LA RUTA DE LA SEDA (13)
LAGO SON KOL
El
jueves 27 de agosto, por la mañana temprano, partimos de Tash Rabat en
dirección al lago Son Kol.
Pronto
paramos en un pequeño cementerio, en medio del campo, donde los nómadas llevan
enterrando a sus muertos desde hace siglos. El tipo de tumbas indica la época
en que se hicieron: en la de los mongoles, en la de los chinos o con los
soviéticos. Las montañas de Tian Xian parece que velan el sueño de estos
muertos.
El
terreno parece que se hace llano durante algún tiempo, pero todo es ilusión. El
llano es el fondo de un gran valle. Las montañas están allí, un poco más lejos.
Y en ese llano hay pequeñas ciudades. Paramos en una de ellas para descansar y comprar
sandías. No imaginé nunca que en Asia Central hubiese tantas sandías.
El camino
es pesado, lento. Pronto empieza un enorme puerto, un puerto comparable a los
más largos que conozco de los Alpes. Yo creo que incluso es más largo. Hay
pequeños bosques de abetos, cosa rara en este país y en estas montañas.
A
medida que subimos la desolación aumenta. Arriba del todo, casi a 4.000 metros , sólo hay
un poco de hierba. Una pequeña bajada y el lago Son Kol aparece ante mis ojos.
Es grande, muy grande, quizá demasiado grande (rodearlo en coche lleva más de 2
horas). El lago me desilusiona un poco. Todo está muy abierto. No hay ningún
árbol. Hace mucho fría. Estoy muy cansado. Estamos a 3.100 metros de
altitud.
Dormimos
en una yurta. Nos acostamos pronto. Por la noche hace mucho frío.
Me
levanto al amanecer. El sol enseguida da
en las yurtas. Una mujer anda con unas vacas y unos terneros. Ordeña un poco a
la vaca y luego deja que un ternero mame.
El gran rebaño de ovejas y cabras de
las yurtas de al lado se pone en movimiento. Son animales que aparentemente no
van a ningún sitio, pero en su caminar no hay nada de errático, todo está
misteriosamente dirigido.
A esta hora de la mañana
hay una luminosidad y una gran transparencia del aire. Todo adquiere como un
color pastel. El blanco de las yurtas destaca poderosamente. El azul del lago
parece que se va diluyendo con la lejanía.
Mientras
se hace tiempo para que una parte del grupo vea unos petroglifos, me voy a dar
un paseo, un largo paseo de casi dos horas. Yurtas por aquí y por allá. Montañas
con nieve al fondo: las montañas del cielo, los Tian Xian.
Colinas de hierba;
terneros; una camella con su cría y luego los reyes: los caballos. Caballos de
todos los colores, de todos los tamaños. Caballos comiendo, caballos tumbados,
caballos que van a donde quieren y por donde quieren. Todo este conjunto
formado por los caballos, el lago, las montañas, las colinas, las yurtas, el
ganado y el viento, es uno de los que más sensación de espacio abierto me han
dado.
Todo es libre, no hay ataduras de ningún tipo. Y esta sensación de
espacio abierto se transmite al alma y ésta vaga por doquier, sintiendo algo
parecido a lo que debería sentir si tuviese esa libertad total que sólo tiene
el viento.
Y
este lago de Son Kol, el lago perdido, tiene una salida digna de su nombre: un
estrecho desfiladero acompaña al arroyo que nace en el lago. Las montañas
acompañan al arroyo.
A medida que se desciende y se mira hacia atrás no parece
que allá arriba haya un lago. El lago está bien escondido. El lago está perdido
entre las montañas. ¡Qué poético el nombre que tiene: Son Kol, “el lago
perdido”!
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