bukhara. Pero esto es muy
difícil porque las personas que me podrían contar un cuento en español no están
aquí y contármelo otras es muy difícil porque yo no sé uzbeko.