ESPAÑA: POR EL NORTE Y A ORILLAS DEL MAR (9)
Ribadesella, uno de
los pueblos más bonitos de España. Recuerdo la primera vez que vine, llegué
aquí para ver el mar y luego ir a la Garganta del Cares. Era tanta mi ansia por ver el
mar que vinimos aquí, y desde entonces siempre que he tenido ocasión he venido
hasta aquí.
Y aquí estoy una vez más paseando entre estas casas que tienen un
aire como decadente, nostálgico, de colores verdes apagados, sienas
amarillentos, blancos. La ría, el puerto, el puente, las montañas, el mar, la
playa, la atalaya donde siempre que vengo subo haga como haga; todo esto es
consustancial a Ribadesella.
Hoy también subo y vuelvo por un camino a media
ladera que tiene unas vistas soberbias de la ría y de las montañas del fondo.
¡Es
un paseo magnífico! ¡El viento, siempre el viento! ¡Cómo me gusta el viento en
la cara! ¡Qué bonitas, qué agrestes, qué salvajes son las montañas del fondo!
¡El mar! ¡Qué olas! ¡Qué sitio más bonito! ¡Cómo me gusta estar aquí!
En los acantilados de Castra Arenis,
cerca de Ribadesella y al lado del río Guadamía hay unas olas enormes y el
espectáculo es impresionante a más no poder. Las olas son grandiosas. Cuando
chocan contra los acantilados muchas veces superan la altura de los mismos. Es
algo digno de ver.
Me estoy mucho rato mirando y mirando pues nunca había visto
unas olas tan altas desde tan cerca. El espectáculo siempre es igual y siempre
diferente. Hago muchas fotos en un intento de aprehender estos momentos únicos
y yo diría que irrepetibles para mí. Y desde aquí me voy despacito siguiendo la
costa en dirección oeste.
Al cabo de un rato me desvío hacia el
desfiladero de Entrepeñas y atravieso pequeñas aldeas con antiguos hórreos. El
desfiladero es muy estrecho pero muy corto. Las rocas son calizas con aspecto
ruiniforme.
Camino de Lastres paso por
solitarias playas llenas de blanca espuma. A estas horas no hay gaviotas, no
hay nada ni nadie. El campo está verde,
recién lavado, recién pintado, pues la lluvia pinta estos campos de un verde
luminoso, de un verde brillante.
Lastres
es un pueblecito precioso colocado en la ladera de una colina asomándose al
mar. Las calles son empinadas, las casas viejas. Las cuestas son enormes y en
los bordes, junto a las casas hay hortensias, lo que ocurre es que ya están
secas. El pueblo es muy bonito y le he visto de casualidad, me he desviado de
la carretera principal para hacer tiempo y gracias a eso estoy aquí, de lo que
me alegro muchísimo.
Quedan muchas casas antiguas, todas o
casi todas habitadas y pintadas con unos colores propios de esta zona del norte
de España. En Asturias pintan las casas de diferente manera a como las pintan
en Galicia o en el País Vasco. No sé por qué tienen tendencia a hacerlo de otra
manera, pero es así.
Camino
de Villaviciosa paso por otras playas también solitarias, por pequeñas aldeas
con hórreos magníficamente aprovechados, pues sirven de anuncio de la tienda de
la aldea, sirven para guardar debajo la leña y sirven para secar el maíz en la
barandilla.
Y algunos, no contentos con esas funciones, se llenan de flores a
su alrededor y contrastan poderosamente sobre las casas de azul que hay a su
lado.
Y las casas a veces tienen como envidia de esos hórreos y también se
llenan de flores, y en las zonas protegidas de la lluvia cuelgan plantas
secándose. ¡Qué bonita competencia la de las casas y los hórreos por ver cual
está más bonito y es más útil!
Villaviciosa tiene
una parte antigua y señorial muy bonita. En la plaza de la parte antigua están
instalando el mercado medieval, con algunos de los mismos puestos que ponen en
Ávila. Debe ser una empresa que se dedica a ir instalando el mercado medieval
por toda España y por estas fechas están aquí en el norte. Otra vez vi los
mismos puestos en Valencia, junto a la Lonja. Empiezo a pasear entre las 3 y las 4 de la
tarde.
Las calles están casi vacías, las tiendas están cerradas, hay una calma
y una quietud especiales. Las personas que van por la calle o lo hacen deprisa,
porque irán a comer, o despacio, porque dan un paseo, no hay término medio.
Y otra vez estos colores me vuelven a parecer característicos
de aquí del norte de España. No sé por qué, pero no me imagino estos colores en
Castilla, Extremadura o Andalucía.
Recuerdo que vine por primera vez a este
pueblo hace muchos años con mi primo Luis y con Angelina y que nos íbamos a
comer un centollo que nos sacaron vivo; a mí me dio tanta pena que matasen al
animal para comérnoslo que en su lugar pedí otro pescado, pescado que habían
matado con anterioridad y que no me dio ninguna pena ¿Curioso, verdad?
Los
acantilados de Cabo de Peñas son
espectaculares, altísimos, verticales, de unos colores preciosos. Son mucho más
bonitos que los de punta Raz en Bretaña, no tienen comparación. No sé si por
suerte o por desgracia a este sitio no se le da la publicidad que corresponde a
su belleza.
El espectáculo del mar es grandioso por su amplitud, por su
inmensidad. Las olas baten la base de los acantilados, se estrellan contra las
rocas que afloran un poco antes y llenan todo de una espuma blanco azulado
precioso.
Y a este espectáculo visual se suma el espectáculo inmenso de la
puesta de sol. Grises, dorados, azules. ¡Qué bonitas son siempre las puestas de
sol! ¡Qué espectáculo siempre igual y siempre diferente! ¡Nunca me canso de
mirar y mirar las puestas de sol! ¡Y aquí, junto al mar me emborracho de mirar
y mirar!
Y
a todo esto se suma el viento. Todo el rato está soplando el viento. Un viento
que huele a mar. Un viento que me da en el rostro y me vivifica. Un viento que
me hace sentir vivo. Un viento fuerte, casi violento, que para mí es como una
caricia.
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