Como hago siempre que he estado en
el desierto, aquí también duermo en el hotel de las mil estrellas. Los
amaneceres son prodigiosos. Da mucho gustito ver un espectáculo tan maravilloso
desde el calorcito del saco.
Hoy vamos a recorrer este dédalo de
torreones y cerros. El guía nos lleva por un sitio y por otro. Constantemente
aparecen nuevas visiones al alcanzar un pequeño collado o al atravesar una
portilla. Torreones de piedra, pequeñas plazas rodeadas de rocas y cerros
abruptos aparecen por doquier. Y el color blanco casi siempre en las partes bajas
de las moles rocosas. Y la arena siempre de color siena claro, nunca de color
blanco.
Mis compañeros suben a cerros muy
empinados por graveras sueltas por las que me es imposible subir. El guía
español me deja solo y me dice que busque un paso para ir al otro lado, que es
por donde ellos intentarán bajar. Lo intento y encuentro un paso de casualidad,
pues ninguno de los dos guías (egipcio y español) sabía que existía. Espero al
otro lado y cuando llegan, la jefa del grupo, pues hay una mujer con gran
fuerza de convicción que es la que dice donde hay que ir y a la que todos
obedecen, dice de subir a otro cerro.
Suben y yo me voy en otra dirección dando
un tranquilo paseo. Es un terreno llano y siempre tengo como referencia un alto
cerro desde el que sé regresar al campamento.
Todo mi paseo trascurre por un lugar
lleno de torreones blancos de mil formas caprichosas. Me paro constantemente y
miro hacia un lado, hacia otro, hacia atrás y hacia adelante pues constantemente
la visión va cambiando. Es un sitio muy entretenido.
Voy siguiendo una pista
pues sé que no me puedo perder, que esto es un desierto y que perderse puede
costar muy caro. La mañana trascurre
plácidamente, sin sobresaltos.
El grupo me alcanza y vamos tranquilos, parando
con mucha frecuencia pues si andamos ligeros llegaríamos muy pronto al
campamento, donde nos espera la comida, y lógicamente todos preferimos estar
por aquí, por lugares desconocidos, que en un sitio que ya tenemos muy visto.
Los lugares son variadamente
monótonos pues hay unas características comunes a todo el paisaje: grandes
bloques muy claros, con rocas blancas en la parte baja y amplias zonas llanas
con arena. De vez en cuando hay zonas con muchos guijarros negros, esas piedras
pequeñas que no se sabe de dónde han salido y que por muchas que haya nunca dan
color a la arena.
Después de comer vamos en otra
dirección. Mis compañeros suben a un cerro por un sitio muy escarpado nada
recomendable para mi espalda ni para mis agarrotadas y torpes piernas, así que
quedo con el guía en que intentaré buscar un sitio más fácil para subir y si no
lo encuentro me doy la vuelta y les espero en el campamento.
Voy bordeando el
cerro entre esbeltos torreones y con vistas cada vez más amplias hacia otras
formaciones de cerros y hacia una llanura inacabable. La tarde va avanzando y a
medida que subo la vista es más bonita. Sigo subiendo por terreno fácil y al
final llego arriba y allí encuentro a los del grupo. Seguimos por la cima del
cerro, que es una gran llanura con rodadas de coche y nos aposentamos en un
borde a contemplar la puesta de sol.
Yo
miro mucho a los valles de abajo, algunos abiertos y que terminan en la enorme
llanura, otros cerrados y escondidos que solo se divisan desde las alturas. Y
al fondo el sol se pone tras unas nubes. Los colores son bonitos, pero no es
una puesta de sol espectacular.
Todos mis compañeros se sientan en el suelo
mirando hacia el ocaso y entran como en trance. No dicen nada, no se mueven.
Reina un silencio raro. Parece que si toso o me muevo y las rocas hacen ruido
les voy a molestar. Me parece que esta gente se ha tomado muy en serio eso de
que las puestas de sol en el desierto son maravillosas, como si en el resto de
los lugares de la tierra no hubiese puestas de sol equiparables en belleza a
las de cualquier otro sitio. Y toda esta gente solo mira hacia donde se pone el
sol y a ninguno se le ocurre mirar en sentido contrario, cuando es en ese
sentido contrario donde las puestas de sol en el desierto son únicas, por lo
menos en los lugares de la Tierra que yo he visitado.
El cielo toma unos
colores azules y malvas espectaculares, con un brillo, un tono y una
luminosidad que no he visto en ningún otro sitio.
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