NEW YORK
LA NOCHE
Antes de conocer
Nueva York ya imaginaba que pasear por la noche me iba a encantar. En fotos ya
había visto que estaba toda llena de luces y las luces en las ciudades me
gustan desde que era niño. A mis 7, 8 y
9 años, cada vez que iba a Madrid con mis padres o mis abuelos me producía un
gran impacto ver la Puerta del Sol llena de anuncios luminosos. Ávila era una
ciudad oscura y triste y la imagen de las luces se quedó grabada en mí para
siempre. Y ya siempre las ciudades iluminadas por la noche han tenido para mí
un gran encanto.
La noche neoyorquina está
llena de matices. Cuando se observa Manhattan
desde lejos es como una aparición. Todo está lleno de puntitos de luz, de luz de diferentes colores y parece
que uno está soñando. El conjunto parece como un maravilloso castillo
encantado, todo lleno de alegría y felicidad, lo que hace que resplandezca de
esa manera.
Cuando se va por
sitos poco iluminados los rascacielos parecen gigantes adormilados que surgen
de no se sabe donde. Están llenos de fuerza, de tanta fuerza que dan como
miedo. Todo invita a andar con cuidado, sigilosamente, no sea que se vayan a
despertar. A mi me recordaban el cuadro de Goya del Coloso, ese gigante enorme
que parece que ya se aleja.
Las zonas súper
iluminadas de los alrededores de Times Square son una explosión de luz y
alegría como no he visto en ningún otro sitio. Todo son luces y más luces, que
se encienden y se apagan, que cambian de color y que te atraen la atención
desde tantos sitios y con tanta intensidad, que no sabe uno hacia donde mirar. Esta noche neoyorquina es un
espectáculo multicolor entre donde los haya. Las luces influyen unas en otras y
constantemente todo va cambiando de color o de matices de color, y esto se
puede observar bien estándose quieto, porque si uno se mueve los cambios son
rapidísimos, ya que al andar también cambia el punto de vista. Toda esta zona
es un derroche de luz y color impresionante. Todos los turistas venimos aquí y
a todos nos encanta.
Y tanta luz y tanto
color ¿para qué? Pues para atraer nuestra atención hacia el producto que anuncian,
lo que pasa es que como hay tantos ya no se sabe a cual mirar. Posiblemente
aquí se derroche más energía en un solo día que en muchas ciudades africanas en
todo un año. Estas son las cosas de este mundo en el que cada uno puede hacer
con su dinero lo que quiera, aunque de paso joda a los demás echando unos miles
de toneladas de CO2 al aire.
Aquí en esta zona y sobre todo de noche, cobran
más sentido esas gigantescas limusinas que en realidad son autobuses con
apariencia de lujosísimos coches. Son como los microbuses solo que un poco más
bajitos y más incómodos para salir o entrar, pues hay que hacerlo agachado,
pero ¿y la ilusión que les hace a algunos ir en limusina? ¿Y lo bien que queda?
El atardecer es una
hora mágica. Las luces se empiezan a encender pero en el cielo aún hay luz y
todo se llena de poesía. Todo se tiñe de rosas, de violetas, de malvas, de
azules. Todo se tiñe de colores que hacen soñar. Esta ha sido siempre mi hora
favorita. Me he parado mucho mirando hacia un sitio y hacia otro y hacia otro.
Andaba a veces con ansia a ver lo que se divisaba desde el próximo cruce o
desde la próxima esquina. Y siempre lo que se divisaba eran sueños.
Los sueños
que ofrece la gran ciudad: los sueños de esa obra de teatro: sueños de un mundo
mejor, sueños de justicia; de ese musical con sus sueños de alegría y de felicidad,; de esa tienda que nos ofrece una ropa o unos perfumes
o algo que nos hará más hermosos, más agradables y que harán que nos quieran
más otras personas. ¡Sueños de los atardeceres de Nueva York! Aunque la verdad
es que en todas partes se sueña.
Hay muchos lugares en Nueva York en los que me parece que por la
noche intentan que no mueran los momentos de alegría e ilusión. Son lugares
decorados como se decoran en Navidad: con árboles y barandillas llenos de
lucecitas. La verdad es que no hacen feo y no hay ninguna razón para que esa
decoración sea exclusiva de Navidad. Todo lo que sea bonito e ilusionante no
tiene porqué ser exclusivo de una época o de un lugar.
Fuera de los lugares
céntricos y cuando la gente ha salido del trabajo y ha
llegado a sus casas, la noche
neoyorquina se llena de misterio y melancolía. Hay muy poca gente por la calle.
Algunas tiendas permanecen abiertas siempre, pero hay poca gente. El metro está
casi vacío. En las pizzerías y hamburgueserías no hay casi nadie, Hopper no
tuvo que buscar ni mirar mucho para inspirarse y pintar esos cuadros de locales
y personas solitarias en las noches de New York. De vez en cuando, junto a una
fuente o a una estatua o a la entrada de un local importante, hay más luz y más
color. El resto permanece en penumbra. Las pocas personas que se ven andan deprisa,
no hay nada que mirar.
En estos sitios solitarios y a estas horas en que
predomina la oscuridad no me detengo a mirar casi nada, no hay nada que mirar.
Echo de menos las luces, los contrastes, el bullicio. En estos lugares se
respira el misterio de la gran ciudad. Me han preguntado si no me daba miedo
andar por estos sitios y la verdad es que no. No tenía nada que perder ni que
temer. Y junto a este misterio surge de vez en cuando la añoranza, la
melancolía de algo desconocido y perdido para siempre. Quizá sea un sentimiento
que produce la luz de la noche y que al no saber como definir ni llamar llamo
misterio y melancolía.
A veces me encuentro con un escaparate bellamente coloreado e
iluminado y todo el entorno de alrededor
parece que se llena de alegría e ilusión, pero sobre todo de ilusión.
¡Qué cosas tiene la noche neoyorquina! ¡Qué cosas se me ocurren
aquí en New York!
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