EGIPTO –
EL DESIERTO BLANCO (8) El Cairo
Llegamos a EL CAIRO a la hora de comer. Me dirijo directamente a las
pirámides, ya que el autobús en el que venimos pasa por aquí y es a lo único a
lo que me da tiempo a ver, pues mientras vamos al hotel y cojo un medio de
transporte para ir al Cairo musulmán ya se habrá hecho de noche. Con las
revueltas populares que ha habido, el turismo ha disminuido muchísimo y no hay
colas ni aglomeraciones para entrar al recinto de las pirámides. La mayoría de
los turistas que hay son egipcios. Da
gusto pasear con tan poca gente.
Las pirámides me vuelven a resultar
impresionantes, más que la primera vez. Me resultan grandiosas, sobre todo cuando se
ven en perspectiva unas detrás de otras.
La esfinge es chulísima, mirando hacia no se sabe donde, desde casi la eternidad. La
otra vez ya me ocurrió, y es que estando aquí no he podido dejar de comparar
mentalmente estos monumentos de hace casi 5000 años con los restos de otras
culturas de esa época. Son comparaciones que no tienen color.
El turismo ha bajado
tanto que estos hombres lo están pasando mal. Un camellero me ofrece pasear en
camello por 1€, y me lo pide por favor. No acepto porque no debo montar en
camello por mi espalda, pero me da cierta pena de la situación de estas
personas.
Aquí me encuentro con dos jóvenes turistas
italianas que van…, bueno, no sé cómo van. Van provocando y van riéndose de las
miradas que les dirigen los jóvenes egipcios y los no tan jóvenes pues visten
con una generosísima minifalda, pantalón
muy cortito de esos con los que se muestra la parte baja de las nalgas y escotadas camisetas de tirantes que dejan
ver generosamente las tetas por arriba y por los lados. Vamos, que las niñas
van luciéndose pero que bien y con una vestimenta impropia del tiempo que hace
y del lugar en el que están. Imagino que van así porque van buscando algo que
seguro que encuentran. Pero dejemos estos temas y volvamos a las pirámides.
Al
atardecer, sobre las 5 de la tarde, cierran el recinto de las pirámides. Me
marcho a coger un autobús que me deja al lado del hotel. Paso junto a un campo
de golf y la vista de las pirámides desde allí es magnífica. Hay una especie de
neblina, la hierba está de un color especial
y las pirámides surgen poderosas y fantasmales.
Mientras espero el autobús veo pasar
un carro tirado por un burro. Al carro le falta una rueda pero parece que no
importa. Imagino que el burro seguirá tirando de él hasta que lleguen a su
destino y allí lo arreglen. Es una imagen curiosa a la que parece que solo yo
prestaba atención. El resto de las personas ni parecían mirarlo ni comentarlo.
Y espero el autobús, pero como los
que pasan llevan el nombre en árabe y las personas que hay por aquí no hablan
ninguna inglés tengo que optar por coger un taxi y que me lleve al hotel. El
taxista me cobra 30 libras, unos 4€, cuando lo máximo que se cobra son 25
libras, pero la verdad es que estamos muy lejos pues tarda más de media hora en
llegar. Además no quiero entrar en pensar que me han timado o que no pues estoy
de vacaciones y ese dinero para mí es una cantidad insignificante.
El hotel está en el centro del
Cairo. Es un hotel muy antiguo, en él se alojó el primer ministro británico Churchill,
pero hoy es un hotel decadente al que solo vienen egipcios y turistas de
agencias que trabajan en plan económico y con pocas personas. A mí me gusta.
Tiene una decoración de art decó muy bonita.
Veo varias tiendas y locales decorados con
el estilo del art decó. Son restos de la época en que los franceses e ingleses
dominaban en este país.
Las tiendas de ropa
de mujer nos sorprenden a todos por lo atrevidas que son muchas faldas y
trajes. Por la calle no se ve a ninguna mujer así, ni siquiera las más
jovencitas. En esas tiendas hay muchas mujeres vestidas al modo tradicional y
algunas van todas de negro y con la cara tapada. Se las comprarán para estar en
casa y que el marido disfrute.
Por
la mañana temprano hay una cierta neblina y la mezquita cercana parece más
misteriosa. Es moderna pero tiene el aire tradicional.
En
mi última mañana – salimos hacia el aeropuerto a las 13.30 – aprovecho para
volver a ver el Museo Egipcio. Estamos muy pocos turistas. La entrada del Museo
está fuertemente custodiada por la policía y soldados ya que durante los
últimos disturbios entraron en el museo y afortunadamente solo hicieron
pequeños destrozos. Durante unos días ha estado cerrado y hace pocos días que
lo han vuelto a abrir.
Y
en el Museo Egipcio me recreo con esa sensación de eternidad que se desprende
de las figuras y sarcófagos y que parece flotar en el aire. Los gestos de las
estatuas son gestos de eternidad, de inmutabilidad. La sala de Tutankamon me
vuelve a deslumbrar. Es como lo que se puede uno imaginar después de leer una
novela o de ver una película solo que hecho realidad. Tutankamon parece que
descansa desde siempre y para siempre.
Y andando por allí me encuentro de
vez en cuando miradas y gestos increibles de diversas épocas y de estilos muy
diversos.
El alcalde no tiene la mirada perdida, su cuerpo y su cara están llenos de grietas pero la mirada
es aún firme y atenta.
La mujer pintada tiene unos ojos bellísimos, llenos de
dulzura y de melancolía; está mirando y parece que está pensando en algo que
perdió, quizá esté soñando con eso que perdió.
Y Akenatón, el hereje, mira
desde el más allá con esos ojos enigmáticos sin fondo. Son miradas desde la
eternidad.
A la salida del museo veo un
edificio quemado. Lo fue hace poco tiempo (un mes o menos) durante una de
tantas manifestaciones en protesta por la perma-nencia de la Junta Militar en
el poder. Los egipcios que consiguieron derrocar a Mubarak desean que los
militares cedan el poder a los civiles, pero no sé qué tendrá el poder que casi
nadie quiere cederlo. La pena es que se quemen edificios y bibliotecas que no
tienen nada que ver con las cosas de la política.
Paso por la plaza
Tahrir y veo bastantes puestos en los que venden banderas y pancartas. En el
centro de la plaza, hay tiendas de campaña donde duermen ciudadanos que exigen
el cambio de régimen político. Casi todas las tardes hay manifestaciones que
suelen acabar bien, pero de vez en cuando hay incidentes y se salda casi
siempre con algún muerto. Es el precio que estos hombres están pagando por su
libertad
Uno de los de nuestro grupo llega al
hotel cuando ya todos hemos bajado y colocado nuestras maletas en el autobús.
El hombre llega todo alterado porque si saberlo ni quererlo se ha metido en
todo “el avispero”. Se ha visto en un lugar lleno de tanquetas, vehículos
antidisturbios y policía y ha pensado que de allí no salía. La mujer que iba
con él dice que la policía no les ha dicho nada, pero él ha escondido la cámara
y ha llamado rápidamente a un taxi para que les trajera al hotel, con tan mala
suerte que el taxista ha tenido que volver a pasar otra vez por “el avispero”.
El ya se creía que no volvería a ver España. Los demás no decimos nada delante
de él pero de espaldas a él esbozamos una sonrisa seguida de comentarios del
tipo: “lo que hace el miedo”, “el miedo es libre”, “cómo vuela la imaginación”,
etc. Cuando llegue a España me gustaría escuchar lo que cuente a sus amistades.
Bueno y desde el Cairo volamos a Zúrich,
de Zúrich a Londres, de Londres a Barcelona y de Barcelona a Madrid, y así
termina mi viaje al Desierto Blanco.
Ávila 2 de
marzo de 2012
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