LA RUTA
DE LA SEDA (11)
EL DESIERTO DE TAKLAMAKÁN
El lunes 24 de agosto partimos
temprano de Yarkanda en dirección al desierto de Taklamakán.
Enseguida llegamos a una pequeña
población. En el borde de esta población hay una pequeña construcción. Al
fondo, en lo alto de una colina de arena, se ve una torreta de madera. Desde
ella aparece inmenso el desierto de Taklamakán.
Es un desierto de arena, salpicado de
pequeños matorrales. Las dunas con sus luces y sombras rompen la monotonía.
Mirando hacia atrás se ve el oasis que alberga la población de donde venimos.
Luego pude comprobar que ese oasis es alargado, muy alargado, y que en él hay
varias poblaciones.
Desde lo alto de la torreta diviso la
silueta de unos compañeros de viaje que están dando un paseo en camello. Sin
cerrar los ojos imagino las antiguas caravanas que bordeaban este desierto
trasportando mercancías de un lugar a otro. Taklamkán: “El que entra no vuelve”.
Ese el significado del nombre de este desierto.
Paseo por el desierto. Ando paralelo al
oasis para no correr el riesgode perderme. Sé que el oasis está a mi
izquierda. Voy andando por la cresta de una imaginaria cadena de dunas.
El aire
es seco. No hace calor. Siempre me había
imaginado así los desiertos: con mucha arena y con matorrales de vez en cuando
que sirvieran de alimento a los pocos animales que viven en el desierto. Quizá
por esto, porque siempre me había imaginado así el desierto, es por lo que me
encuentro en un lugar como muy familiar, como en un lugar que conozco desde
hace mucho tiempo.
Esta breve estancia en el Taklamakán me
hacía mucha ilusión. Para la mayoría de compañeros de viaje esta visita sobra.
Para mí no. Al igual que Samarkanda el nombre de Taklamakán tiene unas enormes
resonancias afectivas. Es un nombre que viene a mí desde mis lecturas de
jovencito, y está lleno de cariño y nostalgia. Nostalgia de un mundo
maravilloso y desconocido. De un mundo de ilusión.
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