ESPAÑA: POR EL NORTE Y A ORILLAS DEL MAR (7).
Es por la
mañana temprano. En Suances el mar
está precioso: los acantilados, las olas, la playa, los colores del mar, las
olas con su espuma blanca que van a morir en la playa, el color de la arena...
Es un espectáculo maravilloso, grandioso y a la vez tranquilo. Los
acantilados, tan altos, con esa sensación de poderío y a la vez tan frágiles:
las rocas se deshacen y caen al mar. ¡Qué bonito!
La ermita
de Sta. Justa está en un hueco a la
orilla del mar. ¡Qué lugar más sorprendente para hacer una ermita! El mar le da
compañía y hace que la imagen no se sienta sola. Las olas llegan a la base pero
no la golpean; acarician suave-mente las rocas sobre las que descansa.
No se pueden visitar las cuevas de Altamira originales.. Solamente se visita una magnífica reproducción. Estos hombres eran unos auténticos artistas. Hay que ver que sensación de movimiento logran, que manera de repartir las manchas y cómo dominaban la línea. Es una auténtica obra maestra.
La última
vez que estuve aquí, en Santillana del
Mar fue con Teresa Arrabal, en un mes de septiembre, cuando fuimos a un congreso a Noja y cuando
nos marchamos de un restaurante sin pagar porque no había manera de que el
señor nos cobrase por más que insistíamos en que lo hiciese. A la primavera
siguiente murió.
También me acuerdo de un artículo que escribió en el
Espectador Ortega y Gasset titulado “Santillana del Mar o venga escudos” No sé
por qué me acuerdo de ese artículo, pero el caso es que ahora me viene a la
memoria. Tengo que volver a leerlo. Son cosas que se quedan grabadas sin saber
bien el porqué.
Me paseo por Santillana, voy por muchas calles dando un amplio
paseo, un paseo tranquilo
y sosegado, un paseo sin prisa, un paseo para saborear los
edificios, el cielo
azul, las irregularidades del suelo, el placer de una sombra, o la belleza de los ábsides de la colegiata.
Santillana del Mar siempre me ha parecido uno de los pueblos más bonitos de
España. Ya he venido muchas veces a él, pero no me importa volver a pasearle.
En los acantilados al oeste de
San Vicente de la Barquera ,
el mar está de un azul radiante, la roca es caliza, blanda, y tiene
numerosos arcos. Es un paseo tranquilo, agradable, sosegado.
Me paro con
frecuencia para mirar en la dirección en que he venido, pues las vistas cambian
constantemente. Este es uno de esos lugares en los que logro encontrarme en
paz, en los que no pienso en nada, en los que nada me agobia, en los que mis
preocupaciones y mis fantasmas desaparecen.
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