ESPAÑA: POR EL NORTE Y A ORILLAS DEL MAR (3).
Ea es un pueblo pequeñito, como una aldea. Me gusta
y no me gusta. Me gustan sus casas, sus puentes, sus colores.
No me gusta que
esté todo lleno de coches y me produce tristeza ver los carteles en los que se
maldice al visitante si este no respeta la lengua vasca, ni sus costumbres, ni
su derecho a decidir su independencia. Con maldiciones, con odios y con
rencores poco bueno se puede construir.
Veo una casa de 1810 en la que está
escrito: “Esta casa la mandó construir…” y está puesto en castellano. Entonces
no circulaban aún las ideas de Sabino Arana y nadie oprimía al pueblo vasco ni
éste se sentía oprimido por nadie. ¡Hay que ver lo que pueden hacer las ideas
de algunos hombres!
Voy
por una zona de acantilados. Todo está gris, de un bello color gris. Casi de
repente aparece Elantxobe, un
pueblecito pequeño, situado en una ladera empinada, tan empinada que parece que
el pueblito se va a escurrir y a meterse en el mar.
Las casas son feotas, sin
gusto, sin estética de ningún tipo. Es una pena como se han destrozado todos
estos pueblitos. Hay casas que se parecen a las del Tirol, ¡como si el Tirol
tuviese algo que ver con el país vasco!
Un señor gordo, con el torso desnudo
tiende la ropa desde su ventana, cuando paso me hace un gesto de saludo con la
mano.
El
bosque pintado de Oma es sorprendente,
es de una originalidad única. Es una obra de arte en el más puro sentido de la
palabra. Yo me imaginaba que todos los árboles estarían pintados igual, con el
mismo motivo, pero no.
Los motivos van cambiando y ello le da aún más dinamismo
porque según se va andando todo cambia, todo se ve de distinta manera. Son
objetos pintados y como tienen volumen en cuanto cambia el
punto de vista también cambia su aspecto. Y esta variabilidad hace que la
atención esté permanentemente activa buscando no se sabe qué, imaginando que va
a aparecer, estando expectante ante lo que habrá en el vallecito que se adivina
y no se ve, estando como sorprendido por esos ojos que miran nuestro asombro a
la vez que adornan y producen aún más asombro. Algo tan dinámico como esto no
lo había visto nunca.
Aquí está la belleza del color, de las líneas, de las
manchas, de las formas y de la naturaleza, porque todo forma un conjunto: los
colores y formas del artista, el color verde de las hojas, las estrías de los
árboles, el color de las hojas secas caídas, el azul del cielo, las piedras.
Las formas han cambiado, a veces se complementa la forma que hay en un árbol
con las que hay en los alrededores, y esos conjuntos de formas se van viendo de
distinta manera a medida que el espectador se mueve. Es una obra de arte que me
sorprende y me gusta muchísimo.
El
puerto de Bermeo es muy bonito. Está
lleno de barcos de vivos colores y los barcos están apretaditos unos junto a
otros, como dándose compañía, como quitándose el miedo a no se sabe qué. Los colores se reflejan en el agua y todo
parece más bonito todavía.
Bermeo
cuenta con el casco histórico más extenso de todo el País Vasco, pero aún así
es muy pequeño.
Todo está lleno de casas nuevas, de casas horrorosamente
nuevas. Lo que menos me gusta de Bermeo es que todo está en euskera y no hay
ninguna indicación en castellano con lo cual en ocasiones estoy completamente
perdido. Menos mal que la amabilidad de la gente es mucha y preguntando no
tengo problema para encontrar mi camino.
Pasado
Bermeo hay un mirador desde el que se ve la costa así de bonita, así de verde,
llena de matices de colores.
Hace
mucho viento en el cabo Machichaco.
Acantilados enormes. Grupos de cormoranes en fila que vuelan rozando las olas y
parecen cisnes negros. ¡El viento, las olas, el mar! ¡Qué inmensidad la del
mar! ¡Qué espectacular! Y si grande es el mar el cielo no se queda atrás. ¡Anda
que no es grande el cielo! El cielo es más grande que el mar. El cielo unas
veces te acoge, te cobija, otra te aplasta, te hace empequeñecer.
Desde
la ermita de San Juan de Gaztelugache la
vista es impresionante. No hay palabras para describirlo. ¡Acantilados enormes!
¡Un mar poderosísimo! ¡Qué espectáculo! ¡Islotes rocosos, arcos en la piedra,
la espuma de las olas, su sonido rompiendo contra las rocas, el verde del mar,
los grises! ¡Qué espectáculo más grandioso! Es de los más grandiosos que he visto
nunca.
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