ROMA (4)
Tempranito, a las 9 de la mañana paso
por el circo Máximo, bueno, otro resto, pero aquí ni siquiera hay ruinas.
Enseguida llego al Aventino, un remanso
de paz y tranquilidad en medio de Roma. Casas con jardines, calles con árboles,
placitas desiertas, Roma a mis pies
y algunas de las iglesias más antiguas de
Roma: Sta Sabina y San Alessio, en las que se conserva la traza basilical.
Estas iglesias son casi iguales que las
románicas italianas. Hay que ver el románico francés para ver algo nuevo y diferente,
tanto técnica como conceptualmente. La luz y la altura del románico francés no
están aquí ni por asomo.
Casi todas estas iglesias están
fundadas sobre antiguos templos romanos y en muchas hay leyendas muy curiosas,
como la de San Alessi que murió debajo de la escalera de su casa porque su
familia no le reconocía;
o la de la boca de la Veritá en la iglesia de
Santa María in Cosmedín, en la que también hay un suelo precioso del siglo
VIII.
Continúo andando. Por aquí y por allá
aparecen pequeños templos, arcos de triunfo y puentes sobre el Tiber.
Y por
aquí y por allá también aparecen iglesias y en las que a las 11 de la mañana ya
se están celebrando bodas. ¿Algún español puede imaginarse una boda en España a
las 11 de la mañana? Totalmente impensable.
Atravesando un puente paso a la isla
Tiberina y entro en la iglesia de San Bartolomeo. Bonita.
Sigo por el Trastévere.
Calles estrechas, llenas de coches y motos, por donde se pasa mal. Casas
desconchadas, con aspecto descuidado y suelo con bastante suciedad. Toda Roma,
en general, está sucia y dejada, pero esta parte parece que lo está más.
La iglesia de Santa Cecilia está
radiante y luminosa. Como en todas, se está celebrando una boda. El coche de
los novios es un Rolls.
Hace
calor. Las calles están casi desiertas. La iglesia de San Francesco Arripa
tiene unos altares barrocos chulos, chulos y sobre todo tiene una famosa
estatua de Bernini, la de la beata Ludovico Albertoni. Dicen que su gesto es el
de su agonía en santidad; a mí, y sin querer ser irrespetuoso con esta mujer,
su gesto me parece el del clímax de un orgasmo.
Y aquí también hay boda. Y me quedo una
vez más sorprendido por los generosos escotes que lucen muchas mujeres. Yo
creía que este tipo de escotes sólo se veían en las revistas y en los desfiles
de modas, pero ahora compruebo que muchas romanas los lucen en ceremonias tan
normales como una boda.
Los mosaicos de la iglesia de Santa
María del Trastévere son chulísimos. La iglesia es sencillamente esplendorosa.
Este estilo basilical paleocristiano es muy solemne. Me gusta.
Es curioso como en determinados
momentos te das cuenta de cosas que antes te habían pasado desapercibidas. Yo
ya había visto estas iglesias, pero hasta ahora no me había dado cuenta como el
románico francés y español son una evolución muy grande de este tipo de
edificios, mientras que el arte italiano sigue atado a estas construcciones. El
ábside es donde se coloca a Dios (a las estatuas romanas de los dioses);
mientras que en el románico francés por el ábside entra la luz de Dios, la luz
que ilumina el nuevo día, la nueva vida.
Hace calor. Como tres clases de pizzas,
uvas (que para mí aún están verdes) y dos helados que hay que comer enseguida
por los bordes porque sino escurren y se pone uno perdido.
Los colores del Trastévere me recuerdan
a los de la Provenza ,
pero aquellos son más limpios y más luminosos y la luz es más limpia, más
clara, más transparente. El aspecto general del Trastévere es de dejadez, de decadencia,
el de Provenza de cuidado, de limpieza, de alegría.
Roma es Roma. No he descubierto aún su
alma, su peculiaridad. Dejo estas divagaciones para otro rato porque aquí
sentado me duermo.
Los palacios de la zona del campo de
las Flores son chulísimos. El Spada es más recargado. El Farnese más elegante y
más señorial.
Calles estrechas con enormes palacios, fuentes
con máscaras y pilas romanas, imágenes de vírgenes en las fachadas de las
casas. Es la Roma
del renacimiento, es la Roma
de antes de la contrarreforma, es la
Roma de los papas que tenían hijos y que vivían como
príncipes.
Y por todas partes hay iglesias,
palacios, casas más o menos señoriales. Parece que en esta Roma no hay casas
populares, casas donde habite la gente normal del pueblo, los artesanos, los
pequeños comerciantes, los arrieros, los…
Y en el Campo de las Flores venden
flores. Hoy no hay muchos puestos. Es sábado y es verano. Quizá no sea el mejor
momento, pero las pocas flores que hay hacen bonito.
La iglesia de San Andrés del Valle es
magnífica, de las que te cagas. Y es
magnífica por los frescos del techo, de la cúpula, del ábside, del altar y por
el gran lujo de las capillas. Los frescos de esta iglesia no son los frescos
del Renacimiento que vi en la
Toscana. Estos frescos no tienen la frescura y elegancia de
aquellos. Estos tienen majestuosidad y grandiosidad. Los de la Toscana alegran las
iglesias, estos le dan grandeza.
¡Qué bonito es el gran barroco romano!
¡Qué bonito es el gran arte! Cuando era
más joven despreciaba el barroco y casi todo el arte que no fuese el románico y
el gótico. Ese era para mí el único arte válido, lo demás eran pamplinas.
Afortunadamente mis ideas han cambiado y hoy disfruto del gran arte de
cualquier época.
Sigo por callecitas y placitas con
fuentes, con puestos de flores, con rincones un tanto pintorescos, y así, sin
darme cuenta llego hasta la iglesia de Il Jesú.
La iglesia barroca por
excelencia. Y la iglesia es… ¡la leche! Es la decoración barroca en todo su
esplendor. Es la grandeza de Dios. Pero mirando y mirando, pensando y pensando,
veo todas estas magníficas iglesias como la corte de Dios, como el Versalles de
Dios que muestran todo su poder y toda su grandeza, pero… es sólo el decorado,
el escenario, porque aquí falta Dios arquitectónicamente hablando.
En el
románico Dios es la luz que ilumina la mañana e ilumina nuestra vida, es la luz
que entra por las ventanas del ábside. En el gótico Dios es esa luz que te
envuelve y te rodea y hace que estés como en el seno de Dios. En el
renacimiento esa luz te sigue envolviendo pero todo se hace más humano, más
amable; el espíritu circula de un lado para otro en el seno de Dios
descubriendo sus lados más amables y humanos; se está en el seno alegre de
Dios. En el barroco la iglesia es el escenario de un gran teatro en el que Dios
no está. Lo único que se ve es su corte, su palacio, que sólo es un débil
reflejo de cómo debe ser la estancia de Dios en el cielo.
Cuando entro en Il Jesú suena una gran
música barroca. Una música de coro y orquesta que hace que todo sea aún más
impresionante, más grandioso, más sobrecogedor, que hace que uno se sienta
empequeñecido.
Y después de estar mucho rato en el
interior de la iglesia salgo y continúo paseando por las calles de Roma.
Palacios enormes, altísimos, que no lucen en estas callejas estrechas. Casas
desconchadas. Gente sentada a la puerta de su casa. Placitas con fuentes lindísimas.
Iglesias más o menos brillantes. Columnas romanas empotradas en las viviendas.
Un arco que sale de no sé dónde y desaparece en el muro. Las ruinas del teatro
Marcelo o las que hay por el Largo Argentina y sobre las que se monta una
parafernalia acojonante y de la que podíamos aprender en España: de cuatro
paredes se hace casi un museo dibujando o haciendo maquetas de un templo, de un
mercado, de los baños, de los lupanares, de… de lo que quieras. Y así, mirando
y mirando, acabo por hoy mi paseo por Roma.
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