jueves, 26 de septiembre de 2019

SUDÁN DEL NORTE (2)
Los pueblitos y las paradas en la carretera
           Y después de un primer día en Jartum, partimos hacia el norte, hacia nuestro periplo. Pero esto es África y el ritmo del tiempo es diferente; aquí no hay prisas. Ellos, si algo tienen es tiempo de sobra y emplean mucho en hacer cosas, en pensarlas, en hablarlas antes de hacerlas, en mirar. Tienen que invertir el tiempo al igual que los que tienen mucho dinero también lo invierten.  En principio íbamos a salir a las 9 de la mañana. Salimos a las 10,30. Pero enseguida paramos en un pequeño pueblito para comprar provisiones ¡Cómo si en Jartum no hubiese donde comprar comida! Yo creo que es que en este pueblito tienen amigos y así charlan con ellos.

 
                 El lugar está a ambos lados de la carretera. Todo son tiendas. Detrás de ellas hay una o dos filas de casas, luego ya está el campo, el desierto.
 
 Todo esto es como el Corte Inglés solo que en horizontal. Hay carnicerías, panaderías, fruterías, teterías (ellos casi solo toman té), vasijas de barro, carbón vegetal, cereales, etc. Y en muchos pueblitos es igual. Puestos en los bordes de la carretera y luego pequeñas casas de forma cúbica hechas de barro. Constructivamente no pueden ser más naturales ni más ecológicas. No hay cascotes, ni materiales de derribo, ni nada parecido.
Y en las proximidades hay ovejas y cabras. Las ovejas son grandonas, las cabras pequeñas, y ambas tienen unas orejas muy grandes y caídas, que en las cabras son de un color mucho más claro que el resto del cuerpo.

Y estas ovejas y cabras deben ser animales muy resistentes a la sequedad y poco exigentes con la comida ya que plantas hay pocas y no se puede andar escogiendo mucho ni diciendo: “esta me gusta, esta no me gusta”.
De vez en cuando se ve un pequeño grupo de mujeres por la carretera. Aquí en Sudán no visten con colores tan llamativos como en Senegal, pero de vez en cuando se ven “algunas atrevidas” que se ponen ropas  que son un derroche de color.
A todos nos sorprende la gran cantidad de camiones que circulan por la carretera que va de Jartum a Port Sudan. Son camiones muy largos que encima llevan remolques también muy largos. El tráfico de camiones es comparable al de muchas carreteras europeas.
Pero Sudán es un país del tercer mundo y aunque tiene buenas y recientes carreteras, no se puede decir lo mismo de la gasolina. Muchas gasolineras están cerradas porque no tienen combustible para vender, y en las pocas que lo tienen hay largas colas de vehículos. Nuestro guía opta por ir a una especie de taller en el que venden gasolina un poco más cara, pero no hay que esperar.

En el taller, que está en una explanada y que cuenta con las más modernas herramientas, echan la gasolina con una goma sacándola de un bidón a una regadera y luego a los coches. Pero para hacer esto hay que saludarse, hablar, tomar un té, charlar, pagar y despedirse; en definitiva hay que gastar “tiempo”.


Y continuamos y lo único que se ve es desierto y más desierto. De vez en cuando hay algún dromedario pero no muchos. Y el desierto varía de unos sitios a otros. Aquí, en Sudán, el desierto es predominantemente llano, aunque de vez en cuando aparecen cerros que rompen la monotonía de la llanura. El desierto unas veces es de arena, aunque no hay zonas de dunas; otras de guijarros y otras de piedras de color oscuro.
 Y de vez en cuando vemos un atardecer, bueno, yo los veo todos los días, de esos que solo se pueden ver aquí, en los que parece que el cielo se incendia y luego se pone malva antes de que aparezcan las estrellas. Son atardeceres, que al igual que los amaneceres duran muy poco tiempo.
Y la carretera, si se sabe mirar, es todo un mundo. En las gasolineras, en las que en la mayoría no hay gasolina, y en los tenderetes junto a la carretera, hay “áreas de descanso” pero de descanso de verdad. Hay camastros en los que los viajeros duermen o sestean. Y hay camastros hasta con mosquitera, aunque aquí, más que mosquitos, habrá moscas, aunque imagino que no muchas porque hay poco que comer.
Y de vez en cuando nos encontramos con autocares muy nuevos y muy coloridos. Los africanos parece que llevan el color en la sangre, y en cuanto la religión se lo permite lo sacan y lo aplican a todo.
        El viaje no se hace pesado. Los trayectos por carretera son relativamente cortos y paramos con frecuencia cuando el guía considera que hay algo interesante que ver como ese cañón excavado por el agua, que conduce las aguas de la lluvia al Nilo, pero que debió llevar agua hace unos miles de años, porque por lo que parece ahora no debe llevar mucha.
Uno de los conductores también descansa en las paradas, pero a su manera. Recuerdo que en esa posición vi a un niño en Senegal que estaba en el borde de una barcaza haciendo caca. Este no la está haciendo, pero la posición es similar.
En este lugar hay troncos de árboles petrificados. No sé cuantos miles de años llevarán aquí, pero supongo que unos pocos.
Esta gasolinera sí que tiene gasolina y paramos a echarla y a charlar y a tomar un té. Estos sudaneses no son nada tacaños en gastar su tiempo. Y mientras ellos charlan me voy a ver que hay en los alrededores,

y veo esa construcción de barro que resulta ser un antiguo granero que hoy ya no se utiliza para guardar el grano; hoy es el servicio de la gente que trabaja en el campo cerca de allí.

Y la carretera sigue por el desierto, por un desierto enorme, grandísimo, que al atardecer y al amanecer, durante muy poco tiempo, toma un aspecto sorprendente. Las rugosidades del terreno se hacen visibles y el suelo y las montañas del fondo adquieren un color entre violáceo y malva.
De vez en cuando atravesamos zonas en las que todo son piedras de granito, solo hay piedras y más piedras redondeadas por el viento y por la arena. Pero cosa curiosa, las casas de los pueblitos que hay cerca de estos lugares no están construidas de piedra, sino de barro. Todo lo hacen de barro. Sus antecesores, hace dos mil años, construían los templos con rocas y las estatuas con granito. Los medios eran los mismos o peores que ahora. Entonces, ¿por qué no hacen nada de piedra?
Las aldeas son pequeñas, con las casas con un buen patio, el techo plano y sin chimeneas. Le pregunto al guía porqué no hay chimeneas, pero no me entiende, no conoce la palabra chimenea. Guisar, no guisan en la calle y en las casas que he entrado no he visto ningún lugar para la lumbre, aunque lumbre tienen que hacer, porque la comida la guisan. En algunos pueblitos dormimos en casas suyas, son casas que ya no se utilizan como vivienda porque la población rural está disminuyendo y que los propietarios alquilan como casa rural, pero casa rural del Sudán.
Yo dormía en el porche siempre que podía y así veía las estrellas y la luna por la noche, y me despertaba con el amanecer. Por eso hablo de esa luz del amanecer. Todos hablaban de la luz del amanecer en el desierto pero yo soy el único de todo el grupo  que ha visto los amaneceres. ¿No es una paradoja?
Los pueblitos son pequeños, con las casas bajitas, de una sola planta, casi todas con el color del barro y con pocas ventanas al exterior. Hay un patio central y de él salen puertas que van a las distintas habitaciones o viviendas.

En los pueblitos tradicionales, en los que son muy antiguos, nada sobresale. La mezquita es como una casa más, solo que suele estar pintada de blanco o de algún otro color (ese edificio que es como un granero, también pintado de blanco y azul, es la tumba de un hombre santo). Sin embargo, en pueblos más recientes, situados en el borde de las carreteras o en cruces de las mismas, las mezquitas son nuevas y las torres son muy altas. Todas estas nuevas mezquitas las hace el ministerio de asuntos religiosos con la ayuda de Arabia. A mí me da un poco de rabia que se gasten el dinero en esto en lugar de hacer buenas escuelas o ambulatorios médicos. Pero bueno, la religión es la religión y con los imanes hemos topado.


   En una de las mezquitas es la hora de la oración y los hombres acuden allí. Solo van hombres, las mujeres rezan en casa porque si se agachan se las nota el culo y los hombres se fijan en ellas y no rezan; es más, lo que hacen es tener pensamientos y deseos lujuriosos y pecan en la mezquita. Desde luego que los hombres musulmanes tienen un autentico problema con las mujeres. El problema es suyo, pero se lo pasan a las mujeres y las hacen las culpables de “sus pecados”.
Y en estos pueblitos suele haber muy poca gente aunque alguna de la gente ya no puede ser más bonita ni más preciosa, a pesar de que tengan algunos mocos en las narices.

   Me hacen mucha gracia estas niñas con sus abriguitos. Para mí y para el resto de europeos hace muy bueno, nosotros vamos en mangas de camisa, pero para ellos es invierno. No sé si la niña del pañuelo lo lleva para no pasar frio o para irse acostumbrando para cuando sea mayor ya que  todas las jovencitas y mujeres lo llevan. Yo creo que no he visto a ninguna mujer sin él.

Y en estos pueblitos no hay nada. En muchos no hay ni luz eléctrica a pesar de que pasa el tendido eléctrico muy cerca. No ha habido dinero para hacer las acometidas. En donde nos alojamos  tenemos luz eléctrica desde el anochecer hasta las 10 de la noche gracias a un generador que ponen porque estamos los turistas europeos. Lógicamente las calles no están iluminadas ni se ven antenas de televisión en los tejados. El agua corriente es un chorrito de agua que no da ni para ducharse; la ducha se realiza cogiendo el agua de un bidón con una lata y echándosela por encima. Menos mal que el agua no está muy fría, pero algunas chicas protestan porque no se pueden lavar la cabeza con agua caliente. Yo creo que no sabían dónde venían.

Un día nos cruzamos con una gran caravana de dromedarios. No sé cuantos irían, pero eran muchos. Su ruta va cerca del Nilo pues los animales tienen que beber y que comer, y si fuesen muy alejados difícilmente lo podrían hacer. Son animales que llevan a Egipto, por la ruta llamada de los 40 días, pues esos son los días que tardan en llegar. Varios hombres cuidan y guían el gran rebaño; algunos van montados en camellos, pero otros muchos van a pie.  



Esto sí que es una gran travesía por el desierto y me gustaría mucho poder hacerla. El camino está relativamente bien señalizado, pero lo que lo señala no son medios tradicionales, son los cadáveres de los dromedarios que se van quedando por el camino.

Aquí, en este país no tratan mal a los muertos. Los cementerios están en medio del pueblo; debe ser para que no se sientan solos y para no dejar de recordarlos. Las tumbas de los hombres santos pueden estar más alejadas, pero no sé cuál es la razón de ese alejamiento.
El animal más utilizado no es el dromedario, es el burro. Son burros de pequeño tamaño, pero deben ser fuertes y resistentes y los utilizan para todo: montar, tirar de carros, llevar carga, sacar agua, etc…
Un par de veces se han atascado nuestros coches. Menos mal que íbamos en tres coches porque si hubiese ido uno solo difícilmente habría salido ya que no llevaban planchas, ni escalas, ni nada para sacarlo.
 El espectáculo del atardecer en el desierto es siempre parecido: todo se tiñe de malva, las sombras se alargan y el suelo adquiere un mayor relieve. 

 El desierto lo invade todo. La mayoría de las aldeas suelen estar a la orilla del Nilo, donde se pueden regar los cultivos, pero en cuanto se acaba el agua se acaba la vegetación. Las personas que se ven andando por el desierto, los carros que parece que le atraviesan, normalmente están al lado de un pueblo. En el desierto desierto no he visto ninguna aldea.
Y como las aldeas están al lado del Nilo, algunos han utilizado los cráneos de los cocodrilos para decorar su casa. Lo que más me choca es la manera de fijar los cráneos: atarlos con unas cuerdas.
Las casas de la Alta Nubia tienen las puertas decoradas con sencillos motivos geométricos y con algo de pintura. No es que sean grandes obras de arte como las fachadas barrocas o modernistas europeas, pero ponen una nota de color y alegría en un mundo muy austero, demasiado espartano.
           Hay algunos pueblitos que no están cerca del Nilo, están normalmente en un cruce de carreteras. Imagino que allí  hay pozos de agua  y que la carretera, desde muy antiguo pasa por allí, precisamente por eso, porque hay agua. Los hombres y los camellos que viajaban antiguamente necesitaban agua, si no la tenían se morían.
Esta adolescente vive en uno de estos pueblitos. Más bonita no puede ser.

 
El pueblito es así de simple, así de sencillo. Casitas de barro, muy pequeñas, que servirán para dormir y poco más. Casitas que parecen dados, y alguna un poquito más grande.
 
En una de ellas un hombre está poniendo el techo, es un techo de cañas largas, imagino que traídas de la zona húmeda del oasis. En otra casa hay varios neumáticos colgando de palos; no sé por qué los han puesto así.  Y otra casita debe ser la tetería, de ella salen y entran hombres; a un lado hay dos camellos arrodillados.

Salen los propietarios, se montan en ellos, salen otros hombres, se echan una última charla, y los hombres se adentran en el desierto, sin seguir ninguna carretera. Esta imagen me llena de envidia. ¡Cuánto daría yo por poder hacer eso, por poder montar en un dromedario y adentrarme en el desierto durante días y días!

En todos los pueblitos, en las gasolineras y hasta en las carreteras, de vez en cuando hay vasijas grandes llenas de agua para que beban los viajeros. Aquí en Sudán no hay fuentes pero se procura que siempre haya agua. Es una costumbre tradicional, es una señal de hospitalidad y afortunadamente la conservan. ¿Quién se encarga de que haya agua? Cualquiera. Normalmente son las personas que viven más cerca de las vasijas.
 Una de estas dos mujeres está echando agua con una goma. Las vasijas están a la sombra de un árbol o bajo un sombrajo hecho con palos y ramas; ya que se ofrece algo hay que ofrecerlo bien. Casi todas las vasijas  tienen una tapa de madera para que no caiga el polvo del desierto ni algún insecto un poco sediento.
Y en algunas “áreas de descanso” hay como esas pequeñas regaderas para que los viajeros se refresquen y se laven un poco. El agua de las tinajas solo es para beber, y nunca se mete la mano. Se coge el agua con una taza metálica.
Y en un local con aspecto más europeo veo estos odres de piel llenos de agua. Son los antiguos recipientes que utilizaban los viajeros para llevar el agua. El problema que tienen es que el agua rezuma y lógicamente se va perdiendo. Posiblemente algunos viajeros tradicionales, de los que hacen recorridos por el desierto, sigan utilizándolos.