sábado, 9 de mayo de 2020

      LIBIA (3) – Las inmensas llanuras.


Llanuras en el desierto. Inmensas llanuras que parece que no se van a acabar nunca. El coche va deprisa, y va deprisa durante mucho tiempo, a veces durante horas. Y en ese tiempo sólo se ve la nada, la llanura inmensa y desolada. La llanura en la que no hay ni una planta, ni una roca. Una llanura que es la mejor expresión de la soledad y del silencio del desierto.


A veces, allá a lo lejos, se ven cerros, más bien diría cerrillos, y que luego al aproximarnos a ellos se convierten en casi montañas para después volverse a convertir en cerrillos y finalmente llegar a desaparecer. Llanuras inmensas que todo se lo tragan.


La llanura es tan poderosa que aunque haya algo de vegetación sigue siendo llanura. Nada de restos de regatos, nada de altiplanos ni de pequeños oteros.  Acacias y arbustos en una inmensa planicie. Y estos arbustos y acacias ponen una nota diferente en tanta monotonía. Son como un aliento de vida en un mundo totalmente mineral.


La llanura es siempre llanura, sea cual sea el suelo que la conforma.  En algunos lugares aparecen pequeñas rocas, pero son rocas planas, rocas llanas que parece que no quieren desentonar con lo que les rodea. Las rocas aparecen cuarteadas, aplastadas.


En algunos lugares la llanura aparece como blanquecina. Eso es sal. Es la sal que contiene el terreno, que se disuelve cuando llueve, que entonces sube a la superficie y que se deposita cuando el agua se evapora. Estos lugares eran muy apreciados. De aquí se cogía la sal y se la trasportaba en caravanas hacia Mali, Níger, Chad, etc. Eran las caravanas de sal. Hoy esas caravanas ya no existen, ni con dromedarios ni con camiones ni con nada. La sal se trae de otros sitios.


Las llanuras, el símbolo del silencio y  la soledad del desierto. Parece que aquí no hay nada, que aquí no hay nadie. Pero mis ojos no están acostumbrados a mirar en el desierto. Llevamos recorriendo una llanura inacabable mucho tiempo.



 A lo lejos aparece un pequeño cerro. Poco a poco se va agrandando y cuando llegamos a él paramos para ver de donde venimos y hacia donde vamos, en realidad paramos para ver… la nada. Me retiro unos metros de los coches para estirar las piernas; miro hacia lo alto del cerro y un hombre me saluda moviendo el brazo; yo también le saludo. Desde allí, desde donde está él, se ve todo. Nada ni nadie pueden pasar en muchos kilómetros a la redonda y pasar desapercibidos. Aka, nuestro guía, me comenta que es un militar y que aunque parezca que no hay nadie, casi siempre estamos vigilados y controlados. Ahora son los militares los que vigilan, antes eran los tuareg los que vigilaban para tener controladas a todas las caravanas y viajeros que pasaban por el desierto y saber si había que protegerlas o atacarlas; todo dependía de que hubiesen pagado o no.


Nunca he andado por esta llanura inmensa. La verdad es que sólo hemos parado para comer o dormir en el borde de estas llanuras infinitas, y nunca he optado por andar por ellas. Siempre he preferido ir hacia una pequeña elevación del terreno, ya en dirección contraria a la llanura, para poder ver bien esa inmensidad que tanto me cautiva.


 ¿Qué se sentirá andando días y días por esa llanura toda plana, toda igual, con lejanísimos puntos de referencia? La vista no se entretiene con nada, no se para en nada porque nada hay. Eso es al menos lo que yo creo. La vista, el oído, todo se tiene que concentrar en otras cosas. O no se piensa en nada y se alcanza un estado espiritual de quietud, de calma y de serenidad o se piensa en cosas profundas como  en el sentido de la vida o en el más allá. Creo que aquí no hay término medio: o se tiene la quietud del que no piensa en nada o se mete uno en los torbellinos de las profundidades del alma.


 Cuando he andado por la llanura castellana me oprimía el cielo, parecía que me aplastaba. Aquí no. No sé por qué. Y mira que el cielo es inmenso y la línea del horizonte está muy baja. Pero aquí parece que surge una fuerza poderosa de la tierra que empuja al cielo hacia arriba y que hace que la poca tierra que se ve, se llene de vigor y energía. Este es uno de los misterios del desierto.
En estas inmensas llanuras hay que saber ver. Una tarde Aka me explica que toda esta zona está llena de pozos de petróleo, que es zona militar y que no se puede uno desviar hacia la zona petrolífera. Le pregunto que donde está los pozos y él, un poco sorprendido, me dice que allí, señalándome con la mano, y que si no veo el humo. Fijándome bien veo hasta 6 tenues penachos de humo que hasta ahora me había pasado desapercibidos. Y si los dejo de mirar y quiero volver a buscarlos, tengo que fijar mucho la atención para identificarlos. Por la noche es más fácil hacerlo, el resplandor de lo que queman les delata.


¡Qué hermosísimos son los amaneceres en estas llanuras inmensas vistas desde el calorcito de mi saco!  Las estrellas y la menguante luna parece que se resisten a desaparecer. Todo el cielo se llena de un juego de violetas, azules, verdes, naranjas, etc. que van cambiando poco a poco y que no me canso de mirar y mirar. Todos los días son iguales y todos los días son diferentes.


Siempre me levanto antes de que termine de amanecer y me  voy hasta un buen oteadero para disfrutar de estos espectáculos. Aka, el guía tuareg, también mira los amaneceres. Siempre me hace un gesto con el puño y el dedo pulgar levantado.


Estos amaneceres de las llanuras son más hermosos que los que se viven en valles estrechos o encajonados. Aquí la vista recorre y recorre el cielo y se emborracha de luz y color. Todos los amaneceres son hermosos, pero  aquí, en el desierto, tienen un encanto especial. Todo dura muy poco tiempo y los cambios son muy visibles.


Mis tres compañeros no han visto ni un solo amanecer. Han preferido estar metidos en sus tiendas, durmiendo o leyendo un libro. Todos coinciden en decir que los amaneceres y atardeceres del desierto son únicos, pero ellos, amaneceres,  no han visto ninguno. ¿Curioso, verdad?


¡Amaneceres en las llanuras del desierto! ¡Amaneceres de colores infinitos! ¡Amaneceres en los que siempre hay nubes que luego desaparecen! Creo que son un regalo de los dioses para hacerlos más hermosos.


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