sábado, 26 de noviembre de 2016

ARGELIA – Djanet – Tikobaouine
        diciembre 2009
          Es por la mañana temprano. En Djanet los hombres charlan en las esquinas, en medio de la acera, frente a una puerta, sentados en una valla. Sobre todo charlan. Es bonito ver como las personas hablan unas con otras. ¡Qué lejos está esta ciudad de las grandes ciudades europeas donde la gente anda deprisa y casi nadie habla con nadie!  
        Los que más se ven son hombres. Hombres comprando, charlando o simplemente mirando. Las pocas mujeres que se ven van rápidamente de un lugar a otro. Van muy tapadas y no les gusta que las fotografíen.
        ¡Cómo me gusta ver a los Tuareg hablando de pie o sentados! Tienen un porte erguido, altivo, lleno de dignidad. Sus turbantes y sus ropajes son la imagen perfecta  que yo tenía de los hombres del desierto.

        A media mañana nos vamos hacia el desierto,  a ver la vaca que llora, uno de los grabados rupestres más bellos de todo el Sahara. Está en un gran pitón rocoso que ya de por sí es espectacular.
¿Para qué habrán hecho unas vacas que lloran? ¿Qué significado tiene? La verdad es que las vacas me parecen muy bonitas. Sobre todo me gustan esos cuernos tan largos y tan delicadamente curvados ¡Qué gran artista el que hizo esto!

        Continuamos por el desierto. Arena, rocas. Unos burritos comen unos pocos hierbajos que hay por allí. 
Unos enormes torreones rocosos aparecen en medio de la arena. Me recuerdan un poco a los que aparecen en algunas películas del oeste. Son unos torreones muy altos, muy poderosos y muy bonitos.



        En un horizonte inmediato hay algunas formaciones rocosas no muy grandes. De vez en cuando aparece una acacia solitaria que me parece un milagro de vida, allí sola, rodeada de arena, sin nada ni nadie que la acompañe. Estas acacias solitarias son las que mejor representan la fuerza de la vida.
        Paramos a comer a la sombra de un risco. Mientras el cocinero hace la comida doy un paseo por los alrededores. 
Una llanura inmensa se extiende hacia el oeste. Es una llanura sin fin. El horizonte está lejos, lejísimos. El color dorado de la arena lo domina todo. Las rocas son de granito y si las rocas no son de color dorado ¿por qué la arena es de ese color? Misterios del desierto.
        Todo es grande, todo es enorme. Las rocas  parecen pequeñas pero sólo hay que fijarse en el coche para ver lo grandes que son.
        ¡Qué gran sensación de soledad se percibe en cuanto te separas un poquito de las otras personas! En cuanto no ves a nadie parece que estás solo en el mundo. Las rodadas de los coches es lo único que altera un poco esa sensación de soledad.


      Después de comer continuamos. Nos encontramos con un Tuareg que lleva unos camellos cargados con hierbas. El guía se para y se ponen a hablar, la soledad del desierto les debe impulsar a ser tan comunicativos. Cuando proseguimos busco con la mirada de donde podía venir el Tuareg. Todo me induce a pensar que no venía de ninguna parte ni iba a ninguna parte. Yo no veo nada. Pero el que no lo vea no quiere decir que no exista. Hay que tener ojos especiales para ver en el desierto.

        Esta noche dormiremos al pie de unos riscos, junto al arco de piedra. Mientras se hace la cena paseo. Rápidamente el sol se pone, los rayos caen muy inclinados, las sombras se alargan. Hasta el suelo coge un color violáceo. Las rocas tras las que se pone el sol parece que se encienden. Las luces cambian rapidísimamente y siempre son bellísimas. Aquí sólo miro. Si se piensa no se presta la debida atención al bello espectáculo del atardecer.


  Cuando el sol ya se ha puesto y las rocas vuelven a tomar su color gris marcho al campamento. Tardo 20 minutos en llegar. Cuando lo hago ya es casi de noche. Hoy dormiré por primera vez bajo las estrellas en el desierto.

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