miércoles, 28 de agosto de 2019

ESPAÑA: POR EL NORTE Y A ORILLAS DEL MAR  (13)


 
           Vuelvo hacia la Estaca de Vares y sigo la costa camino del cabo Ortegal. Hay bellísimos paisajes de mar que se ven muy mal; y se ven mal por dos motivos: uno, por que todo está lleno de eucaliptos y casi no hay ningún claro; otro, porque no hay lugares para parar, la carretera es estrecha y no hay arcén y parar es un peligro.
 

        Todo es inmenso y hay como una cierta sensación de soledad. No se ven barcos faenando ni a lo lejos ni cerca. No hay caminos ni pescadores de caña. No hay mariscadores. No hay ganado. Sólo el viento y las gaviotas. Las gaviotas son las que dan compañía. Pero el sitio es grandioso, majestuoso. Los acantilados no caen verticalmente al mar, es como si a las cimas les diese miedo arrimarse más al mar.
 
San Andrés de Teixido es una ermita sorprendente. Yo creí que era fiesta, pero no. Es que siempre viene mucha gente.


Y antes de la ermita hay muchos puestos en los que venden lo que yo creía inimaginables de vender en la España actual: amuletos para evitar el mal de ojo, para dar buena suerte, colgantes para tener salud y amor, y cosas por el estilo. Es este un mundo rural profundo, profundo, que creí que ya no existiría, un mundo donde las creencias ancestrales se adaptan a las nuevas religiones y a las nuevas formas de vida.

 
 
En el interior de la ermita hay una parte llena de figuras de cera, figuras que representan seres humanos o partes del cuerpo humano, figuras que se ponen o como agradecimiento o como petición de que el santo proteja o cure a una persona o a la parte del cuerpo representada. Esto y las figuras del vudú son casi la misma cosa. Es una sensación de sorpresa, como de estar en otro mundo o en otra época, la que siento al ver todo esto.
        En Ortigueira sale el sol. El mar adquiere un color precioso. Hace muchísimo viento. Es un viento que limpia la atmósfera y hace que todo parezca más cercano, más próximo. Las casitas parece que resaltan más, las montañas parece que están más cerca y todo se llena como de encanto, como de alegría.

      El mar está de un azul bellísimo. Es un azul cambiante según la dirección en que se mire y según la profundidad del mar.
 
      Cabo Prior. ¡Qué bonito es el mar! Siempre es igual y siempre es diferente. Siempre es grandioso. Aquí, en cabo Prior, la tierra cae sobre el mar bruscamente. Se ven las rocas de granito como no se ven en otros sitios.
 
 
 
      Las indicaciones para ir de un lugar a otro son inexistentes. En los cruces no sé hacia donde ir. Me pierdo varias veces y tengo que recurrir a preguntar cuando llego a alguna aldea. Por la radio oigo las quejas de un señor del bloque nacionalista gallego que se queja ante el presidente del gobierno que las multas de tráfico no están en gallego ni que los guardias no se dirigen a los conductores en gallego. Yo le pediría que primero se preocupe de que haya buenas indicaciones en gallego o en castellano y que luego se preocupe de otras minucias.
 
        Y para acabar la tarde paseo por El Ferrol. No me gusta Ferrol, lo veo demasiado gris, demasiado uniforme, demasiado sin personalidad. Sus viviendas son actuales, de los años 80 para acá. Son ese tipo de viviendas muy uniformes, muy sin personalidad, muy iguales a las de cualquier otro sitio. Alguna casa antigua conserva las balconadas. Lo único que veo característico es el color blanco de muchas fachadas.