martes, 21 de abril de 2020


EGIPTO – EL DESIERTO BLANCO (5) Hacia el valle escondido.
           

          Así es el amanecer del 1 de enero del 2012 en el Desierto Blanco.  Hay como niebla, y el cielo está de color malva. Poco a poco ese color irá desapareciendo y el cielo terminará con su azul habitual. Empezamos a andar en dirección a unas montañas que casi no se ven a causa de la niebla. Poco a poco vamos saliendo del corazón del Desierto Blanco, las formaciones rocosas van pareciendo montones de arena blanca o de yeso. 


          El guía va delante, tiene prisa por llegar pues así termina antes y descansa. Él no ha venido al desierto a disfrutar, él está trabajando. Cuando le veo andando a él solo de espaldas, como adentrándose en el desierto me vienen a la memoria escenas de películas en las que hombres agotados caminaban solos, sin nada, por un desierto que iba a acabar con ellos y en las que al final se salvaban al encontrar un pozo o una caravana o a sus compañeros. Ver a este hombre solo es una imagen como de alguien que se enfrenta al desierto, que no le tiene miedo, que está habituado a él.




            Poco a poco los montículos van desapareciendo y una gran llanura se apodera del paisaje. Y esta inmensa llanura, a la que no se le ve fin porque las montañas a las que nos dirigimos están tapadas por la neblina, tiene más vegetación que de dónde venimos.



           Veo una mancha oscura allá a lo lejos; es un rebaño de dromedarios que pastan cerca del pozo de BIR REWAL. Esta es una de las entradas al parque nacional del Desierto Blanco y todos estos dromedarios están para los turistas, para que den un paseo por la zona o para llevar las pertenencias de los que hacen trekking. En toda esta zona del desierto líbico no hay nómadas porque no hay pasto para el ganado y por lo tanto no se ven hombres con camellos. Los hombres viven en los oasis de la agricultura y de la ganadería estabulada. Este desierto es demasiado árido y no permite el pastoreo extensivo. En Egipto solo hay nómadas en la península del Sinaí.


            El pozo está hecho una guarrería, lleno de suciedad y desperdicios, pero a los dromedarios no les importa, ellos beben igual. Este pozo debe tener menos agua pues no hay palmeras y la vegetación alrededor es más pobre, excepto en una zona más baja en la que hay bastantes arbustos y donde se han ido a ramonear los dromedarios.
           Junto a este pozo pasa la carretera y por aquí la cruzamos para adentrarnos en la otra zona del Desierto Blanco que vamos a visitar. Se puede cruzar por cualquier sitio, pero todos los guías solo cruzan por aquí. Es una costumbre diría yo. Es una manía dice el guía español que nos acompaña. Lo mismo da, solo es divergencia de opiniones.


            La carretera en este caso es una línea divisoria clarísima. A un lado la llanura con escasos y pequeños montículos. Al otro una zona accidentada con grandes moles que se pueden considerar casi montañas, por lo menos de aspecto. En toda esta parte la roca blanca aparece en la base de las formaciones y encima de ella hay una arenisca clara, que tiene un tono ligeramente rosáceo. 


           En muchas partes la forma de estas moles es similar a la de los Picos de Europa, por lo que supongo que será roca más o menos caliza; otras zonas me recuerdan a los Montes Torozos con la parte de arriba plana y pendientes abruptas. Las formas de la Tierra se repiten en unos lugares y otros. Lo que tiene de peculiar el desierto es que aquí no hay vegetación y esto es un mundo mineral puro, en el que se ve muy bien el efecto de la erosión, los hundimientos y derrumbes, las distintos estratos, las fallas y rupturas, etc.


            Son las cuatro de la tarde. Está atardeciendo. Las sombras se van alargando. La luz da más directa sobre las paredes rocosas. Son paredes que adquieren unos tonos brillantes, luminosos. Todo está lleno de blancos, de cremas, de rosas pálidos. Subimos a pequeños cerros y desde lo alto la vista es más amplia. En lo alto me siento y dejo pasar el tiempo contemplando lo que me rodea sin pensar en nada. Por todas partes se abren como pequeños valles y que luego no lo son.


        Los cerros y montículos dividen la zona, rompen la llanura y crean como corredores que nos incitan a ir a nuevos sitios, y nos incitan porque a veces se ven trozos de torreones altivos, porque se ven monolitos agrupados o solitarios de una manera fugaz. Y esa visión aviva mi curiosidad y quiero ir hacia allá para hacerme una idea de lo que se verá. 


          No me da tiempo a asomarme al comienzo de muchos de esos corredores, vamos hacia el campamento que no sé a dónde está y no me puedo separar del grupo; pero lo que veo desde los que me asomo es más desierto, más cerros, más pitones rocosos, más monolitos, más de lo mismo, más de la nada.


            Llegando al campamento veo unas personas con unos dromedarios. Son unos turistas ingleses que están dando un paseo. Son dromedarios de los que estaban en el pozo por el que pasamos hace tiempo. Los dromedarios y el desierto son una de las estampas más bonitas que hay y que no me canso de contemplar. Es una imagen que se forjó en mi retina y en mi imaginación con las películas y dibujos que vi de niño y de jovencito.



            Nuestro campamento está realmente en un valle escondido. Está en un pequeño alto fuera de las rutas habituales de los turistas. Esto es algo que todos los guías procuran hacer.



Encima del campamento hay un cerro con la cima plana. Las laderas son bastante pendientes y están formadas por derrubios. El guía español dice que intentemos subir allí para ver el panorama y la puesta de sol. La subida es penosa para mí. Sin ayuda no hubiese conseguido subir. Aquí compruebo todo lo que he perdido de movilidad y agilidad. Es penoso para mí comprobar mi estado y mi situación, pero ¡qué le vamos a hacer! Hay que afrontar la realidad y obrar en consecuencia con esa realidad.
 

 La vista desde la cima es maravillosa. Las montañas adquieren unos tonos rojizos espectaculares. Las sombras se alargan, las luces parece que brillan más. Es un grandioso espectáculo de luz y color se mire hacia donde se mire. La puesta del sol en sí no es espectacular. Hay unas nubes en el horizonte que ni comen ni dejan comer. Hoy no es bonita la puesta de sol, lo que sí lo ha sido es todo el atardecer.


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