ARGELIA – Djanet – Tikobaouine
diciembre 2009
Es por la mañana temprano. En Djanet los hombres charlan en las
esquinas, en medio de la acera, frente a una puerta, sentados en una valla.
Sobre todo charlan. Es bonito ver como las personas hablan unas con otras. ¡Qué
lejos está esta ciudad de las grandes ciudades europeas donde la gente anda
deprisa y casi nadie habla con nadie!
¡Cómo me gusta ver a los Tuareg hablando
de pie o sentados! Tienen un porte erguido, altivo, lleno de dignidad. Sus
turbantes y sus ropajes son la imagen perfecta
que yo tenía de los hombres del desierto.
A media mañana nos vamos hacia el
desierto, a ver la vaca que llora, uno de los grabados rupestres más bellos de todo
el Sahara. Está en un gran pitón rocoso que ya de por sí es espectacular.
¿Para qué
habrán hecho unas vacas que lloran? ¿Qué significado tiene? La verdad es que
las vacas me parecen muy bonitas. Sobre todo me gustan esos cuernos tan largos
y tan delicadamente curvados ¡Qué gran artista el que hizo esto!
Continuamos por el desierto. Arena,
rocas. Unos burritos comen unos pocos hierbajos que hay por allí.
Unos enormes
torreones rocosos aparecen en medio de la arena. Me recuerdan un poco a los que
aparecen en algunas películas del oeste. Son unos torreones muy altos, muy
poderosos y muy bonitos.
En un horizonte inmediato hay algunas
formaciones rocosas no muy grandes. De vez en cuando aparece una acacia
solitaria que me parece un milagro de vida, allí sola, rodeada de arena, sin
nada ni nadie que la acompañe. Estas acacias solitarias son las que mejor
representan la fuerza de la vida.
Paramos a comer a la sombra de un risco.
Mientras el cocinero hace la comida doy un paseo por los alrededores.
Una
llanura inmensa se extiende hacia el oeste. Es una llanura sin fin. El
horizonte está lejos, lejísimos. El color dorado de la arena lo domina todo.
Las rocas son de granito y si las rocas no son de color dorado ¿por qué la arena
es de ese color? Misterios del desierto.
Todo es grande, todo es enorme. Las
rocas parecen pequeñas pero sólo hay que
fijarse en el coche para ver lo grandes que son.
¡Qué gran sensación de soledad se
percibe en cuanto te separas un poquito de las otras personas! En cuanto no ves
a nadie parece que estás solo en el mundo. Las rodadas de los coches es lo
único que altera un poco esa sensación de soledad.
Después de comer continuamos. Nos
encontramos con un Tuareg que lleva unos camellos cargados con hierbas. El guía
se para y se ponen a hablar, la soledad del desierto les debe impulsar a ser
tan comunicativos. Cuando proseguimos busco con la mirada de donde podía venir
el Tuareg. Todo me induce a pensar que no venía de ninguna parte ni iba a ninguna
parte. Yo no veo nada. Pero el que no lo vea no quiere decir que no exista. Hay
que tener ojos especiales para ver en el desierto.
Esta noche dormiremos al pie de unos
riscos, junto al arco de piedra. Mientras se hace la cena paseo. Rápidamente el
sol se pone, los rayos caen muy inclinados, las sombras se alargan. Hasta el
suelo coge un color violáceo. Las rocas tras las que se pone el sol parece que
se encienden. Las luces cambian rapidísimamente y siempre son bellísimas. Aquí
sólo miro. Si se piensa no se presta la debida atención al bello espectáculo
del atardecer.
Cuando el
sol ya se ha puesto y las rocas vuelven a tomar su color gris marcho al
campamento. Tardo 20 minutos en llegar. Cuando lo hago ya es casi de noche. Hoy
dormiré por primera vez bajo las estrellas en el desierto.
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