miércoles, 19 de diciembre de 2018

NEW YORK - EL ARTE. 
 
Uno de los motivos por el que tenía muchas ganas de visitar Nueva York era por ver sus grandes museos, sobre todo los museos de arte moderno y contemporáneo.
Hace tiempo que oí que New York era la capital mundial del arte, pero no por la calidad de los artistas, sino porque allí se compraba y vendía el mejor arte del mundo.
Visto lo visto creo que es verdad. No creo que los artistas estadounidenses sean mejores que los europeos, africanos, sudamericanos o asiáticos, lo que sí creo es que el dinero americano ha conseguido las mayores y mejores colecciones de arte desde finales del siglo XIX hasta ahora.

 
         En los museos neoyorquinos he visto más cuadros impresionistas que en ningún otro lugar de Francia.
         Para mi gusto los cuadros adolecen de una colocación más didáctica, que muestre claramente la evolución o el paso de un estilo a otro. Los museos requieren una buena guía que no siempre te dan a la entrada y que no está disponible en varios idiomas.
En eso estamos mejor en Europa. De todas formas las colecciones son impresionantes. Casi todos los cuadros los conocía, ya los había visto en los libros de arte contemporáneo.
Me he emborrachado de arte del siglo XX. He visto montones de obras fundamentales del impresionismo, del expresionismo, fauvismo, y todos los ismos que ha habido. ¿Qué es lo que más me ha gustado?


Pues la verdad es que todo, pero si tengo que nombrar algo diré que he mirado con mucha atención las obras de los expresionistas abstractos, las de Matisse, Cezanne, Kandisky, Gaugin y las de los fauvistas.   
Me han sorprendido agradablemente esos niños que sentados en el suelo miraban con mucha atención enormes cuadros abstractos.
También me he quedado mucho rato mirando a esa niña de unos 3 ó 4 años a la que su abuela le iba hablando de diversas pinturas; la niña miraba y miraba y no decía nada. Mientras la miraba me acordaba de mis rubias. Me hubiese gustado mucho estar aquí un rato con ellas, hablando de estos cuadros.
El museo de Brooklyn y sobre todo el Metropolitan Museum son un abanico impresionante de arte, pero de todo tipo de arte: arte americano; africano; asiático; de Oceanía; europeo medieval, renacentista y barroco; arte contemporáneo; griego y romano; egipcio; copto; bizantino y todo lo que uno pueda imaginarse relacionado con el arte.
 Casi todo son donaciones de familias millonarias en las que uno o varios de sus miembros se dedicaron a coleccionar o a buscar arte por todo el mundo. 

La colección de Oceanía procede de las expediciones que hizo uno de los hijos de Rockefeller y que, cuando desapareció en Nueva Guinea, su padre donó al Metropolitan, pero para que hubiese sitio mando construir toda un ala para albergar la colección.

Imaginaba que aquí vería mucho arte contemporáneo y así ha sido. Las colecciones del MOMA, del Metropolitan, del Gugenheim y del Witney es de lo mejorcito que he visto en arte del siglo XX, pero lo que he visto de arte Precolombino, africano, asiático me ha impresionado mucho, por la variedad, por la calidad, por el exotismo y por ser un arte casi desconocido para mí.
Lo que no me esperaba, y ha sido una enorme sorpresa, es la colección de pintura clásica europea. No me podía imaginar que aquí hubiese 8 ó 10 Rembrant comprados a golpe de talonario, ni que hubiese la cantidad de Grecos, Ribera y Zurbarán que he visto. Alguna que otra vez me he sorprendido con  Simone Martini, Boticelli, y algunas tablas flamencas de Van der Veyden y compañía. Vamos, que estos norteamericanos no compraron cualquier tontería, o compraban lo mejor o no compraban nada, y en eso les alabo el gusto.
La colección de arte chino es, según los expertos, de lo mejorcito que hay, aunque en conjunto la mejor colección de arte asiático es la que está en París. No me extrañaría que cualquier día la comprasen y se la trajesen para acá.
En el Metropolitan doy con la colección Robert Lehman, que es un claro ejemplo del patronazgo de los mecenas. Esta familia legó su colección de arte europeo: cuadros del renacimiento toscano, de la escuela holandesa, impresionistas franceses y paisajistas norteamericanos al museo, pero en vez de repartir las obras por estilos las dejaron todas juntas disponiéndolas de un modo similar a como estaban en la vivienda de los donantes. Algo similar a esto se repite en varios museos y es algo inhabitual en Europa. De esta colección lo que más me gustó fue un Matisse de la época fauvista, un cuadro simple pero precioso.
En la museum mille está el Guggenheim, otro soberbio museo de arte moderno en el que se aprecia la importancia de los mecenas. Allí está íntegra la colección Tannhauser con magníficas obras de Gaugin, Picasso y un largo etcétera. Aquí me emborracho viendo cuadros de Kandisky; su colección es soberbia.
         La disposición de este museo es originalísima. Se sube en ascensor (cuando no está estropeado) hasta la última planta y luego se baja plácidamente por una rampa helicoidal en la que están colocados los cuadros. El paseo es muy relajado y menos cansado que en los museos habituales.
         Y este museo o fundación es para mí un claro ejemplo de la comercialización del arte. Hay museos por todo el mundo y como su fondo de obras es enorme lo que hacen es irlas exponiendo poco a poco, en forma de temas monográficos, con lo que cada cierto tiempo es necesario volver a ver esos museos. Como tienen editoriales de libros y revistas sobre arte, ya se encargan de valorar a los artistas y a las obras que ellos poseen, sobre todo de los nuevos artistas que están surgiendo; pero muchas veces esa crítica positiva sólo tiene una finalidad exclusivamente comercial: acrecentar y afianzar el valor monetario de las adquisiciones que ellos han hecho, olvidando lo que realmente importa, que es su  valor artístico.
         Y entre museo y museo veo el arte de la calle. En New York hay algo de arte urbano, menos de lo que yo creía pues imaginaba zonas llenas de graffitis y eso no lo he encontrado. La decoración urbana me gusta cada vez más y cada vez me fijo más en ella y empiezo a buscarla en algunas ciudades, pero por desgracia hay muchas obras que son manchas hechas por chavales y que su calidad es muy poca por no decir ninguna.
 Aquí en Nueva York he visto pinturas murales por Harlem (el barrio tradicional de la gente de color), por Tribeca y Soho,  por East Village (el barrio hippy), por Chelsea (el barrio de las galerías de arte) y por Flatiron District.

 Lo que he visto en general me ha gustado bastante y para mi satisfacción había pocas pinturas murales de letras, que son las que ahora más abundan en España.  Hay algunas tiendas que tienen sus pinturas en los cierres y solamente se pueden ver cuando están cerradas, muchas de estas pinturas se han convertido en atractivo turístico y lógicamente los dueños de las tiendas no las han quitado. 
Viejas casas, viejas paredes, tiendas tapiadas, son los espacios que han utilizado estos pintores.

Hace años vi un reportaje en el que se hablaba de Nueva York como la ciudad que estaba llena de graffitis, tantos que hasta el metro, los trenes de cercanías y los autobuses aparecían llenos de pinturas, y se creó un servicio especial de vigilancia para que no se pintasen por las noches, pues las empresas propietarias no deseaban ver pintados sus vehículos. Los pintores o grupos de pintores se vanagloriaban de haber pintado un vagón o dos, o X autobuses en una noche. Aquella época dorada de los graffiti pasó y ahora se ve muy poco, por lo menos por los lugares por donde yo me he movido.
En una obra de la calle, la tela de plástico que separaba la obra de la acera estaba pintada con escenas de la obra y de la calle. Nunca había visto nada parecido.
         Vi un cafés decorado en el exterior con fotografías de desnudos masculinos y femeninos, y la verdad es que los distintos formatos, la posición de las personas y el colorido me llamaron la atención. Me gustó mucho.
Afortunadamente hay arquitectos que consideran su profesión dentro de las bellas artes y se preocupan de la estética del edificio. En Nueva York hay bastantes bellos edificios y he disfrutado mucho viendo  y mirando por aquí y por allá. A veces no hacen falta grandes obras, basta con saber pintar bien la fachada. Este edificio blanco, gris y rojo es un claro ejemplo de lo que digo.

         Nueva York es la capital mundial del arte no por la calidad de los pintores americanos, sino porque en esta ciudad es donde más se comercia con el arte, y para realizar este comercio están las galerías. Todo el barrio de Chelsea está lleno de galerías, en todas se puede entrar libremente y todo el conjunto es un gran escaparate del arte actual mundial, pues aquí se expone y se oferta la obra de  artistas americanos, japoneses, españoles, franceses, etc. Es como un gran museo de arte contemporáneo. Como el arte me gusta mucho paso una tarde aquí, entrando, mirando y saliendo. Y también pensando en lo que acabo de ver y en el resto del arte.


 Y mirando y mirando veo obras que me gustan mucho, otras que me parecen un timo y otras que no me dicen nada. Y pensando en lo que veo, relaciono estas obras con otros pintores y otras escuelas, hay cuadros que me recuerdan a Boticelli, al ver otros pienso que así pintaría Klimt si hubiese pintado abstracto, otros cuadros son variantes del expresionismo abstracto de Pollock o de Cliffor Still, otros cuadros son de un gran lirismo y de ellos se desprende como una especie de poesía, los hiperrealistas le encantarían a Jose, el conjunto de fotos de Marilyn me parece sugestivo y sugerente, y toda una pared llena de colores diferentes le encantaría a Angelina y quedaría estupenda en su salón variando un poco las dimensiones. La verdad es que ha merecido la pena ver las galerías de arte de este barrio de Chelsea.
        Mientras me voy hacia mi hotel, ya anochecido, voy pensando en que sería interesante escribir una historia del arte contemporáneo, desde los impresionistas hasta hoy, en la que se mostrase como unas tendencias y estilos derivan de otras, como nada o casi nada surge porque sí, sino que siempre ha habido pintores y artistas precursores, que se han adelantado a su tiempo y que han abierto numerosos caminos que luego otros han seguido. Y también sería interesante profundizar en lo que yo llamo la intelectualización del arte, en esas corrientes artísticas que se basan en determinadas ideas de lo que es el arte e intentan llegar hasta sus últimas consecuencias. Escribir sobre esto me serviría sobre todo para aclarar mis ideas y tener una visión clara y coherente de todo el arte contemporáneo, pero creo que me llevaría mucho tiempo, quizá demasiado.
         Y andando y pensando llego al metro, y mira por donde una de las estaciones tiene azulejos de arte contemporáneo y esculturas sujetas a la pared. El hall del metro queda así mucho más bonito, más alegre y más limpio que cuando no hay nada. Lástima que no hayan puesto murales o azulejos en casi todas las estaciones. Ya dije en otra ocasión que los andenes del metro producen una extraña sensación con tantas vigas y con unas vigas tan sucias.
Enseguida me acordé del bosque de Oma, con sus árboles pintados de mil maneras diferentes y lo bien que podían quedar estas estaciones pintando cada una de una manera diferente. Imagino que sería muy costoso y que la empresa del metro no estará dispuesta a disminuir sus beneficios, pero creo que muchos artistas estarían dispuestos a hacerlo con tal que su nombre se asociase a las estaciones pinta-das del metro de Nueva York.
Me imagino cada estación pintada por un pintor – o por varios si es muy grande – e imagino que el efecto sería estupendo, además de otro atractivo turístico añadido a Nueva York. En Madrid el metro es mucho más bonito, está más limpio y más decorado que el de la gran manzana. En España algunas cosas no las hacemos tan mal, yo diría que algunas cosas las hacemos muy bien.
 


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