domingo, 11 de diciembre de 2016

NORUEGA: De Oslo al fiord de Lysebotn
          junio 2013

              Entro en Noruega y nada más hacerlo un aduanero me detiene y comienza a hacer su trabajo. Preguntas y más preguntas: ¿A dónde voy? ¿De dónde vengo? ¿En qué trabajo? ¿Cuánto tiempo voy a estar? ¿Cuánto dinero llevo? ¿Qué llevo en el coche?... Me saca y me revuelve todo buscando alcohol o drogas. No encuentra nada pero me deja todo revuelto y como su trabajo no consiste en ayudar a colocar, me toca volver a colocar todas las cosas del coche. La verdad es que no me hace ninguna gracia pero ¡qué le voy hacer! Lo malo de esto es que me pone de mala leche lo que me impulsa a no pararme en Oslo. No sé qué tendrá que ver una cosa con otra, pero eso es lo que ocurre.
          Paso por la circunvalación de Oslo y no entro porque no se me ha pasado el cabreo. Hago propósito de pararme a la vuelta. Todo es un caos enorme de coches que van y vienen y todo lleno de carteles que no entiendo. Paro en una gasolinera, pongo el GPS y continúo hacia el campo, hacia el itinerario que atravesando zonas del interior me llevará al fiord de Lysebotn.
    No se puede pasar de 80 km/h. continuamente están anunciando radares. Nadie pasa de esa velocidad. La aglomeración de Oslo y sus ciudades dormitorio se acaba pronto y enseguida llego al campo y a pequeños pueblitos.  Y aquí tampoco se puede pasar de 80 km/h. está prohibido por señales pero en estas carreteras que son una curva constante no se puede ir a más velocidad. El firme es bueno, la carretera ancha pero el trazado es muy sinuoso. Además, yendo despacito se puede contemplar mejor el paisaje y puedo pararme sin brusquedades en cualquier lugar adecuado de la carretera.
            Lo que veo del campo noruego me asombra. Todo me parece una naturaleza virgen, salvaje,  en la que el hombre apenas ha puesto la mano. Lagos de agua limpísima, arroyos y ríos cuya agua compite con la de los lagos en limpieza. Bosques y bosques que no se acaban nunca. Y de vez en cuando unas casitas de un color rojo inglés, o azules, o blancas que están como perdidas en medio de tanta naturaleza.
           Y con tanto árbol y tanto bosque es obligado que las cosas que han hecho los hombres lo hayan sido con árboles: todas las casas son de madera, los graneros son de madera, las iglesias son de madera, los puentes son de madera. ¡Hasta los bosques son de madera! ¡No como algunos de Uzbekistán y Egipto que son de plástico!
            La naturaleza es grandiosa. Zonas abiertas, con montañas nevadas por todos lados, con enormes bosques y lagos por aquí y por allá. No conozco Canadá, pero estos paisajes me parecen del Canadá. Luego pienso que Canadá y Noruega están a latitudes parecidas y que su vegetación y fauna son muy similares. Me olvido de Canadá y me concentro en ver como es  Noruega, que es donde estoy ahora.
             Las casas están muy separadas y son de colores muy llamativos: blancas, azules, rojizas, amarillas, etc. No sé por qué las pintarán ahora así, quizá sea para que pongan una nota de color en los largos meses de oscuridad en los que todo debe ser gris u oscuro.
Las casas antiguas no se pintaban, eran del color de la madera; posiblemente no se pintaban porque no había pintura de colores o si la había costaba mucho. Al ser las casas de madera y con el techo de hierba debían pasar casi totalmente desapercibidas y así no las saqueaban los unos y los otros.
            Y pronto me encuentro con los antiguos valles glaciares pero aquí no forman fiordos porque aquí no llega el mar. El agua que se ve es de lagos que se formaron en el fondo. Las paredes son muy verticales y muy altas. Cuando se ven desde abajo da la impresión de estar rodeado por enormes montañas. Cuando se ven desde lejos esa impresión desaparece.
            Las iglesias solo son llamativas por fuera. Y no todas. Algunas me parecen muy simples, muy sosas. Otras tienen una estructura como más compleja que origina muchos lugares de luces y sombras y le da más variedad al edificio. Por dentro me decepcionaron. Son demasiado pequeñas, demasiado oscuras, muy pobres en decoración.
No me extraña que sean pequeñas porque la población debía ser muy escasa, lo oscuro sea debido a la dificultad de hacer ventanas y a la lluvia y al frío que podía entrara. Me extraña más lo de la decoración puesto que la madera es muy fácil de trabajar y no creo que suponga ni mucho gasto, ni mucho esfuerzo el hacerlo.
            Mi recorrido me lleva hacia unas montañas nevadas. La carretera va subiendo poco a poco. Lagos, montañas, bosques de abedules, grandes paredes de roca.
           Y los árboles poco a poco van desapareciendo. El suelo está cubierto de vegetación pero no es hierba. Son pequeños matorrales y musgo, sobre todo musgo y líquenes, y cuanto más arriba más musgo hay. Esto es la tundra.
          El paisaje empieza a ser desolador. La sensación de soledad es enorme. Por la carretera no pasa nadie. La nieve es cada vez más abundante. Yo solo conozco en verano como lugares con nieve las altas montañas, pero estas son montañas bajas, las cumbres apenas pasan de los 2000 metros, y aquí hay tanta nieve como en las montañas. Me paro, me bajo del coche y doy pequeños paseos. Hace bastante frío.
          Y desde estas altas tierras empieza una bajada vertiginosa que me lleva al fiord de Lysebotn. Fiord que solo veo cuando estoy en su orilla, junto al embarcadero, donde cogeré el ferry que me llevará hasta Stavanger

No hay comentarios:

Publicar un comentario