LA RUTA
DE LA SEDA (4 ) KOKAND –
OSH – SARY TASH
Domingo 16 agosto por la mañana
temprano. Vamos en taxi siguiendo el valle de Fergana hacia Kokand. El
recorrido dura un par de horas y menos mal que no dura más. Cada momento que se
pasa en la carretera es una papeleta más para tener un accidente: ir a 130Km/h;
echarse carreritas entre los taxistas; adelantarse por la izquierda; pasar por
los pueblos sin aminorar la velocidad; y un largo etc. El valle es un vergel
pero las montañas que lo rodean son tremendamente áridas. Es el milagro del
agua. Y junto a la carretera, por muchos, por muchísimos lugares hay como un
pueblo continuo. Casas y casas, gente que va y viene, niños jugando, burritos
tirando de carros, puestos de melones y sandías, pequeños mercados.
Y
sin que nos toque la lotería llegamos a Kokand.
Paramos junto a los jardines del palacio real. Es el palacio de uno de
los últimos reyezuelos. El harem ocupaba casi la mitad del palacio, y el rey
–el Kan- cada día estaba con 5 mujeres. Una carcajada general acogió este dato
que nos dio la guía.
El palacio es del siglo XIX, muy
decorado con colores muy vivos pero falta la finura y delicadeza de otros que
ya hemos visto. Todo se está restaurando y quizá por eso los colores sean tan
vivos, aunque en un siglo posiblemente no se apaguen mucho.
En el jardín hay un amplio estanque. Los
niños se bañan y las jovencitas pasean descalzas con el agua hasta media
pierna.
Pasamos al Kyrgyzstan. Allí nos espera
un camión todo terreno que será nuestro medio de transporte los próximos días. Verlo me produce la sensación de que el
recorrido con él será toda una aventura, que con este vehículo podremos ir a
cualquier parte y que todas las posibilidades para la aventura están abiertas:
podremos cruzar ríos, subir y bajar enormes pendientes, ir campo a través,
atravesar pedregales y mil cosas más.
El 17 de agosto empezamos el día
visitando Osh. En la plaza principal aún se conserva la estatua de Lenin, aquí
no se ha derribado. Lenin no hizo grandes barrabasadas que yo sepa, y con él se inicia una época que como todas
tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Gracias a los soviéticos estos países
o regiones dejan de estar en manos de reyezuelos y olvidados del mundo y se empiezan a hacer
grandes obras públicas: canales de regadío, anchas carreteras, modernización de
las ciudades, prohibición del gurka, mejora de la educación y de la
sanidad y posiblemente muchas cosas más
que ignoro ¡Qué se hicieron cosas mal! ¡Casi seguro! De cada época histórica,
de cada situación cotidiana estoy aprendiendo que hay que aprovechar lo bueno y
aprender de lo malo para no repetirlo.
Y luego paseo por el Bazar como le
llaman unos, o por el Mercado como le dicen otros. Es igual que otros pero
diferente, cada mercado tiene como su personalidad, como su sello propio.
¡Cómo me gustan estos hombres
kirguises que llevan esos gorros tan
característicos y esas botas negras a media altura. Casi todos son ancianos,
con barbas ralas y profundos surcos en el rostro. Casi todos son rostros que ya
había visto en los libros que leí de niño y que tanto me gustaron. Ya no
recuerdo los títulos de aquellos libros,
pero posiblemente sean la causa de la simpatía que siento por estos hombres y
estas tierras.
Y veo caras y caras de hombres y mujeres
del Asia Central que no me canso de mirar.
Según la versión del guía de Uzbekistán los kirguises son una rama que
se separó de los mongoles. Y esto se nota en su cara. Según la versión del guía
de aquí estos hombres se parecen a los mongoles porque Gengis Kan mató a todos
los hombres que había aquí, y que eran tribus de turcos, pero no a las mujeres,
con lo cual hubo un mestizaje enorme que aún perdura.
Y todos estos hombres y mujeres venden y
compran alfombras, carteras de niños como las que se ven en cualquier lugar de
España, semillas, caramelos,
cacahuetes en enormes sacos lo que indica que su
consumo es muy elevado; manzanas, melocotones, uvas, plátanos; objetos de
plástico de mil colores entre los que resalta una camiseta de un equipo de
fútbol europeo;
ajos en cabezas o en dientes que las vendedoras están pelando,
y una de las vendedoras deja de pelar y su mirada se pierde en el infinito y
sus pensamientos van a un lugar que ignoro; pasta;
escobas hechas a mano con
las que se barren las calles, las aceras y supongo que las casas;
polvos de
colores vivos y brillantes con los que hacer tintes y pinturas, polvos de tierras
como los que debieron utilizar los pintores europeos hasta el siglo XIX, aunque
estos polvos son de una viveza digna de los más atrevidos fauvistas; vajillas;
cunas para bebés; caramelos, muchos caramelos y dulces y mucha gente
comprándolos, señal de que son golosos.
Y entre tanta actividad hay que tomarse
un descanso; los hombres se entretienen jugando al billar en un lugar un poco
apartado del mercado. Es algo que me resulta muy curioso.
Veo un niño vendiendo pan entre los
puestos. Ofrece su mercancía a los comerciantes y algunos le compran un pan
reciente. Intento comprarle uno porque tengo algo de hambre y por el buen olor
que desprende este pan. Pero no es posible. No llegamos a entendernos sobre
cuanto tengo que pagarle por un pan. A él no le gusta la situación y enseguida
se marcha. Yo me quedo un poco desilusionado.
Después de comer emprendemos el camino
en el camión hacia Sary Tash. Enseguida aparecen colinas, colinas áridas, Por
el fondo del valle hay un poco de verdor. Por algunos sitios hay colmenas. En
las aldeas, junto al camino, pequeños puestos ofrecen miel.
Las colinas van
aumentando de tamaño y se empiezan a llenar de colores, de los colores de estas
tierras. Son colores muy bonitos, muy vivos. Son colores que van cambiando de
un lugar a otro. Las colinas dejan de ser colinas y se convierten en montañas.
Montañas cada vez más empinadas y cada vez más altas.
El
camión va lento por esta carretera de tierra. En España yo le llamaría pista
pero aquí es una carretera. Cuando estaban los soviéticos las carreteras se
asfaltaban, ahora no hay dinero para renovar aquel asfalto en todas ellas y la
mayoría están descarnadas: ya son de tierra. Las montañas son muy altas. Aparecen yurtas de los
nómadas, y caballos, y ovejas, y más arriba yacks. Ya estamos en el Pamir.
Los
campesinos van en burros o en carros. Hacemos un alto en el camino para
desentumecer el culo de los vaivenes del camión. Un anciano se cruza con
nosotros y desde antes de llegar nos dirige una amplia sonrisa; me imagino que
será su forma de darnos la bienvenida a su territorio. Mientras cruza no deja
de mirarnos ni de sonreírnos.
Subimos el puerto de Taldyk (3.500 metros ) y ya
anocheciendo llegamos a Sary Tash. A lo lejos se ve la cordillera del Pamir en
todo su esplendor.
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