domingo, 3 de febrero de 2019

SENEGAL (6) 
Hacia el norte, hacia el Sahel. 
           En cuanto cruzamos Gambia el paisaje empieza a cambiar sutilmente. Sigo viendo los pequeños poblados con cabañas de techo de paja y que están rodeadas de pequeñas empalizadas de pajas y ramas que empecé a ver al abandonar la Casamance. En estos poblados hay pocas cabañas, 4, 6, raramente pasan de 10.
Me quedo con muchas ganas de parar y ver uno de estos poblados con un cierto detenimiento, pero el guía me dice que hay que pedir permiso al jefe del poblado y que la concesión de ese permiso conlleva pagar una cantidad de dinero; pero que hay que hacerlo con antelación. Estos poblados están en mi mente como una de esas imágenes que se me quedaron de las películas que se desarrollaban en África y que tanto me gustaban cuando era niño. La verdad es que yo creía que este tipo de poblados ya no existían, pero mira por donde los sigue habiendo y en gran cantidad. África ha cambiado poco, demasiado poco. Y este tipo de poblados que veo desde el coche ya no dejaré de verlo hasta que me vaya de Senegal. Los que vi en la Casamance no eran así, no tenían empalizadas ni las cabañas estaban tan juntas, eran de otra manera.
        Pero volvamos a lo que he dicho que el paisaje va cambiando poco a poco, de manera casi imperceptible pero constante. Al principio hay bastante vegetación con árboles frondosos, muy verdes y con abundante hierba y arbustos. De vez en cuando aparecen zonas sin arbolado, llenas de matorrales, con carreteras de tierra rojiza por las circulan bastantes camiones que curiosamente no levantan mucho polvo a su paso.
        Poco a poco los árboles van siendo menos abundantes, empiezan a estar más separados y empiezan a aparecer las acacias. La hierba empieza a ser cada vez más baja. Los poblados siguen teniendo el mismo aspecto.
        Y de vez en cuando, y con más frecuencia cuanto más al norte, empezamos a ver ganado vacuno, unas vacas con una chepa como si fueran un cruce con un cebú, y unos toros de cuernos muy largos.
Pasamos por varios lugares donde debe haber mercado de ganado ya que hay una gran concentración de animales y de personas, pero no paramos, esto no es un objetivo turístico para la mayoría de las personas. ¡Lástima! A mí me gustan mucho los mercados de ganado y eso que nunca lo he tenido. Cuando era niño iba muchos viernes a ver el mercado de ganado que se celebraba junto a las murallas de Ávila. Quizá la afición me venga desde entonces.
Y poco a poco la hierba va siendo cada vez más corta, más seca, más escasa. Nos estamos acercando al Sahel (no sé si habremos entrado ya en esta región) y  esta época es la estación seca y hace tiempo que no llueve.
        Me había dado cuenta que junto a los poblados había árboles, cuanto más vamos hacia el norte menos árboles hay y los que más abundan son las acacias, pero en algunos lugares casi ni eso.
         Las vacas van cediendo el paso a las cabras, de las que cada vez se ven más. Las cabras son menos exigentes en cuanto a comida y al ser más pequeñas necesitan menos.
        Muchas veces, la mayoría, los animales están flacos, muy flacos, y no me extraña nada porque apenas hay hierba y los animales no pueden comer demasiado.
 
Cuanto más al norte más sequedad y más desolación. La sequía a veces es pertinaz y la lluvia muy escasa. Pasa un todoterreno deprisa y levanta una gran polvareda, señal inequívoca que la tierra no tiene mucha humedad. Esas acacias envueltas en polvo son para mí una de las imágenes más representativas de la dureza de las condiciones de vida del Sahel. En toda esta región africana en los últimos años las lluvias son muy irregulares y a veces escasas.
 Se pasa mucho tiempo  sin llover,  la hierba no crece, los animales si no tienen que comer  y beber mueren. Y esta pobre gente tiene que ir de un lugar a otro buscando la poco agua que queda y el poco pasto que pueda quedar para intentar salvar la vida de sus animales y la suya.
        Es una lástima que en este viaje no esté previsto parar algo en alguna de las zonas del Sahel que recorremos. Me gusta mucho ver estos sitios en los que las condiciones de vida son tan duras, me impresiona mucho la fortaleza de esta gente y su empeño en recorrer kilómetros para encontrar agua para beber, en irse de un lugar a otro con lo puesto o lo que pueda llevar un borriquito y seguir luchando por la vida. Esta gente solo pretende conseguir lo que es la esencia de la vida: vivir, y hay que ver lo que les cuesta. Imagino que esta gente no puede ni imaginarse nuestras condiciones de vida, ni la de cosas que necesitamos y que se han vuelto imprescindibles para nosotros, de igual forma que nosotros no podemos ni imaginarnos (a no ser que lo veamos) cuáles son sus condiciones de vida.
 
           Pasamos por una zona en las que hay bastantes boabads que parecen secos. Le pregunto al guía que cómo es que los hay por aquí y él me dice que hay muchas clases de boabads y que estos están perfectamente adaptados a esta sequía. Me cuenta que almacenan líquido en su tronco y esto les permite aguantar mucho tiempo sin lluvia.
La foto de este niño bebiendo en la misma charca en que beben los animales me ha impresionado mucho. No es una foto que haya hecho yo, pero me parece muy representativa del drama de estas personas. Yo he  bebido agua en esas condiciones, pero yo tenía pastillas potabilizadoras del agua y a mí no me pasó nada, ni a ninguno de los que íbamos en aquella travesía por el Atlas.
          No me gusta ver estas situaciones de pobreza de las personas, pero verlas tiene su lado positivo. Una vez que he visto esto o situaciones similares ya no lo puedo olvidar, y ello me obliga a ayudar de alguna manera a esta gente. Lo hago a través de ONGs y así pongo mi granito de arena intentando hacer un mundo más justo. La visión de esta miseria y esta pobreza me ayuda a ser un poco menos egoísta.
Mi recorrido por el Sahel termina pronto. Me quedo con muchas ganas de volver y recorrer esto con calma. Me encantaría poder hablar con la gente, pero sé que eso es casi imposible. Y me voy con una bella imagen: la del atardecer.

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