NEW YORK - LOS ANTIGUOS BARRIOS
DE CASAS BAJAS.
En Nueva York hay
muchos rascacielos, pero también hay muchas, muchas casas bajas de 3 ó 4 pisos.
Hay más de estas casas que rascacielos. Son las viviendas que había
antiguamente, las que había antes de los primeros rascacielos.
Y estas casas
bajas están tanto en las zonas de gente rica, como en barrios de las clases
obreras y en los de los inmigrantes más pobres. La mayoría de este tipo de
casas también me son familiares gracias a las películas. Son casas con escaleras
de incendio en la fachada, escaleras por donde huían los malos o donde se
juntaban el chico y la chica que se gustaban.
Estas casas bajas las hay por todas partes. La verdad es que Nueva
York es muy grande desde hace mucho tiempo, y no siempre ha sido igual, siempre
ha ido cambiando. Nueva York es una ciudad muy dinámica que está en constante
cambio, en constante evolución.
En la pequeña Italia ya no hay italianos, ahora
hay sobre todo chinos y ya está a punto de dejar de llamarse Little Italy para
llamarse Chinatown, la ciudad de los chinos, que ha ido creciendo y creciendo y
que ahora alberga a más de 110.000 chinos, la mayor comunidad china fuera de
Asia. Y paseando por Chinatown rápido uno se da cuenta de donde está.
Todo está
escrito en chino, los escaparates son de ropa china, los restaurantes son de
comida china y las tiendas son de cosas chinas. ¿De qué otro nombre se iba a
llamar si no es Chinatown?
Pero basta cruzar una calle para encontrarse en otro barrio, como
Lower East Side en el que vivían los inmigrantes recien llegados que trabajaban
como obreros en la confección.
La historia de los barrios neoyorquinos es una
historia de constantes cambios: de ricos
que tienen esplendidas mansiones, mansiones que luego se tiran para
hacer otras cosas; terrenos donde se hacen casas y más casas para los
trabajadores y que están cerca de las fábricas y talleres; casas más baratas y más humildes para inmigrantes y trabajadores
más pobres;
casas que se abandonan y luego se restauran para convertirse en
apartamentos más o menos lujosos, o en galerías de arte, o en bares y tiendas de moda más o menos lujosas y más o menos
famosas, y cosas así.
Y uno se puede dar cuenta de que está en unos de estos
barrios trasformados en que las casas y las tiendas están más coloreadas, en
que son como más bonitas y en que las tiendas son más originales en la
presentación de sus escaparates.
Y en Greenwich
Village se encuentran las viviendas más antiguas de Nueva York, pequeñas casas
de ladrillo construidas sobre el 1800. Es un barrio tranquilo, sosegado, lleno
de árboles y por el que circulan pocos coches. Estas viejas casas las tienen
como oro en paño, son casi monumentos nacionales; no tanto pero casi casi.
Una
de ellas tiene unas plantas como algodonosas, unas plantas que me parece haber
visto en la película “Lo que el viento se llevó”, unas plantas propias de los
estados del sur.
Todo aquí es un poco
diferente, es como vivir en otra época, es como vivir en la época de películas
que vi sobre todo de niño. Aquí me doy cuenta de lo unido que está Nueva York
al mundo del cine, sobre todo para mí. Casi todo me es familiar, y estos
barrios de casas bajas son tal como los había visto en las películas; aquí no
me he llevado sorpresas tal como me ha
ocurrido con los rascacielos.
Estas casas y estos barrios están a una escala
más humana y más habitual para mí. La
guía que estoy utilizando – la Michelín – habla de diferentes estilos de
arquitectura: federal, griego, neogótico, reina Ana, italianizante y un largo
etcétera.
No me he interesado por las características de cada uno de estos
estilos ni he intentado identificarlos en las calles, lo menciono para recordar
la enorme variedad de edificios de Nueva York y como junto a unos edificios se
levantan otros de características diferentes pero que juntos hacen muy bonitos,
yo creo que hasta más bonitos que separados.
El cine y otra vez
el cine. Estoy como en mi barrio cuando paseo por estas calles con bloques de
casas todas iguales, con esas escaleras que suben al portal del primer piso y que
en la parte baja tiene un semisótano que ha sido el decorado de escenas
importantes en películas que vi hace muchos años.
Son bloques de casas iguales pero sólo a trechos. Poco a poco van
surgiendo diferencias. A veces hay casas que me llaman la atención como esa con
columnas y seres alados similares a los de la antigua Babilonia. No sé que se
le habría perdido a ese hombre por allí, pero hizo una casa realmente curiosa,
aunque solo sea por lo fuera de lugar que está.
Hay barrios y zonas en las que
no hay esas escaleras metálicas de incendios en la fachada. No sé si es que
nunca las hubo o es que las han quitado al hacer obras o reformas. Imagino que
esto de las escaleras debió imponerse en algún momento y se puso en casi todas
las viviendas, tanto en las antiguas como en las que se construyeron entonces y
a posteriori.
Si esa norma ya no está en vigor es lógico que en las nuevas no
las haya y que en muchas antiguas se
quite. Pero la verdad es que esas escaleras exteriores son algo intrínseco de
las ciudades americanas. Es lo que vimos en las películas.
También hay
edificios nuevos bajos. No solo se hacen altos rascacielos. Nueva York es una
ciudad enormemente variada, y los antiguos barrios textiles o los mataderos hoy
son lugar de encuentro de jóvenes polacos, rumanos, etc, a los que han puesto
un sello característico.
Harlem lo dejo para el domingo. Voy a escuchar una misa gospel en
Canan Baptist Church. Entro a la misa de las 8.30 de la mañana, Estamos poquísimos
turistas, yo diría que ni una decena, y el espectáculo es impresionante.
El
coro mixto comienza con un soberbio “Aleluya” que desprende alegría por todas
partes. El acompañamiento el adecuado, ni poco ni mucho: piano, órgano,
batería, guitarra eléctrica y algún instrumento de viento. La mujer que toca el
piano empieza a cantar ella sola un salmo que no entiendo pero que siento. Es
el milagro de la música. Cuando esta mujer acaba sale otra mujer con una voz
digna de una cantante de ópera. Todo es ritmo y todo es sentimiento. Luego el
sermón sobre las palabras que tuvieron Moisés y Jehová allá en el monte Sinaí.
Es un sermón estudiadísimo en el que en algunos momentos hay acordes de piano o
de órgano para resaltar determinadas palabras. La señora que da el sermón se
marca al final un cántico que no tiene que envidiar al de las anteriores. Luego
todos nos dirigimos en orden hacia la parte delantera para dejar nuestra
ofrenda. El coro, en una interpretación que desborda ritmo por todas partes pone fin a este soberbio
espectáculo. Y mientras ocurría todo esto en el escenario, porque la sala es
igual que la de un teatro, los asistentes no se estaban quietos ni
indiferentes: unos se ponían de pie, otros se movían al ritmo de la música, de
vez en cuando gritaban ¡Aleluya!, los más activos se abanicaban con unos
pay-pays o se secaban el sudor con pañuelos de papel que ofrecían personas que
iban por los pasillos y otros lloraban como la mujer que estaba a mi lado y que
se dio una a llorar cojonuda. En momentos del sermón pensaba en las enormes diferencias que hay entre esta
misa y las misas católicas que he escuchado tantísimas veces.
Dicen que las calles y las viviendas de Harlem han variado
mucho. Se han tirado muchas viviendas y se han construido casas nuevas, que ya
no son de pobres. Las viejas viviendas se han rehabilitado y hoy son
apartamentos para gente pudiente. Los negros pobres ya no pueden vivir aquí.
Los que quedan es gente acomodada y cada vez viven más blancos.
Solamente se
conservan unas poquitas calles del Harlem antiguo, del Harlem casi
exclusivamente negro. Esto es Nueva York y esto también ha cambiado.
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