EGIPTO – EL DESIERTO BLANCO (7) Oasis de Farafra
FINAL DEL TREK.
Es el último día que duermo en el
desierto y el amanecer es de los más hermosos que he visto durante estos días.
Las cumbres de las montañas se ponen rojas, como si estuvieran ardiendo. Es un espectáculo
que estoy contemplando todo el tiempo que dura. Cuando todo se ilumina ese
encanto desaparece y aparece el encanto de ver todo brillante y radiante bajo
un cielo insultantemente azul.
A primeras horas de la mañana la visibilidad es
magnífica y el aire es tremendamente transparente. Caminamos entre los riscos
por amplios arenales, arenales que cada vez son más abundantes.
Las rocas
disminuyen de tamaño y a veces se redondean como si quisieran pasar desapercibidas.
Se suceden una serie de gigantescos monolitos con formas caprichosas.
Y la
última gran roca, el último baluarte rocoso es un gigantesco monolito con
nombre propio: el QABUR le llaman los
indígenas.
Aquí coincidimos con nuestros vehículos, nos dan un pequeño
refrigerio y parten hacia la carretera, lugar donde montaremos para ir a
Farafra. Desde el monolito si se mira hacia el noreste se ven las formaciones
rocosas que recorrimos ayer y que acabamos de recorrer hoy en el desierto
blanco.
Si miramos hacia el sur solo se ve una enorme llanura, y allá a lo
lejos, pero que muy lejos, se ven como montañas. Serán pequeñas estribaciones
de alguna lejana cadena como Gilf el
Kebir, pero esa me parece que está
demasiado lejos de aquí. La llanura es
enorme, desoladora y aparece con pequeñas plantitas por aquí y por allá. Parece
que son muchas pero la verdad es que
están muy separadas unas de otras. Todavía queda una hora de andar por esta llanura.
La arena no está muy suelta, pero es arena y es muy fatigoso andar por ella.
Voy en silencio, mirando a todas partes y a ninguna. A veces pienso en esas
imágenes que se ven en las películas de hombres andando por el desierto en
busca de agua.
El sol calienta mucho, y eso que es invierno ¡qué será dentro de
unos meses o en verano! Con la mirada busco los coches pero no los veo por
ningún sitio; tampoco se ve ningún coche ni ningún camión; esta carretera no
debe tener mucho tráfico. El último tramo se me hace especialmente duro y
pesado. ¡Ya he probado un poco de la dureza del desierto y ahora entiendo
porqué estos hombres nunca han ido andando por el desierto y siempre han ido en
camello! ¡El desierto no está hecho para andar!
OASIS DE FARAFRA.
Llegamos Farafra a la hora de comer.
Después de hacerlo la gente se dispersa para bañarse en la piscina, ducharse y
ducharse o dormir la siesta. Yo prefiero irme a pasear. La ciudad es pequeña.
Enseguida llego a donde comienza el oasis y allí hay muchas casas de barro, las
casas tradicionales del desierto, con pocas ventanas y con patios interiores
que vislumbro en las pocas que tienen la puerta abierta o en las pocas en que
coincido en que entra o sale alguien. Los que más veo son niños; los niños juegan
en la calle y da gusto verlos. En Europa no se ven niños jugando por las calles
con la libertad con la que juegan éstos y con la que jugaba yo.
Paso junto a un
herrero que trabaja en la calle, al sol, pues ahora casi se agradece.
Me doy perfecta cuenta que las casas
que no están enjalbegadas son del mismo color que el suelo, y por eso,
tradicionalmente, cuando se quería destacar un edificio se pintaba de blanco,
como esa tumba de un santo musulmán que está en medio del pueblo.
Esta tumba
debe ser similar a las ermitas españolas que se hacían en medio o a las afueras
de las ciudades.
Las palmeras y los
árboles salen por encima de las casas. El oasis está aquí al lado.
El oasis es sorprendente. Parece
mentira que de repente, en medio de la sequedad y aridez del terreno que hay al
lado, surja este verdor y esta cantidad de vegetación. Por todas partes hay
árboles, sobre todo palmeras, hay arbustos que crecen en los lugares
abandonados, en el borde de los caminos y de los campos de cultivo y que se
asemejan a las zarzas de los campos españoles.
Hay cultivos que me parecen de
alfalfa y también hay de otras plantas que desconozco Hay plantas de hojas
enormes (que me parece que son plataneras) y de un verdor y brillo impresionante.
Me da la sensación que muchas tierras de cultivo se están abandonando: hay
demasiados campos llenos de maleza; demasiadas palmeras cargadas de dátiles de
un marrón rojizo que van cayendo al suelo y que nadie parece recoger;
demasiadas entradas a los campos llenas de hierbajos que parece que nadie
pisa; pequeños canales llenos de vegetación en los que el agua muere. Quizá
aquí esté empezando el proceso de abandono del campo tal como ocurrió en Europa
hace ya muchos años.
Los campesinos jóvenes vienen y van
sobre todo en motocicletas, los no tan jóvenes se mueven con carros, en
borricos o andando.
Y es curiosa la convergencia con ciertos campos de Ávila,
pues en sitios tan alejados y tan diferentes, los campesinos cierran sus campos
con somieres, palos o puertas de chapas procedentes de bidones. ¿Por qué esta
coincidencia? Una de las cosas que más me sorprende es ver garcillas por aquí.
El oasis puede ser su hábitat pues tienen humedad y allí habrá muchos bichitos
que comer pero ¡esto está tan lejos de cualquier otro sitio! ¡Esto está en
medio del desierto! Estos animalitos están prisioneros en estos oasis; imagino
que les imposible salir de aquí, pero esta es una jaula bastante espaciosa.
¡Qué bien se pasea por el oasis!
¡Qué bonitos los contraluces de los árboles y la vegetación! ¡Qué brillo el de
la hierba! Y de repente, en un campo que parece abandonado para los cultivos
hay unas vacas frisonas o suizas que están gordas y lustrosas. No me extraña,
comida no les falta. Imagino que el problema para estos animales debe ser el
calor. Son muchos meses al año de bastante calor y algunos meses de un calor
extremo, esta puede ser la causa de que el ganado vacuno no abunde por aquí.
Los que sí abundan son los gatos.
Gatos huidizos que me miran medio escondidos entre la maleza. Y como cada vez
que veo un gato me acuerdo de Emilia (q.e.p.d) y del gran cariño que tenía a
los gatos (una vez su marido le dijo a un
gato: vete que como te vea Emilia te coge).
Y después de un tranquilo paseo por el
palmeral vuelvo al pueblo, a ver las casas de barro y a los niños jugando en la
calle. Hay dos pequeños que me hacen mucha gracia: uno hace de perro y va a
gatas con una cuerda por el cuello y el otro la lleva agarrada por el otro
extremo como si fuese una correa.
En el pueblo está la gente y el
espectáculo es diverso y variado. Carros y carros con borriquillos se ven
constantemente y también constantemente veo demasiadas mujeres tapadas
totalmente. Las jovencitas adolescentes
van con la cara descubierta pero con un pañuelo bien puesto. Las viejas (50
años o más) también suelen ir con la cara descubierta, debe ser que ya no
importa que las miren, pues nadie debe querer mirarlas con ojos de deseo, que son
los pecaminosos.
Muchos hombres van
vestidos con su turbante y su chilaba
hasta los pies, aunque son más los que visten al modo occidental ¿Y por qué
ellos pueden hacerlo y las mujeres no? Será porque piensan que las mujeres no
pecan ni les desean si les ven las formas de las piernas.
Las mujeres deben ser
tan inútiles que no tienen ni capacidad para desear ni pecar, el único que peca
es el hombre, y la que le hace pecar es la mujer, y si se la tapa es como si ya
no existiera. Este oasis está todavía más alejado que el de Bahariya, aquí las ideas tardan más en llegar y aquí
sopla más el viento y se lleva antes a las que hayan podido venir adheridas al
polvo de los vehículos, tal como decía
Larra.
Poco a poco me voy acercando a la
parte nueva del pueblo, bueno, donde las casas son más nuevas. Muchas las están
haciendo ahora y muchas tienen aire impersonal, con terrazas y demasiadas
ventanas y otras tienen cúpulas al estilo oriental. Los colores suelen ser
discretos excepto en algunas que destacan precisamente por lo contrario, pero
sin caer en el mal gusto, lo cual es de alabar.
En las dos calles principales están
los comercios. Muchos están cerrados a esta hora pero compruebo que al
anochecer los abren casi todos. Debe ser la costumbre de hacer la vida en las
horas más soportables al calor. El corto invierno parece que no rompe esa
costumbre.
No hay muchos coches
particulares, lo que más abundan son las motos, y abundan tanto que los taxis
más abundantes son motos de tres ruedas, como los de la India.
El autobús interurbano (irá a las aldeas
próximas pues el oasis es bastante extenso) es de un verde chillón, y también
hay como camionetas con bancos a los lados que también transportan a las
personas.
Cuando va a montar una mujer
los hombres la hacen un generoso sitio para no rozarla, y si montan varias las
dejan toda una parte y ellos se acoplan de cualquier manera.
Voy
andando y veo un grupo de mujeres que están hablando. Me parecen vistosos los
colores de sus vestidos y me gustaría hacerles una foto, pero si me ven lo más
probable es que se marchen y no pueda hacerla.
Intento hacerla de lejos y medio
escondido cuando veo que se ponen a jugar como si fueran niñas. Me quedo muy
sorprendido e imagino que no son mujeres, que son niñas. Me acerco y
efectivamente, son niñas de unos 10, 12 años que están jugando a alguno de esos
juegos a la pata coja. También hay algún niño por allí. Con gestos les digo que si les puedo hacer una
foto y me dicen que sí.
Les hago varias fotos porque algunas me salen mal por
el sol que está detrás. Lo que más les gusta es verse en la pantalla. Estamos
en estas cuando se acerca un “barbas” y les dice algo. Una de las niñas me dice
que ya no les haga más fotos, pero que a los niños sí. Me quedo un poco triste,
pero en cuanto se aleja el “barbas” y desaparece tras una esquina la niña
pequeña me dice que le siga haciendo más fotos. Las demás también se apuntan a
la sesión fotográfica. Siempre creí que
las niñas no llevaban el pañuelo, ni la falda larga, ni las mangas
cubiertas, pero parece que en estos lugares tan alejados de los aires nuevos,
se sigue con las costumbres más tradicionales.
Un
poco más allá de donde están las niñas se está celebrando una votación. Acuden
muchos hombres y mujeres en los coches y furgonetas de las que hablé antes.
Pero las mujeres pasan raudas y veloces y no se entretienen para nada. Cuando
salen de votar los hombres se paran a charlar unos con otros y las mujeres
desaparecen. Muchas se vuelven a meter en los coches, otras se alejan y se
agrupan en lugares fuera de la vista de los hombres y otras han debido quedarse
dentro del colegio electoral (que parece el colegio de niños) en algún sitio para
hablar. Muchos hombres están con sus hijos, pero solo con los hijos varones
aunque sean muy pequeños. Las niñas tampoco tienen sitio aquí. ¡Qué triste! La
mayoría de los hombres que veo por aquí llevan chilaba, barba y la cabeza la
llevan tapada de una manera u otra. No sé si esto tendrá que ver con lo que
acabo de comentar, quizá estos hombres sean integristas, radicales musulmanes y
estrictos observadores de la ley islámica, eso explicaría el atuendo de las
mujeres y niñas y el comportamiento de todos ellos.
Por la mañana temprano partimos
hacia El Cairo. Aún es de noche. Cuando llegamos a Bahariya el chófer se
detiene con la intención de echar gasolina, y digo con la intención porque
recorremos todas las gasolineras y en ninguna hay gasolina. Se rumorea que el
nuevo gobierno que ha surgido de las últimas
revueltas sociales y que ha supuesto la caída de Mubarak, va a disminuir
la subvención de la gasolina con lo que
el precio aumentará y todo el mundo ha cogido y almacenado toda la que ha
podido, con lo que no hay en los surtidores; otros dicen que sí hay gasolina,
pero que los de las gasolineras no lo quieren vender esperando a que suba el
precio, y así aumentar sus ganancias. Me
parece a mí que en todos los sitios eso del egoísmo y del ansia de los humanos
está muy extendido. ¡Constantes de la especie humana!
Y
entre tanto ir de una gasolinera a otra y de esperar a que el conductor hable
con unos y con otros, se hace la hora en la que los niños van al colegio. Son
las 7.30 de la mañana, a las 7.45 ya no se ve ningún niño por la calle. Imagino
que este horario tendrá mucho que ver con el calor que ha hecho y que pronto
volverá a hacer. Los niños llevan las mismas mochilas que llevan los niños
españoles. Parece que los dibujos animados llegan a todas partes y que son los
mismos en todos los sitios. Pero la moda de ir vestidas las niñas (las de la foto
tendrán 6 ó 7 años) no es la misma que
en occidente.
Me sorprende ver a un muchacho tan
pequeño conduciendo una moto tan grande; pero no debe ser raro, pues ya he
visto a muchachos de poco más de 12 años con motos muy grandes para su edad.
El conductor fue parando en todos los sitios posibles
para conseguir gasolina, al final fue un camionero el que le vendió un poco, la
suficiente para llegar a El Cairo, donde no hubo problemas para conseguir
gasolina en la primera gasolinera que vimos. Y así acabó este periplo por el
desierto. La tarde y la mañana que pasé en El Cairo son otra historia.
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