POR LA COSTA BRAVA (3)
Ullastre
es un pueblito
monumental, antiguo, muy bien conservado y hoy silencioso y tranquilo. ¡Qué bien
se pasea bajo la silueta de la torre del castillo, o junto a la iglesia
románica o bajo esos arcos enormes que son como puertas al aire! Todo está
tranquilo; nada se mueve; todo parece detenido desde hace siglos; desde
siempre.
Peratallada
es un pueblo a la vez parecido a otros
y a la vez diferente. Para empe-zar tiene una muralla con un foso excavado en
la roca: ¡menuda obra excavar ese foso a mano! Nunca había visto nada parecido
y si lo he visto no me he percatado de ello, pues ahora que soy consciente, posiblemente
los fosos, cuando la roca era blanda, se excavarían en la misma roca y no se
construirían de obra.
Peratallada tiene cierta
fama entre los pueblos de la zona, y son varios los turistas que nos dejamos
caer por aquí. Me cruzo con algunos paseando por las calles y coincido con
otros tomando café.
Peratallada me da la sensación de ser un pueblo nuevo y
viejo a la vez. La forma de las casas, los arcos que cruzan las calles, el
trazado de las mismas, la forma de las placitas, los materiales de los muros,
la variedad de puertas y ventanas, etc me hablan de otro tiempo, de otra época;
pero las puertas tan nuevas y con un barniz tan brillante, los marcos de las
ventanas, la nitidez de los cristales, las luces de los locales, etc me hablan
de ahora mismo, me hablan de un pueblo que fue, que ya no es y que se mantiene
de forma artificial. Ahora no es época de vacaciones y aquí no hay ningún niño,
ni bebé ni mayorcito.
Las plantas y los
árboles están muy cuidados. Algunos dan la sensación de una cuidada dejadez. Se
pone a llover con bastante intensidad y me resguardo bajo uno de esos arcos que
unen una casa con otra, que son como puertas abiertas a nada, que otras veces
son como puentes de paso de una casa a otra con su ventana en medio y otras son
como apoyos que tienen las viviendas, cuando ya se van haciendo viejas, para no
echarse una encima de la otra.
El
agua de la lluvia corre por el suelo y todo lo deja limpio, limpísimo y las
viviendas y las plantas y el cielo se reflejan en el agua. Nadie sale a cerrar
una ventana, una puerta, o a correr una persiana. Ninguna viejecita se asoma a
la ventana y dice mirando para dentro de la casa: ¡Hay que ver la que está
cayendo! ¡Cómo corre la calle! Solo hay el ruido del agua, solo hay silencio.
Cuando deja de llover pián los gorriones y se oyen el canto de los mirlos.
¡Parece que vuelve la vida!
En Pals ya no
llueve. Coincido con un par de grupos de turistas maduros como yo, pero cosa
curiosa, ninguno sale en mis fotografías, y eso que no busco fotografiar
edificios y monumentos sin personas. Aquí me vuelvo a encontrar pequeñas
murallas con pequeñas torres, torres cuadradas, como las de los musulmanes,
aunque creo que aquí si llegaron poco tiempo estuvieron. Las calles y las casas con la misma tónica
que en los pueblitos anteriores: villas muy antiguas con aspecto de nuevo, y
eso que todo está hecho con buen gusto. No sé de donde vendrá la costumbre de dejar crecer hiedras por los muros; las
hiedras se meten entre los resquicios y acaban tirando las piedras.
Begur
es una ciudad con
aspecto mucho más nuevo. Las casas tienen otra pinta y lo malo es que ya no
queda casco antiguo ni histórico para conservar. Hay un par de calles y nada
más. Lo que todavía sí conserva son los restos de su castillo allá en lo más alto, lugar hasta
donde subo. Y desde allí se ven más
torres de granjas fortalezas.
Sa
Tuna está al lado. A la
caída de la tarde la cala está vacía, sólo unos hombres sacan una barca del
agua. El mar está tranquilo e insultantemente limpio. El fondo, con los peces
y algas, parece que se puede coger. Todo está en una perfecta calma.
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