lunes, 18 de mayo de 2020


 LIBIA (1) – LAS CIUDADES ROMANAS: Leptis Magna y Sabratah.

            Lo primero que me van a enseñar de Libia son ruinas romanas. Yo, que me muero por ver el desierto, por estar en el desierto, tengo que ir a ver ruinas de ciudades que fueron grandiosas. Pero así está organizado el viaje y tengo que adaptarme, y adaptarme de buen grado para disfrutar lo más posible de todo lo que me ofrecen.
            El primer día de estancia en Libia visito Leptis Magna, el último Sabratah. Es un círculo que se cierra y en el que en medio queda el desierto.



Ruinas grandiosas, enormes. Pero ruinas muy ruinas. Sólo el arco de Septimio Severo está reconstruido, así como el teatro de Sabratah. De lo demás sólo quedan algunas columnas levantadas por aquí y por allá, trozos de muros semireconstruidos, templos y basílicas con algunos trozos levantados, muros semienterrados, muros que dicen pertenecieron a tiendas, a templos, a termas, a… ¡vete a saber qué!



 Vagonetas y vías de las excavaciones hechas por los italianos y por arqueólogos de otros países y que están todavía aquí, medio oxidadas, camino de convertirse ellas en otro resto arqueológico.



            Y lo mejor de todo el mar. El mar está siempre de fondo. Las columnas, los muros, las rocas,… todo resalta y destaca sobre el mar. Estas ciudades deben todo al mar. Le deben su nacimiento, su apogeo y su muerte. Los fenicios, que debían ser de culo inquieto, hicieron de estos lugares pequeños atracaderos para comerciar, en una época en que casi no se sabían contar los años., pues creo que por no haber no había ni calendarios. 



          Siempre me he preguntado qué necesidad de comerciar había en aquella época en el que el mundo estaba vacío y no debía haber las necesidades superfluas que hay ahora (o por lo menos eso es lo que yo creo). Después de los fenicios se asomaron por aquí los griegos aunque ellos prefirieron otras zonas situadas más hacia el este. Unos de sus vecinos, los cartagineses (los actuales tunecinos) hicieron crecer estas ciudades, pero mira por donde empezaron a pelearse con los vecinos que estaban en la orilla norte del mar y mira por donde ganaron éstos. Y con estos vecinos vencedores, que eran los romanos, las ciudades empezaron a crecer y a crecer y llegaron a ser de las más grandes y más importantes del Mediterráneo. 



          En Leptis Magna el puerto no daba a basto para tanto barco y tanta mercancía, y hubo que ampliarlo. Pero cuando lo ampliaron la cagaron porque con las obras las corrientes se modificaron y poco a poco el puerto se iba llenando de arena y cada vez era más complicado atracar en él. La ciudad fue a menos. La decadencia del Imperio romano ayudó a la decadencia de estas ciudades. En el 365 un terremoto casi destruyó Sabratah. Los bizantinos estuvieron también aquí pero sólo aprovecharon una parte de las antiguas ciudades. La invasión árabe da el golpe de gracia y el viento, la arena, los matorrales y los hombres que durante siglos venían a  buscar piedras para construir palacios, mezquitas o viviendas acabaron definitivamente con estas ciudades. 



            Hoy se hacen excavaciones, se reconstruye el trazado de las antiguas calles, se identifican los templos, el foro, las termas, las letrinas, el teatro, el anfiteatro y tantas y tantas cosas como había en las ciudades romanas.



            Y lo que más me gusta es el mar. Un mar con unas tonalidades de azul preciosas. Es un mar que compite en belleza con el cielo. Bueno, más que competir yo creo que el cielo y el mar se complementan.



            Estas ruinas las visitan la casi totalidad de los turistas que venimos a Libia. La mayoría son italianos. Y muchos de ellos hacen lo que esta pareja: se suben a lo alto del muro, ella o él se abrazan a la estatua, ponen la cabeza en el lugar en que la tenía la estatua decapitada y se hacen una foto. Y yo me pregunto: ¿Harían eso en el foro de Roma o en Pompeya o en las ruinas de cualquier ciudad europea? ¿De qué depende qué lo hagan? ¿de qué haya un vigilante que lo prohíba o de procurar cuidar algo que es un legado histórico que a todos nos pertenece y que todos debemos conservar?    Me imagino que los humanos funcionamos más por las prohibiciones y sanciones que por convencimientos éticos o estéticos.



            En los años 30 se reconstruyó el teatro de Sabratah, el mayor de todo el norte de África. A mi me gusta mucho como está. Se nota perfectamente lo que está reconstruido y lo que son piedras originales. El cemento o la argamasa, unen entre sí trozos de piedras originales y uno se hace perfecta idea de como debía ser el teatro original. En esta clara diferencia entre lo que es nuevo y lo original es donde se ve la mano de los reconstructores italianos. Esta es su escuela. Si lo hubiesen hecho los franceses posiblemente hubiesen envejecido las piedras nuevas y todo tendría un aspecto mucho más parecido al original, o incluso lo habrían dejado tal como lo terminaron los romanos allá por el 290 d.C con un aspecto totalmente nuevo. ¿Qué escuela es mejor? Para gustos están los colores.



 La vista del escenario desde uno de los arcos laterales de entrada es soberbia, espectacular. Es muy curioso que los mejores restos romanos estén casi todos fuera de Italia ¿Por qué?
            Y siguiendo una antigua costumbre, todos los hallazgos escultóricos que se hicieron en estas ciudades se llevaron al museo de Trípoli ¿Y por qué no dejarlos aquí cuando este fue el lugar y el ambiente para el que fueron concebidos? Si se me dice que en el museo están mejor conservados lo acepto, pero entonces que hagan unas buenas copias y las pongan aquí.



            En el museo de la Jamahiriya, en el castillo de Trípoli, hecho en los años 30, se conservan los hallazgos de las excavaciones de estas ciudades romanas. El museo es muy bonito, se ve muy bien, las piezas están muy bien colocadas y nada amontonadas y da gusto pasear tranquilamente entre unas estatuas y unos restos que tienen un mirar de siglos.



           De vez en cuando el soniquete de un guía que explica a un grupo de turistas, rompe el silencio de siglos que tanto aman estos restos.


       La verdad es que no ha estado nada mal este interludio de arte romano en el mundo de desierto. Es como un adorno.


viernes, 15 de mayo de 2020

     LIBIA (2) – EL FESTIVAL TUAREG                              DE GHAT.



            Los tuareg son un pueblo bereber, que se supone descendiente de los antiguos garamantes, que tiene una lengua propia, el tamasek, y un alfabeto propio, y que ha vivido siempre en el desierto del Sahara, en una zona que comprende parte de los países de la lista que hay a continuación, y donde se indica el número estimado de tuaregs que hay. En ocasiones hay divergencias entre las diversas fuentes y por eso se escriben dos cifras.
Níger = 720.000 ,,  Malí = 440.000 – 500.000 ,, Argelia = 25.000 – 65.000
Burkina Faso = 60.000 - 37.000 ,, Libia =17.000 – 20.000 ,, Nigeria = 23.000
Senegal = 7.000 ,, Chad = muy pocos y sin datos.
         Se estima que el total de tuaregs que hay en la actualidad oscila entre 1.200.000 y 1.400.000.
Su forma de vida ha sido el pastoreo nómada, el comercio de la sal, el control de las caravanas por el desierto, a las cuales se les obligaba a pagar un canon para protegerlas de los saqueos que si no hacían ellos mismos, y del comercio de esclavos. A lo largo de los siglos han adoptado algunas ideas del Islam, en la medida de que esto no se contrapusiera con sus propias creencias, manteniendo intactos su sistema de justicia, sus leyes y sus costumbres.
Ghat es una de las antiguas ciudades tuareg. Y creo que este festival es un intento de mantener la identidad de este pueblo que no tiene estado. Aquí se reviven y se recrean costumbres ancestrales, posiblemente con un doble carácter: uno reivindicativo de su cultura y de un estatus propio para este pueblo y otro cultural para que no se olviden ni pierdan costumbres seculares.


Ya anochecido se inaugura el festival en una gran explanada, con un desfile de representantes de los diversos países y de las diversas tribus o familias. Todo está lleno de colorido y todo me recuerda mucho a las exhibiciones que se hacían en Madrid por el 1 de mayo, el día del trabajo, cuando actuaban los grupos de coros y danzas.



Al día siguiente, por la mañana, las calles del viejo Ghat están llenas de gente, muchos ataviados con sus vestidos tradicionales, y en algunas viviendas se ha reconstruido las formas de vida y el escaso mobiliario habitual.



Las mujeres llevan sus vestidos de gala, pero no todos son iguales. Aka, nuestro guía, me indica de qué país son nada más verlas. Son unos vestidos llenos de brillos y de colores muy vivos. Las niñas van preciosas, tan guapas, tan adornadas. Es curioso ver como las jóvenes y mujeres en general van con la cara descubierta y los que se tapan dejando sólo ver los ojos son los hombres; al revés que en el resto del Islam.



Imagino que las han adornado de manera especial para este festival. No me imagino ninguna vivienda tuareg con estas telas tan brillantes en las paredes de sus casas, ni unas alfombras tan coloridas.
Normalmente no les importa que les hagas fotos, aunque si no se pide permiso se pueden tener problemas, como le ocurrió a Luciano, que le hizo una foto muy de cerca a una chica joven muy guapa. Vino el padre y empezó a echarle una  bronca porque su hija estaba soltera y a las chicas solteras sólo se les puede hacer fotos con permiso (por lo menos eso es lo que decía el señor). Sin embargo hay algunas señoras mayores que se tapan la cara cuando ven que las vas a fotografiar. Estas señoras mayores, que ellos ya consideran ancianas, tienen sobre 60 años, y el parecido en el aspecto físico con una mujer europea de esa edad es nulo.


En el interior de unas viviendas han reconstruido la casa del novio y de la novia antes de la boda. Al novio le acompaña un amigo o familiar que le ha ayudado en la pedida de mano de la novia. 



En la de la novia se ha recreado como ésta se tumbaba para que la peinasen y como lucía todas las joyas que poseía y la dote que le había aportado su futuro marido. Cuanto más dote más categoría tenía el marido y más segura estaba la mujer de que iba a vivir con un gran bienestar. Luego he leído que entre los tuareg nómadas era la mujer la que elegía realmente y que era ella la que llevaba su dote, pues ningún hombre se podía casar con una mujer que tuviese más categoría social que él. Pero bueno, dejemos todas estas cosas porque sino voy a tener que empezar a estudiar y voy a tener que terminar por escribir todo un tratado antropológico sobre los tuareg.
  


       
     En las calles las mujeres se sientan por grupos en el suelo y no se preocupan de poner daba debajo para no mancharse, porque la verdad es que no se manchan. Cuando se levantan ni se sacuden, pues su ropa no está nada sucia.  ¡Lo que hacen las costumbres! ¡Qué elasticidad tienen como consecuencia de haberse sentado siempre así! Yo ya no podría sentarme como lo hacen ellas ni estar tanto tiempo sentado como ellas.
            Algunas mujeres se ponen a vender. Son mujeres mayores, son viejas, que se tapan la cara. A mi me parece una estampa muy típica y muy bonita, aunque preferiría ver sus ojos y una sonrisa.



Ese segundo día por la tarde acudimos a una gran explanada a las afueras de Ghat en la que se muestran formas de vida tradicionales en el desierto. Unas mujeres hacen pan. Una sobre una especie de cántaro de barro en el que se ha metido leña y cuando se ha calentado se echa la masa por encima y así se hace un pan fino, riquísimo. Es como un horno al revés. Otra ha calentado un recipiente metálico y en las paredes pega la masa de pan. El resultado también es delicioso, y lo sé porque lo he probado bien, ya que el pan que hacen se lo regalan a los que estamos allí.

Otras mujeres hacen cestos, con unas hierbas ásperas y duras, similares al esparto. A lo mejor es una clase de esparto.


Un grupo de niños de Argelia o de Malí están sentados delante de una cabaña, vestidos con sus trajes típicos y están preciosos. Se junta el colorido de sus ropas y el encanto de sus caras.



            Me llama mucho la atención y me maravillan los colores de las ropas de las mujeres y de los niños que están sentados en la arena. Aquí no hay bancos ni sillas, y cuando se cansan se sientan en la arena y se están charlando o mirando o haciendo las dos cosas a la vez. Los hombres casi no se sientan, los hombres van de un sitio para otro o hablan de pie.



            En esta gran explanada grupos de tuareg ataviados con diversas ropas se ponen a cantar separados unos de otros para no estorbarse. Quienes cantan y tocan panderos y bidones vacíos y baten las palmas son las mujeres. Los hombres son los que bailan. Y lo hacen en un derroche de agilidad y rapidez de movimientos. Lo hacen en un derroche de fuerza. Se les ve sudar por lo poco que les queda visible del rostro. Los cánticos y chillidos de las mujeres les incitan a danzar y danzar cada vez más rápidos. Ellos danzan mostrando sus habilidades, su agilidad y su fuerza. Todo se me asemeja a los rituales de cortejo de algunas aves en los que los machos se mueven delante de las hembras que muestran una aparente indiferencia para que luego ellas escojan al macho que les parece más adecuado. Aquí hay un poco más de sutileza, pues aquí las hembras animan a los machos con sus chillidos y sus cánticos.  La música no me parece bonita, es muy monótona para mi gusto y está muy lejos del ritmo y musicalidad de la música árabe, pero claro, estos hombres no son árabes.





            Toda la explanada está llena de gente. Es un espectáculo ver tanta gente con un ropaje tan distinto al nuestro y  de tanto colorido. Los hombres por un sitio, las mujeres por otro. Los chicos casi no hablan con las chicas, lo único que hacen es mirarse. Los matrimonios tampoco van juntos y si lo hacen el marido va delante y la mujer detrás, como si fuera un perrillo, aunque ahora con las correas los perros van delante y los dueños detrás. No veo ningún grupo de matrimonios en el que hombres y mujeres hablen unos con otros.


            A la mañana siguiente nos desplazamos en coche unos 30 ó 40 Km., hasta una gran explanada. A un lado y al otro unas montañas preciosas, que me recuerdan mucho a los Dolomitas. Hace muchos años aquí se reunían la gente de los alrededores, que estaban a dos días de camino, o a tres, o a uno, y aquí se hacía una especie de mercado de ganado. En recuerdo de aquello (que no me explicó muy bien Aka, o yo no me enteré bien) hoy se reúnen como acto final del festival de Ghat. Aquí es el final de la carrera de camellos que viene desde un lugar a 20 Km. Todo es como una gran romería, como una de esas romerías que se celebran en las ermitas en España. La gente está en grupos, unos por sexo y luego por grupos familiares. Los hombres siguen sin mezclarse con las mujeres. Hoy no llevan los trajes que yo llamo regionales, sino que llevan sus trajes elegantes, pero los suyos. Todos quieren lucir sus mejores galas. Pero lo que más quieren lucir son sus camellos.





            Aquí vienen los hombres con sus mejores animales totalmente engalanados. Los mejores camellos son los blancos, y uno de estos machos cuesta unos 2.000 euros, una gran cantidad. Y estos jinetes van de un lado hacia otro para que se les vea bien, y viéndoles desde el suelo son imponentes. Dan una gran sensación de fuerza, de majestuosidad, de poderío. Una de mis compañeras me dice que uno de sus sueños eróticos es que la rapte un tuareg. Sus amigas le han dicho que si la intentan raptar que ella se deje y ella les ha dicho que naturalmente que se dejaba para que hiciese con ella lo que quisiese, aunque al quitarse tanta ropa a lo mejor se llevaba una decepción, pero la emoción de todo el secuestro no había quien se la quitase. Y oyéndola y mirándola, pues es muy fea, pienso en lo verdad que es eso de soñar no cuesta dinero.


            Me siento en el suelo a una sombra a esperar al guía. Desde lejos veo a unas mujeres de Níger que vienen hacia mi. Se sientan a mi lado. Una niña me ofrece un bote de naranjada y la mujer del turbante me ofrece un bocadillo. Acepto. Y pienso en como nosotros ahora hemos perdido en hospitalidad y generosidad. Ahora no se nos ocurre ofrecer comida a un desconocido. Antes, en el tren, en los viajes largos, la gente ofrecía la merienda que llevaba a los viajeros que estaban más próximos. ¿Y por qué tenemos que perder costumbres que a todo el mundo le parece que estaban muy bien?


sábado, 9 de mayo de 2020

      LIBIA (3) – Las inmensas llanuras.


Llanuras en el desierto. Inmensas llanuras que parece que no se van a acabar nunca. El coche va deprisa, y va deprisa durante mucho tiempo, a veces durante horas. Y en ese tiempo sólo se ve la nada, la llanura inmensa y desolada. La llanura en la que no hay ni una planta, ni una roca. Una llanura que es la mejor expresión de la soledad y del silencio del desierto.


A veces, allá a lo lejos, se ven cerros, más bien diría cerrillos, y que luego al aproximarnos a ellos se convierten en casi montañas para después volverse a convertir en cerrillos y finalmente llegar a desaparecer. Llanuras inmensas que todo se lo tragan.


La llanura es tan poderosa que aunque haya algo de vegetación sigue siendo llanura. Nada de restos de regatos, nada de altiplanos ni de pequeños oteros.  Acacias y arbustos en una inmensa planicie. Y estos arbustos y acacias ponen una nota diferente en tanta monotonía. Son como un aliento de vida en un mundo totalmente mineral.


La llanura es siempre llanura, sea cual sea el suelo que la conforma.  En algunos lugares aparecen pequeñas rocas, pero son rocas planas, rocas llanas que parece que no quieren desentonar con lo que les rodea. Las rocas aparecen cuarteadas, aplastadas.


En algunos lugares la llanura aparece como blanquecina. Eso es sal. Es la sal que contiene el terreno, que se disuelve cuando llueve, que entonces sube a la superficie y que se deposita cuando el agua se evapora. Estos lugares eran muy apreciados. De aquí se cogía la sal y se la trasportaba en caravanas hacia Mali, Níger, Chad, etc. Eran las caravanas de sal. Hoy esas caravanas ya no existen, ni con dromedarios ni con camiones ni con nada. La sal se trae de otros sitios.


Las llanuras, el símbolo del silencio y  la soledad del desierto. Parece que aquí no hay nada, que aquí no hay nadie. Pero mis ojos no están acostumbrados a mirar en el desierto. Llevamos recorriendo una llanura inacabable mucho tiempo.



 A lo lejos aparece un pequeño cerro. Poco a poco se va agrandando y cuando llegamos a él paramos para ver de donde venimos y hacia donde vamos, en realidad paramos para ver… la nada. Me retiro unos metros de los coches para estirar las piernas; miro hacia lo alto del cerro y un hombre me saluda moviendo el brazo; yo también le saludo. Desde allí, desde donde está él, se ve todo. Nada ni nadie pueden pasar en muchos kilómetros a la redonda y pasar desapercibidos. Aka, nuestro guía, me comenta que es un militar y que aunque parezca que no hay nadie, casi siempre estamos vigilados y controlados. Ahora son los militares los que vigilan, antes eran los tuareg los que vigilaban para tener controladas a todas las caravanas y viajeros que pasaban por el desierto y saber si había que protegerlas o atacarlas; todo dependía de que hubiesen pagado o no.


Nunca he andado por esta llanura inmensa. La verdad es que sólo hemos parado para comer o dormir en el borde de estas llanuras infinitas, y nunca he optado por andar por ellas. Siempre he preferido ir hacia una pequeña elevación del terreno, ya en dirección contraria a la llanura, para poder ver bien esa inmensidad que tanto me cautiva.


 ¿Qué se sentirá andando días y días por esa llanura toda plana, toda igual, con lejanísimos puntos de referencia? La vista no se entretiene con nada, no se para en nada porque nada hay. Eso es al menos lo que yo creo. La vista, el oído, todo se tiene que concentrar en otras cosas. O no se piensa en nada y se alcanza un estado espiritual de quietud, de calma y de serenidad o se piensa en cosas profundas como  en el sentido de la vida o en el más allá. Creo que aquí no hay término medio: o se tiene la quietud del que no piensa en nada o se mete uno en los torbellinos de las profundidades del alma.


 Cuando he andado por la llanura castellana me oprimía el cielo, parecía que me aplastaba. Aquí no. No sé por qué. Y mira que el cielo es inmenso y la línea del horizonte está muy baja. Pero aquí parece que surge una fuerza poderosa de la tierra que empuja al cielo hacia arriba y que hace que la poca tierra que se ve, se llene de vigor y energía. Este es uno de los misterios del desierto.
En estas inmensas llanuras hay que saber ver. Una tarde Aka me explica que toda esta zona está llena de pozos de petróleo, que es zona militar y que no se puede uno desviar hacia la zona petrolífera. Le pregunto que donde está los pozos y él, un poco sorprendido, me dice que allí, señalándome con la mano, y que si no veo el humo. Fijándome bien veo hasta 6 tenues penachos de humo que hasta ahora me había pasado desapercibidos. Y si los dejo de mirar y quiero volver a buscarlos, tengo que fijar mucho la atención para identificarlos. Por la noche es más fácil hacerlo, el resplandor de lo que queman les delata.


¡Qué hermosísimos son los amaneceres en estas llanuras inmensas vistas desde el calorcito de mi saco!  Las estrellas y la menguante luna parece que se resisten a desaparecer. Todo el cielo se llena de un juego de violetas, azules, verdes, naranjas, etc. que van cambiando poco a poco y que no me canso de mirar y mirar. Todos los días son iguales y todos los días son diferentes.


Siempre me levanto antes de que termine de amanecer y me  voy hasta un buen oteadero para disfrutar de estos espectáculos. Aka, el guía tuareg, también mira los amaneceres. Siempre me hace un gesto con el puño y el dedo pulgar levantado.


Estos amaneceres de las llanuras son más hermosos que los que se viven en valles estrechos o encajonados. Aquí la vista recorre y recorre el cielo y se emborracha de luz y color. Todos los amaneceres son hermosos, pero  aquí, en el desierto, tienen un encanto especial. Todo dura muy poco tiempo y los cambios son muy visibles.


Mis tres compañeros no han visto ni un solo amanecer. Han preferido estar metidos en sus tiendas, durmiendo o leyendo un libro. Todos coinciden en decir que los amaneceres y atardeceres del desierto son únicos, pero ellos, amaneceres,  no han visto ninguno. ¿Curioso, verdad?


¡Amaneceres en las llanuras del desierto! ¡Amaneceres de colores infinitos! ¡Amaneceres en los que siempre hay nubes que luego desaparecen! Creo que son un regalo de los dioses para hacerlos más hermosos.