martes, 1 de mayo de 2018

ROMA (4)
         Tempranito, a las 9 de la mañana paso por el circo Máximo, bueno, otro resto, pero aquí ni siquiera hay ruinas.
         Enseguida llego al Aventino, un remanso de paz y tranquilidad en medio de Roma. Casas con jardines, calles con árboles, placitas desiertas, Roma a mis pies
y algunas de las iglesias más antiguas de Roma: Sta Sabina y San Alessio, en las que se conserva la traza basilical.



         Estas iglesias son casi iguales que las románicas italianas. Hay que ver el románico francés para ver algo nuevo y diferente, tanto técnica como conceptualmente. La luz y la altura del románico francés no están aquí ni por asomo.

        Casi todas estas iglesias están fundadas sobre antiguos templos romanos y en muchas hay leyendas muy curiosas, como la de San Alessi que murió debajo de la escalera de su casa porque su familia no le reconocía;
o la de la boca de la Veritá en la iglesia de Santa María in Cosmedín, en la que también hay un suelo precioso del siglo VIII.
         Continúo andando. Por aquí y por allá aparecen pequeños templos, arcos de triunfo y puentes sobre el Tiber.


Y por aquí y por allá también aparecen iglesias y en las que a las 11 de la mañana ya se están celebrando bodas. ¿Algún español puede imaginarse una boda en España a las 11 de la mañana? Totalmente impensable.


   
      Atravesando un puente paso a la isla Tiberina y entro en la iglesia de San Bartolomeo. Bonita.

          Sigo por el Trastévere. Calles estrechas, llenas de coches y motos, por donde se pasa mal. Casas desconchadas, con aspecto descuidado y suelo con bastante suciedad. Toda Roma, en general, está sucia y dejada, pero esta parte parece que lo está más.


         La iglesia de Santa Cecilia está radiante y luminosa. Como en todas, se está celebrando una boda. El coche de los novios es un Rolls.


  
        Hace calor. Las calles están casi desiertas. La iglesia de San Francesco Arripa tiene unos altares barrocos chulos, chulos y sobre todo tiene una famosa estatua de Bernini, la de la beata Ludovico Albertoni. Dicen que su gesto es el de su agonía en santidad; a mí, y sin querer ser irrespetuoso con esta mujer, su gesto me parece el del clímax de un orgasmo.

         Y aquí también hay boda. Y me quedo una vez más sorprendido por los generosos escotes que lucen muchas mujeres. Yo creía que este tipo de escotes sólo se veían en las revistas y en los desfiles de modas, pero ahora compruebo que muchas romanas los lucen en ceremonias tan normales como una boda.


  
       Los mosaicos de la iglesia de Santa María del Trastévere son chulísimos. La iglesia es sencillamente esplendorosa. Este estilo basilical paleocristiano es muy solemne. Me gusta.


         Es curioso como en determinados momentos te das cuenta de cosas que antes te habían pasado desapercibidas. Yo ya había visto estas iglesias, pero hasta ahora no me había dado cuenta como el románico francés y español son una evolución muy grande de este tipo de edificios, mientras que el arte italiano sigue atado a estas construcciones. El ábside es donde se coloca a Dios (a las estatuas romanas de los dioses); mientras que en el románico francés por el ábside entra la luz de Dios, la luz que ilumina el nuevo día, la nueva vida.

    
     Hace calor. Como tres clases de pizzas, uvas (que para mí aún están verdes) y dos helados que hay que comer enseguida por los bordes porque sino escurren y se pone uno perdido.


         Los colores del Trastévere me recuerdan a los de la Provenza, pero aquellos son más limpios y más luminosos y la luz es más limpia, más clara, más transparente. El aspecto general del Trastévere es de dejadez, de decadencia, el de Provenza de cuidado, de limpieza, de alegría.

         Roma es Roma. No he descubierto aún su alma, su peculiaridad. Dejo estas divagaciones para otro rato porque aquí sentado me duermo.


  
       Los palacios de la zona del campo de las Flores son chulísimos. El Spada es más recargado. El Farnese más elegante y más señorial.


         Calles estrechas con enormes palacios, fuentes con máscaras y pilas romanas, imágenes de vírgenes en las fachadas de las casas. Es la Roma del renacimiento, es la Roma de antes de la contrarreforma, es la Roma de los papas que tenían hijos y que vivían como príncipes.

         Y por todas partes hay iglesias, palacios, casas más o menos señoriales. Parece que en esta Roma no hay casas populares, casas donde habite la gente normal del pueblo, los artesanos, los pequeños comerciantes, los arrieros, los…


         Y en el Campo de las Flores venden flores. Hoy no hay muchos puestos. Es sábado y es verano. Quizá no sea el mejor momento, pero las pocas flores que hay hacen bonito.

     
    La iglesia de San Andrés del Valle es magnífica, de las que te cagas.  Y es magnífica por los frescos del techo, de la cúpula, del ábside, del altar y por el gran lujo de las capillas. Los frescos de esta iglesia no son los frescos del Renacimiento que vi en la Toscana. Estos frescos no tienen la frescura y elegancia de aquellos. Estos tienen majestuosidad y grandiosidad. Los de la Toscana alegran las iglesias, estos le dan grandeza.



         ¡Qué bonito es el gran barroco romano! ¡Qué bonito es el gran arte!  Cuando era más joven despreciaba el barroco y casi todo el arte que no fuese el románico y el gótico. Ese era para mí el único arte válido, lo demás eran pamplinas. Afortunadamente mis ideas han cambiado y hoy disfruto del gran arte de cualquier época.


         Sigo por callecitas y placitas con fuentes, con puestos de flores, con rincones un tanto pintorescos, y así, sin darme cuenta llego hasta la iglesia de Il Jesú.
          La iglesia barroca por excelencia. Y la iglesia es… ¡la leche! Es la decoración barroca en todo su esplendor. Es la grandeza de Dios. Pero mirando y mirando, pensando y pensando, veo todas estas magníficas iglesias como la corte de Dios, como el Versalles de Dios que muestran todo su poder y toda su grandeza, pero… es sólo el decorado, el escenario, porque aquí falta Dios arquitectónicamente hablando.

          En el románico Dios es la luz que ilumina la mañana e ilumina nuestra vida, es la luz que entra por las ventanas del ábside. En el gótico Dios es esa luz que te envuelve y te rodea y hace que estés como en el seno de Dios. En el renacimiento esa luz te sigue envolviendo pero todo se hace más humano, más amable; el espíritu circula de un lado para otro en el seno de Dios descubriendo sus lados más amables y humanos; se está en el seno alegre de Dios. En el barroco la iglesia es el escenario de un gran teatro en el que Dios no está. Lo único que se ve es su corte, su palacio, que sólo es un débil reflejo de cómo debe ser la estancia de Dios en el cielo.

         Cuando entro en Il Jesú suena una gran música barroca. Una música de coro y orquesta que hace que todo sea aún más impresionante, más grandioso, más sobrecogedor, que hace que uno se sienta empequeñecido.






        Y después de estar mucho rato en el interior de la iglesia salgo y continúo paseando por las calles de Roma. Palacios enormes, altísimos, que no lucen en estas callejas estrechas. Casas desconchadas. Gente sentada a la puerta de su casa. Placitas con fuentes lindísimas. Iglesias más o menos brillantes. Columnas romanas empotradas en las viviendas. Un arco que sale de no sé dónde y desaparece en el muro. Las ruinas del teatro Marcelo o las que hay por el Largo Argentina y sobre las que se monta una parafernalia acojonante y de la que podíamos aprender en España: de cuatro paredes se hace casi un museo dibujando o haciendo maquetas de un templo, de un mercado, de los baños, de los lupanares, de… de lo que quieras. Y así, mirando y mirando, acabo por hoy mi paseo por Roma.

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