miércoles, 29 de agosto de 2018

LA INDIA (6) - Orchha
           Enseguida llegamos a ORCHHA. El hotel está un poco a las afueras, enfrente de los Cenotafios o Chatris, antiguas tumbas reales, edificios  abiertos donde entran las aves y los animalitos, un lugar abierto a la vida, un lugar donde no existe la muerte pues solo es un sueño del que pronto se despierta.  
         
 

En lo alto de los edificios anidan los buitres. Hay bastantes parejas y es muy bonito ver su silueta recortándose contra el cielo o con las cúpulas como fondo. Creo que es una variedad hindú de los buitres leonados. Me estoy un poco tiempo mirando a los buitres, me llama la atención verlos junto a una ciudad, en unos templos funerarios tan bonitos. Ellos  hacen que sea más  bonito.
 
   
       Orchha sí que es un pequeño pueblo pues no llega a los 10.000 habitantes. Es una India rural, profunda, donde hay muy poco turismo extranjero y donde la gente es extremadamente cordial. Allá por los años de Maricastaña (siglos XIV al XVII) fue muy importante como lo atestiguan su fuerte y los numerosos templos y lugares suntuosos. 
 

Me paso buena parte de la tarde paseando por el pueblo. Enseguida llego hasta el enorme templo de Chaturbhuj que cambia de color según el lugar desde donde se le mire. Por dentro es un edificio amplio y luminoso, abierto al exterior, por donde entran los pájaros y con un santuario pequeño y oscuro en el que parece que el dios o diosa contempla el mundo y hace algo más que desconozco o que se me escapa.

 
Quizá sea la energía del dios la que sale e impele al templo a expandirse y mostrar su magnificencia. Quizá todo esto no sean más que pajas mentales que hace un ocioso turista en la India profunda.
 
  
Dentro del templo un anciano ciego canta de una forma melodiosa. Se acompaña con un instrumento de cuerda. Me da la sensación que está rezando pues su canción es como una plegaria sentida y profunda. Canta con mucho sentimiento. Me recuerda mucho el canto gregoriano, quizá los dos quieran decir lo mismo o cosas parecidas.
 

A la entrada o a la salida del templo, depende según se mire, venden estos polvos de vivos colores. Son polvos para colorear las ropas y pintar hasta los elefantes. El señor me quiere vender unos pocos para que pinte o haga algo con ellos pero es que no.


 los pies del templo, en una pequeña plaza hay un mercado. Todo él está lleno de color. ¡Qué bonitos son los colores de la India! Una vendedora está con una larga vara para espantar a las vacas que se acercan a por sus verduras.
 

Un grupo de mujeres habla de yo que sé de qué, pero hay que ver lo bien que armonizan sus ropas con los colores de las verduras, seguro que cada día se ponen una ropa que vaya bien con lo que van a vender.
 
 
Lo mismo las ocurre a esas otras mujeres que van a coger un ritso, pues no cogen uno cualquiera sino uno que pega con el color de sus ropas.
 

Y esta niña pequeñita que está jugando con la arena es una de las cosas más bonitas que he visto en la India. Casi toda su ropita y su piel hacen juego con el color de la tierra. Sus ojos no, por eso me llaman tanto la atención.

 Y como restos del antiguo esplendor de Orchha quedan por aquí y por allá mansiones que son como pequeños palacios, y que se llenan de vegetación en cuanto se abandonan.
 

Al atardecer me voy al río. La puesta de sol es maravillosa. No sé por qué pero soy el único del grupo que estoy en este sitio mirando el atardecer, los demás están en la piscina.


Mi paseo al amanecer por las orillas del río Betwa es uno de los  más agradables que me he dado en la India. Primero la luz, esa luz que envuelve todo y todo armoniza, y luego las personas bañándose en el río. Siempre creí que la  gente se bañaba solo en el Ganges y desconocía la afición de los hindúes a lavarse en los ríos.
 



Las mujeres se meten con sus ropas y cuando salen las trasparencias y los brillos del agua forman unos conjuntos preciosos.


 
Hay personas de muy buen aspecto que vienen a lavarse al río, bien sea el pelo, los pies, todo el cuerpo o su ropa.


Seguro que hay motivos de tipo ideológico que se me escapan totalmente.
 
 
El río está muy limpio y también hay numerosas aves como martines pescadores y aves de ribera que se mueven sin miedo a las personas. Los hindúes deben ser muy pacíficos.
 
  
Y junto al río veo una escena que me impresiona mucho. Una vaca tiene una herida en un costado y los cuervos se posan sobre su lomo y bajan por los costados para picotearle la herida. El animal no hace ningún movimiento de dolor, pero me parece una escena salvajemente cruel.
        
 

   
      A estas horas de la mañana veo a varios hombres ya mayores que salen de la zona de los Cenotafios o Chatris. Posiblemente duerman allí o en algún templo pequeño o ruina cercana. Dos de estas personas son ciegas. Van tanteando con un palo que les ayuda en su camino y a pesar de que todos los días sea el mismo aún van dudando. Uno de ellos es el anciano que escuché cantar ayer en el templo. Llevan una especie de bote en el que les echan comida de caridad en algún templo o los particulares. Aquí en Orchha hay bastantes santones pues es el único sitio de India en que se venera a Rama como rey. Todos estos ancianos tienen para mí  un gran porte y una gran dignidad. Su pobreza y su forma de vida me parece voluntariamente aceptada para poder ir en busca de otras realidades que no suelen estar al alcance de las formas de vida tradicionales de occidente. La India es el país de los últimos ermitaños, de los últimos ascéticos y donde aún pueden quedar algunos místicos.


El templo de Lakshmi Narayán está en un alto y desde él se ve muy bien Orchha. Utilizando un símil con los templos europeos diría que los claustros están llenos de pinturas murales. En ellas se narran historias de los maharajás de aquí, luchas de dioses y diosas contra las fuerzas del mal y otras historias curiosas. Son dibujos un poco ingenuos si los comparo con los occidentales, pero tienen su encanto.
 
 
 

Los que representan batallas tienen un dinamismo brutal, lo cual no es nada fácil de conseguir y otros tienen una gran calma y un gran equilibrio plástico, lo cual tampoco es fácil de conseguir. Vamos, que estos hombres no lo hacían nada mal, que no solo hemos sabido pintar los europeos.
 
         
     En el templo de Brahama, junto a la plaza, reparten comida al mediodía. Allí se congregan los santones que viven de limosnas y los ancianos que no tienen familia. El resto de las personas que viven aquí serán más o menos pobres, pero no piden comida.

 
Estos hombres y mujeres ponen una nota de color maravillosa a la vez que me hacen pensar en la cantidad de cosas innecesarias que nos atan. ¡Ellos tienen tan poco! ¡Van tan ligeros de equipaje!

    
     Iba descuidado por la calle cuando unas voces de alegría atraen mi atención. Son unos niños que desde un tejado me saludan. Su madre sonríe, ellos también y yo no me iba a quedar atrás.
 

Y en la calle miro sobre todo a las mujeres: a esa que está dando barro en las partes desconchadas de la fachada de su  casa;


 a esa otra que ríe alegremente mientras desatasca el desagüe; y cuando paso junto a una vivienda en construcción me paro a mirar a esas mujeres que alcanzan los ladrillos y la argamasa a los albañiles;


 

 son mujeres que agradecen que les haga fotos, posiblemente nunca se las haya hecho nadie y en esta ocasión se sienten importantes y viéndolas con el porte y dignidad que tienen creo que son importantes; (en una esquina del solar juegan unos niños pequeños)
 


Y como en muchas casas no hay agua corriente tienen que sacarla de la fuente de la calle y siempre llevan esos vestidos tan preciosos.

 
Mujeres y hombres trabajando en el campo y teniendo como fondo un antiguo edificio. Es la hora del atardecer, ya no hace mucho calor y ahora se trabaja mejor.
 

Me he alejado del centro del pueblo y de regreso a él me empiezo a fijar en los hombres. Uno de barba blanca está hablando de algo de los dioses; todo el grupo está sentado junto al templo de Brahama.


Y en medio de la plaza, a la sombra de nada, pues el sol ya es una leve caricia, esos tres hombres hablarán de cosas del espíritu, no me los imagino hablando de la nueva moda de camisas y turbantes, aunque a lo mejor hablan de lo buena que estaba la comida o del sentido que le han dado hoy a su vivir.
 

Y estos otros dos, sentados en el puente sobre el río Betwa están en una animada conversación seguida de momentos de silencio, quizá reflexionen sobre lo que ha dicho el otro. Me asombra lo que llevan: una botella, un pequeño recipiente y lo puesto. ¿Se puede estar menos atado a las cosas de este mundo?
 


Va cayendo la tarde y se me cae el alma a los pies viendo estas viviendas. Sí, estas son las viviendas de dos familias. La de la tela blanca es la de un carpintero que trabaja en la calle y guarda las cosas por la noche. Los niños juegan con la tierra, esa no cuesta dinero. La imagen de la otra casa ya dice bastante: trozos de telas, de plásticos y de árboles. ¡Menos mal que las estrellas también dan techo!