SENEGAL (7) - Sant Luis
Saint Luis fue la capital del África Occidental Francesa.
Era la joya de Francia en el África negra y todavía conserva ese aire colonial
del siglo XIX. Hoy Saint Louis es Patrimonio de la Humanidad, las causas de la
inclusión en dicha lista son varias pero fundamentalmente es el conjunto
arquitectónico de una época pasada que refleja una forma peculiar de vida y
también el interés de Francia para que una de sus colonias más importantes esté
en esa lista y de paso también la antigua metrópoli, pues lo que se valora es
lo que hicieron ellos.
Cuando se fueron los franceses casi todas esas
viviendas entraron en decadencia, y hoy, con las ayudas de la UNESCO, muchas se
están arreglando. Son viviendas de dos plantas; en la superior vivían los
señores, la inferior servía como almacén, como lugar donde tener a los esclavos
hasta embarcarlos para América o el lugar donde vivían los sirvientes. Lo más
probable es que sirvieran para todas las cosas a la vez.
Todo el trazado urbano
es muy regular: las manzanas son rectangulares y todas las calles o son
paralelas o perpendiculares entre sí. Todo era una imitación de la gran
metrópoli tal como se concebía la vida en el siglo XIX. Pero hoy tiene un aire
descuidado, colorista. Los que conocen África dicen que es el aire africano,
que todas las ciudades son similares.
Hay gente sentada en la calle, en el
bordillo de la acera, sin hacer nada, solo ven como pasa la gente. Hay mujeres
que están lavando en la calle, en un barreño, y tienden la ropa entre árbol y
árbol, y la calle parece que está más alegre, más bonita.
Hay pocas tiendas
porque hay poco dinero, y de electrodomésticos hay menos porque la luz es muy
cara. Los niños se paran frente a la tienda de televisores y se quedan mirando
durante un rato. ¿Qué pensarán estos niños? ¿Qué les parecerá lo que se ve?
Un
poco más allá está el puente de Eiffel, todo él de hierro, y que según dicen no
era para aquí sino para otro lugar pero que se quedó pequeño y buscando un
sitio donde ponerle encontraron éste. ¿No era más fácil añadir unos cuantos
hierros más y ponerle para donde se había pensado? Yo creo que esto es como una
leyenda urbana.
En cuanto me aparto del centro y me
aproximo a las orillas del río o del mar empieza a aparecer otra cara, una cara
más brutal, la cara de la pobreza. La basura se empieza a amontonar a las
orillas del agua. Las cabras, las pintadas y los cuervos buscan entre la basura
algo que comer.
Lo bueno que tienen estos animales es que se comen todos los
desperdicios orgánicos, con lo cual no hay malos olores ni riesgo de enfermedades
infecciosas. Es un aprovechamiento muy ecológico, demasiado ecológico.
Y a medida que uno se aleja del centro
geográfico, que coincide con el administrativo, las viviendas empiezan a ser
más humildes. Muchas son de una sola planta y la planta baja de las que son de
dos no es un almacén ni nada parecido, es una vivienda más.
Hay horas en que la
calle está llena de gente y los chicos un poco mayores juegan a sus cosas, que
suelen ser un poco bruscas, y las muchachas pasan como distraídamente, como sin
dar importancia a lo que hacen los chicos aunque constantemente miran a
hurtadillas.
Y
en estos barrios un poco alejados del centro histórico se empiezan a ver
dolorosos contrastes. Hay jovencitas y jovencitos que acaban de salir del Liceo
y van con su flamante uniforme.
Y en muchos de los lugares por donde pasan hay
humildes chabolas hechas con lo que se hacen las chabolas: chapas y maderas. Es
el problema de la eterna distribución de la riqueza.
Y la Saint Louis señorial actualmente se
acaba poco a poco. Antes, en la época colonial, la diferencia entre la zona
blanca y la zona de los negros debía ser más brutal.
Cuando se llega a la
orilla del río y se mira al frente lo que se ve debía parecer de otro mundo.
Hoy no, pues los blancos somos muy escasos y el mundo negro con sus costumbres
y sus peculiaridades ya ha impregnado todo. A fin de cuentas están en su
tierra. ¿Pero qué es lo que se ve
en la otra orilla del río?
Se ve el barrio y el mundo de los
pescadores. Se ven largas barcazas con un motor que a estas horas van llenas de
hombres pues salen a pescar. Las barcas están pintadas de bellos colores, de
los colores de África y son unas barcas pobres y humildes. Los pescadores se
quejan de que tienen que ir a pescar a las aguas de Mauritania, porque aquí hay
muy poca pesca: el gobierno concedió licencia a los japoneses y estos
esquilmaron todo. Se marcharon cuando ya no había nada que pescar.
Desde
luego que estos hombres, con estas barquitas y con estos aparejos de pesca, no
acaban con los peces que hay en sus aguas. Pescan poco porque no tienen manera
de conservarlo; sus métodos de conserva son simplísimos: salar los peces y
ponerlos a secar al sol, o salarlos y ahumarlos. Hay una parte de la playa que está
dedicada a esta tarea en la que trabajan las mujeres, los hombres son los que
van a pescar.
Paseo por esta parte y un olor fuerte, especial, lo impregna
todo; es una mezcla de sal, de pescado y de humo. Las gaviotas se comen
rápidamente todas las tripas de los peces; las escamas se utilizan como abono;
todo se aprovecha, aquí no se puede desperdiciar nada. Algunos pescadores hoy
no salen, se quedan a remendar sus redes.
En estos barrios de pescadores, y en todos los
lugares alejados del centro histórico, la vida es de otra manera, es más
bulliciosa, más viva y a veces más deprimente. Las viviendas son de aspecto más
humilde; también parecen más pequeñas; las calles son de tierra; los niños andan
por todas partes; no se ven ancianos pues sobre los 60 ó 65 años ya se han
muerto; se ven muchas cabras que andan sueltas buscando comida entre la basura;
también hay burros y muchos carros que llevan y traen mercancías. ¿Qué por qué
no hay furgonetas ni coches? Pues porque la gasolina tiene el mismo precio que
en España, y un sueldo que está bien para vivir en Senegal es de 300 € mientras
que en España un sueldo para vivir malamente es de 1000€.
Había leído en
algunas guías turísticas que es peligroso andar por estos barrios. Yo los he
recorrido en todas direcciones y metiéndome por callejas, callejones, entre las
barcas y por donde me ha parecido bien, y la verdad es que nunca me he visto
incomodado ni molestado por nadie. Cuando he preguntado algo la gente me ha
respondido con amabilidad y no he visto malas caras ni cosa parecida. La verdad
es que hay mucho fantasma por ahí que va diciendo que si este barrio o aquel
otro son peligrosos; yo creo que hay más peligro en barrios de grandes ciudades
europeas que en estas ciudades africanas. Este es un mundo lleno de alegría y
de color, pero también de pobreza y miseria. Muchísimas cosas me gustan y
muchísimas me desagradan.
La franja de tierra donde está este
barrio es muy estrecha, por un lado, está el mar, por el otro un estrecho brazo
de mar que parece un río. Me acerco a donde está el mar abierto.
La playa está
llena de suciedad, de gente y de muchas barcas. La suciedad son plásticos pues
lo orgánico se lo han comido los animales y todo lo aprovechable lo han cogido
los humanos. Hay muchos adultos sentados sobre las barcas, o de pie, charlando
entre ellos o mirando al mar.
El mar está precioso; el mar y el cielo están de
un gris azulado que de vez en cuando se tiñe de colores rosáceos, cuando el sol
encuentra algún camino entre las nubes.
Y aquí en la playa veo un pelícano
junto a una oveja. La oveja está demasiado encima de él y la pica para que se
aleje. Debe ser un pelícano domesticado,
pero no sé para qué puede ser útil. A lo mejor solo es un capricho de su dueño.
Los chicos mayores juegan al fútbol; algunos llevan camisetas del Milan, del
Barça y de otros equipos europeos. ¡Hay que ver lo lejos que llegan ciertas
noticias y ciertas aficiones!
Los niños pequeños juegan con las olas; no tienen
bañador y no se meten en el mar; juegan a que la ola no les pille.
Echo un último vistazo al mar y a esa
sinfonía de grises y me voy hacia el centro, hacia el hotel.
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