SENEGAL (6)
Hacia el norte, hacia el Sahel.
En cuanto cruzamos Gambia el paisaje empieza a
cambiar sutilmente. Sigo viendo los pequeños poblados con cabañas de techo de
paja y que están rodeadas de pequeñas empalizadas de pajas y ramas que empecé a
ver al abandonar la Casamance. En estos poblados hay pocas cabañas, 4, 6,
raramente pasan de 10.
Me quedo con muchas ganas de parar y ver uno de
estos poblados con un cierto detenimiento, pero el guía me dice que hay que
pedir permiso al jefe del poblado y que la concesión de ese permiso conlleva
pagar una cantidad de dinero; pero que hay que hacerlo con antelación. Estos
poblados están en mi mente como una de esas imágenes que se me quedaron de las
películas que se desarrollaban en África y que tanto me gustaban cuando era
niño. La verdad es que yo creía que este tipo de poblados ya no existían, pero
mira por donde los sigue habiendo y en gran cantidad. África ha cambiado poco,
demasiado poco. Y este tipo de poblados que veo desde el coche ya no dejaré de
verlo hasta que me vaya de Senegal. Los que vi en la Casamance no eran así, no
tenían empalizadas ni las cabañas estaban tan juntas, eran de otra manera.
Pero volvamos a lo que he dicho que el
paisaje va cambiando poco a poco, de manera casi imperceptible pero constante.
Al principio hay bastante vegetación con árboles frondosos, muy verdes y con abundante
hierba y arbustos. De vez en cuando aparecen zonas sin arbolado, llenas de
matorrales, con carreteras de tierra rojiza por las circulan bastantes camiones
que curiosamente no levantan mucho polvo a su paso.
Poco
a poco los árboles van siendo menos abundantes, empiezan a estar más separados
y empiezan a aparecer las acacias. La hierba empieza a ser cada vez más baja.
Los poblados siguen teniendo el mismo aspecto.
Y de vez en cuando, y con más frecuencia
cuanto más al norte, empezamos a ver ganado vacuno, unas vacas con una chepa
como si fueran un cruce con un cebú, y unos toros de cuernos muy largos.
Pasamos por varios lugares donde debe haber
mercado de ganado ya que hay una gran concentración de animales y de personas,
pero no paramos, esto no es un objetivo turístico para la mayoría de las
personas. ¡Lástima! A mí me gustan mucho los mercados de ganado y eso que nunca
lo he tenido. Cuando era niño iba muchos viernes a ver el mercado de ganado que
se celebraba junto a las murallas de Ávila. Quizá la afición me venga desde
entonces.
Y poco a poco la hierba va siendo cada vez más
corta, más seca, más escasa. Nos estamos acercando al Sahel (no sé si habremos
entrado ya en esta región) y esta época
es la estación seca y hace tiempo que no llueve.
Me
había dado cuenta que junto a los poblados había árboles, cuanto más vamos
hacia el norte menos árboles hay y los que más abundan son las acacias, pero en
algunos lugares casi ni eso.
Las vacas van cediendo el paso a las cabras,
de las que cada vez se ven más. Las cabras son menos exigentes en cuanto a
comida y al ser más pequeñas necesitan menos.
Muchas veces, la mayoría, los animales
están flacos, muy flacos, y no me extraña nada porque apenas hay hierba y los
animales no pueden comer demasiado.
Cuanto más al norte más sequedad y más desolación.
La sequía a veces es pertinaz y la lluvia muy escasa. Pasa un todoterreno
deprisa y levanta una gran polvareda, señal inequívoca que la tierra no tiene
mucha humedad. Esas acacias envueltas en polvo son para mí una de las imágenes
más representativas de la dureza de las condiciones de vida del Sahel. En toda
esta región africana en los últimos años las lluvias son muy irregulares y a
veces escasas.
Se pasa mucho
tiempo sin llover, la hierba no crece, los animales si no tienen
que comer y beber mueren. Y esta pobre
gente tiene que ir de un lugar a otro buscando la poco agua que queda y el poco
pasto que pueda quedar para intentar salvar la vida de sus animales y la suya.
Es una lástima que en este viaje no esté
previsto parar algo en alguna de las zonas del Sahel que recorremos. Me gusta
mucho ver estos sitios en los que las condiciones de vida son tan duras, me
impresiona mucho la fortaleza de esta gente y su empeño en recorrer kilómetros
para encontrar agua para beber, en irse de un lugar a otro con lo puesto o lo
que pueda llevar un borriquito y seguir luchando por la vida. Esta gente solo
pretende conseguir lo que es la esencia de la vida: vivir, y hay que ver lo que
les cuesta. Imagino que esta gente no puede ni imaginarse
nuestras condiciones de vida, ni la de cosas que necesitamos y que se han vuelto
imprescindibles para nosotros, de igual forma que nosotros no podemos ni imaginarnos
(a no ser que lo veamos) cuáles son sus condiciones de vida.
Pasamos por una
zona en las que hay bastantes boabads que parecen secos. Le pregunto al guía
que cómo es que los hay por aquí y él me dice que hay muchas clases de boabads
y que estos están perfectamente adaptados a esta sequía. Me cuenta que
almacenan líquido en su tronco y esto les permite aguantar mucho tiempo sin
lluvia.
La foto de este niño bebiendo en la misma charca
en que beben los animales me ha impresionado mucho. No es una foto que haya
hecho yo, pero me parece muy representativa del drama de estas personas. Yo he bebido agua en esas condiciones, pero yo tenía
pastillas potabilizadoras del agua y a mí no me pasó nada, ni a ninguno de los
que íbamos en aquella travesía por el Atlas.
No me gusta ver estas situaciones de pobreza de
las personas, pero verlas tiene su lado positivo. Una vez que he visto esto o
situaciones similares ya no lo puedo olvidar, y ello me obliga a ayudar de
alguna manera a esta gente. Lo hago a través de ONGs y así pongo mi granito de
arena intentando hacer un mundo más justo. La visión de esta miseria y esta
pobreza me ayuda a ser un poco menos egoísta.
Mi recorrido por el Sahel termina pronto. Me quedo
con muchas ganas de volver y recorrer esto con calma. Me encantaría poder
hablar con la gente, pero sé que eso es casi imposible. Y me voy con una bella
imagen: la del atardecer.
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