ALPES.
DOLOMITAS.
Catinaccio.
Roda di Vael. Italia
En
el paso Costalunga, uno de los extremos del Catinaccio, hay un bonito paseo
alrededor de la Roda
di Vael, una de esas montañas con unas paredes enormes y unas vistas no menos
enormes.
El
telesilla que se utiliza en invierno en las magníficas praderas que hacen de
pista de ski, me deja casi al pie de la pared. Los senderos parten en casi
todas las direcciones, están todos perfectamente señalizados, es casi imposible
perderse. La mañana está clara y las
vistas son enormemente dilatadas hacia la frontera con Austria, hacia el
Brenta, el Adamello, y los Alpes centrales. Mi camino empieza a ascender
suavemente. Unos niños van delante de mí. Tienen unos 4 ó 5 años y van
recogiendo piedras. Enseguida sus manitas están llenas. No saben donde
echarlas. Y así, observando a los niños, observando a las personas que hacen el
mismo recorrido que yo, observando las montañas que me rodean, observando los
profundos valles, observando las aves, las nubes y el cielo, llego casi sin
darme cuenta a una curva en la que aparece un nuevo valle y las Palas di San
Martino como telón de fondo.
Me quedo
un rato mirando. A pesar de que están lejos se las ve tremendamente audaces,
tremendamente verticales. El sendero va girando, va rodeando la montaña y poco
a poco van apareciendo nuevas panorámicas:
la cara sur de la Marmolada, una de
las paredes más altas y difíciles de todos los Dolomitas;
el enorme castillo
del Sella, con sus torreones y paredes que se asemejan a los de una gigantesca
fortaleza; los profundos valles; los bosques. Y todo esto animado con la gente
que tranquilamente va por el mismo sendero haciendo fotos, mirando, haciendo
comentarios. Y así, poquito a poco, casi sin darme cuenta llego al refugio Roda
di Vael.
Allí
hay un grupo de jóvenes descansando. Son ruidosos. Alguna chica chilla como de
miedo cuando una chova piquigualda se le acerca a picotear los restos de
comida. A mi no me dan miedo estas aves y me entretengo un rato en echarles
trocitos de comida: pan, queso, fiambre, y en ver como lo llegan a coger
mientras está en el aire, antes de que caiga al suelo. Un señor filma durante
bastante rato esta escena.
Continúo por el sendero. Se mete en una
estrecha canal muy empinada. Subo despacio, pero sin detenerme. Me cruzo con
bastantes austriacos que van en dirección contraria. Me dicen algo en alemán
que no entiendo, supongo que será buenos días y yo les contesto eso mismo sólo que
en español, para que nuestra lengua se oiga en Europa y para que no digan que
soy un maleducado.
A
medida que el sendero sube la vista se hace más amplia, más dilatada. Los
valles se ven como más profundos y las laderas de las montañas más grandes y más
empinadas. Aparecen grandes extensiones de roquedos que enriquecen los tonos
grisáceos de la paleta de colores que hay en estas montañas. Las montañas cada
vez están más bonitas. Y poquito a poco llego a lo más alto.
Ahora me toca descender. Y me toca
hacerlo por una canal más empinada que por la que he subido. Menos mal que está
muy bien señalizada.
Las vistas del Latemar son
estupendas. En el nuevo valle alterna el
verde de los bosques con los verdes de los prados. La vista llega a la frontera
austriaca, al Brenta, al Odles y Cedevale y posiblemente hasta el Bernina. La
amplitud de la vista, la variedad de los colores y lo bonito del paisaje, hacen
que me detenga mucho y baje muy despacio. No me importa, es temprano y no tengo
prisa para ir a ningún sitio.
En algunos momentos la canal es
sumamente empinada y hay pasos comprometidos. Los italianos, prudentemente, han
colocado una escala metálica y cables anclados en la pared. Y andando, y
mirando, y bebiendo agua, y diciendo bongiorno, llego hasta la estación del
telesilla, concluyendo así mi giro a la
Roda di Vael.
El día está precioso y en lugar de
bajar en el telesilla me bajo andando. Coincido con un grupo de mujeres, nos
ponemos a charlar y así el trayecto se nos hace más ameno y más corto. Ya muy
abajo vuelvo la vista hacia atrás y vuelvo a ver la Roda de Vael como al
principio del recorrido, sólo que ahora el sol ilumina la pared que por la
mañana estaba en sombra. Ahora, al igual que antes, me parece una hermosa
montaña.
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