miércoles, 10 de junio de 2020

JORDANIA

JORDANIA 

       El primer lugar que visitamos en Jordania son las ruinas de la ciudad romana de Jerash.
      Son unas ruinas magníficas, mejores que las de muchas ciudades romanas de Italia. 
        Paso junto a arcos de entrada; atravieso la plaza pública rodeada de columnas; paseo por la calle principal jalonada de columnas, de templos, de tiendas lujosas, de teatros, de iglesias de los primeros siglos del cristianismo. 
        Vagabundeo por las ruinas de un mundo de lujo y esplendor, vagabundeo por las ruinas de una ciudad que estaba en una zona muy fértil y por la que pasaban las caravanas de la ruta de la seda y de la ruta del incienso.

        Por todas partes hay columnas. Columnas que se destacan en el cielo, potentes, altivas, orgullosas, poderosas.
        Columnas que están apretadas unas junto a otras, dándose compañía, aparentando más fuerza y más poderío. Las calles están pavimentadas con losas que se desgastaron hace siglos, losas a las que da como miedo pisar, losas que dan respeto.
        Y al fondo, entre las columnas, entre los templos, se ve la ciudad moderna con sus casitas bajas, sus antenas parabólicas, sus techos planos y con la vida entre sus muros.
        En Aman compro fruta y como dos bocadillos por 1€. Ando por calles desiertas, avenidas llenas de coches y vacías de viandantes. Entro en un centro comercial con las mismas tiendas que en España, donde los carteles están en inglés y no hay ninguno en árabe. Todas las chicas jóvenes van con el pelo largo y suelto.
        Por la noche, en el hotel, veo vídeos musicales que cuentan historias de amor, historias de enamorados y de enamoramientos. Historias de amor en las que una mirada, unos ojos, tienen una gran importancia. En los cuentos de las Mil y una noches las miradas, los ojos, tienen una importancia fundamental. ¿Coincidencia? ¿Casualidad? ¿Características de una cultura?
        Amanece un día soleado. Son las 6,30 de la mañana. Hace fresco. Vamos a Moab a ver unos mosaicos. La verdad es que es un poco rollo. Es hacer pasar el tiempo, es marear la perdiz. Me duele la pierna. Me siento en la tienda de los recuerdos. Estoy cansado.
        Desde el monte Nebo, el lugar donde murió Moisés, la vista es enorme. Casi todo es desierto, sólo hay un poco de verdor en el valle del Jordán. Enfrente está Israel.

        Sólo hay desierto junto al mar Muerto. Hace aire. El día está soleado. Tenía intención de dar un paseo mientras la mayoría se baña, pero una dulce indolencia me invade. No me apetece hacer nada ni pensar en nada. Disfruto de sentir el viento y escuchar el rumor del agua.
        La carretera va junto al mar Muerto. Aparecen enormes acantilados de roca arenisca. Una neblina empieza a envolverlo todo. Las montañas adquieren un aspecto misterioso, casi amenazador.
        En el horizonte se destaca una aguja de roca. Es la estatua de la mujer de Lot, a la que Dios convirtió en estatua de sal por mirar hacia atrás para ver como se destruían Sodoma y Gomorra.
        El sol se pone sobre el mar Muerto. Parece que el sol también se muere.
        El castillo de Karak  está en un alto muy alto.  Enormes barrancos le rodean por todas partes, lo que le hace inexpugnable.
        Unas débiles lucecitas empiezan a encenderse por las casitas del valle.

Petra
          Amanece en Petra. Hace mucho frío. Desde el hotel veo unas montañas en el horizonte. Empezamos a andar y vamos hacia ellas. Entramos en Petra pagando los 22€ preceptivos. El camino empieza en un ancho valle. 
          La roca es de arenisca y enseguida empiezan a verse excavaciones en las rocas. El camino se va estrechando. Las rocas tienen mil colores. 





        Las formas de las rocas son caprichosas y más caprichosas. Hay un recodo, y luego otro, y otro y otro. Todo el camino es un permanente recodo. Todo el camino es una sorpresa permanente.  Siempre te estás preguntando ¿qué habrá más allá? 


          De vez en cuando hay un pequeño nicho en la roca. Por aquí y por allá hay bloques de rocas caídas. Oigo el sonido del viento. Luego silencio. 

          Hay una abertura. Camellos y una edificación al fondo. Es el Tesoro.

          Realmente este edificio, esta tumba es un tesoro, un tesoro para la vista, para la emoción. Aparece poco a poco y uno no se acaba de creer lo que está viendo. Es una aparición. Las columnas, el frontón, las estatuas adosadas, la gran puerta… todo está puesto allí como por arte de magia. Y uno tiene la sensación de que es el primero que lo ve, el primero que lo descubre.
        Y luego más y más tumbas, más edificios asombrosos que hacen que la montaña parezca más vertical y más solemne.
        Todas estas tumbas tienen un aire especial. Son como palacios para los muertos, como fachadas de palacios. Dentro no hace falta nada, ellos ya está en otro mundo, así que sólo queda fachada, fachada que representa o la sencillez, o la belleza, o la magnificencia o la grandeza del alma del que allí reposa.
        Las tumbas reales son enormes. Lástima que la roca se haya estropeado tanto. Aquí uno se siente pequeño, diminuto. Y aquí me pregunto ¿Y todo esto para qué? ¿Para qué tanto esfuerzo? Y la única respuesta que se me ocurre es la misma que se me ocurría a la vista de los monumentos funerarios del antiguo Egipto: Para conseguir la inmortalidad. Quizá otro tipo de inmortalidad de la egipcia. Aquella era vivir para siempre en una tumba acondicionada para ello. Aquí es vivir en el recuerdo de los hombres gracias a la magnificencia y grandiosidad de la tumba, que hace que al ocupante se le recuerde siempre.
Hasta los años 50 los beduinos vivían aquí, en las numerosas cuevas o tumbas menores que hay por todas partes. Hoy en día utilizan algunas para refugiarse de las inclemencias del tiempo, para tomar un té, para guardar cosas o quedarse a dormir y ahorrarse la caminata de ir y volver a su pueblo. 

        Esta gente vive del turismo: de vender recuerdos, de los dos restaurantes que hay aquí dentro y de llevar a los turistas en burro o en camello de un lugar a otro.
Paseo por la calle principal, con importantes restos romanos y por donde aún circulan los nabateos actuales.
        Un camino se mete entre las montañas. Escaleras y más escaleras. Y cada vez un paisaje más amplio, más dilatado. Montañas desnudas, peladas, sin nada de vegetación. 


Y en lo alto de este mundo mineral puro aparece El Monasterio. ¡Otro edificio increíble! ¡Un asombro del espíritu y para el espíritu! ¿Por qué y para qué hacerlo aquí? 



         Y luego más y más tumbas por otros vallecitos, por otros lugares escondidos y recónditos a los que se llega por senderos y escaleras hechos hace siglos y por los que aún circulan los hombres y mujeres descendientes de aquellos nabateos y que ahora viven aquí, conservando y disfrutando el legado de sus antepasados.

        Y por uno de estos senderos llego a uno de los lugares más altos: al altar de los sacrificios. Lugar desde el que se domina gran parte de Petra pero desde el que no se aprecian las tumbas ni su grandeza.
        Llevo muchas horas andando. Intento pararme a descansar, pero hace mucho frío. Me meto en la tumba del Tesoro y allí escribo parte de lo que aquí está. A las 4 y media salgo para el hotel. A las 5 será de noche. Recorro el desfiladero con la luz del atardecer. Una luz misteriosa envuelve todo.
        ¡Qué grandioso es Petra! ¡Es uno de los lugares más sorprendentes de la Tierra!

Wadi Rum


        Muy temprano, a las 6,30, partimos para Wadi Rum. ¡El desierto! Enseguida aparece el desierto. Primero llano, inmenso. Luego Wadi Rum. Wadi Rum es otro desierto diferente, distinto. 

El cielo está azul. La arena es dorada clara. Las montañas son oscuras, rojizas, con vetas claras y oscuras. 
Son montañas que parecen enormes helados que se están derritiendo. Los beduinos son delgados, espigados, llevan zapatos finos de calle, chilabas negras u oscuras limpias y planchadas, tienen el porte elegante y digno y son finos de cuerpo.
        Por algún sitio se ve una tienda hecha con mantas. Algunos rebaños de ovejas, pocos, se ven por aquí y por allá. Los beduinos ya no llevan rebaños, ahora llevan coches todo terreno con turistas. Es más descansado y más lucrativo. 


     El desierto es maravilloso. No sé qué tiene, pero me encanta. 


          Por algunos sitios hay grabados muy antiguos. 






       Las dimensiones de las montañas son enormes. El color rojizo de la arena precioso. Todo es grandioso. 






        Hay algunas dunas de arena que se apoyan contra la montaña, como si temieran caerse, aplanarse. A veces los dromedarios son como puntitos imperceptibles.

        Esa última montaña son los 7 pilares de la sabiduría. Ese nombre se puso en honor del libro que escribió Lawrence de Arabia sobre la guerra que mantuvo contra los turcos en esta tierra.
        Hoy es Navidad. Comemos la comida típica palestina: arroz blanco con frutos secos, cordero con curry, limón y hervido en salsa de yogurt. ¡Delicioso!
        Desierto y más desierto hasta Aman. Desierto llano. En unas zonas es de piedras, en otras es de tierra compacta con tomillos. Es un desierto infinito.
        Llueve. Es una lluvia fina, tímida, como si le diese vergüenza caer aquí porque parece que cae fuera de lugar. Para unos, para los turistas, es una faena. Para los que viven aquí es una bendición de Alá.

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