sábado, 18 de abril de 2020

    EGIPTO – EL DESIERTO BLANCO               (6) Por los valles escondidos

  
          Como hago siempre que he estado en el desierto, aquí también duermo en el hotel de las mil estrellas. Los amaneceres son prodigiosos. Da mucho gustito ver un espectáculo tan maravilloso desde el calorcito del saco.


            Hoy vamos a recorrer este dédalo de torreones y cerros. El guía nos lleva por un sitio y por otro. Constantemente aparecen nuevas visiones al alcanzar un pequeño collado o al atravesar una portilla. Torreones de piedra, pequeñas plazas rodeadas de rocas y cerros abruptos aparecen por doquier. Y el color blanco casi siempre en las partes bajas de las moles rocosas. Y la arena siempre de color siena claro, nunca de color blanco.


            Mis compañeros suben a cerros muy empinados por graveras sueltas por las que me es imposible subir. El guía español me deja solo y me dice que busque un paso para ir al otro lado, que es por donde ellos intentarán bajar. Lo intento y encuentro un paso de casualidad, pues ninguno de los dos guías (egipcio y español) sabía que existía. Espero al otro lado y cuando llegan, la jefa del grupo, pues hay una mujer con gran fuerza de convicción que es la que dice donde hay que ir y a la que todos obedecen, dice de subir a otro cerro.


 Suben y yo me voy en otra dirección dando un tranquilo paseo. Es un terreno llano y siempre tengo como referencia un alto cerro desde el que sé regresar al campamento.


            Todo mi paseo trascurre por un lugar lleno de torreones blancos de mil formas caprichosas. Me paro constantemente y miro hacia un lado, hacia otro, hacia atrás y hacia adelante pues constantemente la visión va cambiando. Es un sitio muy entretenido. 


Voy siguiendo una pista pues sé que no me puedo perder, que esto es un desierto y que perderse puede costar muy caro.  La mañana trascurre plácidamente, sin sobresaltos. 


           El grupo me alcanza y vamos tranquilos, parando con mucha frecuencia pues si andamos ligeros llegaríamos muy pronto al campamento, donde nos espera la comida, y lógicamente todos preferimos estar por aquí, por lugares desconocidos, que en un sitio que ya tenemos muy visto.



           Los lugares son variadamente monótonos pues hay unas características comunes a todo el paisaje: grandes bloques muy claros, con rocas blancas en la parte baja y amplias zonas llanas con arena. De vez en cuando hay zonas con muchos guijarros negros, esas piedras pequeñas que no se sabe de dónde han salido y que por muchas que haya nunca dan color a la arena.


            Después de comer vamos en otra dirección. Mis compañeros suben a un cerro por un sitio muy escarpado nada recomendable para mi espalda ni para mis agarrotadas y torpes piernas, así que quedo con el guía en que intentaré buscar un sitio más fácil para subir y si no lo encuentro me doy la vuelta y les espero en el campamento. 



Voy bordeando el cerro entre esbeltos torreones y con vistas cada vez más amplias hacia otras formaciones de cerros y hacia una llanura inacabable. La tarde va avanzando y a medida que subo la vista es más bonita. Sigo subiendo por terreno fácil y al final llego arriba y allí encuentro a los del grupo. Seguimos por la cima del cerro, que es una gran llanura con rodadas de coche y nos aposentamos en un borde a contemplar la puesta de sol. 


          Yo miro mucho a los valles de abajo, algunos abiertos y que terminan en la enorme llanura, otros cerrados y escondidos que solo se divisan desde las alturas. Y al fondo el sol se pone tras unas nubes. Los colores son bonitos, pero no es una puesta de sol espectacular. 


          Todos mis compañeros se sientan en el suelo mirando hacia el ocaso y entran como en trance. No dicen nada, no se mueven. Reina un silencio raro. Parece que si toso o me muevo y las rocas hacen ruido les voy a molestar. Me parece que esta gente se ha tomado muy en serio eso de que las puestas de sol en el desierto son maravillosas, como si en el resto de los lugares de la tierra no hubiese puestas de sol equiparables en belleza a las de cualquier otro sitio. Y toda esta gente solo mira hacia donde se pone el sol y a ninguno se le ocurre mirar en sentido contrario, cuando es en ese sentido contrario donde las puestas de sol en el desierto son únicas, por lo menos en los lugares de la Tierra que yo he visitado.


           El cielo toma unos colores azules y malvas espectaculares, con un brillo, un tono y una luminosidad que no he visto en ningún otro sitio.

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