sábado, 2 de mayo de 2020

LIBIA (8) - La vida en el desierto

            Estoy convencido que para saber realmente como es la vida en el desierto hay que vivir durante bastante tiempo allí, y vivir como viven los pocos nómadas que aún quedan. He tenido la suerte de viajar todo el rato con el guía tuareg y constantemente le he estado preguntando cosas sobre lo que veía.  Por eso me atrevo a escribir sobre la vida en el desierto de los tuaregs, pero además añado la vida que yo he llevado estos días en el desierto.


La mayor parte del desierto está desnudo, vacío. De vez en cuando se llega a zonas donde hay vegetación y que no son oasis. Son zonas llenas de matorrales pequeños, ásperos y espinosos. Esas zonas con algo de vegetación son las zonas de pastos.

 Esas zonas de pastos siempre son las mismas, siempre están en el mismo lugar, pero los pastos no están siempre, depende de la lluvia. En lugares de  la zona por donde nos movemos hace dos años que no llueve y muchos pastos se están secando. Otros aún conservan algo de frescor. 
 


Y en estos pastos hay algún dromedario y sobre todo cabras, cabras muy pequeñas, cabras que así necesitan menos comida y pueden sobrevivir en estos lugares. Luciano y yo comentamos que pasaría si llevásemos a una de estas cabras a cualquier lugar de España; coincidimos que el animal seguro que se moría del atracón que se iba a dar.

Aquí en Libia siempre he visto a las mujeres cuidando el ganado. Nunca había ningún hombre. Aka me explica que tradicionalmente las mujeres y los niños son los que cuidan del ganado. ¿Y los hombres? le pregunto yo. Los hombres antiguamente o estaban en una caravana, o de sal, o de mercancías o de esclavos; o saqueando caravanas que no hubiesen pagado por pasar por el territorio; o buscando pastos frescos a donde ir. Hoy los hombres están normalmente trabajando en un pueblo o campamento de los campos de petróleo y sus mujeres y sus hijos siguen con la vida tradicional.

            Los nómadas, los hombres libres del desierto, van de un sitio a otro. Ponen todas sus pertenencias en un dromedario y con sus cabritas van a otro sitio. 



          Aquí en Libia no he visto nómadas con tiendas, aquí sólo los he visto en cabañas de paja y de piedras. En cada zona de pastos hay cabañas, son las que ellos ocupan. Cuando se van se quedan vacías y nadie va a venir a quitárselas.




Hoy el gobierno ha hecho pozos en muchos lugares del desierto. Imagino que los ha hecho donde hay agua y en sitios estratégicos para que los nómadas y los viajeros puedan dar de beber a sus ganados y coger el agua que necesiten. En casi todos ellos se emplea energía fotovoltaica, lo cual no está nada mal pues si algo les sobra es sol.

            Cuando encuentran un arbusto con ramas secas las recogen para tener leña. Nunca cortan los árboles o todos los arbustos. Si no hay ramas secas hacen una especie de poda y dejan que el árbol siga viviendo y pueda seguir dando ramas al que lo necesite. 


En cuanto paramos nuestros tuaregs hacen una pequeña lumbre para prepararse té. En las cabañas de los nómadas siempre hay una lumbre encendida y enseguida te ofrecen té. Por las noches los tuaregs aman sentarse alrededor de la pequeña hoguera para hablar y hablar. Y si paramos cerca de algunos nómadas o de los guardas de las pinturas rupestres, éstos se acercan por la noche y mientras toman té, hablan en tamasek, en la lengua que sólo entienden los tuaregs. Y cuando la hoguera ya está a punto de apagarse, o cuando nos retiramos de ella, se miran las estrellas. Es un espectáculo ver el cielo estrellado del desierto. En pocos sitios he visto tantas estrellas. Y Aka, nuestro guía, conoce muchas constelaciones y el nombre de muchas estrellas.

            Y la leña también les sirve para hacer pan. Preparan la masa, hacen una lumbre y cuando ya todo es rescoldo entierran la masa entre ese rescoldo y lo dejan un tiempo. se hace un pan con la corteza oscura y como envuelto en ceniza. Basta con soplarlo o pasarle la mano y ya se tiene un pan limpio que está riquísimo así recién hecho. Nuestros conductores y cocineros lo habían aprendido a hacer de sus padres. En las chozas lo hacen las mujeres, en las caravanas los hombres. Todos saben hacerlo.

            Los niños juegan. Y ellos encuentran la manera de jugar. Hay un juego parecido a tres en raya y se juega con unas piedrecitas, que normalmente no hay que ir a buscar muy lejos, las cuales hay que colocar en unas rayas que se han hecho en la arena. Estos dos niños era a lo que estaban jugando. Y entre juego y juego cuidan de las cabras o hacen otras cosas propias de niños. Lo malo es que estos niños no van a la escuela. Saben leer y escribir sólo en tamasek si sus padres también saben y les enseñan a la sombra de una acacia o de unas rocas. La pizarra donde se escribe es la arena.



            Llevamos tres días por el desierto sin ver a nadie. Por una llanura inmensa, infinita, nuestro guía nos conduce hasta un pozo moderno. En cuanto hay agua hay vegetación. La hierba sale enseguida. Casi todos estos pozos modernos tienen guarda. Hay una o varias casas similares a las que se ponen en las obras y que en realidad no son casas, son como una especie de contenedores. Y en este pozo el guarda ha plantado varias palmeras, así por lo menos se podrá sentar en su silla azul a su sombra y así cuida de forma más cómoda a sus gallinas. Sí, porque esa gallina con sus pollitos y con el fondo de unas dunas me parece una imagen curiosísima, es el milagro de la vida aun en medio de la máxima aridez y desolación.

            El agua que sale del pozo está helada, pero nuestros conductores aprovechan la ocasión para lavarse un poco. Ninguno de nosotros lo intenta, el agua está demasiado fría.
Después de comer siempre me he dado un paseo. Miro y miro el desierto, pero mis ojos no están acostumbrados a ver aquí. El ladrido de un perro me ha hecho mirar en determinada dirección y por allí he visto algunas cabritas. Los perros, los pocos perros que hay, son para ahuyentar a los pocos chacales que hay.

¡Qué placer tan enorme vagabundear por el desierto! Es ver paisajes diferentes, es ver como las rocas cambian de color a cada hora del día, es ver como se iluminan las dunas allá a lo lejos,  es sestear a la sombra de una acacia, es ver como ese montón de arena parece que arde al amanecer o al atardecer, es ver cambiar el color de las rocas, es sentir el viento, es mirar las estrellas que siempre son iguales y siempre son diferentes,  es, de muy tarde en tarde, sentir la lluvia sobre tu cuerpo. Es sentir la libertad. Sí, porque si en algún lugar se puede sentir la libertad es aquí, en el desierto.
 

            En el borde de un oasis encontramos varias cabañas de los nómadas. Es un asentamiento relativamente estable. Los pastos duran mucho tiempo y hay agua. 


Aún se conserva un antiguo pozo, con sus útiles tradicionales: troncos de palmera, una cuerda y un odre hecho con piel de cabra. Al lado hay un motor que lleva el agua hasta los bidones que hay junto a las cabañas. Una pareja de niños aparece en cuanto nos bajamos de los coches. Les encanta que les hagamos fotos y que se las enseñemos por el visor. Estos niños si que van a la escuela del pueblo cercano, lo que ya no sé es si van y vienen todos los días o están internos y sólo vienen aquí en vacaciones.
Aka me dice que unas losas de piedra colocadas sobre un montículo de arena son una sepultura. Si es así, este hombre o esta mujer debía tener algo especial para que la enterrasen en medio de la aldeuca. Quizá lo hicieron para que no se quedase solo y siempre tuviese el recuerdo de sus convecinos.
¿Y por qué están las cabañas tan separadas unas de otras?, le pregunto a Aka. Y me responde que es para poder tener intimidad. Una respuesta que no me esperaba, pero una respuesta que es muy lógica.

Cada vez quedan menos dromedarios en el desierto. Aka me comenta que el dromedario era un animal inapreciable, imprescindible, para la vida de los tuareg y de los habitantes del desierto sea cual fuese su tribu o su etnia.
            De los camellos (mi nieta Elena diría: ¡abuelo!, que no se llaman camellos, que se llaman dromedarios) se obtenía y obtiene carne, lana, leche y su piel. Además, era el animal imprescindible para moverse por el desierto. Antes del dromedario los trasportes se hacían con asnos, pero era muy poca cantidad lo que se podía transportar y sobre todo el transporte estaba condicionado a que hubiese agua casi todos los días.


            Los dromedarios recorren de 40 a 60 kilómetros al día y pueden estar sin comer ni beber hasta 14 días. Para estos animales estar 4 ó 5 días sin beber agua no es ningún problema.  Y un día en que estábamos hablando de los camellos, Aka me explica como los antiguos tuareg, y nómadas en general, sabían donde había pastos frescos. Mientras las mujeres y los niños mayorcitos cuidan del ganado, los hombres se van en pequeños grupos, en distintas direcciones, para ver cómo están los pastos por otras zonas. Ellos se alejan hasta 7 días si no encuentran agua, pues necesitan otros 7 para volver, y esos son los que los camellos pueden aguantar sin beber. Y así, mirando por un sitio y por otro regresan con los suyos e indican donde hay buenos pastos. 


¡Los nómadas! Todo su trabajo, toda su vida transcurre marchando por el desierto, embriagándose de sus paisajes, del sol, del color de la arena y de las piedras, del viento, de las estrellas y del color de los amaneceres y atardeceres. Todo su trabajo y toda su vida transcurren embriagándose de libertad. Por que después del viento, ¿qué hay más libre que un nómada?


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