RUTA DE LA SEDA (1)
ESTAMBUL
El 8 de
agosto del 2009 parto para Estambul. Tengo que hacer una larguísima espera en
el aeropuerto, desde las 9 hasta las 14,35. Durante tanto tiempo me entretengo
en observar el espectáculo humano que hay a mi alrededor. Hay mucho que
observar: personas mayores y no tan mayores; ropas de todos los tipos:
pantalones floreados, uñas pintadas con
chanclas de piscina, escotes generosos, gente con jersey; los que se sientan en
dos bancos y ni se inmutan cuando alguien se acerca buscando donde sentarse;
los que cogen dos filas de asientos: una para sentarse y la otra para poner los
pies; la señora que habla por teléfono con toda la familia y así me entero que
va a Tailandia y que a su padre le va a traer un reloj, un móvil de los buenos
a su hijo, camisas de la talla XL a otro hijo y cosas por el estilo. Me doy
cuenta que este es un buen sitio par venir, escuchar y escribir.
Y por fin llego a Estambul. Es un buen
comienzo para un viaje por el Asia Central. Llego tarde. Mi hotel está muy
cerca de Sta. Sofía y de la mezquita Azul. Mañana las veré con calma. Me voy a
cenar a la pequeña casa de comidas donde comimos tantas veces la otra vez que
estuve. Ceno ensalada, cordero en trozos como de pincho y carne picada de ternera
como en bastones. Todos son sabores que me son familiares, pero a la vez me son
diferentes. Hombres y mujeres que entran y salen y que al pasar junto a mi
cruzamos miradas.
Luego paseo la cena hasta el puente Gálata, en el cuerno de Oro, junto al Bósforo. Barcos que van y vienen. Enfrente Asia. Fuegos artificiales al fondo. La luna casi llena se refleja en el mar. Mientras miro todo esto la brisa me da en el rostro. Esto es Estambul.
Luego paseo la cena hasta el puente Gálata, en el cuerno de Oro, junto al Bósforo. Barcos que van y vienen. Enfrente Asia. Fuegos artificiales al fondo. La luna casi llena se refleja en el mar. Mientras miro todo esto la brisa me da en el rostro. Esto es Estambul.
A la mañana siguiente voy a Sta. Sofía.
¡Qué alta! ¡Qué enorme! ¡Qué inmensa! Hay mucha gente, pero sólo están abajo.
Son como hormiguitas en un lugar enorme. Ni quitan ni añaden un ápice a la
grandiosidad del lugar.
Mármoles
y mármoles por las paredes, por los suelos. ¿Por qué esta iglesia no tuvo
influencia en la Europa
cristiana cuando las cruzadas? ¿No la vio ningún arquitecto? ¿Es demasiado
imponente para copiarla? ¿O quizá las cúpulas europeas están influenciadas por
ésta?
¡El
piso superior! ¡Las vistas de la nave principal! ¡Tan abajo el suelo! ¡Tan
arriba la cúpula!
¡Las vistas de la mezquita azul! ¡Los restos de los mosaicos!
¡Los mármoles!
La
Mezquita Azul es como Sta. Sofía en pequeño. Es grande, alta, airosa. Muchas
personas estamos sentadas en el suelo. Allí me pongo a escribir estas
impresiones, pero me está entrando mucho sueño. Me duermo. Decido marcharme. A
mi lado unas españolas se hacen fotos. La cámara de una de ellas se estropea y
la mujer se pilla un cabreo cojonudo.
Me voy hacia el Gran Bazar. Las
mezquitas que encuentro a mi paso están cerradas. Voy por calles con todos los
comercios cerrados. A medida que avanzo empiezo a ver cada vez más tiendas
abiertas. Al cabo de un rato todo está lleno de gente que compra y que vende.
No estoy en el Gran Bazar, estoy en el Bazar de las Especies.
Además de las especies y de mil clases
de caramelos y dulces (las delicias turcas) hay bastantes animales de compañía
y plantas. Doy un paseo con calma, recordando viejas aficiones. Y mirando y
mirando veo unos frascos llenos de sanguijuelas vivas para hacer sangrías,
siguiendo una antigua tradición de la medicina por la que muchas enfermedades
se curaban sacando sangre al enfermo. Como no había jeringuillas ni agujas, las
sanguijuelas se encargaban eficazmente de hacerlo.
Estoy sentado en un jardín frente a Sta.
Sofía. Unos niños que están cerca de mi beben agua, y de repente me viene a la
memoria el niño que vi, cuando estuve aquí hace 12 años, que iba vendiendo agua
por esta misma zona y que me produjo una gran impresión. Me dio pena ver a un
niño tan pequeño – 8 años – vendiendo agua para sacar una miseria en vez de
estar jugando. Me estuve acordando de él durante mucho tiempo con un cierto
pesar por no haberle dado unas monedas por un vaso de su agua y haber
contribuido así a que la vendiese antes y pudiera o sacar más dinero e irse a
jugar con otros niños. Estas cosas son sucesos aparentemente cotidianos y sin
importancia pero que se quedan grabados en lo más profundo de la memoria
durante mucho tiempo y aunque parece que los hemos olvidado surgen poderosos al
cabo de bastantes años, pero con una frescura en el recuerdo que parece que
ocurrieron ayer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario