lunes, 24 de abril de 2017

POR LA COSTA BRAVA (3)

          Ullastre es un pueblito monumental, antiguo, muy bien conservado y hoy silencioso y tranquilo. ¡Qué bien se pasea bajo la silueta de la torre del castillo, o junto a la iglesia románica o bajo esos arcos enormes que son como puertas al aire! Todo está tranquilo; nada se mueve; todo parece detenido desde hace siglos; desde siempre.


 



Peratallada es un pueblo a la vez parecido a otros y a la vez diferente. Para empe-zar tiene una muralla con un foso excavado en la roca: ¡menuda obra excavar ese foso a mano! Nunca había visto nada parecido y si lo he visto no me he percatado de ello, pues ahora que soy consciente, posiblemente los fosos, cuando la roca era blanda, se excavarían en la misma roca y no se construirían de obra.


Peratallada tiene cierta fama entre los pueblos de la zona, y son varios los turistas que nos dejamos caer por aquí. Me cruzo con algunos paseando por las calles y coincido con otros tomando café.
 
            Peratallada me da la sensación de ser un pueblo nuevo y viejo a la vez. La forma de las casas, los arcos que cruzan las calles, el trazado de las mismas, la forma de las placitas, los materiales de los muros, la variedad de puertas y ventanas, etc me hablan de otro tiempo, de otra época; pero las puertas tan nuevas y con un barniz tan brillante, los marcos de las ventanas, la nitidez de los cristales, las luces de los locales, etc me hablan de ahora mismo, me hablan de un pueblo que fue, que ya no es y que se mantiene de forma artificial. Ahora no es época de vacaciones y aquí no hay ningún niño, ni bebé ni mayorcito.
 
  Las plantas y los árboles están muy cuidados. Algunos dan la sensación de una cuidada dejadez. Se pone a llover con bastante intensidad y me resguardo bajo uno de esos arcos que unen una casa con otra, que son como puertas abiertas a nada, que otras veces son como puentes de paso de una casa a otra con su ventana en medio y otras son como apoyos que tienen las viviendas, cuando ya se van haciendo viejas, para no echarse una encima de la otra.
 
            El agua de la lluvia corre por el suelo y todo lo deja limpio, limpísimo y las viviendas y las plantas y el cielo se reflejan en el agua. Nadie sale a cerrar una ventana, una puerta, o a correr una persiana. Ninguna viejecita se asoma a la ventana y dice mirando para dentro de la casa: ¡Hay que ver la que está cayendo! ¡Cómo corre la calle! Solo hay el ruido del agua, solo hay silencio. Cuando deja de llover pián los gorriones y se oyen el canto de los mirlos. ¡Parece que vuelve la vida!

            En Pals ya no llueve. Coincido con un par de grupos de turistas maduros como yo, pero cosa curiosa, ninguno sale en mis fotografías, y eso que no busco fotografiar edificios y monumentos sin personas. Aquí me vuelvo a encontrar pequeñas murallas con pequeñas torres, torres cuadradas, como las de los musulmanes, aunque creo que aquí si llegaron poco tiempo estuvieron.  Las calles y las casas con la misma tónica que en los pueblitos anteriores: villas muy antiguas con aspecto de nuevo, y eso que todo está hecho con buen gusto. No sé de donde vendrá la costumbre  de dejar crecer hiedras por los muros; las hiedras se meten entre los resquicios y acaban tirando las piedras.
 

Begur es una ciudad con aspecto mucho más nuevo. Las casas tienen otra pinta y lo malo es que ya no queda casco antiguo ni histórico para conservar. Hay un par de calles y nada más. Lo que todavía sí conserva son los restos de su  castillo allá en lo más alto, lugar hasta donde subo.  Y desde allí se ven más torres de granjas fortalezas.
 

Sa Tuna está al lado. A la caída de la tarde la cala está vacía, sólo unos hombres sacan una barca del agua. El mar está tranquilo e insultantemente limpio. El fondo, con los peces y  algas, parece que se puede coger.  Todo está en una perfecta calma.
 
 

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