LA RUTA DE LA SEDA (6) - KASHGAR
Hoy es 20 de agosto. Desde la ventana del hotel se
ven estos modernos edificios. Las letras chinas es lo único que me indica que
estoy en este país.
Temprano
nos vamos a visitar los monumentos históricos que hay: un complejo de mezquitas
y tumbas del siglo XVI. Todo es simple, sencillo, en nada comparable al
esplendor y magnificencia de lo visto en Uzbekistán.
El mausoleo de no sé cual
personaje está todo lleno de tumbas en su interior. Son las tumbas de sus
familiares y descendientes. La visita termina pronto.
Vamos a la plaza principal de Kashgar donde está la colosal estatua
de Mao. Los soldados están en frente vigilando para que no haya ningún
disturbio, sea del tipo que sea. ¡Ah! A la policía y al ejército no se le
pueden hacer fotos.
Nos
metemos por unas callejitas y ya estamos en el Kashgar tradicional, en el de
los uigures que son mayoría étnica en esta provincia china (el 90% de los
habitantes de Kashgar son de esta etnia).
Y esta gente son de religión
musulmana y sorprendentemente la costumbre de que las mujeres vayan tapadas
desde un poco a ir totalmente no han sido erradicadas en un país que lleva
muchos años de comunismo estricto (hay que recordar que para los comunistas la
religión es el opio del pueblo).
En Uzbekistán y en Kirguistán apenas se ven
mujeres con velos y pañuelos. Los comunistas soviéticos fueron más radicales en
la prohibición de estos usos y costumbres. Aquí se ven demasiadas mujeres muy
tapadas o tapadas totalmente, algo que sólo había visto en las zonas más integristas
de Siria. Toda esta zona es de casas antiguas, pobres y humildes. Son casas de
adobe y muchas aceras son de tierra.
Todo está lleno de motos eléctricas para
evitar la contaminación, lo malo es que estas motos no hacen ruido y hay que ir
con mil ojos para evitar que te atropelle una que viene por detrás.
Los ancianos descansan a la sombra de los
edificios mientras miran a su alrededor y
posiblemente hagan lo mismo que todos los ancianos del mundo: hablar de lo
que ven, de sus recuerdos y de sus cosas.
Y
luego los niños. Hay niños por todas partes. Niños que van solos o con hermanos
mayores pero que no son tan mayores. Algunas niñas tienen unos vestidos de
miles de colores. Son unos vestidos alegres,
muy bonitos.
Casi todos van con el pelo cortado al cero por dos motivos: para
paliar el excesivo calor que hace en el verano y para combatir más eficazmente
los piojos.
Y a todos estos niños, al igual que a muchos mayores, les encanta
que les hagas fotos. Si no sale de ti hacerles una foto ellos te dicen que se
la hagas y luego van a que se la enseñes en la cámara.
Toda
esta parte antigua, tradicional, está llena de pequeñas tiendas y pequeños
talleres. Le compré pan a un panadero que estaba delante de su horno haciendo
su pan; le di una moneda de un yuan, me iba a marchar y me llamó para darme
otro panecillo, pues por un yuan dan dos panes. A eso le llamo yo honradez.
Unas
chiquitas están aprendiendo a coser a máquina. Las vendedoras de hortalizas
hablan de sus cosas. Yo me quedo mirando,
con cierto asombro, esta tienda llena de cubos y cacharros de zinc, los mismos
que se usaban en mi casa cuando yo era niño.
Me
paro frente a la botica de medicina tradicional. Por aquí y por allá hay tarros
de mil colores con hierbas y plantas de propiedades curativas y lo más
asombroso para mi son las serpientes, las ranas y diversas clases de lagartos
secos que se trituran en morteros y
cuyos polvos se echan en brebajes para aprovechar sus propiedades curativas. Todo
esto me parece pertenecer al mundo de los cuentos y de las novelas que ocurrían
en un pasado muy pasado, pero que aquí, en el Asia Central al igual que en
otros países africanos aún es presente.
En
estos barrios los autobuses son motocicletas con ese carrito detrás, que hacen
unos determinados recorridos por las callejas por las que un autobús no puede
pasar.
Y
llego a un rinconcito que es una explosión de color con tanta tela colgando y
con tantas mujeres comprando. Estas telas de estos colores no se ven en España
ni en Europa ¿por qué será? Los que andamos por las calles y mercados nos
perdemos un autentico recreo para la vista.
De
repente, sin previo aviso, al terminarse una callejita salgo a esta amplia
avenida. El cambio no puede ser más brutal. Altos edificios, coches, motos
eléctricas, anuncios, farolas y gente con cara de china. Sí, porque aunque
estoy en China todavía no he visto a casi ningún chino, por lo menos a los que
consideramos que tienen el aspecto de chinos, de vivir en China.
Estos chinos
con aspecto de tales son los chinos Han. Y estos hombres y mujeres, sobre todo
las mujeres, tienen un aire totalmente occidentalizado, visten ropas como las
nuestras, calzan los mismos zapatos y las mujeres hacen algo que no hacen mucho
las europeas: usar sombrillas.
En medio
de una amplia y moderna avenida está la entrada al Bazar. Allí se vende de
todo. Es como un Corte Inglés en horizontal.
Me vuelven a llamar la atención
los colores de las telas, de las mantas y de los vestidos. ¡Cuánto les gustan a
estas gentes las telas de vivos colores!
En
una de las plazas hay una gran pantalla de televisión para que la gente la vea
por la noche. Ahora, por la tarde, hay un fotógrafo con un caballo, un carro y
un camello para que la gente se haga fotografías a su lado o montados en ellos.
Me estoy un rato mirando viendo este espectáculo que me recuerda a los
fotógrafos de feria que veía cuando era niño.
Y sobre todo me llaman la atención los vestidos de
tela brillante, como de lentejuelas, que llevan muchas mujeres jóvenes. Son
vestidos impensables de ver por la calle en Europa. La verdad es que a mi me
gusta verlos por la calle.
Al
lado de esa plaza hay un amplio barrio tradicional de los uigures. Los hombres
están sentados mirando la calle o hablando. Me gustan mucho esas caras de
hombres maduros o ancianos con su barba blanca y su aspecto asiático aunque no
chino.
Y en
este barrio vuelvo a encontrar el comercio tradicional que se desarrolla sobre
todo en la calle o en pequeñas tiendas. Estos hombres venden té según el gusto
personal echando más de unas hierbas o de otras.
Pequeñas tiendas, pequeñísimas
tiendas se abren en cualquier hueco. Dentistas, instrumentos musicales,
vendedores de carne asada a la brasa, puestecitos de fruta y mil cosas más de
las que ya no me acuerdo, hacen el recorrido por esta zona muy ameno y
entretenido.
Kashgar es la ciudad de
las sorpresas. Casi de repente aparece el Barrio Chino. Sí, aunque esto es
China aquí hay un barrio chino. Yo no me puedo imaginar en ninguna ciudad
española que haya un barrio español, pero esto es la parte de China que está en
el Asia Central y aquí conviven uigures, kazakos, tayikos, quirguises, uzbekos
y chinos Han y estos son minoría.
Y todo el barrio chino es
como otro mundo que nada tiene que ver con el de los uigures. Edificios altos,
muy altos. Enormes carteles publicitarios. Colores chillones y vistosos por
todas partes. Tiendas de las mismas marcas que en Europa. Anuncios muy
similares a los europeos. Gente vestida a la manera occidental. Letras chinas,
enormes letras chinas. Y prisa y movimiento y un ritmo de vida muy similar al
europeo.
Me gusta más la vida
sosegada y tranquila de los barrios tradicionales, y ver a la gente sentada en
un banco, charlando con un amigo o un vecino mientras mira lo que pasa a su
alrededor.
En el Kashgar antiguo, en el que sobre todo habitan uigures se ven
más viejecitos de barba blanca que andan tranquilamente con una bolsa en la
mano y con un aire despreocupado.
Las
calles de esta parte de la ciudad están llenas de puestecitos donde venden
comida. El humo y el olor de las carnes lo inundan todo. Es un espectáculo
fantasmagórico e irreal, a la vez que lleno de vida y animación. Es el mundo
que siempre había imaginado en las ciudades cruce de caravanas, en las ciudades
donde había que hacer una pausa después de duras jornadas y donde había que
intercambiar productos.