sábado, 31 de marzo de 2018

NEW YORK
LA NOCHE

         Antes de conocer Nueva York ya imaginaba que pasear por la noche me iba a encantar. En fotos ya había visto que estaba toda llena de luces y las luces en las ciudades me gustan desde que era niño.  A mis 7, 8 y 9 años, cada vez que iba a Madrid con mis padres o mis abuelos me producía un gran impacto ver la Puerta del Sol llena de anuncios luminosos. Ávila era una ciudad oscura y triste y la imagen de las luces se quedó grabada en mí para siempre. Y ya siempre las ciudades iluminadas por la noche han tenido para mí un gran encanto.

 La noche neoyorquina está llena de matices. Cuando se observa Manhattan  desde lejos es como una aparición. Todo está lleno de puntitos de luz, de luz de diferentes colores y parece que uno está soñando. El conjunto parece como un maravilloso castillo encantado, todo lleno de alegría y felicidad, lo que hace que resplandezca de esa manera.

         Cuando se va por sitos poco iluminados los rascacielos parecen gigantes adormilados que surgen de no se sabe donde. Están llenos de fuerza, de tanta fuerza que dan como miedo. Todo invita a andar con cuidado, sigilosamente, no sea que se vayan a despertar. A mi me recordaban el cuadro de Goya del Coloso, ese gigante enorme que parece que ya se aleja.



         Las zonas súper iluminadas de los alrededores de Times Square son una explosión de luz y alegría como no he visto en ningún otro sitio. Todo son luces y más luces, que se encienden y se apagan, que cambian de color y que te atraen la atención desde tantos sitios y con tanta intensidad, que no sabe uno hacia donde  mirar. Esta noche neoyorquina es un espectáculo multicolor entre donde los haya. Las luces influyen unas en otras y constantemente todo va cambiando de color o de matices de color, y esto se puede observar bien estándose quieto, porque si uno se mueve los cambios son rapidísimos, ya que al andar también cambia el punto de vista. Toda esta zona es un derroche de luz y color impresionante. Todos los turistas venimos aquí y a todos nos encanta. 

           Y tanta luz y tanto color ¿para qué? Pues para atraer nuestra atención hacia el producto que anuncian, lo que pasa es que como hay tantos ya no se sabe a cual mirar. Posiblemente aquí se derroche más energía en un solo día que en muchas ciudades africanas en todo un año. Estas son las cosas de este mundo en el que cada uno puede hacer con su dinero lo que quiera, aunque de paso joda a los demás echando unos miles de toneladas de CO2 al aire.
          Aquí en esta zona y sobre todo de noche, cobran más sentido esas gigantescas limusinas que en realidad son autobuses con apariencia de lujosísimos coches. Son como los microbuses solo que un poco más bajitos y más incómodos para salir o entrar, pues hay que hacerlo agachado, pero ¿y la ilusión que les hace a algunos ir en limusina? ¿Y lo bien que queda?

         El atardecer es una hora mágica. Las luces se empiezan a encender pero en el cielo aún hay luz y todo se llena de poesía. Todo se tiñe de rosas, de violetas, de malvas, de azules. Todo se tiñe de colores que hacen soñar. Esta ha sido siempre mi hora favorita. Me he parado mucho mirando hacia un sitio y hacia otro y hacia otro. Andaba a veces con ansia a ver lo que se divisaba desde el próximo cruce o desde la próxima esquina. Y siempre lo que se divisaba eran sueños.
  Los sueños que ofrece la gran ciudad: los sueños de esa obra de teatro: sueños de un mundo mejor, sueños de justicia; de ese musical con sus sueños de alegría y de felicidad,; de esa tienda que nos ofrece una ropa o unos perfumes o algo que nos hará más hermosos, más agradables y que harán que nos quieran más otras personas. ¡Sueños de los atardeceres de Nueva York! Aunque la verdad es que en todas partes se sueña.

 
Hay muchos lugares en Nueva York en los que me parece que por la noche intentan que no mueran los momentos de alegría e ilusión. Son lugares decorados como se decoran en Navidad: con árboles y barandillas llenos de lucecitas. La verdad es que no hacen feo y no hay ninguna razón para que esa decoración sea exclusiva de Navidad. Todo lo que sea bonito e ilusionante no tiene porqué ser exclusivo de una época o de un lugar.

         Fuera de los lugares céntricos y cuando la gente ha salido del trabajo  y  ha llegado a sus casas,  la noche neoyorquina se llena de misterio y melancolía. Hay muy poca gente por la calle. Algunas tiendas permanecen abiertas siempre, pero hay poca gente. El metro está casi vacío. En las pizzerías y hamburgueserías no hay casi nadie, Hopper no tuvo que buscar ni mirar mucho para inspirarse y pintar esos cuadros de locales y personas solitarias en las noches de New York. De vez en cuando, junto a una fuente o a una estatua o a la entrada de un local importante, hay más luz y más color. El resto permanece en penumbra. Las pocas personas que se ven andan deprisa, no hay nada que mirar.
 En estos sitios solitarios y a estas horas en que predomina la oscuridad no me detengo a mirar casi nada, no hay nada que mirar. Echo de menos las luces, los contrastes, el bullicio. En estos lugares se respira el misterio de la gran ciudad. Me han preguntado si no me daba miedo andar por estos sitios y la verdad es que no. No tenía nada que perder ni que temer. Y junto a este misterio surge de vez en cuando la añoranza, la melancolía de algo desconocido y perdido para siempre. Quizá sea un sentimiento que produce la luz de la noche y que al no saber como definir ni llamar llamo misterio y melancolía.

A veces me encuentro con un escaparate bellamente coloreado e iluminado y todo el  entorno de alrededor parece que se llena de alegría e ilusión, pero sobre todo de ilusión.

¡Qué cosas tiene la noche neoyorquina! ¡Qué cosas se me ocurren aquí en New York!

lunes, 26 de marzo de 2018

ROMA (3)

         Sta. María la Mayor es un lujo de iglesia. Hay unos mosaicos antiguos  que se ven poco. Todo está lleno del gran barroco: tumbas de papas, capillas de las grandes familias romanas compitiendo por ver cual es la más lujosa y grande, y la decoración sobrepuesta a la estructura primitiva. Hay mucha gente de la Europa del este rezando.
 
          En la plaza de la parte de atrás los pobres alcohólicos comparten todo: sus dichas que deben ser pocas y sus desdichas que deben ser mucho más abundantes. El ruido de los coches y las motos quizá ahoguen sus penas, o por lo menos no les dejan oírlas.

¡Qué bien está puesto el nombre de la estación Termini!  Todos los caminos conducen a Roma y aquí todo termina., ya no hay más sitios donde ir.  La estación está llena de gente, de trenes, de tiendas, de carteles. ¡Cuánta vida hay en las estaciones!

       La iglesia de Santa María de Angeli  es un trozo de las antiguas termas de Diocleciano. ¡Qué dimensiones! ¡Qué espacio! ¡Qué luz! ¡Qué iglesia más bonita y más bien decorada!  Esta iglesia es una de tantas maravillas que hay en Roma y que muy pocos turistas visitan.


         Allí, en la Piazza de la República, hay una fuente con unas magníficas estatuas. Estatuas llenas de un erotismo sutil y atrevido.

         Y también allí, al ladito, está el Palacio Maximo a la Terme, el Museo Nacional Romano. Pasear por él es ver estatuas y gestos que vienen de siglos. Es ver el legado griego a través de Roma. Es ver lo eternamente nuevo. Paseando por el museo se pasa junto al discóbolo y se le  ve de otra manera, parece que se va a mover. Y más allá se sorprende a esa diosa que se está levantando, ¿o agachando?, en su desnudez. Y en aquél patio Augusto nos deslumbra con su porte, con su elegancia y con su dignidad. ¡Qué estatua más elegante! ¡Y después de tanto andar entendemos mejor la fatiga y el deseo de reposar de ese púgil que nos mira con su gesto cansado desde hace mucho, muchísimo tiempo!
 


          Pasear por aquí es pasear junto a ráfagas de lo eterno.  En el museo hay retratos y más retratos de romanos. Son estatuas con un mirar tranquilo y sosegado.

         Y después. dos maravillosas iglesias barrocas: Sta. María de la Vittoria, con esos techos y esa magnífica estatua del Éxtasis de Santa Teresa; y  Sta Susana, la iglesia llena de frescos y que ahora es de los  norteamericanos y donde la gente habla en voz alta como se estuviera en un café.
  


         Paso por la Fontana del Tritón, con su agua tan limpia, tan azul y sigo por Via Venetto, el Serrano romano, donde hay gente indolentemente elegante;
 hoteles y coches lujosos; jóvenes despampanantes que quizá van buscando un ligue; locales con fotos de los famosos que los han frecuentado o de los paparazzi que andan por allí o de los artistas que allí han actuado; magníficas librerías de libros de gran formato, libros que son un lujo para la vista y edificios
 que quisieron hacer grandiosos a imitación de los grandes palacios del renacimiento y del barroco y que no han quedado mal en el intento.

jueves, 15 de marzo de 2018


ALPES SUIZOS

La cabaña du Grand Mountet.

         Las guías que tengo me indican este lugar como uno de los más hermosos de los Alpes. En el camping que está al final del pueblito de Zinal, en el comienzo del camino que conduce hasta la cabaña, un señor me dice que ésta está en medio de un círculo de montañas de más de 4000m y que ellos la llaman la Corona Imperialla Couronne Imperial”.
 
                                                                                       
                                                                                                Fotografía tomada de Internet.
 
          La subida es larga, penosa, dura. Es un constante subir y subir y subir, sin apenas un rellano para descansar las piernas y tomar aliento. Al fondo del valle aparece el Grand Cornier, afilado, airoso, con sus glaciares que bajan y que me sirve de compañero durante casi toda la caminata. Detrás de él aparece una montaña que poco a poco se va descubriendo como más airosa, como más atrevida. Al principio parece estar casi pegada pero poco a poco va apareciendo una brecha entre ellas que cada vez se va haciendo más amplia, más basta, más dilatada; y por esa brecha asoma un glaciar, primero de una manera tímida, luego de una forma clara y vistosa. Y esta constante visión se convierte en mi compañera; cada paso que doy, cada nuevo resalte que alcanzo, supone una nueva perspectiva del Grand Cornier y de la Dent Blanche, pues es este cuatro mil el nuevo compañero que me he echado y que de una manera ansiosa y casi egoísta, reclama  cada vez con más insistencia mi atención. 
 
 
         Esta vista, por un lado me anima a seguir para así ver que habrá más allá,  y por otro lado me anima a detenerme para contemplar con más calma, con más sosiego,  a estas dos gigantes y a los glaciares que los acompañan. Y así, subiendo y descansando, porque  tengo motivo para hacer las dos cosas, llego muy alto, muy arriba. Y de repente me quedo sobrecogido por el espectáculo. A mi derecha mis compañeros de viaje: el Grand Cornier y la Dent Blanche, al frente un inmenso y atormentado glaciar roto en el medio por un afilado islote rocoso que obliga a una rama del glaciar a describir una amplia curva. Al fondo de ese glaciar una montaña que debe ser la Pointe de Zinal, casi toda ella blanca, con una enorme mole de nieve colgada de su pared y con montañas nevadas algo más bajas que le hacen una perfecta compañía.

 
 Un poco más a la izquierda un atormentado conjunto de glaciares que bajan de otro de los gigantes que forman la Corona Imperial: el Ober Gabelhorn. Y aquí, frente a esta inmensidad glaciar me siento a contemplar. No quiero seguir más adelante, no creo que haya nada más que ver. Estoy frente al conjunto glaciar más impresionante de todos los que he visto. El espacio es muy grande, las distancias entre unas montañas y otras son amplias, así como la que hay entre ellas y yo, pero a pesar de eso me siento empequeñecido, me siento como algo pequeño e insignificante frente a esta grandiosidad y majestuosidad, como algo que podría desaparecer en un instante y que no alteraría nada esta inmensidad.
 

 Aquí se percibe una de las más grandes manifestaciones de fuerza y poderío de todos los Alpes. Desde mi atalaya veo a unos jóvenes que vienen del refugio; les pregunto que cuanto queda y  sobre todo, que si la vista es muy diferente a ésta y si merece la pena; su respuesta es tajante: hay que llegar al refugio para ver todo. Animado por estas palabras continúo, y la vista del Ober Gabelhorn va cambiando y ganando en espectacularidad y misterio, ya que unas nubes juegan por su pared norte con lo que la imaginación empieza a entrar en acción.
 
                                                                                                           
                                                                                                                 Fotografía tomada de Internet
 
 Los cada vez más atormentados glaciares de la cara norte empiezan a hacerse más visibles, y ya pasado el refugio, donde acaba el pequeño sendero, puedo observar al otro gigante el Zinalrothorn.
 


 
         El espectáculo glaciar no puede ser más… ya no encuentro adjetivos para expresar lo que desde aquí se ve y lo que desde aquí siento. Sobrecogido por tan inmenso espectáculo y totalmente repleto de imágenes, que espero nunca olvidar,  inicio el largo descenso que me lleva otra vez a Zinal. Y este descenso es un descenso  triste, triste porque supone un alejamiento, quizá para siempre, de uno de los lugares más grandiosos que he conocido de todos los Alpes.
 

viernes, 9 de marzo de 2018

ALPES – Italia – Dolomitas - Alpe Fanes
         Por las fotos que he visto y por mi experiencia en los Dolomitas, no me seducía mucho ir a Alpe Fanes, pero ayer Paola me lo describió como un lugar maravilloso, como un lugar que no podía perderme.
         Salgo temprano del camping, son las 7 de la mañana. La carretera discurre por lugares con unas vistas espectaculares. De vez en cuando aparecen enormes montañas que parecen que van a caer sobre mí, adornadas de esbeltos torreones y pináculos.
         Entro en el Tirol italiano, donde los carteles están en italiano y alemán. Aparecen verdes prados, pequeños pueblecitos con casas de madera, con ventanas llenas de flores y con  iglesias cuyas torres terminan en un bulbo. Las montañas son como más suaves, más amables, aunque de vez en cuando aparece una gran pared o un esbelto torreón.
         Y saboreando este paisaje, tomando numerosas desviaciones llego a mi destino. Pago los 4€ preceptivos por aparcar el coche y a las 10 me pongo a andar. Total han sido 3 horas de coche para hacer unos 120 Km. pero el tráfico es muy denso y las carreteras no están hechas para correr, además mereció la pena ir despacio para ver los majestuosos paisajes que han aparecido por doquier.
         Para empezar lo que parece obligatorio: una buena cuesta. Y luego el altiplano con el verde de las praderas, el verde de los pinos, y la gama de pasteles de las rocas: amarillo, naranja y rojo teja.
         Las rocas no forman paredes ni pináculos, forman como unas enormes lajas que parece que van a empezar a deslizarse unas sobre otras. Hay un par de chalets de madera antiguos que todavía se utilizan para el ganado,  hay dos refugios nuevos que se asemejan a restaurantes y hoteles y que están llenos de gente, dos coches todoterreno hacen de taxis y constantemente pasan en una dirección u otra llevando viajeros y todo este decorado está lleno de gente, pero de la gente más variada y variopinta que uno se puede imaginar, familias con niños de diversas edades, familias con bebés que llevan en su cochecito, señoras con zapatos de tacón fino, gente vestida con una elegancia que parece que está fuera de lugar,  niños y padres que dan pan a las cabras y  que sujetan a los perros para que no salgan detrás de ellas, hay también un pavo que es el centro de atención de numerosos niños.
 Y todo este gentío tan variopinto es posible que esté en este lugar porque las cuestas son pocas y  poco pendientes, hay amplios altiplanos bastante llanos, hay numerosos ríos y laguitos y una magnífica propaganda de este lugar, en la que no faltan las leyendas ladinas.
 Estas leyendas narran que un magnífico reino se extendía de Val Badia a Val Pusteria, habitado por el pacífico pueblo de Fanes. Un reino de hadas, enanos y gnomos, un reino próspero en que reinaba la reina Cunturines con sus guerreros a caballo. Los Fanes habían hecho un trato con el pueblo de las marmotas y vivían como estas, refugiándose bajo tierra en caso de peligro y para pasar el invierno. La leyenda también habla de un portón que se abre en medio de la noche por el que sale la reina Cunturines  con su hija Luyanta para pasear en barca.  Todo este reino es un lugar idílico en el que los hombres y los animales viven en armonía y en paz.  Pero los cuentos también se acaban y  al final llega la hora de marcharme.
 
En otra ocasión volví a Alpe Fanes pero por el extremo opuesto al anterior, por la parte alta del Valle de San Casiano, desde Armentarola. Había llovido por la noche y por la mañana el calor de la tierra producía maravillosas nubes intermedias que jugaban en los valles.
 
 
         Por este lado, para empezar, también hay una buena cuesta, pero pronto se llega al altiplano. Los pastos están llenos de vacas de diversas razas.

  Su presencia da una nota de color y de vida en el paisaje, paisaje que me parece más bonito que por el otro lado: montañas más altas y más agrestes, valles que se pierden entre las nubes y que tienen un aspecto misterioso, ríos limpios cuyo rumor rompe el silencio de la montaña, nubes que juegan entre los riscos, y siempre la ilusión. Pero esa la pone el que va andando.



         Ya de regreso, las nubes y los últimos rayos de sol me ofrecieron esta preciosa vista. ¡Hermoso juego de luces y sombras! ¡Riscos que parece que se encienden!