miércoles, 23 de enero de 2019

SENEGAL (2)  ZIGUINCHOR
 
        Enseguida empezamos la visita al mercado de ZIGUINCHOR, la única que está programada.
 El mercado es uno más de los mercados del tercer mundo, en el que venden de todo, en el que todo está revuelto y todo es igual en casi todas partes.
 Pero aquí hay una diferencia, y es el brillante colorido de las ropas de las mujeres y lo vistoso de sus tocados.
Esto me parece la tierra del color. Y como en todo mercado hay situaciones curiosas
como la del carnicero que tiene una especie de pelero (como un plumero, pero de pelos) para espantar las moscas; o los carros de burros que traen o llevan mercancías;
 o la mujer que se suena los mocos y los tira al suelo con la mayor naturalidad; y todo ello mezclado con los colores de las ropas de las mujeres y bañado por esta luz subtropical tan característica. 
 Y las mujeres senegalesas son como todas las mujeres del mundo, van a comprar y se paran a charlar unas con otras, a contarse sus cosas.
El grupo de personas hablando, con esas mujeres con bultos en la cabeza me parece muy típico y muy curioso, tanto que no me resistí a hacerles una fotografía.
                Y mientras hacía esta foto se sentó un joven a mi lado (mis compañeros estaban viendo una tienda de tapices y yo estaba en la puerta) y estuvimos charlando mucho rato sobre cosas relacionadas con las formas de vida europeas. Yo me iba enterando de alguna cosa de Senegal cuando él hacía algún comentario sobre lo que hablábamos.
Cuando terminó la visita a la tienda nos fuimos al hotel. Mis compañeros  se quedaron echándose la siesta o en la piscina. Yo me fui a ver Ziguinchor. Muy cerca hay un embarcadero del que salen barcas que van a los poblados que hay enfrente. El colorido no puede ser mayor.

La naturaleza africana empieza a aparecer y a sorprenderme. En medio de la ciudad hay enormes árboles llenos de nidos de aves grandes como cigüeñas, cuyos pollos ya están muy crecidos y deben estar a punto de volar. En las charcas  y humedales que hay cerca, muy cerca, los adultos buscan comida. Lo sorprendente es que puedo pararme y mirar tranquilamente y las aves no se espantan, como mucho se alejan un poco, pero nada más. Y no solamente están estas aves, también hay otras que son como garcetas, aves acuáticas, córvidos, rapaces y algunos buitres. Situaciones semejantes a esta las he visto en los Países Bajos donde las aves salvajes se mueven a sus anchas por los parques y jardines de las ciudades, pero no son estas aves tan exóticas para mí.
        Y aquí en África no paro de mirar, bien hacia arriba o hacia abajo. Hacia abajo veo a estas dos preciosidades, tan chiquititas que todavía corren balanceándose y de vez en cuando se paran a mirar no sé qué. No pude sacarlas la cara porque no se estaban quietas, pero aún así al ver la foto aún me parecen preciosas.
        Este es uno de los mejores restaurantes de Ziguinchor. Aquí comí una carne exquisita, era vacuno y tenía un sabor totalmente diferente a la carne europea. La verdad es que en todo el recorrido he comido muy bien. La cocina de Senegal es simple pero muy rica: los pescados fresquísimos y exquisitos, incluidos los langostinos a la plancha; la carne jugosa y con mucho sabor.
        Y esta es una muestra de algunos comercios de esta ciudad. Como hace calor y la clientela no es mucha el vendedor aprovecha para echarse una siesta y además así da tiempo a que la fruta madure.
        Y para no gastar en alquiler de locales ni en iluminación de escaparates estos zapateros ponen su mercancía en la plaza principal, en una acera y así animan la plaza y de paso ganan un dinero y entretienen a los amigos que encuentran un lugar para reunirse y charlar.
        Atardece muy rápidamente y la luz en este intervalo de tiempo es maravillosa y cambia con una rapidez asombrosa.
La mayoría de las calles son de tierra y la suciedad se amontona.
Mucha basura se quema y en los alrededores se forma una especie de niebla. Pero solo se quema un poco, muy poco.
 Toda la basura orgánica se recicla de una forma totalmente natural: se la comen los buitres, los cuervos y los cerdos. Los buitres que hay aquí son algo más pequeños que los europeos, pero no se asustan ante la proximidad de las personas, pues la gente no les hace nada, conscientes de su labor limpiadora.
 No hay malos olores, porque las sustancias orgánicas no se pudren, antes se las comen los carroñeros. No logré enterarme de quien son estos cerdos, ni qué hacen con ellos, pues en los restaurantes no sirven cerdo, los musulmanes tampoco lo comen y en las carnicerías solo vi pollos, corderos y vacas. A lo mejor solo los tienen como comebasuras y nada más.

        Toda la ciudad me da aspecto de decadencia, de abandono. Todas las calles son amplias y rectas. La ciudad es una cuadrícula perfecta. Así es como la diseñaron y la construyeron los franceses, pero cuando se fueron las cosas empezaron a cambiar. El esplendor que tuvo la ciudad fue decayendo y muchos de los edificios oficiales se abandonaron y ahora están casi en ruinas. La ciudad debió perder habitantes.  
Hay edificios que fueron escuelas y hospitales que ahora están abandonados. Muchas de las anchas calles son de tierra y la hierba ha invadido casi todo; en algunas solo hay un estrecho sendero por donde pasa la gente andando; los coches ya no pueden pasar por esas calles, pero no es mucho problema porque hay muy pocos coches, razón pues que la gasolina está al mismo precio que en España y un sueldo decente son 300 – 400 €, mientras que en España son 1.200 / 1500€. Está atardeciendo y bandadas de aves pasan volando hacia sus dormideros.
         Es magnífico estar sentado en la plaza principal viendo como los últimos rayos iluminan la gasolinera y como bandadas de cormoranes, de pelícanos, de patos y de otras aves pasan hacia no sé dónde.
          Cuando ya casi han pasado todas las aves las luces de navidad que han puesto en la fuente que hay en medio de la plaza se encienden. Quiero pensar que el tiempo lo miden según hacia donde vuelan las aves. ¿No es así más poético?

        Está amaneciendo. La luna aún está visible en el cielo. Todo se pone de un espectacular color malva o lila, o como se diga. Me he levantado muy pronto para ver llegar a los pescadores. Desayuno solo en el comedor y enseguida me marcho.

        Enfrente del hotel hay un basurero y los buitres, cuervos y garcetas están desayunando. Me paro a mirarlos y ellos ni se inmutan, siguen a lo suyo: comer,  y de paso limpiar de restos orgánicos la ciudad. ¿Caben basureros más eficaces y más baratos? Los cuervos me recuerdan mucho a las urracas de España por esos colores blancos y negros.
        Los pescadores están llegando. Todo está lleno de gente: de pescadores y de mujeres que compran pescado para irlo a vender a diversas partes de la ciudad. De turista solo estoy yo y como no voy con cámaras ostentosas ni nada parecido la gente no me concede ninguna importancia, y eso que se nota mucho que soy turista.
 Para mí no hace frio, yo voy en mangas de camisa, pero la mayoría de indígenas van más abrigados que yo, al fin y al cabo ellos están en invierno y hace más fresco que en su verano.
         El espectáculo es sorprendente sobre todo por el color.  Los hombres solo miran. Las mujeres hacen casi todo el trabajo de seleccionar el pescado en la misma barca, en echarlo en cubos y en mostrárselo a los posibles compradores. 

 Todo es bullicio, todo es ajetreo y todo es color, sobre todo color. Yo estoy alucinado, no sé hacia dónde mirar. Mire hacia donde mire todo me parece único, diferente a todo lo que he visto y de un colorido incomparable.

 Tengo que recurrir a las mejores visiones de la India para encontrar algo comparable a este color.
 
Me quedo sorprendido ante estas mujeres con sus bebés, tan pequeñitos algunos y tan creciditos otros; los llevan con ellas y ellas pueden trabajar y seleccionar pescado y llevárselo a otro sitio y siempre con su bebé a cuestas. Aquí las guarderías no deben ser buen negocio.

        Poco a poco todo este ajetreo va finalizando. Los hombres, los pescadores, arrastran sus barcas por el barro y las dejan colocadas en su sitio. Las mujeres parten con sus cestos en la cabeza camino de los lugares donde venderán el pescado. Un carro tirado por un burrito lleva un poco más de pescado que el que lleva una mujer.
          Las vendedoras de carbón aguantan hasta última hora, hasta que todos se van. Su carbón vegetal sirve para ahumar y guisar el pescado. A las 10 de la mañana ya no queda casi nadie.


           Es la hora de las aves que van a limpiar de restos de pescado toda la zona. Al cabo de un rato no quedará nada de restos de pescado. Esto se llama ¡una limpieza rápida y eficaz! ¡Ah, y además, barata!



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