domingo, 17 de febrero de 2019

ESPAÑA: POR EL NORTE Y A ORILLAS DEL MAR  (2)
        Duermo en Zarauz, en un camping en lo alto de un monte con vistas al mar. Y el mar está así de bonito por la mañana. ¡Qué bonito es el mar!
   

     Desde aquí me voy a San Sebastián. Me habían dicho que es la ciudad más bonita de España, pero para mi gusto han exagerado. Tiene unas casas lujosas, pero de un feo color, de color caca.

        La iglesia de S. Vicente es tremendamente oscura, tétrica, macabra, sin luz por ninguna parte, ni siquiera en el altar.
 
        En el monte Urgul hay un señor con unos perros que están jugando con una pelotita. Viene otra señora con otro perro y el señor dice a uno de los suyos:
-      ¡Anda, coge tu pelotita que sino te la van a quitar!
    Alucino en colores. Habla al perro intentando inculcarle un sentido de la propiedad que posiblemente el perro nunca tenga. Le habla intentando educarle como si fuera un niño. ¡Ah!, el hombre tendrá entre 40 y 50 años. El perro no le hace ni puto caso.
    Los empleados que hacen la limpieza de las calles  y jardines van con unos uniformes muy sucios. Eso hace muy feo. No pega que uno que limpia vaya sucio y menos en una ciudad que se las da de elegante y fina.
 
 
   Orio aparece de repente, con unas pocas barquitas en la ría. Es pequeño, como no queriendo llamar la atención.
       Guetaria es pequeño, menudito. Está arrimadito, muy arrimadito al mar. Todas las calles van derechitas al mar.
 Una de las calles pasa por debajo de la iglesia, iglesia que es muy, muy oscura con el suelo inclinado. Está declarada monumento histórico y tendrá mucho valor histórico, pero casi ninguno artístico.

        Subo al Ratón, el monte que está al lado. ¡Qué bonitos los colores de los barcos! Rojos, verdes, naranjas, azules, blancos que se reflejan en el mar. 
El mar está tranquilo. El cielo está gris. El agua brilla. El mar se me antoja inmenso. Es tan bonito como la montaña o más y más aún este mar que tiene las montañas al lado.
El sonido de las olas, los graznidos de las gaviotas, el piar de los pájaros, el sonido de mis pisadas, y a veces, en medio de estos sonidos, parece que se escucha el silencio.
Abajo, entre los árboles, se ven los barcos. ¡Barcos entre los árboles! Quizá sólo sea un sueño, un espejismo.
        En Zumaya se arreglan los barcos. Al ver arreglar los barcos fuera del agua me acuerdo de mis nietas y del barco del capitán Garfio cuando está volando. Cuando los barcos están en alto parece que vuelan.
        Las casas son altas, horrorosas, feas. Solo conserva su iglesia y dos casas antiguas. Todo es nuevo, horrorosamente nuevo. Esto es el fruto del buen hacer de los arquitectos y constructores vascos ¡Menos mal que los vascos son muy amantes de sus tradiciones! ¡Qué afán de construir sin gusto y sin tener en cuenta el entorno! ¡Qué imiten el estilo de los viejos caseríos vascos!

         ¡Menos mal que el mar es maravilloso!
      Motriku es un pueblecito pequeño que está en una ladera muy inclinada frente al mar. Las casas son altas, muy altas, para aprovechar el terreno, pero no las casas de ahora, sino las de siempre, las del siglo XV y XVI ya eran así. Y en este paisaje gris las casas están bellamente coloreadas, con colores a la vasca.
Sí, porque esta zona de España tiene sus colores característicos diferentes de los de otras partes de España y de Europa. ¿Y por qué pondrán estos colores tan alegres y tan vivos? Quizá para que los niños jueguen con más alegría y corran más y parezca que son más felices. Puede ser que sea por eso.
 Y en este sitio tan bonito hay una casa nueva tan alta y tan fea que deberían hacer una suscripción popular para derribarla y conseguir que ese edificio no estropee el pueblo.
        Un poco más allá está Ondarroa, también pegado al mar, pero con casi todos los edificios modernos.  Y me llaman la atención sus dos puentes tan diferentes, tan distintos: el nuevo y el viejo.
 El nuevo con ese aire futurista, como de progreso.
El viejo con ese aire secular, como de siempre, como de haber estado ahí toda la vida.
 

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